Authors: Agatha Christie
»Con Judith, Norton tuyo más suerte. Hábilmente, aludió al tema de las vidas inútiles. Esto era un artículo de fe para Judith... Ella ignoraba que sus secretos deseos estaban de acuerdo con aquella tesis. Norton veía en la idea una especie de aliado. Obró con mucho tacto... Adoptó el puntó de vista opuesto, ridiculizando suavemente el pensamiento de que la joven poseyera valor suficiente para emprender tan decisiva acción. "Se trata de una de esas cosas que la gente joven siempre dice... pero que nunca hace." Es una treta muy vieja, Hastings. Pero, ¡cuán a menudo da resultado! ¡Son tan vulnerables esos chicos y chicas! Se lanzan con frecuencia, sin darse cuenta de que en realidad son lanzados.
»Eliminada Bárbara, el camino quedaba completamente despejado para Franklin y Judith. Esto no se dijo nunca... Nunca se puso esto al descubierto. Se insistió en que el ángulo personal no tenía nada que ver con aquello, nada en absoluto. Pues de no haber sido así, Judith habría reaccionado violentamente. Ahora, con un drogadicto del asesinato en grado tan avanzado como Norton, no había suficiente con aquello. El hombre ve oportunidades para el placer en todas partes. Enseguida encontró un objetivo en los Luttrell.
»Haga memoria, Hastings. Recuerde su primera partida de bridge. Norton formuló luego ante usted unas observaciones en voz alta, hasta el punto de que usted temió que fueran oídas por el coronel Luttrell. ¡Naturalmente! ¡Norton quería que él las oyera! Nunca desperdició una ocasión de escarbar en la herida, de irritar ésta... Y finalmente, sus esfuerzos desembocaron en el éxito. Todo pasó ante usted, Hastings. Y sin embargo, no se dio cuenta de cómo se hizo aquello. Los cimientos habían quedado puestos... El coronel se nota portador de una pesada carga; está avergonzado ante los hombres de la casa; en su pecho alienta, progresivamente creciente, un profundo resentimiento contra su esposa.
»Recuerde exactamente lo que pasó. Norton dice que tiene sed. (¿Sabía él que la señora Luttrell estaba en la casa y que acudiría al lugar en que se desarrollaba aquella escena?) El coronel reacciona como es lógico en él, un caballero, un anfitrión hospitalario. Ofrece algo de beber. Y se marcha en busca de las botellas. Todos ustedes se hallan sentados junto a una ventana. Llega la esposa... Y se produce la inevitable escena. El hombre sabe que todos han oído las palabras de su mujer. Aparece de nuevo. El incidente hubiera podido ser suavizado. Boyd Carrington hubiera podido llevar a cabo una buena labor en tal sentido. (Posee bastante tacto, es un hombre de mundo... Para mí, no obstante, es un sujeto aburrido, cargante, pretencioso.) Usted mismo habría zanjado la desagradable cuestión sin mucha dificultad. Pero Norton se apresura a hablar, empeorando las cosas. Alude al bridge (hace recordar otras humillaciones), habla sin ton ni son de incidentes producidos en las cacerías. Y siguiendo su discurso, el estúpido de Boyd Carrington refiere la historia del asistente irlandés que disparó contra su hermano, una historia que Norton contó a Boyd Carrington, convencido de que el muy necio la sacaría a relucir como de su cosecha personal siempre que se encontrara ante un auditorio adecuado. Como ve, la suprema sugerencia no partiría de Norton.
Mon Dieu, non!
»Todo está dispuesto, pues. Hay un efecto acumulativo. Se llega al punto de rotura. Afrontado como anfitrión, avergonzado ante los hombres de la casa, sufriendo porque sabe que ellos están convencidos de que no tiene valor para nada, de que sólo sirve para aguantar las impertinencias de su mujer, el coronel escucha las palabras clave que provocaran el accidente. Un rifle... episodios desgraciados de caza... la historia del hombre que disparó contra su hermano... De repente, a lo lejos, ve la cabeza de su mujer... "Nada que sospechar... Un simple accidente... Ahora les haré ver que... Ya verá ella si... ¡Maldita sea! ¡Quisiera verla muerta! ¡La mataré!"
»No la mató, Hastings. Yo pienso que al disparar, instintivamente, erró el tiro porque así lo quiso. Y después... Después, el maligno hechizo quedó roto. Ella era su esposa, la mujer amada, a pesar de todo.
»Uno de los crímenes de Norton que no llegó a cuajar.
»¡Ah! ¿Y qué decir de su siguiente intento? ¿Se da cuenta, Hastings, de que luego le llegó el turno a usted? Haga memoria. Recuérdelo todo con detalle. ¡Usted, mi honesto, mi amable Hastings! Él localizó los puntos débiles de su mente. Estudió sus reacciones de persona decente y consciente, también.
»Allerton es un tipo humano que le inspira repugnancia y temor. Usted piensa que esa clase de hombres debiera ser rechazada por la sociedad. Y todo lo que oyó acerca de él, todo lo que pensó, era cierto. Norton se apresura a referirle determinada historia... No es una historia inventada por lo que se refiere a los hechos. (Aunque realmente la chica afectada era una neurótica, salida de un medio pobre.)
