Tatuaje II. Profecía (6 page)

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Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

BOOK: Tatuaje II. Profecía
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—Supongo que este será Armand —comentó Yadia sin volverse—. A ver que hace…

Después de terminar con sus reverencias, Armand fue hacia el fondo del escenario y extrajo de una vieja bolsa de viaje tres pelotas transparentes. Plantándose de nuevo ante la cámara, el mago comenzó a ejecutar malabarismos de escasa dificultad con las tres bolas. Unos segundos después de haber empezado, las esferas comenzaron a brillar, como si contuvieran fuego. Armand sonrió encantado y las lanzó a mayor altura. Al caer, una de ellas se le escapó y resbaló sobre la solapa de su esmoquin, incendiándola.

Jana dejó escapar un grito.

A partir de ahí, todo sucedía muy deprisa… Distraído por el incendio de su traje, el mago se desentendía de las otras dos bolas, que a su vez caían sobre él. Las llamas envolvían el grotesco personaje en cuestión de segundos. Se le oía gritar, presa del más profundo terror. Iba hacia la ventana, como si pensara tirarse, y por un momento quedaba fuera de campo. Pero luego, algo o alguien giraba la cámara y la enfocaba de nuevo al suelo, sobre el lugar en el que las llamas consumían el cuerpo ya inmóvil y negruzco de Armand.

Era un espectáculo insoportable. Asqueada, Jana apartó la vista.

Durante unos segundos, en la pantalla no se oyó más que el rítmico crepitar de las llamas. La escena no se había interrumpido. Recordando el empeño de Argo en conducirla hasta allí, Jana volvió alzar los ojos hacia el televisor. El cuerpo calcinado de Armand yacía en medio del escenario, negro y solitario como un trozo de madera en medio de una playa. El único despojo de un naufragio. Ni siquiera podía adivinarse ya su antigua forma humana…

Y entonces, de pronto, sucedió lo imposible. Una corriente de aire barrió la escena, arrancando del cadáver cientos de escamas de ceniza que empezaron a girar sobre él formando un turbio remolino. El cuerpo carbonizado se fue deshaciendo rápidamente en lascas ligeras y polvorientas. Y el torbellino giraba cada vez más rápido, cada vez más turbio, alcanzando más y más altura. Cuando se detuvo, en la pantalla solo quedaba una nube de polvo gris que poco a poco comenzó a aclararse. Y en medio de la nube, completamente desnudo y sonriendo de oreja a oreja como un niño grande, se encontraba Armand. Sus manos se cruzaban a la altura de sus ingles en un gesto de pudor poco convincente, mientras él se inclinaba una y otra vez ante la cámara, agradeciendo la ovación de su futuro público.

Un prolongado fundido en negro puso fin a la grabación. Yadia se levanto rápidamente y, yendo hacia el enchufe de la pared, desconectó el aparato con brusquedad.

—Un truco estúpido —gruñó, descontento—. Cualquiera puedo hacerlo si tiene un ordenador. Ni siquiera se necesita un software demasiado caro…

—Te equivocas —murmuró Jana. Caminó pensativa hacia la cámara situada sobre el trípode y la acarició con un dedo—. No sé qué es lo que hemos visto, pero no me ha parecido un montaje.

Yadia lanzó una risotada.

—¿Estás de broma? —preguntó, asombrado—. Ni siquiera los medu más poderosos han podido conseguir nunca una resurrección. No hay magia en el mundo que pueda lograr eso… Tú debes saberlo, eres princesa agmar. ¿De verdad te has tragado que ese mago humano de poca monta puede hacer lo que ningún medu ha conseguido nunca?

Jana no contesto de inmediato.

—Me gustaría conocer a ese tal Armand —dijo, mirando distraída hacía el escenario—. Sería muy interesante…

—Argo te ha gastado una broma; no le des más vueltas. Seguro que el tipo ese no es más que un actor fracasado. Su forma de sonreír… Me recuerda a un presentador de televisión. Si quieres puedo intentar localizarlo, aunque no creo que siga en Venecia…

—Quiero volver a ver el vídeo —dijo Jana, alzando los ojos hacia Yadia—. ¿Puedes volver a conectarlo, por favor?

Yadia emitió un bufido de impaciencia, pero hizo lo que Jana le pedía.

Esta vez, la nieve multicolor llenó la pantalla durante largo rato, mientras el cazarrecompesas intentaba encontrar en la parte trasera del aparato un botón que permitiese rebobinar la grabación.

Finalmente, al tercer intento, tuvo éxito. La película en blanco y negro del mago comenzó de nuevo. Una vez más, Jana observó los torpes malabarismos de Armand con las tres bolas incandescentes, el instante que una de ellas resbalaba sobre su hombro, quemándole la solapa del traje…

—Un momento —dijo de repente—. Para la imagen.

Yadia que se había quedado junto al televisor, pulsó el botón de pause. El fotograma de Armand con cara de estupor mientras observaba su solapa incendiada quedó fijado sobre la pantalla.

