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Authors: Lissa Price

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Starters (26 page)

BOOK: Starters
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—La gente lo ha visto, incluso han hablado con él, pero nadie ha tenido noticias suyas en el último mes.

Sabía que tenía que aclararle de inmediato quién era yo. No iba a pasar de nuevo por la tortura de la indecisión.

—No soy Helena —le solté.

Lauren continuó hablando sin haber asimilado mis palabras en absoluto. Tuve que interrumpirla.

—Escúchame. No soy Helena.

—¿Qué estás diciendo? —Abrió la boca y se cruzó de brazos.

—Soy la donante. El cuerpo que Helena alquiló. En realidad, tengo dieciséis años.

—Espera. Cuando hablé con Helena, estaba en este cuerpo —me señaló con un dedo.

—Estabas hablando conmigo. Era yo quien estaba en el Club Runa y el restaurante thai.

—¿Eras tú? —Me fulminó con la mirada—. ¿Qué le ha pasado a Helena?

—Se ha ido. —Se me cayó el alma a los pies cuando me vi obligada a recordar sus últimos momentos.

—¿Está muerta? ¿Helena está muerta? —Me puso las manos en los hombros y me zarandeó—. ¿Qué le has hecho?

—Yo no le he hecho nada. —El guardia armado miró en nuestra dirección—. Fue alguien del banco de cuerpos, en Plenitud.

—¿Quién?

—No lo sé.

—Entonces ¿cómo sabes que está muerta?

—Oí sus gritos en mi cabeza.

—¿Tu… qué?

—Helena había hecho alterar el chip. Al final, podía oír sus pensamientos en mi cabeza. Podíamos comunicarnos.

—No puedo creerlo. —Lauren me soltó con un empujón—. La conocía desde hacía ochenta y cinco años. —Sacó un pañuelo y se enjugó unas lágrimas de rabia—. Y ahora ya no está.

—Lo siento. Estaba empezando a conocerla.

—¿Cómo te atreves a decir eso?

—Aprendí mucho de ella —dije.

—¿Sobre qué?

—Sobre el senador. Y el Viejo.

—No puedo hacer esto. —Se dio la vuelta—. No puedo ni mirarte. Mentiste. Me hiciste creer que eras ella. Y ahora descubro que ha estado muerta todo este tiempo.

—No, eso no es así. Simplemente sucedió.

—¿Por qué ya no hay nadie que parezca ser quien es? —dijo apretando los dientes.

La miré, escondiéndose en aquel cuerpo adolescente. No me atreví a recordarle que podría decir lo mismo de ella.

—Al menos… —continué—, creo que Kevin está vivo. —Pensé que darle buenas noticias sobre su nieto la tranquilizaría.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque el Viejo va a dejar que los suscriptores hagan algo más que alquilar: van a poder comprar los cuerpos. Mi suposición es que ya han estado probándolo.

Eso explicaría las desapariciones de adolescentes, sin signos de lucha, sin cuerpos.

Un destello de esperanza danzó en sus ojos. Después, frunció el ceño.

—No sabes nada. ¿Cómo puedo confiar en nada de lo que me digas? Llevas las joyas de Helena, conduces su coche. ¿Acaso no tienes vergüenza?

—Quiero ayudarla.

—No puedes ayudar a una mujer muerta. No puedes ayudar a nadie. —Dio media vuelta y se alejó.

—Lauren. —No se volvió—. ¡¿O es Reece?! —grité.

Siguió andando.

Me quedé allí de pie, temblando. Había pensado que me ayudaría; era la amiga de Helena. Era la única con quien podía hablar de los adolescentes desaparecidos.

El guardia me miró fijamente. Puso la mano sobre su arma y empezó a andar hacia mí. Había sido una invitada de la propietaria, Lauren, en este parque privado, y ahora que se había ido, no había razón —o permiso— para que me quedara.

Me encaminé a la puerta. La abrí y salí de prisa, dejando que diera un portazo tras de mí. Justo cuando estaba a punto de entrar en el coche, miré al otro lado de la calle y reconocí a alguien.

