Read Taibhse (Aparición) Online
Authors: Carolina Lozano
Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico
Pero me equivoco. Han aparecido dos borrones negros en esa masa gaseosa que hay a unos cinco metros de mí. No me gusta, porque destila maldad. Empiezo a retroceder lentamente, pero me doy cuenta demasiado tarde de que lo que debería haber hecho era desviar la vista para simular que no sé que está ahí. «Norma número uno», me digo «jamás los mires directamente, de forma que perciban que los ves como ellos te ven a ti». La cosa empieza a caminar hacia mí, y lo sé porque de pronto están apareciendo unas profundas hendeduras en la hierba.
—Dios —murmuró.
Me va a atacar, lo sé. Me giro y echo a correr hacia la verja del cementerio, aunque está lejos. Detrás de mí oigo sonidos secos, y cuando me giro veo que algo invisible está golpeando con fuerza las lápidas, haciendo saltar esquirlas de roca mientras en la hierba siguen apareciendo profundas fisuras que están cada vez más cerca de mí. Los borrones negros prefiero no mirarlos.
Íntimamente me animo a correr más rápido, pues sé que mi vida está en peligro. Alar no me mentía cuando dijo que él era candoroso comparado con alguno de los otros. Puede estar orgulloso, ahora estoy reaccionando como cualquier persona normal. Sé lo que es el terror de verdad. Y no quiero morir, pero soy consciente de que si esa cosa me alcanza será tan capaz de golpear mi cabeza como está haciendo con las lápidas de piedra.
A lo lejos veo a unos turistas de la tercera edad. Tengo la tentación de correr hacia ellos y pedirles ayuda, pero no podría explicar qué es lo que me persigue ni tampoco sé si esa cosa que me persigue los atacará. Así que me desvío hacia las puertas de más allá, aunque eso me obligue a tentar a la suere un poco más. Soy consciente de que los turistas se giran a mirarme, pues debo de dar una impresión extraña corriendo alocada entre las tumbas como si me persiguiera Lucifer. Pero no me detengo a comprobar si murmuran sobre mi comportamiento, ni a ver si esa cosa ha desviado la atención hacia ellos.
Con la esperanza de que tan sólo me persiga a mí y se disipe cuando desaparezca de su alcance, sigo corriendo calle abajo jurándome que nunca más volveré al Greyfriars.
H
oy Liadan ha vuelto a venir alterada a casa, y estoy angustiada. Hace días que se comporta de una forma extraña. Parece contenta, incluso exaltada, pero se sobresalta por todo y tengo la sensación de que nos oculta cosas a todos. Me preocupa que ese chico, Alar, no sea una buena influencia, que tome drogas o algo parecido y esté tentando a Liadan, así que le he pedido a Keir información sobre él. No estudia su misma carrera, pero seguro que puede averiguar alguna cosa si van a la misma universidad.
Quizás no estoy siendo todo lo buena amiga que debería. Liadan no tiene a mucha gente aquí y yo me paso todas las tardes hablando por teléfono con Brian. No sé lo que sucede en la biblioteca cuando Lia se queda sola allí, con la única compañía de ese universitario desconocido que puede aprovecharse de la insaciable curiosidad de Lia. Pero reconozco que yo tampoco estoy bien, pues mis antiguas alucinaciones vuelven en el instituto y no quiero dejarme llevar por ellas otra vez. No cuando ya estaba bien.
Como siempre, al llegar a casa Liadan me ha preguntado por Brian, pero ahora parece concentrarse mucho más en las anécdotas de mi vida de pareja. Como si quisiera aprender algo de ella. La miro, mientras ella se tumba en mi alfombra para que reanudemos el trabajo de historia. Hoy parece más pensativa y nerviosa que habitualmente, incluso asustada, y su mirada se pierde en el fuego de la chimenea. Como si sus propias ideas la hicieran llegar a conclusiones extrañas. Me recuerda a mí cuando... cuando estuve mal. Al día siguiente, para estar segura de que no soy yo que tengo un brote psicótico de nuevo, les pregunto a algunos compañeros si notan difernte a Liadan. Evan no tarda en comentarme que está así desde que visita la biblioteca ese universitario misterioso. Así que no soy la única que lo he notado.
Liadan vuelve a ser la persona que llega más feliz al instituto. Y me pone nerviosa no entender el porqué. No puedo evitar retorcerme las manos al fijarme en ella, en su comportamiento. Mira a su alrededor constantemente como si buscara a alguien y, a veces, cuando cree que no la miro, la descubro sonriendo al aire, o fijando la mirada en la nada como si allí hubiera algo que sólo ella puede ver.
