Read Taibhse (Aparición) Online
Authors: Carolina Lozano
Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico
—Así que tú llevaste el diario y eliminaste todo el contenido que pudiera llamar la atención sobre ti. Y le hiciste eso de llevarlo al otro lado, de forma que ya nadie lo puede ver..., excepto yo, claro. Pero como tienes una obsesión por los libros, no pudiste tirarlo y lo trajiste a la biblioteca. ¡Dios mío! Si incluso lo guardas en la sección de biografías.
Me alzo de hombros, pues tiene razón aunque yo no me había parado a pensarlo.
—¿Y cómo murió? —me pregunta Liadan.
—La hallé en la boca de las escaleras de caracol de la torre norte. Hice lo posible para atraer al viejo conserje hasta allí, pero era demasiado tarde. Se había roto el cuello.
—¡Entonces es cierto lo que cuenta James! Alguien, esa chica, se cayó por las escaleras de caracol y se mató.
—O se tiró por ellas.
—Ah —comenta Liadan, y no me gusta su expresión.
—Ahí está la cuestión, Liadan —le digo con vehemencia—. Esa chica murió aquí, y sin embargo no pervivió. No está aquí, murió sin mas.
—Pero si me matases tú, he leído...
—No voy a hacerlo, Liadan —le contesto—. Podría perderte del todo.
—No, claro. Es mejor dejar que me lleven a un psiquiátrico o simplemente que cuando ya no pueda más mire a la maldita puerca psicópata a la cara. Prefiero morir a vivir así, Alar. Pero no te preocupes, lo haré lejos de aquí.
Se levanta e intenta alejarse, pero la detengo.
—O me sueltas o grito —me amenaza.
Quizás a ella le dé igual lo que piensen, pero a mí no. Siento ganas de llorar o gritar pero la suelto, antes de que atraiga al conserje hasta aquí.
¿Qué pensaría el hombre?
Se aleja por la biblioteca, donde ya hay unos cuantos alumnos que observan a Liadan con curiosidad. No es ya un secreto que su comportamiento es del todo irregular.
No sé qué hacer. Por un lado desearía quedármela para siempre, cumplir su voluntad y arriesgar su existencia si así puedo estar con ella. Pero por otro, sólo de pensar que pueda morir del todo me aterra. Antes prefiero que siga con su vida, encontrar un novio, acabar sus estudios, encontrar trabajo, casarse, tener hijos, envejecer y luego sí, morir. Quizás al menos así me vendría a ver de vez en cuando, o al menos yo podría tener esa esperanza.
Me asomo a la ventana del archivo y miro en dirección al bosque, a mi hogar de muerto y de vivo. Entonces una mancha oscura llama mi atención y desvío la mirada hacia el lago. Es Liadan. Por un momento siento miedo, pues creo que va a lanzarse al gélido lago. Pero no, lo que hace es sentarse en la hierba, aovillarse y contemplar el agua. La dejo allí, quizás eso es lo que necesita, un poco de paz y tranquilidad para pensar.
Mientras tanto voy a buscar a Aithne para preguntarle si ya tiene el trabajo. Paseo por la biblioteca pero como no la veo, me dirijo a las aulas de estudio. Tampoco está allí. Me doy una vuelta por todo el castillo, extrañado de que no haya llegado aún, hasta que llego al vestíbulo. La conversación que mantiene James por teléfono me hace detenerme.
—Sí, señor, como le digo —está diciendo—. La señorita McWyatt puede decir lo que quiera, pero eso es lo que yo he visto... ¿Oiga? ¿Profesor McEnzie?
Puede insistir todo lo que quiera, pero no va a seguir hablando porque he impedido la línea. Es lo bueno de los teléfonos móviles, que podemos alterar su señal igual que la de la radio. Antes de que tenga tiempo de utilizar el teléfono fijo, voy a arrancar el cable. No sé qué está pasando, pero estoy seguro de que tiene que ver con Liadan.
Y no voy a permitir que me la quiten, porque es mía. No, no voy a dejar que me la quiten y mucho menos si no puedo decirle antes que la amo, que ella es mi existencia.
Salgo al patio a buscar a Liadan, con la intención de decirle que la amo, y que cuando se vaya me moriré otra vez, pero no puedo arriesgarme a perderla si aún puede tener unos años más de vida. Atraeremos a la mara hasta aquí, y la mataré.
