Read Taibhse (Aparición) Online
Authors: Carolina Lozano
Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico
—¿Y eso qué es? —Me preguntó Liadan frunciendo el ceño—. ¿Una especie de castigo?
Me alcé de hombros, pues muchas veces me lo he preguntado yo también. ¿Qué le hemos hecho al mundo para merecer esa tortura? Pero lo peor es que creo que ni siquiera es voluntad de nadie, sino simple física. Como la electricidad que queda en un lugar tras la caída de un rayo. Antes de que tuviera tiempo de abandonarme a mis sombríos pensamientos, sentí la frialdad de la mano de Liadan sobre mi brazo. Sus labios y sus ojos me sonreían con calidez, y entonces las causas dejaron de importar, porque había encontrado un remedio a mi extraño purgatorio.
Los días pasan y la biblioteca es nuestro hogar. Siempre había sido el mío, pero tengo la sensación de que también Liadan se siente más en casa aquí que en ningún otro sitio. Ninguna tarde falta, salvo la de Navidad, pero al día siguiente viene decidida a explicarme todo lo que ha hecho. No me dice que me ha echado de menos, pero lo sé. Soy amargamente consciente de que le habría gustado que le acompañara, que fuera un joven normal que se pudiera llevar a las fiestas familiares. O al menos poder hablarles de mí.
Me sorprende cuando me dice que el hermoso tocado de flores que lleva en la mano es para Caitlin. Bajamos juntos al lago, mientras me pregunto qué pretende hacer porque Liadan sabe que Caitlin jamás podrá tocarlo. Sujeto a Liadan para que no resbale sobre la hierba llena de escarcha, y nos sonreímos antes de girarnos a mirar la luminosidad que desprende Caitlin en la oscura tarde invernal.
—Hola, Caitlin —la saluda Liadan. Se abrazan, o lo simulan, sin que a Liadan le importe que Caitlin le humedezca la ropa—. Sé que Alar jamás llegó a celebrar una Navidad, ni a saber qué era eso siquiera —se burla de mí, aunque sé que le encanta que yo pertenezca a mi lejana época—. Pero a ti te he traído un regalo.
Le enseña la diadema de flores, que Caitlin observa con un anhelo casi atormentado. Antes de que Caitlin le tenga que señalar, con un profundo dolor para sí misma, que no puede hacerlo suyo, Liadan se encamina resuelta hasta la orilla del lago y lo deja en su fría superficie. Las flores flotan cerca de nosotros, brillando a la luz del sol poniente. Caitlin se mete en el lago y se hunde en él, de forma que puede poner la cabeza bajo el círculo de flores. Casi parece que lo lleva puesto, y mira a Liadan a través del agua con una expresión de profunda dicha en su rostro de ahogada.
Su sonrisa es tan radiante como la que Liadan me dirige a mí cuando se gira, y que yo le devuelvo con sincera gratitud. Nos cogemos de la mano mientras observamos cómo Caitlin hace que su regalo se mueva por el agua. Casi tiene la sensación de que lo está sujetando. Por un segundo, como si la diosa galesa Cerridwen me hubiese iluminado con un instante de claridad, sé que deberé recordar este momento para siempre.
Porque los tres sentimos ahora una verdadera y genuina felicidad, y sé que no va a durar siempre. Quizás sólo unos días más. Posiblemente los que tarden en reanudarse las clases en el instituto, y vuelvan los que sin saberlo son nuestros enemigos.
H
oy es el último domingo que vamos a poder estar juntos y solos aquí. Pero esta tarde, antes de que mañana llegue Aithne y se enfrente a la verdad, antes de que mis compañeros y las clases me devuelvan al mundo real, sigue siendo nuestra. Esta vez ni siquiera simulo que voy a intentar estudiar. Tampoco enciendo las luces. Tan pronto como llego dejo la mochila junto a la mesa del bibliotecario. Me quito el espeso abrigo con rapidez para refugiarme en la calidez del cuerpo de Alar. No puedo evitar que una sonrisa tonta y cursi se dibuje en mis labios cuando siento tus brazos rodear mi espalda con una férrea suavidad, que yo siento tan física como etérea es en realidad.
Nuestros labios se encuentran y los dos sabemos que esta vez, puede que la última que podemos encontrarnos a solas, nos vamos a dejar arrastrar. Antes de darme cuenta Alar me está desabotonando la blusa y yo estoy intentando quitarle la camiseta. Me dejo llevar cuando Alar me hace caminar hacia atrás y me siento en la mesa del bibliotecario cuando me encuentro entre ésta y él. Ya no me avergüenza sentirme desnuda, como tampoco siento extraño su cuerpo sobre el mío. Todo tiene una extraña naturalidad, y apreso sus oscuros cabellos naranjas entre los dedos para acercarle más a mi piel. Entonces es él quien sonríe y yo ya no soy capaz de pensar nada más. Tan sólo puedo concentrarme en él, en sus ojos, en sus murmullos, en sus manos y sus labios recorriendo mi piel con su tacto hecho de energía pero tan real. Tan capaz de regalarme un placer que no había sentido nunca.
