Tirano II. Tormenta de flechas (48 page)

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Authors: Christian Cameron

Tags: #Bélico, Histórico

BOOK: Tirano II. Tormenta de flechas
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—Los soldados griegos son como la nieve en las montañas —repuso Alejandro con desdén.

Eumenes no dio su brazo a torcer.

—Cada uno de los sátrapas está reuniendo un ejército. La lección de Parmenio no ha sido en balde. Además estamos muy lejos de Grecia, majestad. No somos los que mejor pagan, y los matamos como si fueran reses. Mil con Farnuques, dos mil en los fuertes del Jaxartes… y ésas sólo son nuestras pérdidas más recientes.

—Los tesalios están al borde del motín —terció Cratero—. ¡Cabrones desagradecidos! —Avinagrado, agregó—: Y el joven Tolomeo dice que la moral de las falanges no es mucho mejor.

Eumenes miró a su alrededor.

—¿Desagradecidos? ¡Eran nuestra mejor caballería!

—Pero preferían a Parmenio antes que a mí —replicó Alejandro—. Lo mejor será mandarlos a casa.

—¿Y con qué los reemplazamos? —preguntó Cratero—. ¿Más persas?

—Bactrianos, sogdianos… Esos no son persas de mano blanda. Son hombres de guerra, como nuestros macedonios. Hombres de monte, como nosotros. —Alejandro se explicaba como si se dirigiera a un niño.

Cratero levantó la voz:

—¡Por los huevos de Ares, Alejandro! Deja ya de engañarte. ¡Son jodidos persas! ¡Orientales! ¡No ven la hora de apuñalarnos mientras dormimos!

Eumenes reprimió una sonrisa. Cratero recitaba su parlamento como si hubiese sido escrito para él, y sería él, y no Eumenes, quien padecería la ira del rey.

Sin embargo, Alejandro los sorprendió a todos al conservar la calma.

—Entiendo tu preocupación, Cratero; y la tuya, Eumenes. Pero debo tener caballería para esta guerra, y dejar a los sogdianos ociosos sería invitarlos a unirse a mis enemigos.

Levantó la pierna. Lo había alcanzado una flecha; una herida limpia, aunque seguía supurando pus y la víspera le había salido una astilla de hueso. Eso hacía que el rey se sintiera mortal y falible.

Eumenes exhaló lentamente.

—¿Podríamos, al menos, asegurar Maracanda en la retaguardia antes de cruzar el Jaxartes? —preguntó. Alejandro asintió.

—Yo mismo llevaré una columna en una incursión relámpago. —Miró a Hefestión, pareció a punto de decir algo y luego negó con la cabeza—: No, tendré que hacerlo yo; otro desastre como el del Oxus, y todo el tejido comenzará a deshilacharse. Estaré fuera dos semanas. Espitamenes no tiene agallas para oponer resistencia; romperá el asedio. Si soy lo bastante rápido, lo alcanzaré. Si no, regresaré e intentaremos tomar por sorpresa a los bárbaros y nos enfrentaremos con los masagetas. —Les dedicó una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora—. Su reina tendrá amazonas.

24

La mañana siguiente llevó a Kineas noticias de otro cariz sobre su banquete de bodas. Se habían dicho palabras malsonantes e intercambiado algunos golpes; miradas de soslayo, problemas en las filas de caballería, gritos.

Kineas oyó lo ocurrido de boca de Ataelo, que tenía un corte en el brazo, y observó a los hombres y mujeres que éste tenía detrás difundiendo el rumor con los ojos. Los prodromoi eran un grupo muy unido y se consideraban la élite de todo el contingente. Ataelo los estaba convirtiendo en su propio clan, proceso contra el que Srayanka ya le había prevenido. Kineas había aprendido lo suficiente sobre política escita para saber que los líderes débiles perdían a sus seguidores ante líderes fuertes, y que aun cuando un clan tuviera un gran líder, algunos hombres y mujeres se iban en busca de pastos más verdes.

