Tatuaje II. Profecía (2 page)

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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Tatuaje II. Profecía
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El problema era que, a veces, a Jana le costaba trabajo recordar cómo era la vida cotidiana en una familia normal. Hacía demasiados años que había perdido a sus padres y David no era precisamente un hermano corriente. Los dos se habían acostumbrado a ir y venir sin dar explicaciones. Para Álex, en cambio, las cosas no eran así. Hacía tan solo algunas semanas que había recuperado a su familia y no le apetecía separarse de ella tan pronto. Era comprensible…

Pero, por otro lado, habría podido plantearle a su madre el viaje a Venecia como unas breves vacaciones, aprovechando los diez días de descanso que el colegio Los Olmos concedía cada año a sus alumnos al comienzo de la primavera. Helena lo habría entendido. Era una mujer abierta, y sabía que Álex estaba saliendo con Jana. No podía extrañarle que quisiesen pasar unos días juntos en una ciudad tan romántica como Venecia. Álex habría obtenido su permiso sin problemas… si lo hubiese intentado. Sin embargo, había optado por la salida más fácil. Iba a quedarse en su casa durante todas las vacaciones, ayudando a su hermana a preparar la recuperación de Matemáticas, después de un suspenso traumático que había desatado un pequeño drama familiar (era el primero que Alba recibía en su vida). Y eso era todo. Álex se había desentendido por completo de la entrega de Argo a los guardianes y de todo lo que aquella extraña transacción suponía.

¿Cómo era posible que no entendiese la trascendencia de aquel momento?

Mientras seguía con los ojos el vuelo rápido y espasmódico de una golondrina yendo y viniendo entre los aleros, la muchacha repasó mentalmente las noticias que le habían llegado en las dos últimas semanas. Primero fue solo un rumor; se decía que Argo había sido capturado, que había caído en manos de un cazarrecompensas. Luego empezaron a llegar los detalles: la ciudad de su captura (¿qué podía estar haciendo Argo en Venecia?), el nombre de su captor (un mestizo llamado Yadia, con sangre del clan varulf en sus venas), incluso el precio que habían pagado sus antiguos compañeros guardianes para conseguir que los medu les entregasen al prisionero, en lugar de someterlo ellos mismos a un juicio sumarísimo…

Ese último punto era quizá el más desconcertante de todos. ¿Por que habían vendido los varulf a un prisionero tan valioso a sus antiguos rivales? La mayoría de los medu no veían con buenos ojos aquella transacción, que interpretaban como un signo más de la debilidad de su pueblo ante las nuevas condiciones creadas por el reparto de la magia. A casi todos les habría gustado ver a Argo recibir su escarmiento, poder participar en la venganza de los clanes hacia aquel enemigo que unos meses atrás todavía amenazaba con aniquilarlos.

Pero aún más extraño era que el antiguo guardián se hubiese dejado atrapar por un cazarrecompensas de poca monta sin ofrecer apenas resistencia. Jana había intentado informarse sobre el tal Yadia, pero nadie parecía saber nada acerca de su pasado. Se decía que su padre era un varulf de rango importante, y que nunca había querido reconocerle. El muchacho, según esos rumores, se habría criado con su madre humana… Pero, si todo eso era cierto, ¿cómo se explicaba que hubiese logrado capturar él solo a alguien tan peligroso como Argo? Aunque la liberación de la magia le hubiese arrebatado la inmortalidad y buena parte de sus poderes, como al resto de los guardianes, aún conservaba su capacidad para provocar visiones, unida a la infinita experiencia acumulada a lo largo de una vida que había durado milenios… ¿Cómo era posible que, con esas ventajas, Argo no hubiese sabido protegerse de Yadia?

Solo existían dos respuestas posibles a esa pregunta: o el viejo guardián se encontraba más debilitado aún de lo que sus enemigos habían supuesto, o el cazarrecompensas varulf era más hábil y poderoso de lo que todos pensaban.

