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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (64 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Esos pensamientos eran más desafiantes que medir constelaciones, o incluso que dedicarse a los rompecabezas del Juego de la Vida, que a fin de cuentas no eran más que asunto de hombres. Ahora se atrevía a poner en duda el juicio de las sabias-historiadoras. Se atrevía a ver a través de una propaganda materialista y conservadora en busca de un fragmento de verdad.
.Los fragmentos son casi tan peligrosos como nada en absoluto
, lo sabía. Sin embargo, debía de ser posible penetrar aquel velo de algún modo, calcular cómo todo lo que había visto y sufrido encajaba.

.¿Cómo le explicaré esto a Leie?, reflexionó Maia.
.¿Debo robársela primero a sus amigas saqueadoras?

¿Arrastrarla, atada y amordazada, a algún lugar para arrancarle la maldad?

Maia ya no meditaba tristemente sobre la alegría perdida de la experiencia compartida con su hermana. La Leie de antaño nunca habría comprendido lo que Maia pensaba y sentía ahora. La nueva Leie, aún menos. Maia todavía añoraba a su gemela, pero también experimentaba resentimiento hacia su dura conducta y sus aires de superioridad cuando por fin se reunieron brevemente.

Maia anhelaba más ver a Renna.

.¿Me convierte eso en una niña de papá? El juvenil epíteto no la molestaba.
.¿O soy una pervertida que alberga sentimientos de calor hacia un hombre?

Dilemas filosóficos como el «porqu». y el «qu». parecían menos importantes que el «cóm».. De algún modo, debía llevar a Renna a sitio seguro. Y si Leie elegía acompañarlos, perfecto.

—Será mejor que empecemos a pensar en atracar en algún sitio. De lo contrario nos arriesgamos a chocar contra las rocas en la oscuridad.

Brod sujetaba el timón, ajustando constantemente su dirección para mantener rumbo al sur. Con la otra mano, se frotó la barbilla, un gesto masculino común, aunque en su caso aún tendría que pasar otro lejano verano antes de que le saliera barba.

—Normalmente sugeriría salir al océano abierto —continuó diciendo—. Echaríamos el ancla, vigilaríamos el viento y la marea, y volveríamos al archipiélago al amanecer.

Brod sacudió la cabeza tristemente.

—Ojalá no me sintiera tan ciego sin un informe meteorológico. Una tormenta podría acechar más allá del horizonte, y nunca lo sabríamos a tiempo.

Maia estuvo de acuerdo.

—En el mejor de los casos, malgastaríamos horas y volveríamos agotados. —Desenrolló el mapa—. Mira, en esta zona hay una isla grande con un ancla pintada. No está demasiado lejos de nuestra ruta, cerca de la zona más occidental de los Dientes.

Brod se inclinó hacia delante para leer en voz alta. .

—Faro Jellicoe… Debió de ser un santuario-faro antiguamente, como Halsey. «Fuera de servicio y desocupad»., dice.

Maia frunció el ceño, con la repentina sensación de haber oído el nombre antes. Aunque el sol aún estaba a cierta altura sobre el horizonte, tiritó, achacando la sensación a lo terrible del lugar.

—Uh… ¿entonces nos dirigimos al suroeste, capitán?

Maia se había estado medio burlando de él todo el día usando el título honorífico. Sonriendo, Brod respondió con un acento enormemente exagerado.

—Bien hecho estará, señora propietaria. Si es usted tan amable de echar una mano con la vela.

—¡A la orden, señor! —Maia cogió la tensa botavara con una mano, plantando un pie sobre la gaza para sujetarla—. ¡Preparada!

—¡Allá vamos!

Brod dio un golpe de timón, impulsando bruscamente la proa del esquife hacia el viento. La vela se desinfló y aleteó, indicando a Maia que tirara de la botavara de babor a estribor, donde se hinchó de pleno con un audible chasquido y los envió velozmente a un nuevo rumbo, hacia la alargada sombra de una isla alta situada al oeste. El sol de la tarde encendía una luminosa aureola de vapor de agua, un halo sonrosado, que convertía el promontorio rocoso en una fiera lanza que apuntaba más allá de las nubes.

