Read Tiempos de Arroz y Sal Online

Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (83 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
10.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Esto hizo callar momentáneamente a Budur. Idelba se dio cuenta de que ella se lo estaba pensando.

—Incluso si quieres estudiar historia, lo cual es perfectamente razonable, hay un modo de hacerlo que va más allá de las charlas de café, que examina los artefactos y los sitios reales que quedaron del pasado, y establece lo que puede afirmarse con evidencias físicas que lo respalden, como en las otras ciencias. Firanja está llena de lugares antiguos que están siendo investigados por primera vez con un método científico como éste, y es muy interesante. Y llevará décadas investigarlos todos, incluso siglos.

Se enderezó y se masajeó la parte inferior de la espalda mientras observaba a Budur.

—Ven a merendar conmigo el viernes. Te llevaré a un sitio y verás los menhires.

—¿Los menhires? ¿Qué son?

—Ya lo verás el viernes.

Llegado el viernes, cogieron el tranvía hacia el sur hasta la última parada en la costa, luego se cambiaron a un autobús y viajaron media hora más, mirando por las ventanillas los huertos de manzanos y las esporádicas vislumbres del océano azul oscuro. Finalmente, en una de las paradas Idelba dijo que debían bajar, y caminaron hacia el oeste más allá de una pequeña aldea e inmediatamente después se metieron en un bosque de enormes piedras colocadas en posición vertical y en largas hileras en una llanura cubierta de hierba y ligeramente ondulada, interrumpida aquí y allá por enormes y viejos robles. Era un paisaje extraño.

—¿Quién las puso? ¿Los francos?

—Gente anterior a los francos. Anterior a los celtas, tal vez. Nadie está del todo seguro. Los poblados donde vivía esta gente todavía no han sido encontrados y es muy difícil precisar la época en que estas piedras fueron plantadas.

—¡Deben de haber tardado, no sé..., siglos en poner todas estas piedras!

—Depende de la cantidad de gente que emplearon, supongo. Tal vez en aquel entonces había tantas personas como ahora, ¿quién puede saberlo? Aunque yo pensaría que no, puesto que no encontramos ciudades en ruinas, como sucede en Egipto o en el Occidente Medio. No; debe de haber sido una población más pequeña, y les debe haber exigido mucho tiempo y esfuerzo.

—¿Pero cómo puede un historiador trabajar con cosas como éstas? — preguntó Budur en determinado momento, mientras bajaban entre las hileras de piedras, estudiando los dibujos del liquen negro y amarillo que crecía sobre su superficie. Muchos doblaban la altura de Budur.

—Se estudian las cosas en vez de las historias. Es algo diferente a la historia, antes bien es una investigación científica de las condiciones materiales en las que vivía la gente hace mucho tiempo, de las cosas que hacían. Es la arqueología. Una vez más, es una ciencia que comenzó durante el primer florecimiento islámico, en Siria e Irak, y luego no fue profundizada sino hasta la Nahda, es decir, el renacimiento de la alta cultura islámica en ciertas ciudades como Teherán y El Cairo, en el último medio siglo antes de que comenzara la Guerra Larga y lo destrozara todo. Ahora la comprensión que tenemos de la física y la geología ha avanzado tanto que se están sugiriendo continuamente nuevos métodos de investigación. Y los proyectos de construcción y de reconstrucción también están desenterrando toda clase de nuevos objetos, y la gente sale deliberadamente en busca de más, y todo se está uniendo de una manera muy emocionante. Es una ciencia que se está consolidando, a ver si me entiendes. Muy interesante. Y Firanja está resultando ser uno de los mejores lugares para practicarla. Éste es un lugar lleno de historia.

Señaló las largas hileras de piedras, como un cultivo realizado por grandes dioses de piedra que nunca habían regresado para hacer una cosecha. Las nubes se deslizaban muy bajas encima de sus cabezas.

—Estas piedras y los anillos de piedra de Gran Bretaña no son las únicas que hablan de historia; también hay tumbas, monumentos, aldeas enteras de piedra. Tendré que llevarte alguna vez a las islas Orcadas. Tengo ganas de ir pronto por allí; te llevaré conmigo. En cualquier caso, piensa acerca de la posibilidad de estudiar también este tipo de cosas, como un conocimiento básico que será útil cuando escuches a madame Fawwaz y sus historias.

Budur pasó una mano sobre una piedra cubierta por una delgada capa de liquen de muchos colores. Las nubes eran cada vez más veloces.

—Lo haré.

6

Las clases, un nuevo trabajo en el laboratorio de Idelba, los paseos por los muelles y el malecón, los sueños con una nueva síntesis, un islam que incluía lo importante en el budismo y lo corriente en los laboratorios: los días de Budur pasaban en una bruma de pensamientos; todo lo que veía y lo que hacía formaba parte de esa bruma. Muchas de las mujeres que trabajaban en el laboratorio de Idelba eran monjas budistas, y muchos de los hombres eran monjes. La compasión y las buenas acciones eran una especie de
agape
, como solían llamarlo los antiguos griegos; los griegos, aquellos fantasmas siempre presentes, gente que ya había tenido todas las ideas en un perdido paraíso, que incluso había tenido la historia del paraíso perdido, en la forma de los cuentos de la Atlántida, de Platón, que estaban resultando ser ciertos, de acuerdo con los últimos estudios arqueológicos de los eruditos de Creta.