Y le diré...
Me encuentro su teléfono destrozado en el suelo. Ella no sigue en el lago.
—¡Liadan! —grito con todas mis fuerzas.
Pero no me contesta. Por si acaso me lanzo al fondo del lago a buscarla, rezando a todos los dioses por no encontrarla allí.
E
s casi media tarde. Empieza a oscurecer, como tantas otras noches de invierno. Y estoy sumamente intranquilo. Vigilo el fondo del parque, fumando mi enésimo cigarro mientras espero a que pase algo. Porque igual que cuando esperas en una trinchera, cuando notas que va a iniciarse la guerra porque lo sientes en el aire estancado y lo hueles en el barro que engulle tus pies, sé que algo va a suceder.
Al cabo de un rato veo a lo lejos, desde el muro en que estoy apoyado, a los amigos de Liadan. El chico y la chica rubios, los que la acompañan siempre. Pero es extraño, no deberían estar dirigiéndose al instituto a esta hora, en todo caso deberían estar volviendo de él. Caminan rápido, tensos, así que decido acercarme a ellos para tratar de averiguar algo.
—Si esos sanitarios cogen a Liadan, la llevarán al hospital sin dejarle dar una explicación —está diciendo la chica, prosiguiendo una discusión.
—¿No hueles a sangre? —dice el chico, como el otro día que pasó por aquí con Lia.
La chica no le responde. Mira al suelo, pero de pronto desvía la mirada hacia el fondo del parque, hacia donde suelo pasearme. Entonces mira al chico.
—Se llamaba Caitlin —le dice mientras avanzan por la hierba cubierta de escarcha.
—¿Qué? —responde él, mientras yo me quedo helado.
—La chica que te agarró el tobillo en el lago —le explica la chica, sin duda relatándole la historia que le ha contado Liadan—. La que trató de hundirte. Se llamaba Caitlin, se ahogó en 1785. No te lo imaginaste, Keir.
El chico sigue caminando lentamente, pero al final se detiene y mira a la chica. Sus ojos se clavan en los de ella, tan parecidos, intentando comprender.
—Aithne, por el amor de Dios. ¿Pero de qué me estás hablando?
—De que no estás loco, de que yo no lo estuve y de que Liadan tampoco lo está. Alar es tu fantasma de la biblioteca, y Liadan puede verlo. A él y a Caitlin. Y al...
—Aithne, por favor.
Pero no le deja interrumpirla, y llegados a este punto yo también quiero que siga.
—Igual que al soldado, aquí en el Bruntsfield Park, al que ni tú ni yo nunca conseguimos ver. Liadan los ve a todos ellos. Déjame demostrártelo.
—Aithne, por Dios —murmura el chico al borde de la desesperación—. Tú también no. Si estás intentando endosarme la absurda excusa ésa del trabajo de historia...
—¡Déjame demostrártelo! —Insiste, cogiéndose de su brazo—. Si cuando lleguemos al instituto no consigo probarte que Alar existe, haz luego lo que quieras.
—Está bien —acepta completamente escéptico.
Me pregunto qué puedo hacer. ¿Cuánta gente más va a conocer nuestro secreto? ¿Se ha vuelto loca del todo Liadan, o realmente piensa que puede confiar en ellos?
—Pero tienes que hacer una cosa —le dice la chica mirándolo fijamente—. Júrame que veas lo que veas, guardarás el secreto.
—Lo juro —dice el chico, mirando a su alrededor—. Huele a sangre —repite.
Desde luego, chico. Y más va a oler si no sabes guardar el secreto, me prometo.
—Suerte —digo antes de que se vaya, y por un momento juraría que ella me ha oído.
Estamos ya demasiado lejos de la Noche de Brujas como para poder acercarme hasta el castillo, así que no tengo más remedio que esperar aquí. Pero saco el teléfono para avisar a Alar. Debe estar preparado para estos dos. Más vale que se revele a ellos, porque no sé qué será de Liadan y de la rubia si el chico no las cree. Me llevo el aparato al oído pero no oigo nada, salvo un murmullo molesto en un viento huracanado. Me giro sabiendo lo que voy a ver. La mara avanza por el parque, con una sonrisa siniestra en el rostro pálido y enjuto.