—Suponiendo que encontremos refugio en la laguna de Jellicoe —dijo Brod—, volveremos hacia el sur al amanecer. Mañana a media tarde, podemos virar al este, y llegaremos al canal principal cerca de Faro Halsey.

—El santuario activo. Háblame de ese sitio —pidió Maia.

—Es la única ciudadela que aún funciona en los Dientes del Dragón, permitida por el Consejo Reinante para mantener el orden. Mi cofradía fue obligada a habitar el faro, así que enviaron dos barcos y las tripulaciones de las que podían prescindir fácilmente… es decir, inútiles como yo. Con todo, nunca esperé que el capitán intentara sacar un dinero extra alquilándose a las saqueadoras. —Frunció el ceño tristemente—. No todo el mundo piensa de esa forma. A algunos les gusta ver pelear a las mujeres. Dicen que les produce calor de verano.

—¿No pudiste conseguir un traslado, o algo así?

—¿Bromeas? Los alféreces no cuestionan a los capitanes, ni siquiera cuando éstos faltan a una tradición no escrita de la cofradía. De todas formas, saquear es legal, dentro de unos límites. Para cuando me di cuenta de que el capitán Corsh se estaba vendiendo a
.auténticas
piratas, era demasiado, tarde. —Brod sacudió la cabeza—. ¡Debía notarse cómo me sentía, porque se alegró de ofrecerme como rehén, mientras gritaba en voz alta a las saqueadoras la pérdida tan grande que eso le suponía, y que sería mejor que cuidaran bien de mí!

El muchacho se rió roncamente.

.Somos iguales, pobrecillo, pensó Maia.
.¿Es culpa mía no tener talentos adecuados para el mundo de las mujeres? ¿O es culpa suya ser un muchacho que nunca quiso ser marinero? Su amarga reflexión era claramente rebelde. Tal vez es un error hacer generalizaciones de este tipo, sin tener en cuenta las excepciones. ¿No deberíamos tener todos el derecho de intentar ser aquello para lo que más servimos?

También eran iguales en el hecho de haber sido abandonados por personas en las que confiaban. Sin embargo, él era más vulnerable. Los muchachos esperaban ser adoptados por una cofradía que sería su hogar a partir de entonces, mientras que las muchachas del verano crecían sabiendo exactamente qué les esperaba: una vida de lucha solitaria.

—Entonces será mejor que tengamos cuidado cuando lleguemos a Halsey. Tu capitán no…

—¿Se alegrará de verme? —interrumpió Brod—. Buf. Estaba en mi derecho de escapar contigo y las demás.

Sobre todo después de lo de Inanna y sus planes asesinos. Pero tienes razón. No creo que Corsh lo vea de esa forma. Probablemente ya está preocupado por cómo va a explicar todo esto a los comodoros.

Desde allí, tal vez podamos llegar a la sala del navegante y echar un vistazo a sus cartas. Estoy seguro de que habrá escrito dónde está el escondite pirata. Dónde tienen a tu Hombre de las Estrellas.

Había un extraño retintín en la voz de Brod, como si dudara acerca de algo. ¿De sus posibilidades de éxito?

¿O de la misma idea de aliarse con alienígenas?

—Si al menos Renna estuviera prisionero allí, en Halsey… —Suspiró ella.

—Lo dudo. Las saqueadoras no dejarían a un prisionero allí donde pudiera hablar con otros hombres. Tienen demasiados planes para él.

En Grimké, Brod le había contado a Maia las acciones del Visitante justo después de la captura del
.Manitú
.