Budur se apuntó en un curso de este nuevo campo, la arqueología. Una historia que era más que palabras, que podía ser una ciencia... La gente que se dedicaba a ello era una mezcla extraña: geólogos, arquitectos, físicos, eruditos coránicos, historiadores, todos estudiando no sólo las historias, sino las cosas que habían quedado atrás.

Mientras tanto, las conversaciones seguían, tanto en la clase de Kirana como en el café más tarde. Una noche, en el café, Budur preguntó a Kirana qué pensaba acerca de la arqueología, y ella le contestó:

—La arqueología es muy importante, por supuesto. Aunque esas piedras en posición vertical son más bien mudas a la hora de decirnos cosas. Aun así, en el sur están descubriendo cuevas que tienen las paredes llenas de pinturas y que parecen ser muy antiguas, más antiguas aún que los griegos. Puedo darte los nombres de una gente de Aviñón que está trabajando en eso.

—Gracias.

Kirana tomó un sorbo de café y escuchó a los demás durante un rato. Luego le dijo a Budur en medio del barullo:

—Lo que creo que es interesante, más allá de todas las teorías que discutimos, es lo que nunca llega a ser escrito. Esto es crucial especialmente para las mujeres, porque muchísimas cosas que hicimos nunca llegaron a escribirse. Hablo de las cosas más normales, ya sabes, de la vida cotidiana. El trabajo de criar hijos y alimentar una familia y mantener unido el hogar, como una cultura oral pasada de generación en generación. Cultura uterina, la llamaba Kang Tongbi. Tienes que leer su obra. De todas formas, la cultura uterina no tiene dinastías conocidas, ni guerras, ni nuevos continentes descubiertos; por lo tanto, los historiadores nunca han tratado de analizarla: por lo que es, la forma en que se transmite, cómo cambia con el tiempo de acuerdo con las condiciones sociales y materiales. Cambiando con ellas, quiero decir, como entramada con ellas.

—En el harén es evidente —dijo Budur, que se sentía nerviosa por estar rodilla con rodilla con esta mujer. La prima Yasmina había realizado suficientes «sesiones prácticas» clandestinas de besos y cosas por el estilo entre las muchachas, de manera que Budur sabía bien qué significaba la presión de la pierna de Kirana. La ignoró con resolución y prosiguió—: En realidad es como con Scheherazade. Contar historias para ir avanzando. La historia de las mujeres sería así, historias contadas una detrás de la otra. Y cada día todo el proceso tiene que ser renovado.

—Sí, Scheherazade es un buen ejemplo sobre cómo tratar con los hombres. Pero tiene que haber mejores modelos para mostrar cómo las mujeres deben transmitir la historia de unas a otras, a las mujeres más jóvenes, por ejemplo. Los griegos tenían una mitología muy interesante, llena de diosas que hacían de modelo de varias conductas de mujer con mujer. Deméter, Perséfone... para estas cosas también tienen una poetisa maravillosa, Safo. ¿No has oído hablar de ella? Te daré alguna referencia.

7

Aquélla fue la primera de muchas conversaciones personales de las dos mujeres mientras bebían café, tarde por la noche, en los cafés azotados por la lluvia. Kirana prestaba a Budur libros sobre toda clase de temas, pero especialmente sobre la historia firanji: la supervivencia de la Horda de Oro a la peste que había matado a los cristianos; la continua influencia de las estructuras nómadas de la Horda sobre las culturas descendientes de los estados Skandistani; la ocupación de al-Andalus, Nsara y las islas Celtas por los magrebíes; la zona de conflicto entre las dos culturas que ocupaban el valle del Rin. Otros textos describían el movimiento de los turcos y los árabes a través de los países balcánicos, acrecentando la discordia de los emiratos firanjis, los pequeños reinos de taifas que lucharon durante siglos, según lealtades sunníes o chiítas, sufies o wahabitas, turcas, magrebíes o tártaras; la lucha por la preponderancia o por la supervivencia, a menudo desesperadas, con condiciones generalmente represivas para las mujeres, de manera que únicamente en el occidente más lejano había habido algún avance cultural antes de la Guerra Larga, un carácter progresista que Kirana asociaba con la presencia del mar y el contacto con otras culturas y con los orígenes de Nsara como refugio de heterodoxos y marginales, fundada de hecho por una mujer, la legendaria sultana refugiada Katima.

