Tiempos de gloria (60 page)

Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
13.93Mb size Format: txt, pdf, ePub

Todavía sujetando la muñeca de Maia, Inanna utilizó la otra mano para seguir hundiéndole la cabeza en el agua… entonces dio un tirón para permitirle respirar. La expresión difusa del rostro de la mujer era de total diversión. El momento de respiro terminó y Maia se sumergió de nuevo. Todavía debatiéndose, trató de apoyarse contra la pared, pataleando. Pero Inanna estaba bien sujeta, y pesaba demasiado para que pudiera derribarla por la fuerza.

El frío entumecedor empezaba a apoderarse de Maia, bañando y suavizando el dolor de las magulladuras y de sus pulmones ardientes. Advirtió que el agua que la rodeaba se volvía de colores, en parte a causa de la inconsciencia que comenzaba a envolverla, pero también de una creciente mancha roja. La sangre brotaba a raudales de los cortes de Inanna, tiñendo los brazos y el cabello de Maia. Inanna quedaría muy debilitada. Buena noticia si la lucha tenía mucho futuro.

Pero era el fin. Maia sentía que las fuerzas se le acababan. El cuchillo de piedra escapó de su mano flácida.

Cuando Inanna volvió a sacarle la cabeza a la superficie, apenas tuvo energías para jadear. Vio que la saqueadora la miraba con una expresión extraña. Inanna empezó a inclinarse hacia delante, preparándose para lo que sería el último ataque.

Sin embargo, Maia se encontró preguntándose aturdida:
.¿Por qué hay tanta sangre?

La mujer seguía adelantándose, inclinándose más de lo que era necesario para asesinar a Maia. ¿Para burlarse?

¿Para murmurar palabras de despedida? ¿Un beso de adiós? Su rostro gravitó hasta que, de golpe, cayó con todo su peso al agua, encima de Maia, arrastrándola con ella al fondo.

La sorpresa se convirtió en acción. En alguna parte, Maia encontró la fuerza para zafarse de la tenaza cada vez más débil de su enemiga. La última imagen que tuvo de la saqueadora, grabada al rojo en su cerebro, fue sorprendentemente la de una
.flecha
asomando en la base de su cuello.

Maia salió a la superficie tan débil que no pudo emitir más que un débil e inadecuado suspiro interno. Incluso eso se difuminó mientras volvía a hundirse… sólo para sentir cómo una mano se cerraba alrededor de sus cabellos flotantes.

Fue lo último que supo durante un rato.

—Supongo que podría haber intervenido antes, o hecho algo más. Tenía una preparada, lista para volar. De todas formas, pareció una buena idea en su momento.

Maia no comprendía por qué Naroin se estaba disculpando.

—Te doy las gracias por salvarme la vida —dijo, temblando en la silla, envuelta en lo que parecía toda una hectárea de vela, mientras la ex contramaestre examinaba el cuerpo de Inanna en busca de pistas.

—Estamos en paz. Me has salvado de quedar hecha papilla. Yo también me he dedicado a seguir a esta zorra, pero la he perdido. Me habría caído al cráter si no hubieras encendido la antorcha cuando lo hiciste. De cualquier manera, me costó mucho trabajo encontrar las escaleras después de que tú entraras.

Naroin se levantó.

—¡Carne de lúgars y guiñapos! Nada. Ni una maldita cosa. Era una profesional, desde luego. —Naroin soltó el cadáver y se acercó a la mesa para estudiar la consola comunicadora—. ¡Maldición y maldición!

—¿Qué pasa?

Naroin sacudió la cabeza.

—No es una radio. Debe de ser un enlace por cable. Puede que esté conectado a un señalizador infrarrojo, colocado en las rocas, fuera.

—Oh. Yo… no ha-había pensado en esa po-posibilidad.

No había otra forma de controlar los temblores excepto quedarse allí, envuelta en la vela del pequeño bote. La ropa de la muerta estaba mojada y la de Naroin era demasiado pequeña para compartirla.