—Estás mal de la cabeza —refunfuñó Yadia—. Así no conseguirás descubrir el truco…

—Fíjate en eso. —Jana se había arrodillado frente al televisor y señalaba una mancha brillante en el espejo, al fondo del decorado—. ¿Lo ves?

—Un reflejo. Un reflejo de la ventana del canal… ¿Qué tiene de raro?

Jana acarició suavemente la pequeña mancha de luz.

—No es un reflejo normal —murmuró—. He visto sombras, sombras que se movían. Ahí hay algo, estoy segura; algo importante.

Yadia la miró con perplejidad.

—¡Pero si es más pequeño que una uña! Estás flipando, te lo digo en serio. Aunque, si quieres, podemos agrandar la imagen en mi portátil, para que te quedes tranquila. Quien sabe, a lo mejor tienes razón y descubrimos al tipo que manejaba la cámara. Al autor de la película… Seguro que fue Argo.

Mientras Yadia hablaba, no perdía detalle de los movimientos de los dedos de Jana sobre la pantalla. Era como si estuviese tocando un instrumento en miniatura, un teclado invisible.

—Ponlo en marcha otra vez —dijo la muchacha, cerrando los ojos—. Creo que ya lo tengo…

Yadia pulsó de nuevo el botón de pause, y la acción se reanudó en la pantalla del televisor. Un grito inaudible de Armand; llamas blancas. Las otras bolas cayendo sobre el traje oscuro, prendiendo una de las mangas y la pernera derecha. Pero Jana no parecía prestar atención a nada de aquello.

En realidad, daba la impresión de que ni siquiera estaba viendo lo que ocurría. Su rostro se había quedado tan inmóvil que casi parecía acartonado, y sus iris miraban con fijeza un punto indeterminado de la penumbra. Más allá del monitor.

Vista así, rígida y majestuosa como una estatua de piedra, parecía una criatura de otro mundo, una misteriosa princesa antigua.

Con un suspiro, Yadia retrocedió unos cuantos paso y apartó la vista de Jana para fijarse obstinadamente en las fachadas que se veían a través de la ventana, al otro lado del canal. El trance no duraría mucho… Podía permitirse un respiro antes de que ella volviese a su estado de conciencia normal.

Pero, eso sí, tendría que ser un respiro muy breve; con una princesa agmar, uno nunca debía confiarse, ya que cualquier cosa podía suceder.

Capítulo 7

Una bocanada de aire fresco y húmedo abofeteó el rostro de Jana, obligándola a abrir los ojos. Se encontraba en la Caverna Sagrada, el lugar donde unos meses antes Erik se había sacrificado para salvarles la vida a Álex y a ella. La misma bóveda de roca gris, el suelo lleno de objetos dispersos, irreconocibles en la penumbra…

Jana contuvo el aliento. Delante de ella, a apenas medio metro, se encontraba la tumba de Erik. Una lápida lisa, de mármol blanco, y sobre ella el cuerpo tendido del último jefe drakul, el muchacho que tanto la había amado.

Erik. Era la primera vez después de su muerte que se le aparecía en una visión. Su rostro se encontraba tan pálido como el mármol sobre el que se hallaba tendido. Incluso sus ropas parecían haberse desteñido hasta perder completamente el color. Y sin embargo, nada en aquellos rasgos firmes y nobles evocaba la rigidez de un cadáver. Parecía, más bien, que estuviese dormido…

Jana se estremeció de frío. El fino tejido de punto de su chaqueta negra apenas la protegía de la gélida atmósfera de la Caverna. Se miró los zapatos, unos mocasines negros elegantes, pero gastados por el uso. Pensó, de un modo bastante incongruente, que necesitaban una buena limpieza.

Y entonces, con un escalofrío, se dio cuenta de que incluso los zapatos formaban parte de la alucinación, ya que aquella mañana se había puesto unos botines de antes que acaba de estrenar.

Lentamente, sus ojos regresaron al rostro de su antiguo enemigo. Cuando Erik vivía, nunca se había permitido observarlo durante demasiado tiempo. No quería que él notase su interés… Pero ahora no podía verla, de modo que se permitió fijarse largamente en su semblante alargado y pálido, en su nariz perfecta, en el trazado de sus rubias cejas, en sus largos caballos claros. Sobre ellos, ciñéndole la frente, brillaba la corona de luz blanca que lo había matado: la Esencia de Poder… A otro menos valiente o más impuro lo hubiese reducido a cenizas. Pero a Erik había sido uno de los más grandes entre los medu, y la corona lo había respetado.

Si ella hubiese sabido verlo antes, si el odio que sentía hacia los drakul no la hubiese cegado tanto, quizá las cosas habrían podido ser distintas. Erik se habría convertido en el rey que todos los medu habían esperado durante siglos; y ella habría podido ser su reina. Él estaba loco por ella, más incluso que Álex; más que su antepasado Drakul por la princesa Agmar.

Erik. Probablemente era el chico más apuesto que había conocido jamás. Allí junto a su tumba, sin saber por qué, Jana sintió de pronto una necesidad insoportable de que él volviese. Era como si, desde algún lugar remoto e inaccesible, él la estuviese llamando. Lo veía allí tendido, inmóvil y helado como la piedra, pero al mismo tiempo algo dentro de ella le decía que quedaba un rescoldo de vida en su interior, una fuerza que ni siquiera la muerte había conseguido doblegar, y que anhelaba protegerla.