Una hora después volvemos a estar sentados alrededor de la mesa del bibliotecario. Él ha retomado sus manuscritos del archivo de la biblioteca y yo trato de estudiar química. Estamos tranquilos, como si nada hubiese pasado, pero nuestras miradas son más cómplices que nunca. Le quiero. Sí, le quiero. Y sé que él me quiere también; no hacen falta más palabras. Aunque también sé que le embarga la tristeza ante la despedida, y él sabe que yo deseo más que nunca quedarme aquí con él y que lo intentaré. El caos late bajo la apariencia de normalidad que nos rodea, pero ahora nos embarga la paz.
De repente se mueve la manija de la puerta de la biblioteca. Ambos damos un respingo. Es domingo, nadie debería estar aquí. Alar reacciona con rapidez, y mueve los archivos para que no parezca que había alguien más que yo observándolos. Miramos fijamente la puerta, inmóviles, hasta que ésta se abre bastante para ver quién ha accionado el picaporte.
—¡Aithne! —exclamó atónita.
Lo primero que se me ocurre pensar es que menos mal que no ha venido una hora antes. Me pongo roja, pero ahora lo que más me preocupa es que me muero de ganas de abrazarla y no me atrevo a hacerlo. Me duele, porque es mi mejor amiga.
—Hola. He ido a tu casa pero me han dicho que estabas aquí —me dice, y sonríe.
Me levanto y acudo a estrecharla entre mis brazos, sin poder aguantarme. Ella me devuelve el gesto con la misma delicada intensidad de siempre, y no puedo evitar que se me salten las lágrimas. Cuando nos separamos, Aith me mira muy seria.
—¿Estás sola?
Tardo unos segundos en darme cuenta de que eso es casi una aceptación de la realidad.
—No.
—¿Dónde..., dónde está? —susurra mirando temerosa a su alrededor.
Señalo la silla que hay frente a la mesa del bibliotecario, de donde Alar no se ha movido. Aithne levanta una mano a modo de tímido saludo.
—Hola, Aithne —dice Alar sin moverse todavía, a la expectativa de la forma en que se desarrolle el asunto.
Ella da un respingo, está claro que sabe que está aquí, pero es incapaz de ubicarlo.
—Yo... —musita asustada—. Yo... le oigo, pero no entiendo lo que dice. Es como un eco.
—Dice que «hola» —le digo a Aith—. Y siente que te asustaras el otro día.
Aithne baja la cabeza, como siempre que no necesita la disculpa que le han ofrecido.
—Dios mío, Lia —me dice—. Me he pasado todas las fiestas tratando de convencerme de que aquello no sucedió de verdad. De que todo es producto de mi mente, como me dijeron...
—Alar, ¿no podrías levantar una moneda o algo? —digo pensando en la película
Ghost
.
—No creo que fuese buena idea. Tu amiga está al borde del colapso —me contesta sin moverse y sin dejar de observarla con sus transparentes ojos verdes—. Creo que siempre ha sabido que estamos aquí, y que es eso lo que sus psiquiatras intentaron reprimir. No va a ser fácil para ella aceptar que la verdad no es la que trataron de imponerle los médicos.
Es verdad. Aithne me mira a mí y a mi interlocutor invisible con ojos de cervatillo asustado. Alar murmura algo que no entiendo y se levanta.
—Dile que quiero saludarla. Que no tenga miedo.
—Alar te va a coger la mano ahora, Aithne. Por favor, no salgas corriendo.
Ella acepta con más valentía de la que siente, y espera. Veo cómo Alar se detiene frente a nosotras, me besa la frente y, con suavidad, coge la mano de Aithne y la alza. Se la acaricia, para tranqulizarla con su cálido contacto, mientras Aithne se mira la mano paralizada. Se le escapa una risa un poco histérica cuando Alar le da unas suaves sacudidas en un apretón que pretende ser formal. Pero está temblando, y no sólo de miedo. La comprendo. Cuando dejas de temer esta loca para aceptar que hay muertos a tu alrededor, empiezas a temer que se tambalee toda tu realidad. Pero sin duda llegará después la fase en que Aithne se enfade con los médicos, por hacerle creer que estaba loca cuando era ella quien conocía la verdad. Que no estamos solos.
—Encantado de conocerte, Aithne. Liadan me ha hablado muy bien de ti —dice Alar, y yo se lo comunico a ella.
—Dios mío. Estás ahí de verdad —dice ella todavía incrédula y asustada, aunque de una forma diferente a como lo estaba antes.