Michael.

Capítulo 21

Corrí por la calle, sorteando los coches y las bicicletas, agitando ambas manos, pero no me vio.

—¡Michael! —grité, persiguiéndolo mientras se alejaba—. ¡Michael, espera! —Corrí tras él y lo cogí por detrás—. Soy yo.

Se dio la vuelta. Ver su cara me animó. No me había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos aquel pelo rubio, aquellos ojos tan dulces. Sonrió, y me derretí.

—¡Vaya! Estás genial —dije, tocando su chaqueta, que parecía cara.

—Tú también. —Me miró de arriba abajo, desnudándome con los ojos—. ¿Cómo te llamas?

La voz era de Michael, pero las palabras no. Contemplé su rostro perfecto, su boca, su nariz. Sin pecas o lunares, sin marcas de peleas callejeras. Sólo una piel sin tacha y ropas caras.

Un escalofrío corrió por mis venas.

Éste no era Michael. Era un arrendatario.

Algún ender había alquilado su cuerpo. No había esperado, tal como me había prometido. Había pasado por ello antes de que yo acabara.

—¿Quién eres? —pregunté, temblando.

—Bueno, soy un chaval de dieciséis años. ¿Te gusta lo que ves? —Levantó los brazos y dio una vuelta completa—. Muy mono, ¿eh?

Mi respiración empezó a acelerarse. No podía controlarla. Agarré su elegante chaqueta con mis puños.

—Eh, tranquila —protestó—. Es auténtica alpaca rusa.

—Como si es de Marte. ¿Cuánto hace que estás en este cuerpo?

—No sé de qué estás hablando.

Lo atraje hacia mí de un tirón, con fuerza, lo que hizo que le costara respirar.

—Si vas a mentir, hazlo con tu propia boca arrugada. ¿Cuánto?

—Ahora mismo —respondió con voz ronca—. Acabo de salir de Plenitud.

Lo solté. No podía arriesgarme a llamar mucho la atención. Algunos enders ya estaban volviendo la cabeza.

Se alisó la chaqueta.

—He pagado mucho por este cuerpo —dijo en voz baja—, así que eso lo hace mío.

El guardia del parque, al otro lado de la calle, nos miraba a través de la puerta.

—Será mejor que lo cuides bien —dije.

—¿Qué pasa? ¿Conoces a este tipo? —Señaló su cuerpo alquilado—. Cariño, voy a pasármelo muy bien con él. ¿Por qué crees que he hecho esto? Voy a hacer toda clase de locuras. Nada me va a detener. —Se rió a carcajadas.

Estaba respirando tan aceleradamente que temí que me saliera fuego de la nariz.

Eso sólo hizo que aquella sabandija sonriera. Quienquiera que fuera.

—Eres realmente dulce. ¿Eres su novia? —preguntó—. Entonces quizá consiga un extra con este cuerpo, ¿eh? —Me pasó el brazo alrededor de los hombros y lo aparté bruscamente.

—No me toques —lo amenacé—. Porque no quiero herir ese cuerpo.

Unos enders pasaron y se nos quedaron mirando. Después, aquel asqueroso hizo algo que nunca habría imaginado. Se acercó, sacó la lengua y me lamió la mejilla desde la mandíbula hasta el ojo. Lo aparté de un fuerte empujón y me limpié la baba con el dorso de la mano.

—¡Para! —grité, apretando los dientes. Quería golpearlo con todas mis fuerzas.

Pero era el cuerpo de Michael.

—Bueno, ha sido divertido tener esta pequeña reunión y todo eso, pero tengo que irme —declaró—. Hay tantas cosas excitantes, tanta vida ahí fuera, esperándome… —Guiñó un ojo, retrocedió y después se dio la vuelta para irse a toda prisa. El guardia aún estaba mirándome desde el otro lado de la calle.

Había encontrado a Michael, pero no lo había encontrado a él en absoluto. El amigo con el que siempre podía contar, el tipo considerado y sensible, no estaba ahí.