—¿Entonces no podemos llamar a la policía?

Con un suspiro, Naroin se sentó en el borde de la mesa.

—Copo de nieve, la tienes delante.

Maia parpadeó.

—Por supuesto.

—Sabes lo suficiente para deducirlo de un momento a otro, así que supongo que es mejor decírtelo ahora que esperar a que exclames «¡Eureka!». de repente, allá afuera.

—La droga… estabas investigando…

—En Lanargh, sí. Durante algún tiempo. Luego me asignaron algo más importante.

—Renna.

—Mm. Al parecer tendría que haberme quedado contigo. Pero nunca imaginé un caso como éste. Se ve que hay gente de todo tipo a la que no le importa hacer lo que haga falta con tal de utilizar a tu Hombre de las Estrellas.

—¿Incluyendo a tus jefas? —preguntó Maia, enarcando una ceja.

Naroin frunció el ceño.

—Hay gente en Caria preocupada por una invasión, o por otras amenazas a Stratos. Personalmente, estoy convencida de que él es inofensivo. Pero eso no garantiza que no represente ningún peligro…

—No me refería a eso, y lo sabes —cortó Maia.

—Sí. Lo siento. —Naroin parecía preocupada—. Sólo puedo hablar por mi jefa directa. Es de fiar. ¿Y las políticas de más arriba? No lo sé. Ojalá lo supiera, bien lo sabe Lysos.

Guardó silencio, luego se inclinó para estudiar de nuevo la consola.

—La cuestión es: ¿tuvo Inanna tiempo de enviar la noticia de la huida de mañana? Tenemos que asumir que sí.

Eso da al traste con nuestro plan de aprovecharnos de haberla descubierto. Con las saqueadoras de camino, no podremos utilizar el esquife. —Naroin indicó el bote atracado cerca—. Cierto, has salvado un puñado de vidas, Maia. Las demás no se lanzarán ahora a una trampa. Pero eso sigue dejándonos aquí para que nos pudramos.

Maia apartó los pliegues de burda tela y se levantó. Frotándose los hombros, empezó a caminar hasta el agua, luego se volvió. A través del túnel llegaba el sonido de la marea que bajaba.

—Tal vez no —dijo, tras una larga y reflexiva pausa—. Tal vez haya un modo, después de todo.

Cuaderno de Bitácora del Peripatético

Misión Stratos

Llegada + 52.364 Ms

Tal vez lo haya interpretado todo mal. Este gran experimento no trata del sexo, después de todo. El objetivo de reducir al mínimo el peligro y la lucha inherente en los varones… eso no fue más que una fachada. El auténtico tema fue la clonación. Dar a los humanos una alternativa para copiarse a sí mismos. Si los hombres fueran capaces de parir sus propios duplicados, como hacen las mujeres, seguro que Lysos los habría incluido también en su plan.

Las psicólogas hablan aquí de envidia al embarazo por parte de niños y hombres. Por mucho éxito que consigan en la vida, lo máximo que un varón stratoiano puede esperar es reproducción por delegación, no creación personal, y nunca duplicación. Es un tema bastante válido en otros mundos, pero en Stratos queda más allá de toda discusión.

Los resultados preliminares de los bioanálisis específicos han llegado, demostrando que no estoy contaminado de ninguna plaga interestelar… al menos de ninguna que pueda contagiar a las stratoianas por contacto casual. Es un verdadero alivio, dado lo que la peripatética Lina Wu causó inadvertidamente en Reichsworld. No tengo ningún deseo de ser el vehículo de una tragedia semejante.