—Erik —murmuró—. Erik, háblame…

Sabía que era silo una visión; pero Jana entendía bastante de visiones y podía distinguir con facilidad entre las meras alucinaciones provocadas por una invocación mágica y las que significaban algo más. Una visión tan poderosa como aquella, que había conseguido transportarla de nuevo a la Caverna Sagrada, era algo que ni siquiera sus antiguos poderes habrían podido provocar. No se trataba de un simple espejismo, sino de una conexión con una realidad situada más allá de las apariencias. Y también, quizá, de una anticipación de futuro… Le sorprendió comprobar cuánto deseaba que fuera así.

Habría dado cualquier cosa por estabilizar la visión, por evitar que aquel breve encuentro con Erik terminase. Deseaba ardientemente contarle todo lo que le había sucedido desde que él sacrificó su vida a cambio de la suya: la dispersión de la magia entre los humanos, la pérdida de poder de los medu; el entusiasmo inicial de Álex, y las seis semanas de amor que habían vivido mientras, a su alrededor, la gente intentaba adaptarse a las nuevas circunstancias. Seis semanas durante las cuales habían sido solo un par de adolescentes egoístas disfrutando de su felicidad, absortos el uno en el otro. Seis semanas perfectas…

Los problemas habían comenzado después.

Al principio solo fueron pequeños desacuerdos entre los dos, discusiones que, insensiblemente, iban subiendo de tono, reproches velados… No habían tenido ningún enfado verdaderamente importante, y en ningún momento se habían planteado romper, pero las cosas ya no funcionaban tan bien como antes. Los pequeños problemas de la vida cotidiana habían comenzado a infiltrarse en su relación, provocando roces que hasta entonces no existían. A veces, cuando estaba con Álex, Jana sentía que una barrera invisible la separaba de él. Y también sentía que ya no les bastaba estar juntos para ser felices…

¿Cuál había sido la causa? Jana frunció el ceño, sombría, intentando recordar para contarle mentalmente todo lo ocurrido a Erik, segura de que, a pesar de su frialdad de piedra, él podía oírla.

Quizá la culpable del distanciamiento había sido ella. A veces, cuando se ponía a pensar, echaba de menos el mundo en el que había crecido; el oscuro poder de los agmar, su influencia sobre ciertos aspectos del comportamiento humano, la belleza de la magia que su hermano David y ella cultivaban a escondidas…

Álex no podía compartir aquellos sentimientos. Prefería ignorarlos. Quizá, secretamente, se sentía culpable por haber despojado a los medu de la parte más valiosa de su existencia. En cierto modo, los había traicionado…

Al principio, Jana intentó no pensar en ello. Pero después de algún tiempo no tuvo más remedio que enfrentarse a la nueva situación. Al fin y al cabo, seguía siendo la jefa suprema de uno de los sietes clanes de medu, y no podía ignorar los sufrimientos de los suyos. Su deber era ayudar a todos los de su linaje a superar la pérdida de sus principales poderes y a encontrar una nueva forma de vida. Álex no quería entenderlo, era su problema. Jana empezó cada día a dedicarle más tiempo a la reorganización del clan y a informarse de cómo iban las cosas entre los otros clanes. Poco a poco, iba aproximándose de nuevo a su antiguo mundo. No podía evitarlo, y tampoco lo deseaba.

—Lo estoy perdiendo, Erik —murmuró en voz alta—. O él me está perdiendo a mí. Me pregunto si eso te alegrará, donde quieras que estés. Casi me gustaría que te alegrase…

Una imperceptible sonrisa afloró a los labios yertos del joven drakul. O quizá fue solo una impresión pasajera de Jana; después de todo, buena parte de lo que estaba experimentando sucedía únicamente dentro de su cabeza.

Sin embargo, podía sentir su presencia, ahora incluso más cercana que antes. Era absurdo, pero tenía la certeza de que Erik, por imposible que pudiera parecer, la estaba escuchando.

Podrían haber tenido un futuro juntos; y ella lo había sacrificado a cambio de su amor por Álex. Se sentía decepcionada, resentida; y anhelaba con todo su ser que Erik lo supiera. Que supiera que siempre, desde que tenía uso de razón, lo había considerado el chico más atractivo de cuantos había conocido; y que justamente por eso se había apartado de él; porque temía dejarse dominar por sus sentimientos y terminar dejándose atrapar en las redes del que ella consideraba su principal enemigo.

Con Álex, en cambio, no se había mostrado tan precavida. Ojalá lo hubiese hecho…

Pero era algo que ya no tenía remedio.

—Erik —repitió, disfrutando del sonido de aquel nombre prohibido—. Erik ¿puedes oírme?

Nada se movió en el rostro de mármol del último jefe drakul. Sus párpados seguían cerrados, sus rasgos mantenían su invulnerable serenidad. Jana suspiró, desalentada. Por un instante, había llegado a creer que Erik… que él… regresaría…

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