Sueño del Fevre (30 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

BOOK: Sueño del Fevre
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Abner Marsh soltó el aire estruendosamente, casi sin haberse dado cuenta de que lo había contenido.

—No hace falta que me diga más —contestó.

—¿Satisfecho? —preguntó York.

—Casi. Otra cosa.

Una cerilla rascó contra el cuero y, de repente, una trémula llamita se encendió en la mano semicerrada de York. La aplicó a una lámpara de aceite, la llama alcanzó la mecha y una luz amarillenta y mortecina llenó el camarote.

—¿Mejor así, Abner? ¿Más equilibrado? Una sociedad precisa un poco de luz, ¿no cree? Así podemos mirarnos a los ojos.—dijo Joshua, apagando la cerilla, con un movimiento de la mano.

Abner Marsh intentó contener unas lágrimas; después de tanto tiempo a oscuras, aquel minimo de luz parecia terriblemente brillante. En cambio, la sala parecia ahora más grande, una vez desaparecidos el terror y la sofocante proximidad de las tinieblas. Joshua York observaba a Marsh con calma. Tenía la cara cubierta de pedazos de piel seca y muerta. Al sonreir, uno de ellos se desprendió y cayó al suelo. Tenía los labios aún hinchados y parecia tener los ojos negros, pero las quemaduras y ampollas habían desaparecido ya. El cambio era asombroso.

—¿Cuál es pues esa segunda cosa, Abner?

Marsh le tomó la palabra a York y le miró fijamente a los ojos.

—No voy a cargar yo solo con esto —dijo—. Se lo voy a contar a...

—¡No! —intervino Valerie, desde su posición al lado de Joshua—. Uno ya es suficiente. No podemos dejar que lo vaya contando. Nos matarán.

—Diablos, señora, no pensaba poner un anuncio en el
True Delta
...

Joshua tamborileó los dedos y observó a Marsh, pensativo.

—¿Qué pensaba usted, entonces?

—Pensaba en una o dos personas —dijo Marsh—. No soy el único que sospecha, ¿sabe? Y también podria ser que necesitara usted más ayuda de la que yo pueda prestarle. Sólo hablaré con gente en la que puedo confiar. Hairy Mike es uno. Y el señor Jeffers, es un tipo muy listo y ya se ha hecho preguntas sobre usted. El resto no necesitaba saberlo. El señor Albright es demasiado remilgado y creyente para entrar en el secreto y si se le cuenta al señor Framm, dentro de una semana lo sabrá todo el rio. En cuanto a Whitey Blake, puede estallar en pedazos toda la cubierta superior sin que lo advierta, siempre que no les pase nada a sus motores. Pero Jeffers y Hairy Mike deben saberlo; son buena gente y quizá los necesite.

—¿Necesitarles? ¿Cómo es eso, Abner?

—¿Qué sucederá si a alguno de los suyos no le gusta esta bebida?

La sonrisa de Joshua York se desvaneció de repente. Se levantó, cruzó el camarote y se sirvió una copa: whisky, solo. Al regresar, todavia estaba ceñudo.

—No sé —dijo—. Tengo que pensarlo. Si de verdad se puede confiar en ellos... Tengo algunos presentimientos respecto al viaje de mañana.

Por una vez, Valerie no musitó la esperada protesta. Marsh la observó y vio que sus labios estaban firmemente apretados y que en sus ojos había lo que podía considerarse como un asomo de miedo.

—¿Qué sucede? —dijo Marsh—. Los dos parecen un poco... extraños.

Valerie volvió la cabeza.

—Él —dijo—. Le pedi que volviera rio arriba, capitán Marsh. Se lo volvería a pedir si supiera que alguno de los dos iba a hacerme caso. Él está ahí abajo, en Cypress Landing.

—¿Quién? —preguntó Marsh, confundido.