Está de caza, y reconozco su expresión: está segura de que va a cobrarse su presa.
E
sta noche estoy alterada en cuanto aparezco en mi lago. Me encuentro a Alastair acuclillado frente a mí, con su mirada verde y desesperada fija en mis ojos.
—No has percibido a Liadan por ahí abajo, ¿verdad? —me pregunta enseguida, con tensión mal contenida.
—¿A Liadan? —me horrorizo. Lo pienso durante un momento, el lago y yo casi somos uno solo—. No, no está aquí. Ni su cuerpo.
—Bien, ya he bajado yo, pero quería asegurarme.
—¿Qué está pasando, Alastair? —le pregunto aterrada.
Desvía la vista al suelo antes de mirarme de nuevo.
—Las cosas se han descontrolado un poco, Caitlin. Jonathan me ha llamado, la mara viene hacia aquí ahora que ya ha oscurecido. Y no es la única, lamentablemente.
Antes de que pueda seguir hablando, unos gritos procedentes del castillo lo interrumpen. Alguien está llamándolo a gritos, aunque no es la voz de Liadan. Le miro con temor, no entiendo nada. «Aithne», murmura Alastair, y se yergue para volver al castillo.
—Caitlin, si ves a Liadan... —me grita mientras corre—, no hagas nada de lo que te pida. Y no la dejes hacer ninguna locura.
—Vale —musito.
Aunque me dan ganas de llorar, pues tampoco sabría cómo impedirlo.
Me dedico a dar vueltas por la orilla del lago muy nerviosa, sin saber qué hacer. Por la hora que es, los alumnos deben de estar abandonando el castillo para volver a sus casas y hay cada vez menos luces en las ventanas. Pero Alastair todavía no ha vuelto para decirme qué pasa. Eso me da miedo, porque temo que le suceda algo a él también. Dios, ¿quién estaría gritando su nombre? ¿Y por qué?
Me giro al escuchar un sonido por detrás de mí, en el puente. Alguien ha hecho crujir una rama, al pisarla.
—¡Liadan! —exclamo asombrada.
Es ella, no hay duda. Aunque está muy desmejorada. Ha adelgazado desde la última vez que la vi y me atrevería a decir que tiene más cara de muerta que yo misma.
—Hola, Caitlin —me sonríe cuando llega a mi lado, aunque con total ausencia de alegría.
—¿Dónde has estado? Te están buscando.
—En el cementerio de Alar, no podía permitir que me encontraran todavía. No sin despedirme. Dile a Jonathan que siento no haber podido encontrar a Jeanine. Sigue viva pero creo que no vive aquí. Así que dile que no se preocupe.
No soy capaz de decir palabra alguna, estoy aterrada. Se girar a mirarme y esta vez su sonrisa es más auténtica, aunque tiene un deje de melancolía.
—Me alegro mucho de haberte conocido, eres una amiga. Si no nos volvemos a ver...
Se acerca y me abraza, teniendo cuidado de posar sus manos sobre mi superficie etérea.
—¿Qué vas a hacer? —le pregunto, pero ella ya se ha dado la vuelta y se aleja—. ¡Alastair! ¡Alastair! —grito tan fuerte como puedo.
Pero Liadan sigue alejándose, y yo me quedo atrás sin poder hacer nada.
¿L
o ve? —le digo al profesor McEnzie mostrándole el trabajo de historia.
Se titula
Los mitos como origen de la historia: un caso experimental
. En él se supone que Liadan y yo tratamos de demostrar qué fácil es hacer real un hecho ficticio. En nuestro caso, utilizando el mito del fantasma de la biblioteca para hacer creer a la gente que existe de verdad. El trabajo redactado por Alar es impecable, y el falso experimento ha ido mejor de lo que hubiésemos podido creer. Mis compañeros ya hablan del fantasma como si existiese, aunque hayamos hecho trampa. Alar se ha manifestado en estos últimos días más de lo que lo ha hecho nunca. Aunque eso el señor McEnzie nunca lo sabrá. Él no estaba nunca presente cuando la temperatura bajaba de repente, ni cuando las luces parpadeaban sin motivo o parecía sentirse una presencia tras la nuca de uno. Para él sólo son imaginaciones de los alumnos.