Un chapoteo que provenía del muelle, acompañado de una risa ahogada, la distrajeron. Poniéndose en pie, Jana se asomó para comprobar si había alguien al borde del agua, delante del palacio. Estuvo a punto de retirarse al descubrir la presencia de dos adolescentes que flirteaban apoyados en el embarcadero… Pero, al ver que la pareja estaba demasiado absorta en su propio juego para prestarle atención a ella, decidió quedarse. Sin saber por qué, se dejó vencer por la curiosidad. Le atraía la idea de espiar sin ser vista a una pareja humana. Hacía tanto tiempo que Álex y ella no vagaban así por las calles, sin rumbo fijo, pendientes el uno del otro… Quizá necesitaba recordar lo que se sentía.

Los jóvenes cuchicheaban con las cabezas muy juntas, interrumpiéndose de vez en cuando para besarse o para intercambiar una apasionada caricia. Daba la impresión de que, para ellos, el tiempo se había detenido. No parecían conscientes de la increíble belleza que los rodeaba; probablemente les habría dado lo mismo estar en una escombrera o en una oficina, siempre y cuando se les hubiese permitido seguir con lo suyo…

Jana arrojó con brusquedad la servilleta sobre la mesa, se levantó del sillón de mimbre y, entrando en el dormitorio, se dirigió al tocador donde se encontraba, abierto, su portátil. Sin sentarse ante él, pulsó una tecla cualquiera del teclado y observó con fijeza la pantalla que acababa de iluminarse. Tenía abierto un programa de videoconferencia, pero, en el recuadro del chat, el nombre de Álex aparecía en caracteres grises, lo que indicaba que seguía desconectado.

Con el ceño fruncido, Jana volvió al balcón y se dejó caer pesadamente en su asiento. Sus ojos se pasearon un instante por las fachadas de los palacios que tenía enfrente. Unos eran góticos, otros renacentistas, pero todos ellos compartían la misma mezcla de solidez y fragilidad en sus fachadas.

De repente se preguntó qué hacía ella allí, en aquella ciudad irreal, anclada en el pasado. Durante años había ansiado visitarla, pero eso había sido antes de que su mundo se viniese abajo. Cuando Venecia era todavía un refugio seguro para los medu, donde su magia podía ocultarse y resistir mejor que en cualquier otro sitio… En esa época, la misma vista que ahora estaba contemplando le habría hecho sentirse orgullosa. Porque detrás del pintoresco decorado de los canales y los puentes habría sentido latir el poder secreto de los hechizos agmar, la presencia inquietante de los varulf, los ecos apagados de los cánticos con los que los miembros del clan de los pindar se protegían de sus enemigos…

Pero todo eso era cosa del pasado. Gracias a Álex, Venecia había dejado de ser un santuario para los clanes medu. Ahora ya no necesitaban ocultarse, puesto que su magia era tan débil que podía pasar desapercibida en cualquier parte.

Gracias a Álex…

Un efecto extraño de la luz en el agua captó de pronto su atención, distrayéndola de aquellas tristes reflexiones. Algo estaba ocurriendo en el canal, aunque al principio no supo comprender qué era… Parecía que el nivel del agua hubiese descendido en la orilla opuesta mientras crecía en su propia orilla. Era como si el fondo del canal se hubiese torcido de repente, empujando el agua hacia el muelle que había bajo su ventana.

Oyó un breve aplauso y una explosión de risas que provenían del embarcadero. Los dos adolescentes seguían allí, y parecían encantados con el fenómeno que se acababa de producir. Solo entonces se dio cuenta Jana de que el pequeño milagro lo habían provocado ellos.

No era la primera vez que observaba esa clase de travesuras. Con un poco de concentración y alguna práctica, los humanos podían proyectar la magia de sus sentimientos sobre la materia, y algunos lo hacían con notable eficacia. Eso era justamente lo que acababa de pasar. Los dos enamorados se estaban besando un momento antes, y su beso había atraído el agua del canal hacia ellos como si se tratase de un imán.