—Un maestro de sangre —contestó Joshua—. Comprenda, Abner, que no todos los de mi raza piensan como yo. Incluso entre mis seguidores, Simon es leal, Smith y Brown son pasivos, pero Katherine... Desde el primer momento he notado en ella resentimiento. Creo que en su interior hay una sombra, algo que prefiere las viejas costumbres, que añora algo que ha perdido y que se impacienta bajo mi dominio. Obedece sólo porque debe hacerlo. Yo soy el maestro de sangre, pero a ella no le gusta. Y los demás, todos esos que hemos tomado a bordo... No estoy seguro de ellos. Excepto Valerie y Jean Ardant, los demás no me inspiran confianza. ¿Recuerda sus advertencias respecto a Raymond Ortega? Comparto con usted sus presentimientos. Valerie no le importa nada, así que se equivocaba usted al pensar que el motivo eran los celos, pero por lo demás tenía razón. Para traer a bordo a Raymond en Natchez, tuve que conquistarle, como conquisté a Simon hace tanto tiempo en los Cárpatos. Con Cara de Gruy y Vincent Thibaut, la lucha fue la misma. Ahora me siguen porque tienen que hacerlo. Así es mi gente. Sin embargo, me pregunto si algunos de ellos, por lo menos, no están a la espera, aguardando a ver qué sucede cuando el
Sueño del Fevre
llegue a la ensenada y me enfrente cara a cara con el que es amo de todos ellos.

»Valerie me ha hablado mucho de él. Él es viejo, Abner. Más viejo que Simon o Katherine, más que cualquiera de nosotros. Su propia edad me trastorna. Ahora se hace llamar Damon Julian, pero antes su nombre era Giles Lamont, el mismo Giles Lamont a quien había servido durante treinta futiles años aquel desgraciado mulato. Según me han dicho, ahora tiene otro siervo humano.

—Sour Billy Tipton —dijo Valerie con odio en la voz.

—Valerie tiene miedo de ese Julian —dijo Joshua York—. Los otros también hablan de él con temor, pero a veces también con cierta lealtad. Como maestro de sangre, se cuida de ellos. Les ofrece refugio, riqueza y festines. Se alimenta de esclavos. No me extraña que decidiera establecerse aquí...

—Déjale, Joshua —intervino Valerie otra vez—. Por favor. Hazlo por mi, si no tienes otra razón. Damon no te dará la bienvenida, ni apreciará la libertad que le llevas.

Joshua se volvió hacia ella con gesto de disgusto y voz airada.

—Todavía tiene con él a otros de nuestro pueblo. ¿Quieres que les abandone? No. Y tú puedes equivocarte respecto a Damon Julian. Ha estado preso de la sed roja durante incontables siglos, y yo puedo calmarle esa sed.

Valerie cruzó los brazos. Había un resplandor de furia en sus ojos.

—¿Y si no quiere ser calmado? Tú no lo conoces, Joshua.

—Es educado, inteligente, culto y amante de la belleza —dijo York, sin ceder un ápice—. Ya sé bastante.

—También es fuerte.

—Igual que Simon, y Raymond, y Cara. Y ahora me siguen.

—Damon es distinto —insistió Valerie—. No se les parece en nada.

Joshua hizo un gesto de impaciencia.

—No importa. Lo controlaré.

Abner Marsh les había observado discutir en meditabundo silencio, pero ahora intervino.

—Joshua tiene razón —le dijo a Valerie—. Diablos, yo le he mirado a los ojos un par de veces y casi me rompe los huesos la primera vez que le di la mano. Además, ¿qué era eso que le llamaban? ¿El rey?

—Sí —asintió Valerie—. El rey pálido.

—Bien, si él es el rey pálido, está claro que ha de vencer, ¿no?

Valerie pasó la mirada de Marsh a York, y nuevamente a Marsh. Se estremeció.

—Ninguno de los dos le ha visto —dudó un instante, se echó hacia atrás el cabello con una mano pálida y delgada y se puso frente a Marsh—. Quizá me equivocaba con usted, capitán Marsh. Yo no tengo la fuerza de Joshua, ni su confianza. Yo he sido dominada por la sed roja durante medio siglo, y los humanos eran mis presas. Una no se puede fiar de sus presas, ni hacerse amiga suya. Imposible. Por eso le instaba a Joshua a que le matara. No se pueden borrar de un plumazo las precauciones de toda una vida, ¿comprende?