—Liadan —le digo cogiéndola de la mano al llegr la última clase de la tarde—. ¿Quieres que hoy me quede contigo en la biblioteca? Siento no haberte acompañado nunca todas esas horas que pasas sola.
—¡No! —exclama Liadan, luego sonríe—. Además, no estaré sola. Hoy vendrá Alar también. Últimamente le veo más triste, y me gustaría saber por qué.
—Bueno —acepto, aunque mis nervios van en aumento—. De todas formas, le diré a mi primo que pase a verte un día. Prometió venir a explicarte no sé qué, ¿verdad?
—Ah, sí, pero no te preocupes. Keir puede explicármelo cualquier otro día, no hace falta que pierda el tiempo viniendo hasta aquí.
—Vale.
Le doy un beso de despedida y la veo marchar feliz. Me he quedado sola en el castillo y me doy prisa a salir de aquí. De pronto siento frío. Abajo, en el recibidor, se está mejor. Cuando veo a James en su despachito tengo una idea, creo que hago lo mejor para Liadan.
—Buenas tardes, señorita McWyatt —me dice James saliendo solícito cuando me ve.
—James..., ¿puedo hacerte una pregunta? —El conserje me mira con amabilidad—. ¿Qué opinión le merece ese universitario que viene aquí a estudiar por las tardes? Es que pasa muchas horas con Liadan y...
—Aquí no viene nadie, señorita —me dice—. Le aseguro que la señorita Montblaench está a salvo allí arriba, porque nadie pasa por aquí para ir a la biblioteca.
«Oh, no. Liadan». Me sujeto al mostrador porque de pronto me siento desfallecer. Saco el móvil del bolsillo angustiada, tengo que llamar a Keir.
¿Q
ué te pasa? —me pregunta Liadan en cuanto entra en la biblioteca.
Esperaba esa pregunta, pues sé que últimamente me nota raro, pero no sé qué responderle, ya que soy incapaz de explicarle por qué. ¿Cómo voy a decirle que pronto tendremos que despedirnos si no es consciente de ello? Sin embargo, hoy no es eso lo que me turba, sino que su amiga se está convirtiendo en una complicación, aunque hace ya días que no le insiste para quedarse con ella en la biblioteca; desde la última vez parece que ha renunciado a saber más de mí. Además, mañana se acaban las clases por las fiestas navideñas y tendrá tiempo para olvidarse de cualquier recelo, pero las miradas que le dirige Aithne a Liadan me atribulan y una parte de mí ansía apartarla de en medio para que nada me separe de Liadan.
—Nada —le respondo—. No me pasa nada. ¿Cómo ha ido el día?
Se ríe.
—Lo sabes tan bien como yo —me responde dándome un empujoncito; útlimamente nos tocamos más, y ya casi ni siquiera siento el frío que me transmite su carne física—. Has estado ahí todo el día...
De pronto se abre la puerta de la biblioteca y aparece en ella un joven que me resulta vagamente familiar. Es rubio, alto; se parece mucho a Aithne. Y Liadan se ha dado tal susto y se ha puesto tan pálida y nerviosa como si la hubieran atrapado haciendo algo malo.
—¡Keir! —exclama—. Qué susto me has dado.
El joven mira a su alrededor, fijando los ojos en todos los pasillos.
—¿Estás sola? Me ha parecido oírte hablar con alguien.
Como siempre que hay alguien más, me sitúo al lado del interlocutor de Liadan. De esa forma no pasa nada cuando siente el impulso de mirarme.
—¿Yo? Qué va —dice ella, aunque su nerviosismo desmiente la despreocupación de sus palabras—. Es que leo en voz alta. ¿Qué haces aquí?
—Si te molesto, si va a venir tu amigo ése...
—No, no —dice Liadan rápidamente temiendo haber molestado al joven—. Hoy no creo que venga. Ya vino ayer y me parece que hoy tenía cosas que hacer.
—Ya —responde el tal Keir con cara de no creerse nada.
—Es sólo que me sorprende verte aquí —insiste Liadan sonriendo con sinceridad ahora.
—Te prometí que te explicaría por qué no creo en fantasmas, ¿recuerdas?
—Ah, cierto —dice Liadan y me dirige una mirada veloz. Enseguida pone una expresión de interés que no me gusta y le dice—: Explícamelo.
