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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (63 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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—¿Qué? ¿No vas a venir?

—No. Cogeré el esquife, si no os importa. Tengo aquí unos asuntos pendientes.

—Renna y tu hermana —asintió Naroin—. ¡Pero si ni siquiera sabes dónde buscar!

Maia se encogió de hombros.

—Brod me acompañará. Sabe dónde está el santuario masculino, en Faro Halsey. Desde allí, tal vez localicemos alguna pista y averigüemos el escondite donde tienen retenido a Renna.

Maia no mencionó el desagradable hecho de que Leie fuera una de las secuestradoras. Se agitó.

—De hecho, esa carta nos sería más útil a nosotros, ya que vosotras saldréis de sus límites dentro de unas cuantas horas…

Naroin arrugó la nariz.

—Hay más abajo, de todas formas. Claro, quédatela. —Enrolló la hoja de pergamino y se la entregó a Maia, un poco a regañadientes. Claramente, ocultaba sentimientos como los que emergían en el propio pecho de Maia. Era difícil renunciar a una amiga, ahora que la tenía. A Maia le emocionó que la marinera compartiera aquel sentimiento.

—Naturalmente, Renna podría no estar ya ni siquiera en el archipiélago —señaló Naroin.

—Cierto. Pero si es así, ¿por qué iban a tomarse tantas molestias en eliminarnos? Incluso como testigos, no representaríamos una gran amenaza si hubiesen huido en dirección desconocida. No, estoy convencida de que Leie y él se encuentran cerca. Tienen que estarlo.

Siguió un largo silencio entre las dos mujeres, recalcado por los sonidos de martilleos, lijados y aserrados cercanos.

—Si alguna vez llegas a una gran ciudad —dijo entonces Naroin—, busca una unidad de comunicación y marca el cinco cuatro nueve seis del SEP. A cobro revertido. Menciona mi nombre.

—Pero y si tú no… si tú nunca… quiero decir… —Maia se detuvo, incapaz de decirlo con tacto. Pero Naroin se echó a reír, como aliviada de tener algo de lo que burlarse.

—¿Y si nunca lo consigo? Entonces, por favor, dile a mi jefa dónde me viste por última vez. Cuéntale todas las cosas que has visto y hecho. Diles que te dije que te debemos un favor o dos. Al menos podrán ayudarte a encontrar un trabajo decente.

—Mm. Gracias. Mientras no tenga nada que ver con el carbón…

—¡O el agua salada!

Naroin volvió a echarse a reír, y extendió sus pequeños y fuertes brazos para abrazarla.

—Buena suerte, virgie. Que no te encierren. No te des tantos golpes en la cabeza. Y deja de intentar ahogarte, ¿quieres? Haz eso y estoy segura de que te irá bien.

TERCERA PARTE

Cuaderno de Bitácora del Peripatético

Misión Stratos

Llegada + 53.369 Ms

Hoy les he hablado de la ley a las herederas de Lysos. Una ley en cuya aprobación no tuvieron parte.

Una ley que no pueden cambiar ni desobedecer.

Las sabias, consejeras y sacerdotisas reunidas escucharon mi discurso en absoluto silencio. Aunque ya había informado en privado a algunas de ellas, aún podía notar la sorpresa y la incredulidad tras muchos de los rígidos rostros.

—Después de milenios, los del Phylum hemos aprendido la dura lección de la especialización —les dije—. Separados por vastos abismos de espacio, los primos lejanos pierden su sensación de poseer una herencia común. Las tribus humanas aisladas se separan, emergiendo muy lejos en la corriente del tiempo, cambiadas más allá de cualquier posibilidad de reconocimiento. Se trata de una pérdida mucho mayor que la simple pérdida de memoria.

La seriedad de mi público era inquietante. Sin embargo, Iolanthe y las otras habían aconsejado franqueza, no eufemismos diplomáticos, así que expuse ante las líderes los informes de los archivos de mi servicio: una letanía de desgracia y horror, de catastróficos malentendidos y tragedias provocadas por visiones estrechas del mundo. De rectos espasmos éticos y mortale
.vendettas
en las que cada bando estaba convencido (y armado con pruebas) de tener razón. De explotaciones peores que las que antaño consideramos superadas en el pasado remoto de la Tierra. Peores por ser perpetradas por primos que se negaban ya a reconocerse mutuamente, o a escuchar.

Tragedias que finalmente provocaron la ley.

—Hasta ahora, he descrito cómo renovar el contacto podría resultar ventajoso. Artes y ciencias serían compartidas, y enormes bibliotecas con soluciones a incontables problemas. Muchas de vosotras me miráis ahora, y pensáis: «Bueno, no es más que un hombre solo. Para disfrutar de esas cosas buenas, podemos soportar visitas esporádicas de enviados solitarios. Escogeremos de la cornucopia, sin perturbar nuestro ordenado destino». Otras sospechabais que habría mucho más en juego. Mucho más. Así es.

Convoqué una imagen holográfica para que destellara en el centro de la sala del Consejo, un brillante copo de nieve tan ancho como un planeta, tan fino como un árbol, que reflejaba la luz de galaxias.