Budur cogió aquellos libros y probó a leerlos en voz alta a sus soldados ciegos en el hospital. Les leyó la historia de la Gloriosa Revolución Ramadánica, cuando las mujeres turcas y kirguises habían estado al frente de las tomas de las grandes centrales eléctricas de los pantanos de Samarcanda y se trasladaron a las ruinas de la ciudad legendaria, que había sido abandonada durante casi un siglo debido a una serie de violentos terremotos; cómo habían formado una nueva república en la que las leyes sagradas del ramadán se extendían a todo el año y la vida de la gente era un acto comunal de culto divino, todos los seres humanos completamente iguales, hombres y mujeres, adultos y niños, de tal manera que el lugar había reclamado su glorioso patrimonio del décimo siglo, y había hecho asombrosos avances en lo que a cultura y a ley se refiere, y allí todos habían sido felices, hasta que el sha había enviado a sus ejércitos hacia el este desde Irán y los había aplastado como si fueran herejes.

Los soldados asentían con la cabeza mientras escuchaban el relato. Así es como suceden las cosas, decían sus silenciosos rostros. El bueno siempre es aplastado. Los que ven más lejos son los que no tienen ojos. Budur, al ver el modo en que ellos se colgaban de cada palabra, como los perros hambrientos que observan desde la acera a la gente que come en las mesas de los cafés, llevó más libros prestados para leerlos a los ciegos.
El libro de los Reyes
de Firdusi, el inmenso poema épico que describe a Irán antes del islamismo, fue muy bien acogido. Al igual que el poeta lírico sufí Hafiz, y por supuesto Rumi y Jayam. Budur misma disfrutó leyendo un ejemplar lleno de anotaciones de El
Muqaddimah
de Ibn Khaldun.

—Hay tantas cosas en Khaldun —les dijo a sus oyentes—. Todo lo que aprendo en el instituto lo encuentro en Khaldun. Uno de mis profesores es aficionado a una teoría que dice que el mundo es una cuestión de tres o cuatro grandes civilizaciones, cada una de ellas un Estado central, rodeado de Estados periféricos. Escuchad a Khaldun, en la sección titulada «Cada dinastía tiene cierta cantidad de provincias y de tierras, y nada más».

»Cuando los grupos dinásticos se han extendido por las regiones fronterizas, sus números se agotan por fuerza. Éste, entonces, es el momento en que el territorio de la dinastía ha alcanzado su extensión mayor, en que las regiones fronterizas forman un cinturón alrededor del centro del reino. Si en ese momento la dinastía asume la tarea de extenderse más allá de sus tierras, su cada vez más amplio territorio queda sin protección militar y expuesto a cualquier ataque fortuito del enemigo o un vecino. Esto es perjudicial para la dinastía.»

Budur levantó la vista.

—Una descripción muy sucinta de la teoría del centro y la periferia. Khaldun también habla de la falta de un Estado central islámico alrededor del cual los demás puedan reunirse.

La audencia asintió con la cabeza; ellos sabían bien de qué se estaba hablando; la ausencia de coordinación en los diferentes frentes de la guerra había sido un problema famoso, a veces con terribles resultados.

—Khaldun también habla de un problema sistémico en la economía islámica que, en un principio, era común entre los beduinos. Dice del problema: «Los lugares que sucumben a los beduinos quedan arruinados rápidamente. La razón de esto es que los beduinos son una nación salvaje, totalmente acostumbrada al salvajismo y a las cosas que lo provocan. El salvajismo se ha convertido en su carácter y su naturaleza. Lo disfrutan, porque significa la liberación de la autoridad y el desacato a cualquier liderazgo. Una predisposición tan natural es la negación y la antítesis de la civilización». Y después sigue diciendo: «Su naturaleza les lleva a robar cualquier cosa que otra gente posea. Su sustento está allí donde cae la sombra de sus lanzas». Y después de eso nos ofrece la teoría laboral del valor, diciendo: «Pues bien, el trabajo es la verdadera base de la ganancia. Cuando no se aprecia el trabajo y se hace por nada, la esperanza de ganancia desaparece, y no se hace ningún trabajo productivo. La población sedentaria se dispersa y la civilización se degrada». Realmente es bastante asombroso lo mucho que veía Khaldun, y esto en una época en la que la gente que vivía aquí en Nsara se estaba muriendo por la peste y el resto del mundo ni siquiera estaba cerca de pensar históricamente.

El tiempo de lectura se acabó. Su audiencia se acomodó en sus sillas y camas, y se acurrucó para las largas horas vacías de la tarde.

Budur se fue con su habitual combinación de culpa, alivio y alegría; aquel día fue directamente a la clase de Kirana.

—¿Cómo podremos progresar alguna vez desde nuestros orígenes — le preguntó lastimeramente a su maestra— cuando la fe nos ordena que no los abandonemos?

—Nuestra fe no ha dicho tal cosa —respondió Kirana—. Eso es algo que los fundamentalistas dicen sólo para conservar el poder.

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
10.1Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Designer Knockoff by Ellen Byerrum
Goodbye Soldier by Spike Milligan
Sarah by J.T. LeRoy
Demetrius by Marie Johnston
Hawk's Way: Rebels by Joan Johnston