»Todo va muy bien con sus instintos convencionales y algo anticuados. Este hombre es el villano, el seductor, el hombre que provoca la perdición de las jóvenes, conduciéndolas al suicidio. Norton induce a Boyd Carrington a ampliar el cuadro. Usted se ve impulsado a hablar con Judith. Judith, como usted pudo prever, le responde inmediatamente declarando que ella hará con su vida lo que le plazca. Esto le hace pensar a usted lo peor.
»Examine ahora las diferentes teclas que toca Norton. El amor que, naturalmente, le inspira su hija. El intenso y anticuado sentido de la responsabilidad que siente un hombre como usted con respecto a sus hijos. La importancia que se da a sí mismo como consecuencia de lo anterior: "Debo hacer algo. Todo depende de mí." Echa de menos el prudente juicio de su difunta esposa. Se siente leal... No puede desertar de sus obligaciones. Básicamente, cuenta mucho aquí también su vanidad... Por efecto de su asociación conmigo, ¡ha aprendido usted todas las tretas del oficio! Por último, hay que mencionar un soterrado sentimiento que alienta en la mayor parte de los hombres cuando de sus hijas se trata: unos celos irrazonables, un instintivo impulso de repugnancia a la vista del hombre elegido por ellas, del hombre que las aparta del padre. Norton tocó esas cuerdas sensibles, Hastings, como un virtuoso hubiera tocado las de un instrumento musical. Y usted respondió perfectamente a todos sus premeditados tanteos.
»Usted acepta las cosas en su valor nominal con excesiva facilidad. Siempre ha procedido así. Usted creyó de buenas a primeras, sin la menor duda, que era Judith la mujer con quien Allerton estuviera hablando en el cenador. Sin embargo, usted no la vio; ni siquiera la oyó hablar. Increíblemente, a la mañana siguiente, usted continuaba pensando en Judith como la figura femenina del cenador. Se sintió animado porque ella "había cambiado de opinión".
»Pero si usted se hubiera tomado la molestia de examinar los hechos, habría descubierto inmediatamente que no tenía por qué preocuparse ante la posibilidad de una visita de Judith a Londres aquel día. Y falló al no formular una evidente deducción. Había alguien que iba a ausentarse aquel día, y que se sintió furiosa al no poder llevar a cabo su propósito: la enfermera Craven. Allerton no es de los nombres que limitan su actividad amatoria a una sola conquista. Sus relaciones con la enfermera Craven habían progresado más que el simple coqueteo con Judith.
»Nueva maniobra de Norton...
»Usted vio a Allerton y a Judith besándose. Norton le hace doblar la esquina de la casa. Indudablemente, está enterado de que Allerton está citado con la enfermera Craven en el cenador. Tras una breve discusión, le deja ir, pero todavía le acompaña. La frase que oyó de labios de Allerton encaja magníficamente en sus propósitos y luego, rápidamente, le aleja de allí, antes de que se le depare la oportunidad de descubrir que la mujer en cuestión no es Judith.
»¡Sí! ¡Es un auténtico virtuoso en estas lides! Y su reacción, Hastings, es inmediata. Responde usted a la perfección a sus manejos. Es entonces cuando su mente se acomoda a la perspectiva del crimen.
»Pero, afortunadamente, Hastings, usted disponía de un amigo cuyo cerebro funcionaba todavía correctamente. ¡Y no solamente su cerebro!
»He dicho al principio de esto que si usted no llegó al conocimiento de la verdad fue debido a su carácter, excesivamente confiado. Usted cree siempre lo que le dicen. Usted creyó lo que le conté...
»Sin embargo, le hubiera resultado muy fácil descubrir la verdad. Yo hice que George se separara de mí... ¿Por qué? Yo había puesto en su lugar a un hombre menos experto que él, mucho menos inteligente... ¿Por qué? Ningún médico me atendía... Y hay que tener en cuenta que siempre he estado muy pendiente de mi salud... Me empeñaba, por añadidura, en no ver a ninguno... ¿Por qué?
«¿Comprende ahora por qué le necesitaba en Styles? Yo tenía que disponer de alguien que aceptara lo que yo dijera sin discusión. Le dije que había regresado de Egipto mucho peor que cuando fuera allí, y usted dio por buena tal declaración. ¡La verdad es que volví muy mejorado! Usted pudiera haber descubierto esto de haberse tomado la molestia de realizar algunas averiguaciones. Pero no procedió así. Me creyó. Envié a George a su casa porque no hubiera podido convencerle nunca de que de pronto mis extremidades habían quedado inutilizadas. George es extremadamente inteligente. Habría advertido que yo estaba fingiendo...
»¿Se hace cargo, Hastings? Me fingía un ser desvalido, engañando a Curtiss. Pero todo era falso. Yo podía caminar... cojeando ligeramente.
»Le oí subir aquella noche. Noté que vacilaba, penetrando luego en la habitación de Allerton. Inmediatamente, me mantuve alerta. Sabía ya mucho en cuanto a su estado mental.