—Garait, por besar a esta mujer —dijo Ataelo—. ¿Derva de los sármatas? ¿La conoces?

Kineas negó con la cabeza, quedando en evidencia al no conocer a toda su tropa.

—No —admitió.

Ataelo negó con la cabeza a su vez.

—Derva era
paradatám
de Aurvant de los sármatas. Pero estaba besando a Garait. —Se encogió de hombros e hizo una mueca, porque le dolió la herida del hombro—. Por eso Aurvant es para ir a Upazan, que es su jefe.

Srayanka se plantó detrás de su esposo con los brazos en jarras.

—No es una buena historia, Ataelo —comentó en sakje. Ataelo inclinó la cabeza, pero dijo:

—Estos jóvenes son mi pueblo. Derva ha negado su
paradatám
el número de días requerido.

—¿Y luego qué pasó? —preguntó Kineas. Ataelo frunció el ceño.

—Upazan y Garait por gritar —dijo en griego. Miró a Kineas a los ojos—. Upazan pega a Garait, y León pega a Upazan. Upazan saca una espada. Corta a Garait. Me interpongo para parar tonterías de chicos y me llevo esto. —Con un gesto avergonzado indicó su herida. Llevaba el brazo del arco en cabestrillo.

—¿Qué pinta León en todo esto? —inquirió Kineas, perdiendo la paciencia.

Srayanka entornó una pizca los ojos y meneó la cabeza.

—León ama a Mosva de los sármatas.

—¡Ya lo sé! —exclamó Kineas.

—Lo mismo que Upazan —dijo Srayanka, como si hablara con un niño un poco corto de luces—. ¿Qué quieres, Ataelo?

—Pido por matar a Upazan —solicitó Ataelo formalmente tras concluir su testimonio—. Hombre a hombre y caballo a caballo.

Kineas miró a Srayanka, que simplemente negó con la cabeza.

—¿Soy tu reina, Ataelo? —preguntó.

Ataelo miró alternativamente a Kineas y a Srayanka. Siempre había dejado clara su condición de masageta, no de sakje. De visitante, no de súbdito. Pero era un hombre de Kineas hasta la médula; Kineas lo había convertido en quien era. Esto también era política escita.

Aunque el día era caluroso, flotaba algo en el aire y se veían relámpagos por la parte del desierto. Kineas se inclinó hacia delante para hablar, pero Srayanka le puso una mano en el hombro para retenerlo.

Ataelo hizo una súplica muda a Kineas y, al no obtener respuesta, dijo:

—Sí.

—¿En serio? ¿Eres sakje? —Srayanka era implacable.

—Sí —repitió Ataelo.

Srayanka dedicó una breve sonrisa a Kineas.

—De acuerdo con lo que ha declarado, está sujeto a nuestra justicia. —Hizo un gesto de asentimiento—. Sería un agravio a las buenas costumbres permitir que lucharas con el hijo de la hermana de Lot. Tráeme a ese tal Garait.

Garait compareció con el pelo trenzado con esmero y su mejor túnica.

—¿Cuántos caballos tienes, Garait? —preguntó Srayanka.

—Tengo veinte caballos de mi propiedad —contestó él en sakje, y su orgullo fue ostensible para cuantas personas había en la tienda. Veinte era una excelente cantidad para un hombre tan joven; claro está que, naturalmente, después de dos años de guerra había tenido ocasión de reunidos—. Ningún poni. Ningún caballo para carne. Doce tesalios altos y fuertes. Cuatro ponis getas para todo tipo de trabajos. Cuatro caballos de los nuestros para montar.

Srayanka asintió.

—¿Y cuál es el precio de novia de Derva?

Garait se encogió de hombros.

—No lo sé —contestó.

Srayanka miró a Kineas.

—¿Confías en mí para manejar esto? —le preguntó en griego.

—Conoces las costumbres mejor que yo —contestó Kineas.

—Hablaré con el príncipe Lot. Mientras tanto —Srayanka se volvió de nuevo hacia Garait—, tienes prohibido acercarte a menos de veinte largos de caballo de ella. No puedes hablar con Upazan ni aceptar o retarlo a un duelo. Llegado el caso, me lo envías a mí.