A pesar de esos resultados, algunas facciones stratoianas aún quieren mantenerme en semicuarentena, para «reducir al mínimo la contaminación cultura».. Por fortuna, la mayoría de las miembros del Consejo parecen empezar, aunque gradualmente, a relajarse. He empezado a recibir un flujo constante de visitas: delegaciones de varios movimientos y clanes y grupos de interés. La consejera de seguridad Groves no está nada contenta, pero constitucionalmente no hay nada que pueda hacer al respecto.

¡Hoy ha sido una delegación de una sociedad de herejes que quiere venirse conmigo, cuando me marche! Están dispuestas a enviar misioneras al Reino Homínido, para difundir la palabra del «Modo Strato».. La contaminación cultural dirigida hacia fuera es vista siempre como una «revelació»..

Les expliqué la capacidad limitada de mi nave, y tuvieron que contentarse con mi promesa de llevarme grabaciones. No es que importe. Dentro de unos cuantos años, o de unas cuantas décadas, podrán pronunciar sus sermones en persona.

Cuando me enviaron a seguir las investigaciones de las sondas robot de este sistema, esperaba lanzamientos de hielonaves tras la recepción de mi informe. Pero el Cúmulo Florentina no perdió tiempo.

Cy me informa que sus instrumentos han detectado ya las primeras hielonaves. Parece que el Phylum llegará antes de lo que yo esperaba, poniendo fin a las negociaciones y acabando con todas las discusiones entre consejeras y sabias sobre la preservación de su noble aislamiento.

En este momento, a pesar del estado de sus instrumentos, las sabias de Stratos lo saben también, y empiezan a exigir respuestas.

Será mejor que se lo diga yo primero.

Antes, hay que tratar otro asunto… el empeoramiento de mi salud mental y física.

No es la gravedad o la densa atmósfera. Periódicamente, sufro lapsos en los que mis simbiontes se rebelan, y debo descansar en mis habitaciones durante un día o dos, incapaz de salir al exterior. Estos episodios son pocos, afortunadamente. La mayor parte del tiempo me siento bien y fuerte. El peor problema con el que me encuentro es psicoglandular, y no tiene nada que ver con el aire o la tierra.

Como visitante masculino veraniego, sin el apoyo de ningún clan, mi posición en Caria ha sido ambigua. Incluso aquellos clanes que aprueban mi misión han sido cautelosos en privado. Sería demasiado pretender que pudieran tratarme como a esos varones favorecidos que reciben cada vez que aparecen las auroras. Nadie quiere ser la primera en arriesgarse a quedar embarazada accidentalmente de un alienígena cuyos genes podrían perturbar el plan de las Fundadoras.

Esa precaución cuasiparanoica tenía sus ventajas. La fría actitud ayudó a contener mis impulsos dormidos. Incluso después de largos viajes, nunca he buscado las atenciones femeninas, excepto las de aquellas que se preocuparon por mí.

Sin embargo, con la llegada del otoño, las actitudes se suavizan. Los encuentros sociales se vuelven más cálidos. Las mujeres me miran, conversan conmigo, incluso me sonríen. Algunas a las que provisionalmente considero amigas (Melina del Clan Cady, por ejemplo, o esa sorprendente pareja de sabias de la Casa Pozzo, Horla y Poulain) ya no se ponen a la defensiva, sino que parecen contentas con mi presencia. Se acercan, me tocan el brazo, y comparten chistes animados, incluso provocativos.

Qué irónico. A medida que mi aislamiento se reduce, la incomodidad aumenta. Día a día. Hora a hora.

Iolanthe, Groves y la mayoría de las otras parecen ajenas al hecho. Aunque son conscientes de que funciono de manera distinta a sus varones, parecen asumir inconscientemente que la mengua otoñal de la Estrella Wengel también apaga mis fuegos. Sólo la consejera Odo comprende. Me captó durante un paseo por los jardines universitarios. Odo piensa que es un problema que se podría resolver fácilmente visitando una Casa de Placer, dirigida por uno de esos clanes especializados que son expertos en todo tipo de precauciones, incluso con un alienígena lujurioso.