Jana los observó con gesto contrariado. La forma en que Álex había cambiado el mundo al liberar el poder de la Caverna Sagrada le producía, en ocasiones así, una desagradable sensación de vértigo. Aún no se había acostumbrado a compartir la magia con los seres humanos, y probablemente nunca se acostumbraría. Ellos experimentaban con los antiguos poderes sin comprender sus peligros, con una inconsciencia que la llenaba de indignación… ¿Cómo era posible que no tuvieran miedo, que ni siquiera fuesen conscientes de la magnitud de las fuerzas con las que estaban jugando?

Satisfechos del pequeño prodigio que acababan de provocar, los dos jóvenes se abrazaron una vez más y volvieron a besarse apasionadamente. Mientras sus labios permanecían unidos, Jana observó cómo el agua se hinchaba de nuevo junto al muelle, adquiriendo a la vez una intensa tonalidad púrpura.

Cuando los dos muchachos se separaron, la onda líquida estalló contra un pilar del embarcadero, formando un unicornio de espumas.

La figura flotó sobre el agua unos instantes, reflejando los rayos del sol en sus mil burbujas de color escarlata. Y luego, sin más, la espuma voló en todas direcciones, al tiempo que se oía un prolongado relincho.

Los adolescentes se echaron a reír. Jana se puso en pie, furiosa. Estuvo a punto de gritarles que lo dejaran, que estaban siendo unos irresponsables…

Pero otra risa, esta más cristalina y mucho más cercana que las anteriores, le hizo dar un respingo y volverse hacia la puerta del balcón.

Al ver a Nieve se le escapó un suspiro de impaciencia.

—¿Nunca te acuerdas de llamar a la puerta? —preguntó—. En serio, no sabes cuánto te lo agradecería.

—Perdona, siempre se me olvida —se disculpó Nieve sonriendo—. Los medu sois tan quisquillosos con vuestra intimidad…

Jana arqueó las cejas.

—Sé que soy tu imitada, pero eso no te da derecho a invadir mi espacio —gruñó—. Precisamente ahora iba a hablar con Álex por videoconferencia…

Nieve echó una ojeada a la pantalla apagada del ordenador con una chispa de burla en la mirada.

—Ya —dijo, pasando una mano sobre el hombro de Jana para imitarla a entrar con ella en el cuarto—. Pues yo que tú dejaría de esperar.

—¿Qué quieres decir?

Jana se había puesto tensa, y Nieve lo notó.

—Seguramente ha habido un malentendido —contestó en tono ligero—. Hace un rato hablé con Álex por teléfono, y me dijo que se iba a acostar. Recuerda la diferencia horaria…

—¡Pero habíamos quedado en llamarnos! —interrumpió Jana sin molestarse en ocultar su irritación—. Por lo menos debería haberme avisado… ¿Lo llamaste tú? —añadió en tono suspicaz.

Nieve se echó a reír, como si todo aquello le divirtiese muchísimo.

—Llamó él —explicó—. No te preocupes, no quería hablar conmigo, sino con Corvino. Ya sabes que Corvino nunca se acuerda de cargar su móvil. Por eso llamó a mi número.

—También podría haber llamado al mío. —Jana cerró el balcón dando un portazo que hizo temblar los cristales de la puerta—. Sabe que estoy con vosotros. ¿Qué pasa, me está evitando?

—No creo que sea eso. —Nieve había dejado de reírse, pero a Jana le dio la impresión de que su tono no era demasiado sincero—. Está preocupado con todo este asunto de la captura de Argo, y quería preguntarle algo a Corvino; eso es todo.

