Taibhse (Aparición) (19 page)

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Authors: Carolina Lozano

Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico

BOOK: Taibhse (Aparición)
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—¡Qué injusto, a lo mejor no quería a ese otro hombre! —exclama Liadan, pues ahora las mujeres tienen unos derechos que antes ni se hubiesen podido imaginar.

—Seguramente a ella ni siquiera se le ocurrió pensar eso —le explico—. Simplemente tenía que casarse con quien le dijeran. Era lo normal, y nadie lo discutía. La sumisión de la mujer sólo empezó a sentarme mal cuando ocurrió la triste desgracia de Caitlin. Hasta entonces ni siquiera me lo había planteado. Pero ella lo pasaba tan mal cuando aquel hombre venía a acosarla..., y sus padres simplemente pasaban su angustia por alto. Eso me irritaba sobremanera, pues Caitlin era muy dulce... No mereció morir así, asustada e incomprendida.

—Preséntamela —me ataja Liadan—. Quiero conocer a tu novia. Hablas tan bien de ella que estoy segura de que es una persona estupenda.

—No. Y no es mi novia. Necesito dejar eso tan claro como me complace el hecho de que Liadan parece haberse deshecho de una tensa desazón que la había invadido de pronto.

—Ah —comenta con neutralidad.

Pasan unos segundos, en que nos miramos sin delatar nuestros pensamientos.

—Preséntamela. Vamos, por favor —insiste con una voz dulce que me estremece.

La veo parpadear mientras me mira implorante, con expectación. Como si fuera un amigo cualquiera al que desea pedirle algo, y en ese momento sé que me ha cogido más confianza que a cualquier vivo, a excepción de su amiga Aithne. Me siento bien por ello, pese a saber que no debería. Así que me centro en el problema que estamos tratando.

Quizás no sea tan mala idea presentarlas, medito, pues al menos contentaré a su espíritu curioso de una forma controlada. Porque Liadan es capaz de escaparse al lago si no la llevo yo. Y, además, ahora Caitlin también me insiste enq ue le lleve a la viva, prometiéndome que no va a hacerle daño. En verdad Caitlin ha empezado a sentir envidia de que yo pueda hablar con alguien, y no la culpo; creo que ellas se llevarían bien.

—Está bien —me rindo—. No, hoy no —añado al ver que Liadan se levanta presurosa—. Déjame preparar a Caitlin. Nos veremos mañana frente al lago al atardecer, pero asegúrate de que no te ve nadie.

Al día siguiente estoy nevioso. Caitlin se ha puesto muy contenta al saber que Liadan va a venir a verla, pero yo no me siento del todo seguro. Caitlin es una criatura inestable, que controla poco sus accesos siniestros, y nunca se puede saber cómo va a reaccionar. Cuando llega el atardecer y veo a Liadan acercarse a lo lejos, una figura vestida de oscuro con el cabello naranja pálido brillando con los últimos rayos del sol, me interpongo un poco entre ambas. Me he asegurado de que Caitlin se ha alejado del lago cuanto ha podido para evitar que tenga malas intenciones, pero aun así me siento alterado.

—Caitlin...

—Tranquilo, Alastair, no voy a hacerle nada a tu chica —me dice.

Esa declaración me turba, proque Caitlin parece haber aceptado mis sentimientos por Liadan antes que yo. Y Liadan no es del todo ajena a mi turbación, porque aunque sigue sonriendo ha ralentizado el paso a medida que se acerca a nosotros. Tiene una sangre fría admirable, hubiese sido una buena guerrera pese a ser mujer. Se detiene ante mí, tratando de no desviar su mirada curiosa a la figura que está detrás de mi cuerpo.

—Hola, Alar —me saluda contenta.

—Hola —le respondo, suspiro y me hago a un lado—. Liadan, te presento a Caitlin. Caitlin, ésta es Liadan.

No hay duda de que Liadan está viendo a Caitlin, porque la mira fijamente a los ojos. Caitlin está nerviosa, y no puede evitar que su rostro se ensombrezca un poco mientras trata de alisarse el vestido mojado, pues ella jamás ha tratado con un vivo, al menos no con uno que presintiera de alguna forma su presencia. Y su instinto innato, como el de todos nosotros, es el de atacar para defenderse. Por suerte, la necesidad de tratar con otra mujer de nuevo puede más que su ánimo malsano.

—Hola, Caitlin —rompe el hielo Liadan—. Encantada de conocerte.

Le alarga la mano, pero Caitlin se la traspasa y Liadan casi no se mueve un ápice cuando la eterna humedad de Caitlin queda sobre su piel. Mi amiga se entristece, pero Liadan no la deja caer en la amargura, mostrando una sonrisa amable y despreocupada. Por los dioses nuevos y antiguos, cualquiera diría que tiene un don para tratar con los míos.

