Read Tatuaje II. Profecía Online
Authors: Javier Pelegrín Ana Alonso
Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil
Cediendo a un impulso, la joven alargó el brazo derecho y rozó con la punta de los dedos la corona de fuego blanco. Quizá esperando que aquel leve contacto extinguiese las llamas, arrancando asía a Erik de su eterna inmovilidad. Sin embargo, lo que sucedió fue algo muy distinto: el fuego ascendió por su piel produciéndole un delicado cosquilleo, suave como una acaricia. Jana contempló maravillada su mano bañada en luz, y luego cerró los ojos. El cosquilleo seguía avanzando por su brazo, acariciándole el hombro y luego el cuello. Y colándose, como un ladrón, en el interior de su boca, despertando en ella las enloquecedoras sensaciones del más largo y tierno de los besos.
Fue como si el tiempo, de pronto, hubiese dejado de existir. Todo lo que Jana deseaba era que aquella sensación cálida y maravillosa no la abandonase nunca.
En algún momento, sus párpados se abrieron, y se dio cuenta de que estaba inclinada sobre Erik, con sus labios unidos a los de él. Contuvo el aliento. Acababa de notar la respiración del muchacho, cálida, cercana. Se separó unos centímetros de él y contempló su rostro. Vio agitarse las rubias pestañas, como si estuviese a punto de abrir los ojos…
En ese instante, la visión se desvaneció tan bruscamente como había empezado. Volvía a encontrarse en el viejo palacio veneciano de Armand, y sus dedos se dejaban acariciar por la estática del moderno televisor encendido.
Temblorosa, Jana miró a su alrededor. A un metro y medio de distancia, Yadia la contemplaba con una sonrisa cínica y desagradable. Sus ojos destilaban desconfianza.
—¿Qué ha sido interesante? —preguntó.
En contraste con el dulce momento que acababa de vivir, la voz del cazarrecompensas le sonó a Jana como un graznido.
—¿Qué has visto tú? —le preguntó ella a su vez, esforzándose por dominar su turbación.
Yadia señaló la nieve multicolor de la pantalla.
—¿Qué he visto? A un mago de pacotilla fingiendo que resucitaba. Solo eso… Bueno, y a una chica preciosa que sonreía como si, de pronto, estuviese en el paraíso.
Jana asintió, ignorando el piropo.
—He estado en un lugar muy especial, es cierto. He tenido una visión muy poderosa. Todavía no lo entiendo… Dale otra vez al play, por favor. Quiero ver ese reflejo una vez más. No es posible que tenga tanto poder…
Con un suspiro de fastidio, Yadia hizo lo que Jana le pedía.
Por tercera vez, ambos contemplaron el comienzo del espectáculo de Armand. La sonrisa de telenovela del mago, sus rizos rubios y engominados hicieron que Jana apartase la vista, asqueada. Pero al oír el chisporroteo de las llamas sobre el traje del mago, miró de nuevo.
—Páralo. Para la imagen. Ahí…
Tras la imagen fija de Armand con su esmoquin de feria medio consumido por el fuego, Jana señaló el reflejo blanco que antes le había llamado la atención. Seguía en el mismo lugar, sobre el antiguo espejo veneciano. Casi imperceptible a primera vista, debido a su escaso tamaño… Y, sin embargo, ahora que la imagen se había detenido, incluso Yadia podía distinguir las complejas sombras que danzaban en su interior.
—Juraría que no estaba ahí la primera vez —murmuró el joven arrugando la frente—. Yo, por lo menos, no lo vi…
—Esa luz es la que me ha provocado la visión —dijo Jana en voz baja—. Y no es más que un reflejo… ¿Qué objeto puede ser tan poderoso como para que la grabación de un simple reflejo suyo logre transportar a una persona a un plano diferente de realidad?
Sus ojos se encontraron con los de Yadia, que parecían agrandados por la inquietud.
—Solo existe un tipo de objetos en el mundo capaz de algo así —repuso el joven cazarrecompensas con un brillo extraño en sus grandes ojos azules—. Y tú sabes cuáles son…
—Los libros de los Kuriles —musitó Jana—. Pero esos libros ya no existen.
—Claro que no existen. —Yadia alzó la voz y miró a su alrededor con aire astuto, como para conjurar una amenaza invisible—. Hace siglos que desaparecieron… Todo esto no es más que un truco absurdo. Argo se ha tomado muchas molestias para intentar tomarte el pelo.
En lugar de contestarle, Jana avanzó pensativa hacia la ventana. Yadia la observó forcejear un instante con el viejo cerrojo de hierro, hasta que finalmente consiguió abrirla.
Una bocanada deaire cargado de humedad refrescó el ambiente opresivo del mohoso salón. Con gesto resignado, Yadia apagó el televisor y fue a reunirse con la muchacha, que se había acodado sobre el alféizar y contemplaba distraídamente el ancho y sereno canal, que describía una majestuosa curva a su derecha, entre dos hileras de palacios en ruinas.
