La corriente de aire que se encontró era tan fría que la hizo tiritar. Se detuvo, oyó cerrarse la puerta tras de sí. El portal estaba decorado con cuadros sobre parques de los años cuarenta, probablemente procedían del año de construcción del edificio.
Daniella vivía en el segundo derecha. Annika tomó el ascensor. Nadie abrió la puerta. Miró su reloj de pulsera, las tres y diez, seguramente Daniella estaba en el parque con Skruttis.
Suspiró. Hasta el momento, el día no había dado mucho de sí. Miró a su alrededor en el rellano al que daban muchas puertas, los apartamentos debían de ser muy pequeños. Los nombres en los buzones estaban escritos con letras amarillentas de plástico. Se acercó y estudió el más próximo. «Svensson», leyó. No tuvo que pensarlo demasiado. Ya que estaba allí aprovecharía para escuchar la opinión de otros vecinos.
La pequeña hendidura que se abrió en casa de Svensson dejó escapar una ráfaga de hedor corporal, Annika retrocedió. Por la puerta entreabierta vislumbró una figura informe de mujer con un vestido de poliéster lila y turquesa. Ojos miopes, pelo canoso enmarañado y fijado con abundante laca. Sostenía en brazos un perrito regordete, Annika no pudo determinar su raza.
—Disculpe que la moleste —dijo Annika—, soy del periódicoKvällspressen.
—Nosotros no hemos hecho nada —replicó la señora. Miró asustada a Annika desde la abertura.
—No, claro que no —respondió Annika con educación—. Sólo llamaba para saber cómo han reaccionado ustedes al conocer el crimen que se ha cometido justo aquí al lado.
La señora entornó la puerta aún más.
—No sé nada —dijo.
Annika comenzó a arrepentirse, quizá no fuera una buena idea visitar las casas de los vecinos.
—Puede que no se haya enterado, una mujer joven ha sido asesinada en el parque vecino —continuó tranquilamente—. La policía quizá estuvo aquí y...
—Vinieron ayer.
—Bueno, entonces a lo mejor le preguntaron...
—¡No fueJesper!—exclamó la mujer inesperadamente.
Annika dejó caer el cuaderno y dio dos involuntarios pasos atrás.
—¡No se lo pude impedir! ¡Y no creo que el ministro tuviera nada que ver con esto!
La mujer dio un portazo que retumbó en toda la casa. Annika, asombrada, miró fijamente la puerta. Dios mío, ¿qué había pasado?
Se abrió levemente una puerta al fondo del rellano.
—¿Qué pasa aquí fuera? —preguntó una irritada voz de hombre mayor.
Annika recogió su cuaderno y bajó las escaleras. Al salir a la calle dobló apresuradamente a la derecha sin mirar hacia el parque.
—¡Gracias por cuidar de los gatos!
Anne Snapphane había regresado y estaba sentada en su silla con los pies sobre la mesa.
—¿Qué tal por Gotland? —preguntó Annika y dejó caer su bolso al suelo.
—Hacía tanto calor como en un horno, como un gran fuego en una sauna. Ahora ya está bajo control. ¿Y tú qué coño has hecho?
—¿Qué? —dijo Annika haciéndose la sueca.
—¡Tienes un buen corte en la ceja!
La mano de Annika voló hacia la ceja izquierda.
—Ah, eso —respondió—. Esta mañana me di un golpe con el armario del cuarto de baño. Adivina dónde he estado.
—¿En casa de la asesinada?
Annika esbozó una gran sonrisa y se sentó.
—Ya decía yo —dijo Anne.
—¿Has almorzado?
Se dirigieron a la cafetería.
—Bueno, ¿cómo era? —interrogó Anne Snapphane curiosa y se llevó una buena cucharada de pasta a la boca. Annika reflexionó.
—Me gusta Patricia, su compañera de piso. Es inmigrante o hija de inmigrantes. De algún lugar de Sudamérica, creo. Un poco loca, cree en la astrología.
—¿Cómo era Josefin?
Annika dejó el tenedor.
—No lo sé —respondió—. No consigo figurármela. Patricia dice que era muy inteligente y el rector que era una rubia estúpida. Charlotta, su compañera de clase, parecía no saber nada de ella. Quería ser periodista y ayudar a los niños desprotegidos, pero al mismo tiempo trabajaba como bailarina destriptease.
—¿Bailarina destriptease?—dijo Anne Snapphane.
—Su novio tiene una especie de club de alterne: Studio Sex.
—Ése es un programa de radio. La estrella de P3.
Annika asintió.
—Sí. A Joachim, el novio, al parecer le pareció divertido. Studio Sex es un nombre pretencioso.
—Si su intención era irritar a las estrellas de la radio, esto le confiere cierta inteligencia —señaló Anne Snapphane.
Annika sonrió y tomó una buena cucharada.
—Cuéntame más cosas, ¿cómo era la casa?
Annika masticó y pensó.
—Espartana —relató—. No estaba amueblada. Los colchones puestos directamente en el suelo. Como si no se hubiera mudado de verdad.