—Sí, señora —asintió Garait con una inclinación de cabeza, gesto equivalente a una reverencia entre los persas. Luego Srayanka llamó a León, que estaba sospechosamente cerca, también muy bien aseado y con su mejor túnica. Parecía que le estaba saliendo un buen moretón en torno al ojo izquierdo, con la piel negra casi púrpura bajo el sol.

—¿Tienes intención de casarte con Mosva? —preguntó Srayanka.

El negro asintió con gravedad.

—Si ella me acepta —respondió León.

—Acuerda el precio de la novia y págalo —le dijo Srayanka—. Y date prisa. Vuestro flirteo nos perjudica a todos, León.

León sonrió.

—No suelo tardar en cerrar un trato —se excusó—. Sólo que había pensado aguardar hasta que la campaña hubiese terminado.

—Escucha, nubio, si tuviera que aconsejarte, te diría lo siguiente: averigua el precio de la novia esta noche. Entabla conversación con Lot; pregunta con indirectas. Compra los caballos que necesites y estácalos con su manada, y rapta a Mosva de su tienda y llévatela a la tuya. Hazlo ya.

León hizo una reverencia.

—Vivo para servirte, señora —dijo.

Pero Srayanka parecía atribulada.

Cuando se hubieron marchado, Kineas se volvió hacia Diodoro.

—Esto es lo que ocurre cuando se está demasiado tiempo ocioso. Quiero más patrullas, al sur para vigilar a Alejandro y al este para seguir la ruta de nuestra marcha. Y un explorador que busque abrevaderos y pastos hacia el este; Ataelo no, que está herido. Tenemos que movernos.

Diodoro se rascó la barba, una barba que mostraba una sorprendente cantidad de canas.

—Sabrás que nos topamos con unos exploradores de Alejandro hace tres días, cerca del Oxus.

Kineas había tenido tiempo de enterarse pese al trajín de los preparativos del banquete. El encuentro había tenido lugar a dos días a caballo hacia el sur; no lo bastante cerca para que supusiera una amenaza para el campamento, pero sí lo suficiente para que le prestara atención.

—Lo sé. Que los exploradores salgan de inmediato. Casi todos nuestros heridos están en condiciones de montar. Me gustaría abandonar este campamento dentro de dos días.

Diodoro asintió.

—Cuanto antes, mejor.

Diodoro y Parshtaevalt organizaron una serie de patrullas por relevos que se alejaron hacia el sur, cubriendo un arco de posibles vías de aproximación entre los macedonios, los persas y su campamento. Con la ayuda de los sármatas de Lot, contaron con guerreros de sobra para montar las patrullas y los relevos contribuyeron a aliviar el abuso que diez mil caballos hacían del pasto cercano, así como el aburrimiento. Kineas, Lot y Srayanka tenían mucho que hacer antes de emprender la travesía del desierto sogdiano para acudir a la asamblea de las tropas escitas.

Al día siguiente, Diodoro y Ataelo enviaron más lejos a las patrullas del este para que despejaran la ruta hasta el campamento siguiente. Necesitaban pasto y agua y un camino libre de enemigos. Había que explorar a conciencia.

El segundo día después del banquete, Kineas convocó a los oficiales y los jefes de clan a un consejo por la tarde, cuando el calor dejaba de apretar. Entonces se sentó con León a calcular provisiones y forraje, y obtuvo respuestas que no fueron de su agrado.

Diodoro llegó al campamento a mediodía, mucho antes de lo previsto. Tenía una patrulla de olbianos, su propio escuadrón, con veinte celtas impasibles rodeando a un grupo de jinetes polvorientos que a primera vista parecían prisioneros. Kineas fue a su encuentro, pero Diodoro le hizo una seña para que se mantuviera al margen; de modo que regresó a la sombra del toldo de fieltro sujeto a la trasera del carromato de Srayanka y se sirvió un poco de vino. Cuando Diodoro acudió, sirvió otro poco para él.