—Hoy, un segundo servicio más importante que el proporcionado por los peripatéticos, enlaza los mundos del Phylum. Es un servicio que algunas de vosotras sin duda repudiaréis, como si fuera medicina de agrio sabor. La gran hielonave se mueve entre diez mil soles… más despacio que los mensajeros como yo. Pero su camino es inexorable. Transporta estabilidad. Trae el cambio.

Una delegada Perkinita se incorporó de un salto.

—¡Nunca los aceptaremos! ¡Lucharemos!

Me esperaba eso.

—Haced lo que penséis que tenéis que hacer. Volad la primera hielonave, o diez de ellas, sin preocuparos por los incontables inocentes que entregaréis así a la muerte. Algunos mundos insensibles han asesinado a cientos de hiberninaves heladas, y al final se han rendido.

Las palabras fueron duras, pero fue bueno soltarlas. Sentí el apoyo de muchas miembros del Consejo que habían patrocinado mi presentación para impedir que el asunto se quedara estancado. Es una suerte que aquí, al contrario que en Mundo Watari o en Nuevo Levante, una minoría respetable vea lo que es obvio: que la soledad y la especialización no son modos humanos.

—Miradlo de esta forma —concluí—. Lysos y las Fundadoras buscaron aislamiento para perfeccionar su experimento. ¿Pero no habéis sido puestas a prueba por el tiempo y validadas en su contexto como pueda serlo cualquier otra forma de vida? ¿No es hora de asomarse y mostrar a vuestros primos lo que habéis forjado?

Un largo silencio recibió mi conclusión. Iolanthe inició un aplauso incómodo que aleteó por el salón y escapó por las claraboyas como un pájaro huido. Entre las frías miradas del resto, la portavoz se aclaró la garganta, y secamente levantó la sesión.

A pesar de la tensión, me marché sintiéndome más fuerte de lo que me había sentido en meses. Me pregunté cuánto era debido a haberme quitado un peso de encima al ser sincero, y cuánto se debía a las atenciones que había recibido últimamente gracias a Odo, bajo el signo de la campana.

Si sobrevivo a este día, a esta semana, debo regresar a esa casa, y celebrarlo mientras pueda.

21

Los Dientes del Dragón. Fila tras fila de agudos incisivos, apuntando ferozmente al cielo.

.Tendría que haberme dado cuenta, pensó Maia.
.Al ver por primera vez estas islas en la distancia, tendría que haber sabido su nombre
.

Los Dientes del Dragón. Una frase legendaria. Sin embargo, al reflexionar sobre ello, Maia cayó en la cuenta de que apenas sabía nada de la cadena de montañas marinas, cuyas enormes raíces de cristal columnar surgían de la corteza oceánica, alzándose para taladrar las olas de la superficie y arañar grandes pedazos de cielo. Sus lustrosos y ondulados costados parecían ajenos a la erosión del tiempo. Los árboles se aferraban a las escarpadas alturas donde cascadas, alimentadas por arroyuelos impulsados por la presión, caían desde cientos de metros, formando altos arco iris que remedaban las auroras, y producían a Maia y Brod dolorosas tortícolis mientras pasaban con su barca y las contemplaban asombrados.

Su esquife recorría el archipiélago tropical como un parásito que se abriera camino a través de la espina dorsal de una poderosa bestia semisumergida. Las islas se apiñaban más densamente cuanto más se internaba el pequeño bote. Unidas de forma natural, muchas de las islas estaban conectadas por estrechos puentes naturales. Brod siempre hacía un signo sobre sus ojos al pasar por debajo de alguno de ellos. Un gesto no de temor, sino de reverencia.

Aunque Brod había vivido entre los Dientes varios meses antes de ser tomado como rehén, sólo conocía la zona próxima a Faro Halsey, la única habitada de forma oficial. Por eso Maia se encargaba de la navegación mientras él llevaba el timón. Su carta advertía de la existencia de bajíos y arrecifes y letales corrientes a lo largo del curso que ella había elegido, por lo que el rumbo era adecuado para gente como ellos, que no deseaban ser vistos.

Estaba claro que Maia y Brod no eran los primeros en llegar a esa conclusión. Varias veces detectaron pruebas de asentamientos pasados y presentes. Había chozas y rudos refugios de piedra encaramados en rendijas, a veces equipados con burdos montacargas para hacer bajar botes de concha aún más pequeños que el suyo. Una vez, Brod señaló y Maia llegó a ver a una ermitaña que recogió rápidamente sus redes cuando localizó el esquife.

Ignorando sus gritos, la anciana se puso a los remos y desapareció en una oscura serie de cavernas y grutas.

.Se acabó esperar recibir consejo de los habitantes, pensó Maia. En otra ocasión, atisbó a una figura furtiva que los observaba desde una fila de oquedades, medio derrumbadas por el tiempo, parte de una galería de ventanas talladas mucho atrás, en la zona superior de una torre. La construcción le recordó el santuario-prisión de Valle Largo, sólo que éste era más grande, e indescriptiblemente más viejo.