Algún ender baboso e ignorante, de quizá doscientos años de edad, cuyo cuerpo real debía de oler a queso enmohecido, estaba ocupando la piel de Michael.

Alquilando a Michael.

Pero no había dicho «alquilado». Había dicho «es mío». ¿Y si había comprado a Michael? ¿Era acaso uno de los primeros permanentes oficiales?

No. Por favor, no.

Miré calle abajo pero ya no pude verlo. Corrí, impulsándome con los brazos.

Cuando llegué a la esquina miré a un lado y a otro del cruce. ¿Era su chaqueta marrón lo que veía a la izquierda? Abrí el bolso y serpenteé entre la multitud de enders que paseaban. Había deslizado la mano derecha en el bolso y agarrado la pistola. Cuando lo alcancé, apreté la pistola contra su espalda, tapándola con mi cuerpo para que nadie más pudiera verla.

—Quieto —le susurré al oído. Lo cogí del brazo para asegurarme de que me obedecía. Él me habló por encima del hombro:

—Por favor, no me hagas daño. Te daré mi cartera. —Estaba hablando demasiado alto. Hice que se diera la vuelta y vi una cara llena de marcas de acné que estaba al borde de las lágrimas. Era un starter normal y corriente.

—Lo siento —me disculpé, y lo solté.

Se quedó allí, inmóvil, en estado de
shock
.

—Corre —le dije, y me obedeció.

Di media vuelta, examinando los rostros de la multitud que abarrotaba la acera, pero fue inútil. Había perdido a Michael. Había tenido una oportunidad preciosa para protegerlo cuando su cuerpo abandonó el banco de cuerpos. Pero había dejado que se me escapara.

Quería llorar, pero todo lo que hice fue jadear aterrorizada.

Esto era peor que no haberlo encontrado jamás.

Me quedé plantada, aturdida, mientras un mar de enders de cabezas plateadas circulaban a mi alrededor.

¿Cuál era el camino de vuelta a mi coche? Me había desorientado. Lo último que quería era estar tan cerca del banco de cuerpos. Me costó un segundo volver a situarme y entonces me dirigí hacia el norte. Delante, entre la multitud de enders, tres jóvenes rostros familiares se dirigían hacia mí.

Briona, Lee y Raj, cargados con brillantes bolsas de tiendas de ropa.

—¡Callie! —Briona me saludó con la mano. Iban vestidos a la última moda, desde sus gafas de sol hasta sus puntiagudas botas de marca.

—Briona —la saludé, tratando de sonar normal—. Qué coincidencia.

—Nada de coincidencia —repuso Raj—. Todo el mundo sabe que el mejor sitio para comprar es Beverly Hills.

Briona ofreció una deslumbrante sonrisa a Raj.

—Nos hemos dejado caer por Plenitud —anunció—. Para preguntar por los nuevos servicios.

—Nos dimos cuenta de que estabas por aquí porque tu número de móvil apareció en los nuestros. —Lee me mostró su móvil.

—Mi teléfono no está encendido —repliqué.

—Hum. Sí que lo está —repuso Lee.

Abrí el bolso, colocándolo de modo que no pudieran ver la pistola. Mi viejo móvil estaba iluminado.

—¿Cómo se ha encendido? Estoy segura de haberlo apagado.

—Lo habrás encendido al rebuscar por el bolso. Pasa constantemente —sugirió Briona.

Lo apagué otra vez.

—¿He visto dos teléfonos en tu bolso? —curioseó Raj.

—Sí, uno es mío. —Cerré el bolso—. El otro es de la donante.

—Bueno, vamos a sentarnos —propuso Briona. Antes de que pudiera protestar, me cogió del codo y me arrastró hasta una mesa cercana que estaba en la terraza de un pequeño café. Éramos los únicos clientes.

—Raj, entra y tráenos algunos cafés con leche —dijo, y éste obedeció.

—No puedo quedarme —me excusé.