—Parece que estamos en la fachada elegante del edificio —comentó Jana al notar que se acercaba—. No conozco el nombre de este canal, pero seguro que tú sí. Por su anchura debe ser uno de los importantes…
—En serio, Jana. ¿No te habrás tragado nada de lo que acabamos de ver? Esa grabación no puede ser auténtica, y t· lo sabes.
—Pero la visión sí lo era. Y no era una visión cualquiera… Créeme, yo sé algo de eso.
Yadia resopló, como si todo aquello empezase a incomodarle.
—Oye, ya sé que tú has visto algo que yo no he visto, no hace falta me lo restriegues. Y puede que sepas muchísimo de visiones, no te lo discuto. Pero yo sé algo de engaños y de falsificaciones, y estoy seguro de que toda esta historia no es más que un fraude. Alguien se las ha arreglado para sugestionarte… Con el caos que ha sembrado ese amigo tuyo que iba de guardián y se quedó en el camino, incluso un humano habría podido hacerlo.
Jana apartó la vista del canal para fijarla en el rostro del cazarrecompensas.
—Vamos, Yadia —dijo con desgana—. No intentes convencerme de algo que ni tú mismo te crees. He tenido una visión de la Caverna Sagrada…
Observó que Yadia tragaba saliva.
—¿De… de la Caverna? —repitió, perplejo.
Jana chasqueó la lengua, enfadada consigo misma.
—No debería habértelo dicho —murmuró—. Ahora irás corriendo a contárselo a tus amigos… ¿Quién paga mejor, Harold o Eliat? Estoy segura de que Glauco no; siempre ha tenido la fama de avaricioso.
Yadia se echó a reír, como si todo aquello, de pronto, le pareciese sumamente divertido.
—La verdad es que podría sacarle bastante a Harold con esa información. Se supone que en esa caverna está su antiguo jefe, o lo que queda de él… ¿Has visto su esqueleto?
Un leve temblor estremeció los hombros de Jana.
—No quiero hablar de eso —murmuró, y luego alzó los ojos hacia el cazarrecompensas—. Escucha, si se trata de dinero, puedo darte tanto como cualquiera de ellos, o incluso más. Aunque para eso tendría que asegurarme de que vas a guardar el secreto. Y eso es algo que, francamente, me parece bastante dudoso…
—Haces bien en dudar. ¿Por qué iba a guardarte el secreto si puedo sacar más provecho vendiéndolo? Vender secretos ha sido una de mis principales fuentes de ingresos, ¿no lo sabías?
—Intento convencerte de que, en este caso, no te conviene vender —replicó Jana con impaciencia—. Después de todo, no sabes nada. Tú no has tenido la visión, solo me has observado mientras la tenía. ¿Cuánto crees que puede valer eso? Nadie querrá pagarte…
—Te subestimas. Cualquier información que tenga que ver contigo se venderá bien. Pero podemos llegar a un acuerdo, si quieres. Yo no cuento nada durante unos días… Claro que eso también tendría un precio.
Jana miró fijamente a Yadia. Lentamente, sus labios fueron dibujando una sonrisa llena de desdén.
—Tendré que pensar si me interesa o no —dijo—; aunque ya te adelanto que no me fío de ti.
—Por un poco más, puedo conseguirte información sobre el tal Armand —aseguró Yadia sin dejarse impresionar por el tono despectivo de Jana—. Tengo contactos entre los mercenarios áridos de la ciudad. Todavía quedan unos cuantos. Estoy seguro de que, si les enseño el vídeo, ellos me ayudarán a localizar a ese tipo. Y también al medu que le ha ayudado a preparar todo esto… porque es evidente que no lo ha hecho solo.
Jana se apartó de la ventana y, durante unos segundos, se quedó mirando la cámara montada frente al desvencijado escenario.
—Si me traes algo que valga la pena, te pagaré —dijo en tono cansado—. Es todo lo que puedo prometerte… Y también que te arrepentirás si hablas más de la cuenta sobre mí. No quiero que le cuentes a nadie sobre mi visión, al menos de momento. Si haces lo que te digo, encontraré la forma de recompensarte.
En los ojos de Yadia apareció un intenso brillo de curiosidad.
—¿Por qué le das tanta importancia? —quiso saber—. Al fin y al cabo, no es más que una visión. Creía que esas cosas no impresionaban a los agmar…
—No era una visión cualquiera. Algo muy poderoso la trajo hasta mí… Y no creo que sea buena idea jugar con ese algo. Sea lo que sea, me está buscando… Y si te cruzas en su camino, también irá a por ti.
La noche fue una tortura para Jana. Durante horas estuvo dando vueltas en la cama, a ratos con los ojos cerrados, a ratos contemplando los reflejos cambiantes en el agua del canal que una farola proyectaba sobre el techo de su cuarto. La humedad de Venecia impregnaba las sábanas, produciéndole una desagradable sensación de frío. A lo lejos se oía el zumbido de un generador eléctrico, monótono e incesante. Así, resultaba imposible dormir…
Por dos veces había intentado hablar con Álex, y en ambas ocasiones le había saltado el contestador automático. Resultaba grotesco: hacía tres días que no sabía nada de él, y lo que más le irritaba era que Álex no había hecho el menor intento de ponerse en contacto con ella. La cobertura era mala en el viejo palacio, eso era cierto. Pero Nieve había hecho instalar una línea fija, y además estaba Internet… Si no daba señales de vida era, obviamente, porque no quería. O porque le había pasado algo; eso también era posible. Álex tenía muchos enemigos entre los medu desde la muerte de Erik. La mayoría no le perdonaba su decisión de liberar la magia que, hasta entonces, había sido patrimonio exclusivo de los siete clanes.