Según el relato de Brod, Renna había irrumpido entre las jubilosas vencedoras, protestando por todas las violaciones de la ley de Stratos. Se negó desafiante a trasladarse al
.Intrépido
hasta que todas las heridas fueron atendidas. Tan firme fue su semblante extranjero, su furia y su contención, que Baltha y las otras saqueadoras retrocedieron en vez de verse obligadas a golpearlo. Brod nunca mencionó que Renna prestara especial atención a ninguna víctima en particular, pero a Maia le gustaba imaginar que las fuertes y amables manos de su amigo alienígena aliviaron su delirio, y que su voz, hablando en tonos profundos, le prometía firmemente que volverían a verse.

Brod tenía poco más que decir acerca de Leie. Había advertido a la hermana de Maia entre la banda de saqueadoras, sobre todo por sus ojos ansiosos y su intenso interés en las máquinas. Al jefe de máquinas le alegró contar con ella, y no le importó un comino qué sexo tenía un tripulante bajo su camisa y su taparrabos manchados de hollín, siempre que trabajara duro.

—Sólo hablamos una vez en privado —dijo Brod, protegiéndose los ojos mientras navegaban hacia el sol poniente. Ajustó el timón para tensar la vela—. Supongo que me eligió porque no iba a importarle a nadie que yo me riera de ella.

—¿De qué quería hablar?

Brod frunció el ceño, tratando de recordar.

—Me preguntó si alguna vez había conocido a un viejo comodoro o capitán, allá en el principal santuario de mi Cofradía de Joannaborg. ¿Se llamaba Kevin? ¿Calvin?

Maia se incorporó rápidamente.

—¿No querrás decir
.Clevin
?

Él se dio un golpecito en la sien, ausente.

—Sí, eso es. Le dije que había oído ese nombre. Pero me embarcaron muy poco después de mi adopción, y había tantas tripulaciones en el mar que no llegué a conocerlo. Pero el barco, el
.León Marino
, era uno de los nuestros.

Maia se quedó mirando al muchacho.

—Tu Cofradía es la Pinniped.

Lo dijo como un hecho consumado, y Brod se encogió de hombros.

—Claro…, no podías saberlo. Arriamos nuestra bandera poco antes del ataque. Muy vergonzoso. Entonces supe que las cosas no iban bien.

Maia volvió a sentarse, escuchando a través de una oleada de emociones en conflicto, la principal de ellas el asombro.

—El Clan Starkland conoce a los Pinniped desde hace generaciones. Las madres dicen que antiguamente fue una gran cofradía. Transportaba importantes cargamentos, y sus oficiales eran bien recibidos en las grandes ciudades, en invierno y en verano por igual. Hoy en día, los comodoros aceptan trabajos como habitar el Faro Halsey, y ahora incluso se alquilan a las saqueadoras —se rió amargamente—. No es gran cosa, ¿eh? Pero claro, yo tampoco soy ningún premio.

Maia examinó a Brod con renovado interés. Por lo que había dicho el muchacho, podía ser su primo lejano en varios grados… sólo un estudio genético podría determinarlo con seguridad. Era un concepto que Maia tuvo que barajar junto con la ironía de, después de tantas frenéticas aventuras, haber entablado por fin contacto con la cofradía de su padre. No había imaginado que sucedería precisamente de aquel modo.

Siguieron navegando en silencio, cada uno de ellos sumido en sus propios pensamientos. En un momento dado, un banco de oscuras y estilizadas formas apareció varios metros por debajo de su pequeña embarcación, ondulando silenciosamente con sinuosa velocidad. La más grande de las criaturas habría superado en envergadura el mástil del
.Manitú
, y tardó varios minutos en pasar, pero su suave tránsito apenas provocó una ondulación en el agua. Maia apenas llegó a ver la cola del monstruo, y luego el misterioso convoy submarino desapareció.

Al cabo de unos cuantos minutos, Brod se inclinó hacia delante en su asiento y se protegió los ojos con una mano, el cuerpo bruscamente tenso.

—¿Qué ocurre? —preguntó Maia. .