Abner Marsh asintió, con cautela.

—Aún no estoy segura —continuó Valerie—, pero Joshua nos ha enseñado muchas cosas nuevas y quisiera poder admitir que es usted digno de confianza. Quizá sí. Pero tanto si tengo razón respecto a usted como si no —añadió, cambiando de tono y con furia—, no me equivoco acerca de Damon Julian.

Abner frunció el ceño sin saber qué decir. Joshua adelantó el brazo y tomó entre las suyas la mano de Valerie.

—Creo que te equivocas al tener tanto miedo. Sin embargo, en tu honor, me moveré con toda precaución. Abner, haga lo que le parezca. Hable si quiere con el señor Jeffers y el señor Dunne. Su ayuda será valiosa si Valerie tiene razón. Escoja los hombres para una guardia especial y deje a los demás en tierra. Cuando el
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entre en el embarcadero, quiero que sólo lo tripulen los mejores y de más confianza, y los minimos necesarios para gobernarlo. No quiero fanáticos religiosos, ni nadie que se atemorice fácilmente, ni propensos a las imprudencias.

—Hairy Mike y yo haremos la selección —dijo Marsh.

—Quiero reunirme con Julian en mi barco, en el momento más adecuado para mi, con usted y sus mejores hombres respaldándome. Tenga cuidado con lo que les cuenta a Jeffers y a Dunne. Tiene que hacerse correctamente —volvió la vista a Valerie—. ¿Satisfecha?

—No —replicó ella. Joshua sonrió.

—No puedo hacer más —dijo, y volvió la mirada hacia Marsh—. Abner, me alegro de que no sea usted enemigo mío. Ahora estoy cerca, tengo mis sueños al alcance de la mano. Al vencer la sed roja obtuve mi primer gran triunfo. Quisiera pensar que aquí, esta noche, usted y yo hemos conseguido el segundo, el inicio de la amistad y la confianza entre nuestras dos razas. El
Sueño del Fevre
navegará por el filo de la navaja entre la noche y el dia, borrando el espectro del viejo temor donde quiera que vaya. Conseguiremos grandes cosas juntos, amigo mío.

Marsh no hizo mucho caso de las floridas palabras, pero el apasionamiento de Joshua le conmovió y por ello le dedicó una leve sonrisa.

—Queda mucho trabajo que hacer antes de que consigamos cualquier maldita cosa —dijo, asiendo el bastón y levantándose—. Me voy, pues.

—Bien —contestó Joshua, sonriente—. Yo descansaré y volveremos a vernos al anochecer. Asegúrese de que el barco está listo para zarpar. Liquidaremos este asunto lo antes posible.

—Lo tendré preparado —asintió Marsh, despidiéndose.

Fuera, se había hecho de día.

Debían ser poco más de las nueve, pensó Abner mientras parpadeaba, cegado por la luz ante la puerta del camarote que Joshua ya había cerrado tras él. La mañana era sombría, cálida y mugrienta, con una pesada capa de niebla grisácea que ocultaba el sol. El humo y el hollín de los vapores del río quedaba suspendido en el aire. Marsh pensó que iba a haber tormenta, y la perspectiva le resultó descorazonadora. De repente, se dio cuenta de lo poco que había dormido y se sintió tremendamente cansado, pero había tanto que hacer que no se atrevió siquiera a pensar en una siesta.

Bajó al salón principal con la esperanza de que el desayuno le repondría las energías. Se tomó un litro de café solo mientras Toby le preparaba unos pastelillos de carne y buñuelos, acompañado de unos barquillos. Mientras comía entró en el salón Jonathon Jeffers. Al ver al capitán, Jeffers se acercó a su mesa.

—Siéntese y tome algo —dijo Marsh—. Quisiera hablar largo y tendido con usted, señor Jeffers. Pero no aquí. Mejor aguarde a que haya terminado y después iremos a mi camarote.