—Pues si está tan preocupado, ¿por qué se negó a venir? —El enfado de Jana crecía por momentos—. Yo le pedí que me acompañara. Todo este asunto me da muy mala espina, y se lo dije. Estoy segura de que Glauco intenta tenderme una trampa…

—Entonces, ¿por qué has venido? —preguntó Nieve. Se había sentado sobre la cama deshecha, y la contemplaba con curiosidad—. Nadie te ha obligado…

—¿Y qué podía hacer? —estalló Jana—. Si Argo, el más poderoso de los antiguos guardianes, solicita una entrevista privada conmigo antes de ser entregado a sus antiguos compañeros, lo menos que puedo hacer es intentar averiguar qué es lo que se propone. Quizá tenga algo importante que revelarme…

—De todas formas, ¿no te extraña un poco que Argo quiera compartir contigo su secreto mejor guardado? Quiero decir… Tú sabes lo que opina de los medu…

—¡Claro que me extraña! —Jana se sentó junto a Nieve en la cama y la miró a los ojos—. Y además, esa insistencia en verme en territorio varulf, antes de que lo trasladéis aquí… Seguramente ha sido cosa de Glauco.

Nieve desvió la mirada hacia el balcón.

—Tú no conoces a Argo —suspiró—. Jamás se dejaría manipular por un medu, ni siquiera estando al borde de la muerte.

—Puede que Glauco accediera a vendéroslo a vosotros a cambio de que me hiciese venir aquí. Glauco me odia a muerte. Me culpa de lo sucedido en la Caverna, de todo lo que los medu hemos sufrido desde entonces. Y es muy rencoroso: estoy segura de que le encantaría vengarse personalmente de Argo. Si, en lugar de hacerlo, ha accedido a vendéroslo, debe de ser porque trama algo todavía peor.

—¿Vengarse de ti?

Jana se encogió de hombros.

—No lo sé —admitió—. Es una posibilidad…

—Te recuerdo que le hemos dado mucho dinero a cambio de Argo —dijo Nieve con suavidad—. Ese puede ser motivo suficiente para renunciar a una venganza personal, ¿no te parece?

—Está claro que no conoces a los varulf —contestó Jana con impaciencia—. A ellos no les tientan las cosas materiales. Son capaces de vivir con lo mínimo, incluso presumen de ello. Ojalá ese cazarrecompensas no hubiese acudido a ellos, sino a nosotros.

—Por lo visto, su padre era un varulf. Eso explica que se lo entregase a la gente de Glauco.

—Un mestizo varulf derrotando a un guardián —murmuró Jana—. Reconocerás que no encaja…

—Argo estaba ya muy enfermo cuando ese tal Yadia lo capturó, Seguramente morirá pronto. Corvino lo vio antes de cerrar el trato con Glauco. Dice que parece un anciano y que tiene las alas quemadas. Algo terrible ha debido de sucederle… Pero no consigo imaginar qué.

De pronto, a Jana se le iluminaron los ojos.

—Escucha, Nieve, ¿por qué no vamos a verlo ahora mismo? —propuso—. Glauco todavía no ha llegado a la ciudad; no llegará hasta esta noche… Eso podría darnos cierta ventaja. Si es él quien está detrás de todo esto, seguramente querrá darle instrucciones a Argo antes de que se entreviste conmigo. Se supone que debo ir a verle mañana por la mañana, justo antes de que lo trasladéis aquí… Si voy ahora, los pillaré desprevenidos.

—Lo más probable es que no te dejen entrar. Glauco les habrá dado instrucciones…

—No perdemos nada con intentarlo. ¿Qué dices, me acompañas?

Una sonrisa traviesa se dibujó en el delicado rostro de Nieve.

—Por supuesto —dijo—. No me lo perdería por nada del mundo.

Capítulo 3

La casa en la que los varulf custodiaban a su prisionero no tenía acceso desde la calle, sino únicamente a través del embarcadero situado en su parte trasera, sobre un estrecho y maloliente canal. El barquero que habían alquilado a la salida del palacio arrugó la nariz al oír la dirección. Por lo visto, no le gustaba nada aquella parte de la ciudad. Sin embargo, el billete que Nieve le deslizó en la mano bastó para hacerle olvidar sus objeciones. Las olvidó tan completamente que se dedicó a canturrear y a hacer chistes durante todo el trayecto, sacando a Jana de quicio con su exuberante buen humor.

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