—Sólo un minuto. —Lee se sentó al otro lado, demasiado cerca de mí. Hubo un intercambio de miradas nerviosas alrededor de la mesa. ¿Qué estaba pasando?

Briona tamborileó con sus uñas en la mesa. Lee la miró fijamente y ella dejó de hacerlo.

—¿Has oído el anuncio? —Briona se inclinó hacia delante—. ¿De Plenitud?

—Sí. ¿Qué te parece? —pregunté.

—No puedo esperar a ser permanente —dijo Lee—. Dejar de ir de aquí para allá, establecerse, concentrarse en construir una nueva vida.

—¿Has puesto el ojo en algo especial? —preguntó Briona.

—No —repliqué—. ¿Y tú?

—Me he fijado en una rubita de dieciséis años, muy mona —afirmó Briona—. Podría tener un empleo mucho mejor usando su cuerpo del que ella podría conseguir jamás. Soy mucho más lista. —Apoyó el mentón en la mano.

Lee movía las piernas nerviosamente, arriba y abajo. Me recordó a alguien. Traté de hacer memoria.

—Es como ese dicho antiguo «La juventud se desperdicia en los jóvenes» —dijo—. ¿Qué hay de ti, Callie, vas a hacerte permanente? ¿Con este cuerpo o con otro?

—¿Le pasa algo malo a éste? —quise saber.

—Nada que yo vea —repuso, y siguió balanceando las piernas.

—Volverse permanente suena aterrador —objeté.

—Supongo que si no estás satisfecha, te dejarán cambiar —especuló.

—Pero entonces ¿qué le pasa al cuerpo del donante? —preguntó Briona—. Quiero decir, no puedes exactamente dejar que esa rubita vuelva a la vida tres meses después. Estaría en plan: ¿Qué ha pasado…?

—A lo mejor no se daría cuenta —repuse.

—Tan pronto como mirara el calendario y viera que han pasado meses en vez de días —apuntó Lee—, lo sabría.

—La ventaja de alquilar es que puedes probar cosas nuevas —comentó Briona—. Si tuviera un cuerpo permanente, no me atrevería a hacer nada peligroso, como boxear, por ejemplo. Pero con un cuerpo de alquiler, no pasa nada.

—A excepción del pedazo de multa que te cae —replicó Lee.

—Para eso está el seguro de alquiler —dijo Briona, y le guiñó un ojo.

—Pero la permanencia es un chollo —insistió él—. Ahorras mucho más que alquilando.

Estos enders me estaban volviendo loca. ¿Cómo podían hablar sobre nosotros de esta manera? Éramos simple vehículos de su placer, de sus estúpidas fantasías. Si moríamos, ¿qué más daba?; estaba cubierto por el seguro.

Guardaron silencio. Las piernas de Lee seguían balanceándose, arriba y abajo, y Briona tamborileaba con sus largas uñas sobre la mesa. ¿Dónde había visto estos hábitos antes?

Lee me pilló observando las manos de Briona. Las miradas nerviosas centellearon como lásers. Acerqué el bolso a mi cuerpo.

Un escalofrío me invadió. Sabía quiénes eran. No eran unos enders al azar.

Un todoterreno se paró en la acera, con Raj al volante. Ésta era la razón de toda esta cháchara. Estaban esperando el coche.

—Supongo que cogeremos café para llevar. —Briona se puso de pie.

Lee también se levantó y pasó su brazo alrededor del mío.

—¿Estás lista, Callie?

—No. —Me solté de un tirón y abrí el bolso.

—Ven con nosotros. —Briona se acercó.

—Creo que no, Doris. —Saqué la pistola y la apoyé en su costado.

—Ten cuidado —me advirtió Lee en voz baja—. No cometas ninguna estupidez.

—¿Qué te preocupa? No es tu cuerpo, Tinnenbaum —repliqué.

Raj, en el todoterreno, nos miraba. No podía ver la pistola y aún seguía fingiendo que todo estaba bien. Alzó un vaso de papel lleno de café a modo de invitación.

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