Las sombras proyectadas por las innumerables torres de piedra peinaban las oscuras aguas azules, todas señalando en la misma dirección provisional, como si los pináculos de piedra fueran gnómons, medio millar de ardientes relojes de sol que siguieran al unísono la serena marcha de las horas, de los eones.

Aquél era un lugar antaño lleno de historia, y ahora completamente carente de voz.

—Los reyes libraron aquí su última batalla —había explicado Naroin poco antes de partir con las supervivientes en su queche capturado. Maia y Brod estaban a punto de abordar el esquife, ya con nuevos suministros, preparándose para virar al sur—. Todos los clanes y ciudades-estado unidos enviaron fuerzas para aplastar finalmente el imperio masculino. No se habla mucho del tema, para que las vars desistan de volver a aliarse con los hombres contra las grandes casas. Pero nada pudo detener una leyenda tan grande —Naroin señaló las secas torres—. Piénsalo. Aquí es donde los que deseaban convertirse en patriarcas y sus ayudantes entablaron su última batalla.

Maia se detuvo a compartir la reflexión de su amiga.

—Es como algo surgido de un cuento de hadas. Irreal. Apenas puedo creer que estoy aquí.

La policía-marinera suspiró.

—Yo tampoco. Esta zona no se visita mucho hoy en día. Está apartada de las rutas de navegación. Nunca imaginé nada semejante. Te hace preguntarte tantas cosas…

Así era. Mientras Brod y ella se internaban entre los Dientes del Dragón, Maia reflexionó sobre la poca confianza que le inspiraba la historia oficial. Cuanto más lejos iban, más segura estaba de que Naroin le había contado la verdad tal como la había aprendido. Y esa verdad era una mentira.

Maia recordó el acertijo del pozo, aquel horrible y vítreo cráter de la isla de Grimké, donde ella y las demás habían sido abandonadas. Desde que pusieron rumbo sur viajando por separado, Brod y ella habían visto otros picos con estigmas similares. Huellas calcinadas de piedra derretida bajo un feroz calor, a veces a consecuencia de un fuerte golpe, y a veces…

Ninguno de los dos habló mientras el firme viento los hacía pasar ante una torre destruida, unos restos que habían sido derribados por un poder de un alcance inimaginable.

.No sé nada de reyes y similares. Tal vez los patriarcales y sus aliadas entablaron su última batalla aquí. Pero me apuesto un nicho y todos mis derechos de invierno a que nunca causaron esta… devastación .

Había otra historia, más antigua. Un acontecimiento del que rara vez se hablaba, casi tan importante para la colonia de Stratos como su fundación.

Maia estaba segura de que aquí se había combatido a otro enemigo, hacía mucho tiempo. Y por el aspecto del entorno, había costado trabajo derrotarlo.

.La Gran Defensa. Es curioso que nadie de nuestro grupo lo relacionara al contar historias alrededor del fuego, pero puede que esa batalla también se librase aquí, en los Dientes del Dragón .

Era como si la leyenda de los reyes sirviera para encubrir un relato más antiguo. Uno en el que el papel de los hombres había sido admirable.
.Como si aquellas que ostentan el poder quisieran que su recuerdo quedase sólo para ermitañas y piratas
. Recordó el antiguo y erosionado bajorrelieve que había encontrado entre las ruinas enterradas del templo, en Grange Head, donde formas humanas con barba y lampiñas luchaban contra demonios cornudos bajo las alas protectoras de una vengadora Madre Stratos. Maia añadió el detalle a su creciente colección de pruebas… Pero ¿de qué? ¿Para llegar a qué conclusión? Todavía no estaba segura.

Una formación de nubes bajas se apartó, descubriendo la extensión de mar y piedra a un diluvio de brillante luz. Parpadeando, Maia se sintió apartada del implacable fluir de sus amargos pensamientos. Sonrió.
.Oh, he cambiado, desde luego, y no sólo por haberme hecho más dura. Es resultado de todo lo que he visto y oído
.

Renna, sobre todo, me hizo pensar en el tiempo.

Los clanes instaban a las vars a dejar de pensar en inútiles reflexiones sobre siglos y milenios. Las veraniegas debían concentrarse en tener éxito aquí y ahora. Pensar a largo plazo sólo era asunto tuyo cuando habías establecido tu casa y tenías una posteridad de la que preocuparte. Maia no había sido educada para considerar Stratos un mundo, con un pasado que podía ser indagado y un destino que podría ser cambiado.

.Pero no es tan difícil aprender a verte como parte de una gran cadena. Una cadena que empezó mucho antes que tú, y que continuará mucho después .

Renna había empleado la palabra continuum para referirse a un puente entre generaciones, incluso hacia la propia muerte. Una noción preocupante, sin duda. Pero las mujeres y los hombres de antaño se habían enfrentado a ello antes de que hubiera clones, o de otro modo nunca habrían abandonado la Vieja Tierra.
.Y si pudieron hacerlo, entonces una humilde var como yo también puede
.

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