—Bueno —dice el joven, que adivino será el primo universitario de Aithne, el que estudia Historia. Desvía la mirada a la mesa que hay entre él y Liadan; no parece que esté explicando esto por voluntad propia—. No se lo digas a nadie, ¿vale? Porque es un poco bochornoso. Sucedió en mi último año de instituto, fue un día cuando se acercaban los exámenes. Estaba cansado de estudiar y decidí salir fuera del aula de estudio para relajarme un poco. Me dirigí al lago...
El joven se calla porque las luces han parpadeado, y está mirando a los fluorescentes con el ceño fruncido. Liadan en cambio me mira a mí, porque sabe que he sido yo. Y no puedo evitarlo. Ahora sé por qué me resulta familiar ese joven y no me gusta nada cómo va a continuar esta situación.
—Liadan, por favor —le imploro—. Pídele que no te lo explique.
Ella me mira unos pocos segundos más y luego vuelve a mirar a su interlocutor.
—¿Y qué pasó? —le dice.
—Bueno... ¡Vaya, qué frío hace aquí de pronto! —Murmura el joven—. Pues bajé al lago. Era un día de finales de invierno, y había escarcha en la hierba. Me acerqué hasta el puente. Me detuve a unos pasos del borde del agua porque hacía viento y no quería que las gotas de humedad salpicasen los apuntes que llevaba en la mano. Pero de golpe una hoja salió disparada de mi mano, como si me la hubiesen arrancado, y se acercó al borde del lago. La seguí. Traté de cogerla y lo conseguí justo antes de que cayera al agua, pero entonces el viento, o algo, me empujó de cabeza al lago.
Por la expresión de Liadan adivino que ella está sacando sus propias conclusiones. No deja de mirar fijamente al joven pero noto que está deseando interrogarme con la mirada. Ojalá pudiera hacer algo para evitar que Keir siga hablando. Pero no puedo hacer nada que no le haga recelar más, y sería demasiado tarde, pues Liadan ya sabe suficiente.
—El agua estaba helada —continúa el joven con la mirada perdida, reviviendo el suceso otra vez. Yo también lo recuerdo perfectamente—. El lago es hondo, no sabes cuánto, y la ropa pesada me hacía difícil salir a la superficie. Y entonces —ahora mira a Liadan fijamente—, sentí que algo me agarraba el tobillo. Te lo juro, Liadan, sentí una garra caliente apresarme el tobillo y arrastrarme hacia abajo, al fondo del lago. El agua parecía más densa alrededor de mi pie. De pronto parecía quieta y calmada otra vez, pero yo me fui corriendo de allí porque estaba convencido de que había algo...
Se queda callado, perdido en sus recuerdos, mientras Liadan se limita a seguir mirándolo. Quizás en otra época hubiese reaccionado de forma diferente, pero ahora no sabe qué decir. El joven vuelve a mirarla, y sonríe, en parte avergonzado.
—Bueno, ya está. Por eso creo en fantasmas, aunque es una estupidez. Pero, ¿por qué me lo preguntaste? —dice el joven suspicaz—. ¿Acaso tú has notado cosas extrañas?
—No —miente Liadan con rapidez—. Sigo sin creer. Pero sí puede que sintieras algo. Algo que tenga una explicación física, aunque la desconozcamos. Una corriente.
—Podrías ser, o podría no ser nada. Porque todo estaba en mi cabeza, ¿comprendes, Liadan? —le dice con vehemencia, como si esperara que ella comprendiera la moraleja—. A veces la mente nos juega malas pasadas, nos hace creer cosas que no existen, pero hemos de ser conscientes de ellas. Entonces podemos sobreponernos, como hice yo convenciéndome de que nada me agarró el tobillo aquel día. Como Aithne se sobrepuso de sus alucinaciones cuando salió del coma. Sólo que ella necesitó un poquito de ayuda. Pero eso no es malo. Y Liadan... —la coge de la mano de una forma que me hace rezumar ira, aunque me contengo—. Si a ti te sucediera algo parecido, si sintieses algo extraño, me lo explicarías, ¿verdad? Ya sabes que puedes confiar en mí. Yo he confiado en ti.
Liadan está desconcertada, pero a mí las últimas palabras de su amigo me han provocado un estremecimiento. Me aparto de ellos, porque sé que si permanezco a su lado les haré pasar tanto frío que el joven notará que el vaho que desprenden sus alientos es muy poco propio de un lugar cerrado y caldeado.
—Claro —dice ella—. No te preocupes, te lo explicaría. Pero a mí no me pasa nada, Keir.