»No perdí el tiempo. Me encontraba solo. Curtiss había bajado a cenar. Abandoné mi habitación, cruzando el pasillo. Le oí andar por el cuarto de baño de Allerton. Después, amigo mío, hice algo a sus ojos deplorable: me arrodillé, mirando por el ojo de la cerradura del cuarto de baño.
»Percibí sus manipulaciones con las píldoras somníferas. Comprendí qué era lo que estaba usted pensando.
»Entonces, amigo mío, pasé a la acción. Regresé a mi habitación, llevando a cabo mis preparativos. Al llegar Curtiss, le pedí que fuera en su busca. Se presentó usted bostezando, alegando que le dolía la cabeza. Me mostré muy preocupado por esta circunstancia. Tenía que proporcionarle algún remedio. Para tranquilizarme, consintió usted en tomar una taza de chocolate. Se bebió mi chocolate rápidamente, para poder marcharse lo antes posible. Ahora bien, yo disponía, asimismo, de píldoras somníferas.
»Y así fue cómo se quedó profundamente dormido... Por la mañana, cuando se despertó, ya descansado, con la mente despejada, comprendió con horror que había estado a punto de cometer horas antes un gravísimo disparate.
»Se encontraba a salvo ya... Estas cosas no suelen intentarse dos veces. Sobre todo cuando se ha recuperado plenamente la cordura.
»Pero esto hizo que me decidiera, Hastings. Usted no es un asesino, pero hubiera podido morir en la horca, a causa de un crimen cometido por otra persona, la cual pasaría ante los ojos de la ley como inocente.
»Usted, mi buen Hastings, mi honesto y honorable amigo, un hombre amable, consciente, inofensivo...
»Sí. Debía actuar. Sabía que disponía de poco tiempo, cosa que me alegraba. Pues la peor parte del crimen, Hastings, es su efecto sobre el asesino. Yo, Hércules Poirot, podía llegar a creerme señalado por una divina designación sobre la muerte de todos y cada uno. Pero, afortunadamente, no habría tiempo para que eso sucediera. El fin llegaría pronto. Y Norton, temía yo, podía triunfar en el caso concerniente a una persona muy querida por nosotros. Le estoy hablando de su hija...
»Así es como llegamos a la muerte de Bárbara Franklin. Cualesquiera que hayan sido sus ideas sobre este tema, Hastings, no creo que haya llegado ni por un momento a sospechar la verdad.
»Pues fue usted, Hastings, quien mató a Bárbara Franklin.
»
¡Mas oui!
¡Fue usted!
«Había que considerar otro ángulo del triángulo. Uno que yo no había tomado plenamente en consideración. Norton empleaba unas tácticas invisibles e inaudibles para nosotros. Pero no abrigo la menor duda en cuanto a la utilización de ellas por su parte...
»¿No llegó usted a preguntarse nunca, Hastings, por qué razón la señora Franklin se avenía a permanecer en Styles? Piense en ello. Styles no se acomodaba a sus gustos. A la señora Franklin le gustaba la comodidad, la buena comida, y, especialmente, la vida de sociedad. Styles no es un sitio alegre; no está bien regido; se encuentra en una zona de la comarca carente de atractivos. Y no obstante, la señora Franklin insistió en pasar el verano allí.
«Sí. Existía un tercer ángulo: Boyd Carrington. La señora Franklin era una mujer desilusionada. Esto era algo que se encontraba en la raíz de su enfermedad de neurótica. Era ambiciosa, tanto en el terreno social como en el financiero. Se había casado con Franklin porque esperaba que éste tuviera una brillante carrera.
»Franklin es un profesional brillante, pero no del estilo preferido por ella. Su trabajo no le reportaría nunca notoriedad, popularidad, una buena reputación de altos vuelos. Franklin llegaría a ser conocido por una docena de hombres pertenecientes a su propia profesión y publicaría artículos en las revistas especializadas. El mundo exterior no sabría nunca de él. Y, ciertamente, no haría dinero.
«Pensemos en Boyd Carrington, un
baronet
con dinero... Y Boyd Carrington se ha mostrado siempre muy tierno con una mujer que conoció a los diecisiete años, siendo una linda muchacha. Estuvo a punto de pedirle, incluso, que se casara con él. Boyd Carrington va a Styles y sugiere a los Franklin que se trasladen allí... Y Bárbara se presenta en Styles.
«¡Qué tormento el suyo! Evidentemente, ella no ha perdido ninguno de sus antiguos encantos a los ojos de aquel hombre rico y atractivo. Pero se trata de una persona anticuada. No es capaz de sugerir la idea del divorcio. Tampoco John Franklin ha pensado jamás en tal cosa. De morir John Franklin, ella podría convertirse en lady Boyd Carrington... ¡Oh! ¡Qué maravillosa vida le hubiera esperado entonces!
»Yo creo que Norton se lo encontró todo listo aquí...
«Piense en ello, Hastings. Todo resultaba demasiado evidente. Aquellos primeros intentos para establecer hasta qué punto ella quería a su esposo... La mujer se excedió un poco... al hablar de terminar con todo de una vez por ser una rémora para su marido.