—¿Cómo consiguió un apartamento en Dalagatan?
—Mamá Barbro lo compró en el mercado negro. El teléfono está a nombre de la madre.
Anne Snapphane se recostó en el respaldo de la silla.
—¿Por qué la mataron?
Annika se encogió de hombros.
—No lo sé.
—¿Qué dice la poli?
—Aún no les he llamado.
Cada una se compró su Loka y regresaron a la redacción. Spiken hablaba por teléfono, no había nadie más.
—¿Qué haces hoy? —preguntó Annika.
—Hay otros pequeños incendios forestales por todo el reino. Yo los apago, personalmente.
Annika se rió.
Encendió su ordenador e introdujo un disquete. Escribió rápidamente las anotaciones de su conversación con Patricia, las archivó y borró el documento del ordenador, después guardó el disquete en el cajón inferior de su mesa.
Entonces sonó el teléfono de Annika, la señal indicaba que era una llamada interna.
—Tienes visita —anunció Tore Brand.
—¿Quién es? —preguntó Annika.
Tore Brand desapareció del auricular y ella le oía refunfuñar a lo lejos.
—¡Oiga, espere! No puede entrar así...
Pasos que regresaban al teléfono.
—Oye, ya sube. No creo que haya ningún problema. Es un hombre.
La irritación de Annika creció. Tore Brand estaba allí para impedir estas cosas. ¡Viejo de mierda!
—¿Qué quería?
—Quería discutir contigo algo del periódico de hoy. Tenemos que ser abiertos con los lectores —dijo Tore Brand.
En ese mismo instante Annika divisó al hombre con el rabillo del ojo. Venía corriendo hacia ella, sus ojos brillaban. Annika acabó la conversación. Siguió al hombre con la mirada, todo el camino a lo largo de la redacción hasta el borde de su mesa.
—¿Tú eres Annika Bengtzon? —preguntó sofocado.
Annika asintió.
El hombre tomó fuerza y dejó caer desde arriba un ejemplar delKvällspressendel día sobre la mesa de Annika.
—¿Por qué no llamaste? —espetó, la voz se rompió a causa de un espasmo que le llegó desde el diafragma.
Annika miró al hombre de hito en hito, no tenía ni idea de quién era.
—¿Por qué no nos contaste lo que ibas a escribir? Su madre no sabía que había muerto de esa manera. Ni que algo la había mordisqueado, ¡Dios mío!
El hombre volvió la cabeza y se sentó sobre su mesa, se llevó las manos al rostro y lloró. Annika cogió el periódico que había tirado delante de ella. Era el artículo que hablaba de cómo se encontraba Josefin cuando la hallaron, su grito sin palabras y el pecho amoratado, la fotografía de la pierna desnuda entre el verdor. Annika cerró los ojos y se pasó la mano por el pelo.
No puede ser cierto, pensó. Dios mío, ¿qué he hecho? Sintió que la vergüenza crecía como una marea cálida sobre su rostro, la bañaba con olas calientes, el suelo comenzaba a moverse. ¡Dios mío!, ¿qué había hecho?
—Lo siento —dijo ella—. Yo no quería molestarles...
—¿Molestarnos? —gritó el hombre—. ¿Crees que uno está menos molesto de esta manera? ¿Pensabas que no veríamos la mierda que escribiste? ¿Esperabas que nosotros también nos muriésemos y nunca viéramos esto? ¿Eh?
Annika estaba a punto de romper a llorar. El hombre agresivo tenía la nariz completamente colorada, la boca repleta de saliva. Ahora la gente a su alrededor se percataba de lo que ocurría. Spiken se había vuelto hacia ella. Foto-Pelle alargó el cuello e intentó escrutar.
—Lo siento muchísimo —dijo ella.
De pronto, apareció Berit como por arte de magia. Sin pronunciar una palabra le pasó al hombre un brazo por encima del hombro y se lo llevó a la cafetería. Él la siguió sin protestar, temblando de llanto.
Annika cogió su bolso y se apresuró a ir hacia la salida trasera. Respiraba atropelladamente y tuvo que esforzarse para caminar con normalidad.
—¿Adónde vas, Bengtzon? —gritó Spiken.
—A la calle —respondió con un grito agudo.
Corrió hacia la puerta. Bajó dos pisos y se sentó en el suelo del rellano cerca del archivo.
Soy una persona ruín, pensó. Nunca podré superar esto.
Permaneció sentada un tiempo, luego abandonó el edificio por la entrada de la imprenta y se fue a comprar un helado.
Caminó lentamente hacia el lago junto a Mariebergspark. Escuchó el alboroto de los niños al otro lado de la playa de Smedsudd. Se sentó en un banco y se tomó el helado, tiró el envoltorio del cono en una papelera rebosante junto al sendero.
Así es la vida, pensó. Una oye sonidos, siente el aire y el calor, fracasa y se avergüenza. En esto consiste vivir. Vivir y aprender.
No volveré a dudar cuando tenga que realizar una llamada o ponerme en contacto con alguien. Nunca más me avergonzaré de mi trabajo o de mis palabras.