De todos modos, Jana estaba casi segura de que el silencio de Álex era voluntario. Hacía semanas que le notaba raro, distante. Era como si le estuviese ocultando algo, como si hubiese dejado de confiar en ella… ¿Por qué?
Una y otra vez, el hilo de sus pensamientos la conducía de nuevo hasta lo sucedido el día anterior, en la guarida mágica de aquel misterioso personaje llamado Armand. Estaba segura de haber dado con la pista de algo verdaderamente importante. Pero, por otro lado, no podía ignorar que aquella pista se la había ofrecido Argo, y que Argo la odiaba. Tal vez Yadia tuviese razón y aquel extraño vídeo que habían visto no fuese más que una grabación trucada. Sin embargo, la visión que le había provocado el diminuto reflejo captado en la imagen no había sido ningún truco. Y eso le hacía pensar que la escena de la muerte entre llamas y posterior resurrección de Armand podrían no ser falsificaciones tampoco…
Y luego estaba Erik. ¿Qué significaba lo que había sentido durante la visión, en la Caverna Sagrada? ¿Por qué lo había visto a él? Quizá formaba parte de la tela de araña en la que Argo intentaba envolverla. El viejo guardián había presenciado el sacrificio de Erik, y debía sospechar lo que el joven drakul había sentido hacia Jana. Quizá quería tentarla con un recuerdo de aquellos sentimientos, apartarla de Álex…
Pero no; no podía creer que todo lo que había experimentado durante la misión formase parte de la trampa. En algún momento, a través de un extraño mecanismo que no conseguía comprender; Jana estaba segura de haber entrado en contacto con el verdadero Erik. El problema era que Erik estaba muerto… ¿Cómo era posible que un muerto le hubiese besado? A menos que la muerte de Erik no fuese más que apariencia… Pero, en tal caso, ¿significaba eso que podía hacerle regresar?
Agotada de hacerse una y otra vez las mismas preguntas, al final Jana terminó quedándose dormida. La claridad lechosa del alba se filtraba ya a través de la blanca muselina de los visillos. Justo antes de dormirse, había estado recordando cómo el fuego blanco de la Esencia de Poder la había acariciado al tocar la corona, atrayéndola suavemente hacia Erik. Nadie la había besado jamás de aquella forma. Un beso helado, hecho de nieve y de distancia. Muy distinto de los besos de Álex, que a menudo le hacían perder la cabeza…
Se despertó bañada en sudor, con la luz del sol cayendo a plomo sobre su rostro a través de las cortinas entreabiertas. Debía de haber dormido muchas horas. Aquella habitación no se inundaba de luz hasta las doce o doce y media del mediodía…
La ducha consiguió devolverle una parte de su aplomo habitual, aunque no todo. El recuerdo de Erik la perseguía con su incompresible dulzura. ¿Cómo era posible que no lograse apartarlo de su mente? Mientras no se desembarazase de él, no conseguiría pensar con claridad.
Cuando entró en la cocina, ya vestida y calzada con sus botines recién estrenados, lo primero que hizo fue echarle un vistazo al reloj de la pared. Las dos y media… Corvino, que estaba removiendo con una cuchara de madera una salsa que olía a tomate y a setas, se volvió sonriente al oírla entrar.
—¿Por qué me habéis dejado dormir tanto? Quería acompañar a Nieve a la entrevista con Glauco.
—Yo también te deseo buenos días, Jana —contestó el muchacho, echándose hacia atrás un mechón de pelo oscuro que le caía sobre la frente.
—Perdona, buenos días —se disculpó Jana, esbozando una mueca de impaciencia—. ¿Qué ha pasado con Argo? ¿Ya ha regresado Nieve?
—Ya ha vuelto, sí; y lo ha traído. —La sonrisa de Corvino parecía más relajada que en los últimos días, y sus ojos oscuros reflejaban alivio—. Parece que no ha habido ningún problema. Glauco ha cumplido su palabra.
Jana abrió la nevera, sacó un brick de leche y se lo llevó directamente a los labios, mientras Corvino sacaba de un armario un colador para la pasta y lo colocaba sobre el fregadero.
Dejando la leche sobre la mesa, Jana se sentó en una silla y se arropó en su fina chaqueta de punto gris, a pesar de que no hacía demasiado frío. Con cierto interés, siguió los movimientos de Corvino mientras este añadía sal y pimienta a la salsa y removía los tagliatelle.
Resultaba curioso ver al antiguo guardián de los sentidos vestido con una sencilla camiseta negra y unos vaqueros, preparando la comida como si se tratase de una persona normal. Se había cortado el pelo siguiendo las últimas tendencias, lo que le daba un aspecto singularmente juvenil. En realidad, no aparentaba más de diecisiete o dieciocho años.