—Esto te quitará el polvo —dijo Kineas.

—Traigo problemas —advirtió Diodoro—. ¿Has visto a quién he traído?

—¿A Upazan? —preguntó Kineas.

—El mismo. Iba hacia el sur con un destacamento. No en una de nuestras patrullas. Y, francamente, merece una buena tunda. Es un bravucón y pone en entredicho la disciplina que hemos instaurado entre los sakje.

Kineas se encogió de hombros.

—¡Tráemelo! —ordenó.

Mandó a Samahe en busca de Srayanka. Vino con los dos niños y con Safo, y todos se sentaron sobre las alfombras de la tienda. Una vez se hubieron instalado, trajeron a Upazan.

Upazan se mantuvo erguido. Su rostro mostraba la expresión hosca propia de un adolescente, bastante fuera de lugar tratándose de un adulto. Lucía una magnífica guerrera de escamas de bronce chapadas en oro y un verraco de oro en lo alto del yelmo de bronce también bañado en oro.

Kineas asintió.

—Te saludo, Upazan. ¿Puedo ofrecerte vino?

—No quiero vino —repuso Upazan—. Quiero cabalgar libre. Correrá sangre después de esta afrenta.

Kineas lo aceptó y se volvió hacia León:

—Envía a Sitalkes a por el príncipe Lot, con mi respetuoso deseo de que venga y me ayude a tratar con Upazan.

León asintió y se marchó.

Volviéndose hacia Upazan, Kineas se encogió de hombros.

—Rechazas mi cortesía, de modo que no perderé más tiempo con cumplidos. Has abandonado el campamento sin permiso…

—Soy Upazan de los sármatas, y no necesito ningún permiso, griego. Puedo ir a donde me plazca, hacer incursiones donde me plazca. Suéltame o correrá sangre.

Kineas bebió un sorbo de vino y luego se aproximó al joven. Upazan era un dedo más alto, pero venían a tener la misma estatura. Kineas se le arrimó.

—¿La sangre de quién, potrillo? —preguntó—. Dudo que te refieras a la mía.

Las sonoras carcajadas sólo sirvieron para poner más furioso a Upazan. Sus propios seguidores se reían.

Srayanka dejó a Lita en brazos de Safo y se levantó.

—Upazan —dijo—, en su momento se acordó que todo el pueblo seguiría a Kineas y aceptaría su guía en asuntos de guerra. El príncipe Lot lo ha aceptado. Yo lo he aceptado.

Upazan negó con la cabeza.

—Pues yo no lo he aceptado. No he visto ninguna de sus grandes dotes. —Escupió y sonrió, sin dejarse intimidar por la proximidad de Kineas—. Lucharé contigo, viejo. Luego quizá me quede con tus caballos. Necesito caballos para comprar el amor de una sacerdotisa de la hierba.

—Ella no te quiere, Upazan —replicó Srayanka mientras Lot se abría paso bajo el toldo.

—Me trae sin cuidado. Será mía —concluyó Upazan levantando bien la cabeza.

Srayanka habló con lentitud y claridad.

—La mujer de quien hablas es hija de la hermana de tu madre. No es para ti. Se convertirá en esposa de León.

Lot interrumpió.

—El tiempo que pasaste con los medos te ha hecho olvidar nuestras costumbres. Ninguna mujer va a ninguna parte en contra de su voluntad. —Lot sonrió—. Podría hacerte daño.

Upazan miró en derredor.

—Estáis todos contra mí. Muy bien. —Se cruzó de brazos. Tenía dignidad para ser un hombre tan joven y tan enojado—. ¿Lucharás conmigo, extranjero?

León se puso de pie de un salto.

—¡Yo lucharé contigo!

Kineas pasó su copa de vino a León.

—Esto es una cuestión de disciplina, no una venganza —le dijo a León. Y luego a Upazan—: ¿Estás listo? Las apuestas son que, si gano, jurarás cumplir mis órdenes. Si ganas tú, seguirás obedeciéndolas.

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