Continuó lentamente por la ribera hacia la playa. A continuación caminó cuesta arriba, a lo largo de Fyrverkarbacken, y regresó al periódico.
—Tienes que avisar cuando salgas —dijo Tore Brand con tono enfadado en la recepción.
Ella no tuvo fuerzas para responder, subió en el ascensor y rezó una silenciosa oración deseando que el pastor enfurecido hubiera desaparecido. Así fue. Observó que los demás también. Spiken y Jansson estaban en una reunión, los maquetadores aún no habían llegado, Berit había salido a alguna parte.
Se sentó pesadamente en su silla. Hoy no había conseguido hacer nada que valiera la pena. Lo único que le quedaba pendiente era llamar a la policía.
El portavoz de prensa dijo que la investigación proseguía. La brigada criminal no respondía.
En el centro coordinador de emergencias no había sucedido en todo el día nada que tuviera que ver con el asesinato.
Dudó, pero a pesar de todo se decidió a llamar al jefe de la investigación. No importaba si se enfadaba.
Fue Q quien le respondió en el número de urgencias de la criminal. El pulso se le aceleró.
—Hola, soy Annika Bengtzon del periódico...
—Lo sé.
Ligero suspiro.
—¿Nunca paras de trabajar? —preguntó ella.
—Al parecer tú tampoco.
El tono era frío y cortante.
—Tengo un par de preguntas...
—Si hablara con todos los periodistas, no tendría tiempo para resolver ningún asesinato. Enfadado, irritado.
—No hace falta que hables con todos, vale con que hables conmigo.
Parecía cansado.
Annika pensó en silencio durante algunos segundos.
—Estamos perdiendo el tiempo —dijo—. Sería mucho mejor si respondieras a mis preguntas.
—Lo mejor sería colgar.
—¿Entonces por qué no lo haces?
Él respiró en silencio en el auricular, como si pensara lo mismo.
—¿Qué quieres saber? —preguntó quedo.
—¿Qué habéis hecho hoy?
—Rutina. Interrogatorios.
—¿Patricia? ¿Joachim? ¿Los otros del club? ¿Quizá algún cliente? ¿Los padres? ¿El hermano gemelo? ¿La gente de la casa vecina? ¿La señora gorda con el perro? ¿Quién es Jesper? ¿Y quién es el ministro?
Annika percibió su asombro a través del teléfono.
—Has hecho tus deberes —dijo él.
—No —respondió ella—,researchnormal.
—Hemos encontrado su ropa —anunció él.
Annika sintió que se le erizaba el vello de los brazos. Esto no era aún oficial. Le estaba dando una exclusiva.
—¿Dónde?
—En el crematorio municipal de Högdalen.
—¿En el vertedero?
—No, en un compresor junto a una gran cantidad de desperdicios. La tuvieron que tirar en alguna papelera de Kungsholmen. Las papeleras se vacían cada día en un camión de una empresa de Estocolmo y la basura se prensa junto a todo lo demás que se encuentra en la calle. Imagínate.
—¿La podéis utilizar como prueba?
—Hasta el momento, los técnicos han encontrado entre las fibras del tejido restos de un televisor, relleno de sofá, residuos de cascara de plátanos y excrementos de un pañal de bebé.
Él suspiró.
—¿Así que el descubrimiento no vale nada? —señaló Annika.
—Por lo menos de momento.
—¿Estaba rota?
—Hecha añicos. A causa del compresor.
—En tal caso, ¿todas las huellas dactilares, pelos, desgarrones y cosas por el estilo que podrían indicar algo están destruidos?
—Lo has entendido perfectamente.
—¿Puedo escribir esto?
—¿Te parece que aporta algo?
Ella recapacitó.
—El asesino la tuvo que tirar allí. Alguien pudo verlo.
—¿Dónde? ¿Cuánta gente crees que tira basura cada día en las papeleras de Kungsholmen?
Ella pensó en los envoltorios de helados de la papelera junto al lago.
—Más o menos... ¿todo el mundo?
—¡Correcto! Y ni siquiera hace falta que haya sido el asesino. La ropa la pudo encontrar un amigo del orden que quiso limpiar el suelo.
Ella esperó en silencio.
—Por lo menos indica que vosotros, la policía, hacéis algo —replicó ella.
Él se rió.
—Vaya, no está mal —dijo él.
—Quizá no sea necesario relatar exactamente el mal estado en que se encontraba la ropa —añadió Annika—. El asesino no necesita saber eso.
Q rió, pero no respondió.
—¿Y los interrogatorios?
Q se volvió a cerrar.
—No puedo decir nada de eso. Continúan.
—¿Con las personas que nombré antes?
—Estas son sólo el comienzo.
—¿Y la autopsia? ¿Ha dado algo?
—Se lleva a cabo en horario de oficina, es decir, comenzará mañana.
—¿Qué clase de sitio es Studio Sex?
—Date una vuelta por ahí y verás.
—¿De qué ministro hablaba la anciana, lo sabéis?
—¡Suerte que todavía tienes algo que descubrir! —dijo él—. Adiós.