—Bien —dijo distraidamente Jeffers—. ¿Dónde se había metido, capitán? Llevó horas buscándole. No estaba en su camarote...

—Joshua y yo hemos tenido una larga charla —contestó Marsh—. ¿Qué...?

—Hay un hombre que quiere verle —le interrumpió Jeffers—. Vino a bordo en mitad de la noche, e insistió mucho.

—No me gusta que me dejen esperando, como si fuera un don nadie —dijo el desconocido.

Marsh no había visto siquiera entrar al individuo. Sin pedirle permiso a nadie, tomó una silla y se sentó a la mesa. Era un tipo repugnante y ojeroso, con el rostro marcado por las huellas de la viruela. Un pelo ralo y débil, castaño oscuro, le caía por la frente a mechones. Tenía un rostro enfermizo y los mechones de cabello y la piel cubiertos de copos blancos, escamosos, como si hubiera estado sometido a una nevada especial. En cambio, llevaba un traje negro muy caro y una pechera blanca con puntillas, y un camafeo.

Abner Marsh hizo caso omiso de su aspecto, de su tono de voz, de sus labios apretados y de sus fríos ojos.

—¿Quién diablos es usted? —preguntó con un gruñido—. Más vale que me dé una buena razón para haber interrumpido mi desayuno, o haré que lo echen por la maldita borda.

Simplemente con decirlo, Marsh ya se sintió mejor. Siempre había creído que no merecía la pena ser capitán de un vapor si de vez en cuando no podía enviar al infierno a alguien.

La agria expresión del extraño cambió apreciablemente, pero sus ojos se fijaron en Marsh con una especie de torcida intención.

—Voy a tomar un pasaje en esta balsa de lujo.

—Váyase al infierno —replicó Marsh.

—¿Quiere que llame a Hairy Mike para que se ocupe de este rufián? —se ofreció Jeffers en tono helado.

El individuo observó al sobrecargo con una leve irritación. Volvió la mirada a Marsh.

—Capitán Marsh, anoche vine a traerle una invitación, para usted y su socio. Pensé que uno de los dos, al menos, estaría despierto por la noche. Bueno, ya es de día, así que tendrá que ser para la próxima noche. Una cena en el St. Louis, aproximadamente una hora después de la puesta de sol, usted y el capitán York.

—No sé quién es usted ni qué pretende —contestó Marsh—. Puede estar seguro de que no cenaré con usted. Además, el
Sueño del Fevre
zarpa esta noche.

—Lo sé, y también a dónde se dirige.

—¿Qué dice? —preguntó Marsh, frunciendo el ceño.

—Usted no conoce a los negros, claro está. Cuando un negro se entera de algo, al poco rato lo saben todos los negros de la ciudad. Y yo también tengo buen oído. Seguro que no le hace gracia llevar este vapor suyo a ese embarcadero a donde tiene que ir. Sin duda, rozará el fondo o romperá el casco. Encallará. Pues bien, yo puedo ahorrarle todos esos problemas. Sepa que el hombre que andan buscando está ahí en la ciudad, aguardándoles. Así pues, cuando caigan las sombras, irá a decírselo a su amo, ¿me oye? Dígale que Damon Julian le espera en el hotel St. Louis. El señor Julian accede a conocerle.

CAPÍTULO DIECISÉIS
Nueva Orleans, agosto de 1857

Sour Billy Tipton regresó aquella tarde al hotel St. Louis con bastante temor. A Julian no le gustaría el mensaje que le llevaba del
Sueño del Fevre
, y su amo era impredecible y peligroso cuando se sentía disgustado.

En el vestíbulo en sombras de la lujosa suite, sólo había encendida una pequeña vela, cuya llama se reflejaba en los ojos negros de Julian, que estaba sentado en un cómodo sillón de terciopelo junto a la ventana saboreando un
sazerrac
. La sala estaba en silencio. Sour Billy notó el peso de las miradas puestas en él. La cerradura hizo un débil snick como un disparo tras él.

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