—Tu vestido es precioso —le dice a Caitlin, tranquila y sincera—. Eres muy guapa.

—¿De veras? —Se emociona Caitlin; pues no es más que una niña de quince años—. Muchas gracias. Tú también... —se le apaga la voz mientras la mira de arriba abajo—. Aunque estarías mucho más guapa con un traje de encaje y no vestida como un hombre.

Liadan se toma con humor el hecho de que Caitlin no haya estado al tanto de los cambios de la moda. Se ríe, separándose los faldones del largo abrigo para que Caitlin la vea bien. Caitlin se une a sus risas y yo me relajo, y ni siquiera me pongo nervioso cuando ambas se sientan al borde del lago para que Liadan le explique a Caitlin cuál es exactamente su aspecto. Caitlin sí vio su imagen en los espejos que adornaban el castillo cuando vivía, pero echa de menos que alguien le diga lo hermosa que es. Porque era muy hermosa, una delicada doncella de recio abolengo, y su beldad era su mayor fortuna.

Liadan debe de se consciente de ello, y le relata punto por punto las singularidades de su hermosa fisonomía, sin mencionar en ningún momento la humedad que impregna los cabellos lacios de Caitlin, las arrugas de su vestido empapado y embarrado y las bolsas oscuras de su pálido rostro ahogado.

Y me siento orgulloso de Liadan, como si fuera un tesoro de mi propiedad. Tal como Caitlin ha dicho es mi chica. Mía, y de nadie...

Ambas jóvenes me miran cuando sienten la turbulencia fría del viento que emerge de mí. Pero sólo Caitlin adivina lo que pasa por mi mente, lo sé por cómo frunce el ceño mientras Liadan me mira contenta e inocente, sin comprender nada.

Capítulo 18
Liadan

E
s curioso cómo siento que nunca había sido tan feliz. Siempre tuve la sensación de que no acababa de congeniar con la gente, pero no me pasa lo mismo con los muertos, curiosamente. Especialmente siento que con Alar me compenetro como no lo he hecho nunca con nadie, salvo con Aith quizás. Aunque es diferente, pues soy consciente de que Alar es un chico. No es un amigo más, de ésos de los que no te importa el género. Hay algo más. Y los días se me pasan con una rapidez asombrosa, inmersa en esta rutina caótica.

Convencí a Aithne de que debíamos hacer el trabajo de historia sobre lo que hay de cierto en los mitos históricos de Edimburgo. Es fácil cuando tienes a mano una fuente de información directa. Nunca me canso de escuchar a Alar hablar sobre su vida, sobre los cambios que ha vivido la tierra a su alrededor. Me asombra la capacidad con que se ha adaptado a los avances de ese mundo en que habita sin vivirlo. Y le respeto por ello, pues otros muchos simplemente se ha adaptado a los avances de ese mundo en que habita sin vivirlo. Y le respeto por ello, pues otros muchos simplemente se han limitado a vagar, que es más fácil. Ahora incluso a veces me acompaña a clase, y me cuesta mucho no mirarle ni dirigirme a él. Pero me gusta tener su presencia a mi lado, tan física para mí como inexistente para los que me rodean. ¿Y oírle explicarme cosas que no saben los profesores? Aunque no sé por qué no me habla cuando Aithne está presente. Supongo que es para no desviar mi atención cuando estoy con ella, porque últimamente a veces parece nerviosa pese a que trate de ocultarlo.

Y Caitlin, aunque quedó anclada en su siglo y no entiende el mundo moderno, se ha convertido en una buena amiga también. Es extraña, y a veces me da miedo, pero en el fondo, lejos de su carácter obsesivo de muerta, tiene buen corazón. Alar permite ya que me reúna a solas con ella en ocasiones, dos chicas hablando de sus cosas. Aunque casi puedo sentir su mirada fija desde la ventana de la bilbioteca. Cuando me giro para comprobar si está ahí, me siento como la protagonista de una película de miedo: Alar es una figura que luce etérea y con el rostro hundido en sombras, desde una ventana vacía y oscura. Pero me gusta saber que está cerca, y me siento extrañamente protegida.

Con Annie me pasa lo mismo que con Caitlin. Lo paso bien con ella, y sé que estoy siendo generosa, pero los momentos de la despedida siempre son traumáticos. Y lo entiendo, es una niña y no le gusta quedarse sola, pero en el Mary King's Close empiezan a preguntarse si realmente puedo sacar tanta información del callejón y si es normal que las luces y la temperatura varíen tanto justo en el momento de irnos. También soy consciente de que empiezo a destacar mucho en la esquina de Candlemaker Row, y los vecinos deben de preguntarse por qué siempre se me desatan los cordones justo frente a la estatua de Bobby. Me estoy convirtiendo en una actriz asombrosa, pues más de una vez he tenido que explicarle al conserje por qué hablo sola o a mis compañeros por qué miro siempre a mi alrededor como si buscara a alguien. Pero estoy contenta. Incluso Malcom me ve más feliz y se alegra. Ni se le pasaría por la cabeza que ya casi nunca leo en la biblioteca. ¿Para qué? Alar es un bardo y un libro de historia a un tiempo. Teniéndolo a él los libros sobran.