—Yo… no estoy seguro. He creído por un segundo que algo pasaba ante el sol. —Sacudió la cabeza—. Se hace tarde. ¿Nos falta mucho para llegar a Jellicoe?

—Lo avistaremos pasada la siguiente torre. —Maia desplegó la carta—. Parece formado por unas dos docenas de dientes, todos pegados. Tiene dos fondeaderos, y aquí hay algunas cuevas importantes anotadas. —Alzó la cabeza y calibró el ritmo de la puesta del sol—. Llegaremos justo, pero con tiempo para explorar un canal antes de que oscurezca.

El joven asintió, aún con el ceño fruncido.

—Estemos preparados, entonces.

La maniobra continuó bien, con el viento hinchando su ajada vela como había hecho todo el día.
.Tal vez nuestra suerte haya cambiado por fin
, pensó Maia, sabiendo bien que estaba tentando el destino. Cuando navegaban firmemente siguiendo el nuevo rumbo, volvió a hablar, despertando otra inminente preocupación.

—Naroin me hizo prometer que intentaría llamar a sus superioras, si encontrábamos una radio en Halsey.

No era un juramento que quisiera cumplir. Maia confiaba en Naroin, ¿pero y en sus superioras?
.Tantos grupos tienen sus propios motivos para querer a Renna… Tiene enemigas en el Consejo. E incluso suponiendo que respondan a la llamada policías honradas, ¿dejarán las saqueadoras que se lleven a Renna con vida?

Acudía a su mente una sucesión de ideas preocupantes.
.¿Y si el Consejo aún tiene armas como las que quemaron Grimké? ¿Y si llegan a la conclusión de que un alienígena muerto es mejor que uno en manos de sus enemigas?

La respuesta de Brod fue tan tibia como los sentimientos de la propia Maia.

—Supongo que podríamos intentarlo en la sala de comunicaciones. A lo mejor de noche no está vigilada. Pero la idea me revuelve las tripas.

—Lo sé. Sería terriblemente arriesgado hacerlo además de entrar en la sala de mapas…

—No es eso —la interrumpió Brod—. Es que… preferiría que otra persona llamara a la policía para delatar a mi cofradía.

Maia lo miró.

—¿Lealtad? ¿Después de la forma en que te han tratado?

—No es eso —dijo él, sacudiendo la cabeza—. No me quedaré con ellos después de esto.

—¿Entonces, qué? Ya me estás ayudando a buscar a Renna.

—No lo comprendes. Otra cofradía podría respetarme por ayudarte a salvar a un amigo. ¿Pero quién va a contratar a un hombre que ha traicionado a sus propios compañeros de tripulación?

—Oh. —Maia no había advertido el riesgo añadido que Brod estaba corriendo. Aparte de la vida y la libertad, podía perder toda posibilidad de carrera.
.Algo que yo nunca tuve
, murmuró para sí Maia, pero recapacitó.
.Hace falta valor para que una persona con perspectivas de futuro se lo juegue todo por un asunto de honor
.

El esquife empezó a rodear el promontorio más cercano. Más allá, como Maia había predicho, una isla grande y convulsa empezó a aparecer gradualmente. A Maia le pareció una gigantesca zarpa que alguien hubiera dejado allí petrificada mientras sondeaba el mar. Algún misterioso proceso geológico había soldado los espolones parecidos a dedos, uniendo múltiples espirales en un amasijo de arcos de piedra.

Antiguamente, la isla de Jellicoe había sido aún más grande. Restos rechonchos y soldados mostraban los lugares donde una red más extensa de islitas externas había sido destruida por un antiguo poder, presumiblemente el mismo que socavó Grimké. Huellas lineales de roca abrasada brillaban como tejido cicatrizado a lo largo de los acantilados, complicando todavía más los revueltos contornos ordenados por la naturaleza. La costa resultante tenía el perfil horizontal de una retorcida estrella de muchas puntas, con filos redondeados en lugar de vértices y bordes. Aberturas irregulares rompían la rítmica silueta.

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