Alar hace parpadear las luces como respuesta, lo que provoca un respingo en Aithne.
—¿Y los vampiros también existen? —pregunta con un hilo de voz.
Alar le responde y yo le hago de transmisora.
—No lo sabe, no sale a menudo —le digo a mi amiga—. Me pregunta que si tú has visto alguno.
Y comprende tan bien como yo que Alar no está bromeando. Nos miramos, las dos pensamos lo mismo. Si existe él, ¿por qué no podría existir cualquier otra cosa? Pero yo espero que no sea así, ya que Alar tiene una explicación física y los vampiros, al menos de momento, no.
—Necesito sentarme —murmura Aithne, y lo hace.
Yo me siento frente a ella, en la mesa del bibliotecario, y Alar se apoya a mi lado. Aithne mira a su alrededor con el miedo y la confusión todavía impresos en su hermoso rostro. Supongo que nunca se cansará de buscarlo pese a que sabe que no lo puede localizar.
—Está apoyado aquí, en la mesa —digo poniendo una mano sobre la pierna de Alar.
—Me gustaría preguntarle algo —dice Aithne mirando al suelo.
—Estará encantado —le aseguro yo.
Entonces Aithne nos explica la historia de su salida del coma, que yo sólo conocía a medias. Cuando despertó, estaba convencida de que durante todos aquellos meses había sido arrancada de su cuerpo, y que no podía volver a él. No era capaz de recordar nada, pero la sensación era angustiante. Estaba convencida de que acababa de regresar a su cuerpo tras haber sido exiliada de él. Además, a veces escuchaba cosas extrañas, como ecos de voces. Los médicos no consiguieron disuadirla, y finalmente necesitó visitar al psiquiatra y tomar pastillas. Hasta que se convenció de que aquello no había sido real, ni lo eran los extraños sonidos, sino el producto de una neurosis resultante del shock provocado por el accidente y el largo estado comatoso.
—Pero ahora... —murmura mirando al suelo, retorciéndose las manos.
—Yo no creo que lo imaginaras —dice Alar, y yo repito su mensaje palabra por palabra—. Alguna Noche de Brujas, buscando a gente perdida, he ido a los hospitales. No es extraño ver a gente que escapa de su cuerpo cuando éste amenaza con desmoronarse. Tú pudiste ser fácilmente uno de ellos. Y si tu cuerpo se mantuvo vivo, tú quedaste anclada a él hasta que de alguna forma conseguiste volver. No sé cómo funcionan estas cosas, Aithne, es un misterio para todos nosotros. Pero no sigas castigándote por una locura a la que jamás has sucumbido. Y fuiste afortunada.
A todo esto yo añado que respecto a lo de escuchar ecos de voces, que puede considerarse una receptora de psicofonías humanas. Así las dos somos un poco raras. Cuando Aithne levanta la mirada tiene los ojos húmedos, pero sonríe.
—Gracias —dice levantándose, mirando hacia donde está Alar—. Gracias, de verdad.
—No es necesario que te vayas —le respondo—. Estaba estudiando.
—Tengo que irme de veras —dice—. Por hoy ha sido suficiente para mí.
Entonces me doy cuenta de que está temblando de una forma casi imperceptible. Sigue asustada. La acompaño hasta la puerta, orgullosa de lo valiente que ha sido y emocionada porque se haya enfrentado a esta situación por mí. Mi preocupación se evapora, porque confío en ella ciegamente.
—¿Sabes, Alar? Si me concentro casi entiendo lo que dices cuando hablas —sonríe valerosa—. Nos vemos mañana —me asegura, y trata de mirarnos a ambos—. Adiós.
Las luces parpadean en respuesta y Aithne siente prisa por marcharse. Pero yo me siento simplemente aliviada, casi feliz. Porque sabía que Aithne no iba a fallarme. Y sé que Alar la respeta en cuanto lo miro. Me lanzo a sus brazos para abrazarle, sintiéndome un poco más confiada en que todo pueda salir bien.
Es increíble cómo había estado guardándome la tensión en mi interior. En ese momento, aunque los exámenes finales están cerca y llevan a un cambio en mi vida, sé lo que es la felicidad. Aithne, que es la persona más importante para mí, comparte mi secreto, y sigue asustada pero está contenta de que me sienta realizada. Son pocas veces las que me pregunta cosas sobre los fantasmas, creo que prefiere no saber nada. Desde que me preguntó cómo podía yo tocar a Alar cuando quisiera y le respondí que si Alar no tocaba a los demás era sólo porque no quería, no le gustó la respuesta y tuvo suficiente. Le asusta la idea de que cualquier ser al que oiga pueda entrar en contacto físico con ella. De todas formas, yo le aseguro que no estamos rodeados de fantasmas ni mucho menos, que la mayoría de los ruidos son simplemente ruidos y que puede seguir viviendo tranquila.