Me temo que me puso colorado. Pero, dejando a un lado la vergüenza, me enfrento a claras incertidumbres. A pesar de la proporción hombre-mujer, Stratos no es una fantasía sexual adolescente hecha realidad, sino una sociedad compleja llena de contradicciones, peligros y sutilezas que aún no he empezado a sondear. La situación es lo bastante peligrosa ya sin necesidad de añadir factores de riesgo.

Soy diplomático. Otros hombres (enviados, sacerdotes y emisarios de todas las épocas) han hecho lo que yo debería hacer. Elevarse por encima del instinto, dejar que domine la profesionalidad, el autocontrol.

Sin embargo, ¿qué célibe de tiempos remotos tuvo que soportar los estímulos que yo soporto, un día sí y el otro también? Puedo sentirlos bajar desde el nervio óptico hasta mis raíces.

Vamos, Renna. ¿No es sólo una cuestión de claves sexuales? Algunas especies se excitan por medio de feromonas, o por exhibiciones sorprendentes. Los homínidos masculinos se activan visualmente: los chimpancés con colores excitantes; los hombres de Stratos, con luces estivales en el cielo. Los humanos al viejo estilo reaccionan a los estímulos más incómodos de todos, a los más incesantes, perennes y omnipresentes. Estímulos que las mujeres no pueden dejar de manifestar, sea cual fuere su condición, o estado, o pretensión.

No es culpa de nadie. La naturaleza tuvo sus motivos, hace mucho tiempo. Con todo, cada vez soy más capaz de comprender por qué Lysos y sus aliadas decidieron cambiar esas reglas problemáticas.

Por enésima vez… ¡si una peripatética hubiera sido enviada a esta misión!

Maldición, sé que estoy divagando. Pero me siento inflamado, absorbido por tanta fecundidad intocable que huye ante mí en todas direcciones. El insomnio me asalta, y no puedo concentrarme, justo en el momento en que debo conservar la cabeza. Un momento en el que me hacen falta todos mis recursos.

¿Estoy racionalizando? Tal vez. Pero por el bien de la misión, no veo otra opción.

Mañana le pediré a Odo… que arregle las cosas.

20

—Las zorras se impacientan —comentó Naroin, mirando la pequeña pantalla—. He visto su proa por segunda vez, y un destello de binoculares. Están esperando hasta el último momento.

Maia soltó un gruñido de asentimiento. Era todo lo que podía permitirse, mientras atendía los remos.

Poderosas e intermitentes corrientes intentaban apoderarse del pequeño bote y aplastarlo contra la cara del acantilado cercano. Ella, junto con Brod y las marineras, Charl y Tress, tenía que remar frecuentemente para mantener la posición del esquife. De vez en cuando, tenían que levantarse y usar palos para apartarse de rocas afiladas y mortíferas. Mientras tanto, con una mano en el timón, Naroin usaba el aparato espía de Inanna para seguir los acontecimientos que tenían lugar más allá del otro lado de la isla.

.Esto no sería tan difícil si pudiéramos situarnos donde el agua está en calma, pensó Maia, mientras luchaba contra la implacable marea. Por desgracia, las fibras que conducían a las lejanas microcámaras de Inanna tenían una longitud limitada. El esquife debía permanecer cerca de la boca de la cueva subterránea, batallando contra las olas adversas, o arriesgarse a perder aquella ligera ventaja. Su plan, un esquema desesperado y peligroso para emboscar a emboscadoras profesionales, era bastante improbable que tuviera éxito.

Ojalá a alguien se le hubiera ocurrido una idea mejor.

Other books

Starting Over by Cathy Hopkins
The Pirate Bride by Shannon Drake
A Wish and a Prayer by Beverly Jenkins
The Penny Heart by Martine Bailey
Tasting the Sky by Ibtisam Barakat
Unlucky Break by Kate Forster
Skye’s Limits by Stephani Hecht