Por la única que lo siento es por Aithne. Me conoce, y se da cuenta de que estoy cambiada. Y está tan nerviosa últimamente, a veces juraría que ella siente a Alar de alguna forma. Más de una vez me ha preguntado si estoy enamorada, y aunque yo lo niego en rotundo empieza a tener ganas de conocer a Alar. Sé que algún día me costará mantenerla alejada de la biblioteca. Incluso he visto que algunas veces me mira frunciendo el ceño, como si considerara raras algunas de las cosas que me pasan por la cabeza. Pobre Aithne, es tan buena. Lo mismo que Keir. Aunque ahora, cuando vamos a verle tocar, ya no fantaseo tanto con él. Mis caballeros salvadores, los que Aithne y yo inventamos cuando no tenemos nada que hacer, tienen ya siempre los cabellos naranja oscuro y los ojos increíblemente verdes, casi transparentes.

Cuando llega diciembre el frío arrecia tanto que cada vez me cuesta más ir a ver a Caitlin. Ojalá pudiera entrar ella en el castillo, donde la calefacción lo mantiene todo calentito, pero prefiero que no note que me muero de frío. Sería descortés. A veces me doy cuenta de hasta qué punto me envidia, cómo anhela tener una vida, pues no deja de preguntar por la mía. Debe de ser duro tener conciencia pero estar aislado del mundo y anclado a una pequeña masa de agua en el jardín de un castillo. Por eso lo visito siempre que puedo, mostrándome alegre aunque me congele de frío.

Y aunque me cuido mucho de que Alar se entere, he reanudado mis pesquisas sobre los fantasmas de la ciudad, guía turística en mano. Con el castillo aún no me atrevo y a otros no los he encontrado porque deben de ser patrañas. Por ejemplo, en uno de los callejones que salen de la Royal Mile, he reconocido al viejo zapatero. Pobre hombre, se arrastra por el suelo observando maravillado los zapatos de nativos y turistas, pero ninguno está nunca quieto el tiempo suficiente como para que pueda descubrir los secretos del calzado moderno. Así que yo a veces me detengo, simulando leer o hablar por teléfono, para que pueda observar los míos. Y siempre procuro llevar unos diferentes. Me da un poco de miedo, y aunque sé que no puede tocarme, puesto que es una aparición de las que yo he bautizado como «etéreas», me pone de los nervios sentirlo arrastrarse alrededor de mis piernas. Parece un ser nervioso y no sé cómo podría reaccionar a las atenciones de una viva, así que no le demuestro nunca que sé que está ahí. Y me limito a estar satisfecha ante el hecho de que se emociona increíblemente al observar los zapatos que llevo.

Hoy, doce de diciembre y siguiendo mi particular agenda, he decidido descubrir qué hay de cierto sobre los fantasmas de Greyfriars. Además de ser un cementerio, el Greyfriars fue la tenebrosa prisión de los Covenanters, los religiosos que se sublevaron contra el episcopado. Sin agua y casi sin comida, masificados, muchos murieron allí. Y desde los años noventa, algunos turistas han asegurado haber sentido la presencia de un poltergeist entre la tumbas.

La idea del poltergeist no me gusta. Éstos no son infestaciones como Alar y Caitlin, sino que son entes de naturaleza malévola. O eso dicen los libros. No se manifiestan de forma continua, sino que sólo se hacen perceptibles en estados de furia o desesperación que se activan como respuesta a algún estímulo, y entonces tienen la capacidad de entrar fácilmente en contacto con el mundo vivo.

De todas formas quiero comprobarlo. Es posible que no sea nada más que una leyenda urbana. Qué saben los libros.

Atardece cuando llego al cementerio, y ya casi no hay nadie pese a ser domingo. Me adentro entre los mausoleos y las lápidas, pero no sé qué buscar exactamente. A veces confundo a los vivos con muertos y, aunque nunca los miro a los ojos como me ha advertido Alar, observo a la gente tan fijamente para ver si respira que acaban mirándose ellos mismos por si tienen una mancha en el pecho. Pero esta vez hay algo diferente, lo presiento. Estoy frente a una pared de nichos cuando siento algo a mi alrededor. Como una respiración. Me giro en todas direcciones hasta que creo ver que el aire se mueve a mi izquierda, una porción de gas más densa que el resto. Tampoco Caitlin es del todo sólida, se transparenta igual que Annie, pero esto que estoy viendo es diferente. No creo que sea nada, y me da que estoy empezando a ver cosas donde realmente no hay nada.

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