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Cuando la Policía descubre que la tarjeta de la mochila de Vallecas conduce al locutorio de Zougham y que su nombre aparecía mencionado en aquel sumario (aunque fuera como simple testigo), alguien debió de "
deducir
" que el tal Zougham y los otros dos marroquíes habían preparado las bombas, con lo cual se procedió a su detención. La cortina de humo tendida por los organizadores del 11-M había funcionado y la Policía y el juez picaron el anzuelo como estaba previsto.

Dos de esos tres marroquíes serían puestos en libertad por el juez pocas semanas después de los atentados, porque vender unas tarjetas telefónicas no constituye, obviamente, un delito. Lo cual quiere decir que la razón por la que se detuvo a Jamal Zougham el día 13-M (la venta de las tarjetas) no es considerada por el juez como indicio de que Jamal Zougham estuviera relacionado con el atentado.

Sin embargo, 17 meses después de la masacre, Jamal Zougham sigue estando en prisión. ¿Por qué? Pues porque, como vamos a ver en el siguiente capítulo, a partir de su detención se desató contra Zougham una auténtica "
caza del hombre
" en la que no han faltado ni las falsas acusaciones, ni los testigos manipulados, ni una ininterrumpida e inmisericorde campaña de descrédito.

Capitulo 7

Jamal Zougham, la cabeza de turco

¿Participó Jamal Zougham en los atentados del 11-M? No lo sabemos, pero la lectura del sumario no permite encontrar ninguna prueba sólida de que lo hiciera.

El 17 de marzo de 2004, declaraba por primera vez ante la Policía un testigo llamado Hassan Serroukh. En esa primera declaración, Serroukh contaba con pelos y señales lo religioso que era Jamal Zougham, las reuniones que mantenía con otras personas tan religiosas como él y sus contactos con diversos integristas muy conocidos. Esas declaraciones fueron convenientemente utilizadas por la Policía para convencer al juez de la peligrosidad de Zougham.

Un par de semanas más tarde, los listados de llamadas cruzadas revelaban que ese testigo, Hassan Serroukh, estaba relacionado con algunos de los supuestos terroristas del 11-M, a pesar de lo cual la policía no le detiene y Serroukh presta declaración como testigo ante el juez el 21 de mayo de 2004.

Al ser preguntado por el juez sobre Jamal Zougham y sus socios, Hassan Serroukh le dice a Del Olmo que él no nombró en ningún momento a Zougham en su declaración ante la Policía, sino que fue la Policía quien escribió ese nombre y él se limitó a firmar lo que le pusieron delante.

Pero no es eso lo más sorprendente. Con el correr de los meses, las investigaciones demostraron que Hassan Serroukh estaba efectivamente relacionado con la trama del 11-M, por lo que el juez Del Olmo terminó por imputarle en el sumario con fecha 28 de abril de 2005.

¿Qué credibilidad merecen las declaraciones de este testigo sobre lo radical que era Zougham? ¿Fue efectivamente la Policía quien dictó a Serroukh los términos de su primera declaración? ¿Fue Serroukh el que intentó, con su declaración, echar basura sobre Zougham, para alejar así las sospechas de sí mismo y de los verdaderos mercenarios del 11-M?

Los testigos de los trenes

La razón fundamental (la única razón sólida) por la que Jamal Zougham sigue en la cárcel son los testimonios de tres testigos distintos, que dicen haberle visto en los trenes de la muerte aquella mañana negra del 11 de marzo. Tanto Jamal Zougham como su socio Mohamed Chaoui (los dos dueños del locutorio de Lavapiés) fueron reconocidos "
sin ningún género de dudas
" tanto en las fotografías mostradas en dependencias policiales como en las posteriores ruedas de reconocimiento.

Lo único malo de esas declaraciones testificales es que su solidez es mucho menor de lo que aparenta en un principio. Figúrese el lector hasta qué punto son fiables esos reconocimientos, que el juez Del Olmo no tuvo más remedio que anular los de Mohamed Chaoui y ponerle en libertad, porque si tuvieran razón los diversos testigos que decían haberle visto en los trenes "
sin ningún género de dudas
", hubiera sido necesario que Chaoui estuviera en dos trenes al mismo tiempo, cosa evidentemente imposible.

¿Qué es lo que había pasado? Pues que esos reconocimientos fueron hechos después de que la foto de estos dos presuntos implicados hubiera sido convenientemente aireada en todos los medios de comunicación (¿hay alguien en España a quien no le suene la cara de Jamal Zougham?). Como consecuencia, los testigos se habían visto contaminados por la publicación en los periódicos de la fotografía de Mohamed Chaoui, identificándole en su memoria con esa persona que habían visto en los trenes y en la que probablemente no se habían fijado demasiado.

Jamal Zougham no tuvo tanta suerte como Chaoui: los reconocimientos de los testigos de los trenes no eran incompatibles entre sí. Aunque dos testigos decían haberle visto en dos trenes distintos, lo habían visto a diferentes horas, así que cabía la posibilidad de que Zougham hubiera depositado una mochila en un tren, se hubiera bajado, y hubiera subido a otro tren para depositar la segunda. Pero ¿está Jamal Zougham realmente implicado en los atentados o es sólo una oportuna cabeza de turco?

Un extraño papel en una trama extraña

Lo primero que nos choca al analizar la posible implicación de Jamal Zougham en los atentados del 11-M es el extraño papel jugado por este sospechoso. Como sabe el lector, las tarjetas telefónicas de las mochilas-bomba fueron adquiridas en el locutorio de Zougham, pero los teléfonos móviles fueron comprados en la tienda de unos indios y fueron liberados en otra tienda, propiedad del policía Maussili Kalaji. Si fuera verdad que Jamal Zougham estaba implicado en la trama terrorista, ¿qué necesidad había de comprar los teléfonos a los indios y de llevarlos a liberar a la tienda de Kalaji?. Jamal Zougham vendía tanto tarjetas telefónicas como teléfonos móviles, y disponía en su locutorio de todo lo necesario para liberar teléfonos. Si hubiera estado implicado en la trama, ni los indios ni Kalaji tendrían por qué haber aparecido en escena, ya que Zougham hubiera podido suministrar el
pack
completo.

Tampoco resulta lógico el comportamiento de Zougham tras los atentados. Los empleados de su tienda describen que el 11 de marzo realizó una jornada de trabajo normal, sin mostrar ningún comportamiento fuera de lo común. Y así continuó hasta el día 13 de marzo, en que la Policía se presenta a detenerlo. ¿Tiene sentido que no tratara de huir, ni de esconderse? Si hubiera sido consciente de que las tarjetas telefónicas que había vendido eran las usadas en las mochilas bomba, ¿se habría quedado trabajando tranquilamente durante tres días, a esperar a que la Policía le detuviera? Es más, ¿habría puesto en su teléfono móvil una de las tarjetas del mismo lote que las usadas en los atentados, para que la Policía la encontrara allí en el momento de detenerle?

Pero lo más extraño de todo es que no aparezca ninguna otra prueba pericial que le incrimine en los atentados. Uno de los hilos más fructíferos a la hora de detener a los presuntos autores de la masacre ha sido el seguimiento de las llamadas intercambiadas por los distintos implicados.

Así, de los supuestos teléfonos de las mochilas-bomba se llegó al grupo de Morata, articulado en torno a
El Chino
.

Siguiendo el rastro de las llamadas de este grupo de Morata se llega, a su vez, al grupo de asturianos que supuestamente proporcionaron la dinamita y al grupo de supuestos integristas articulado en torno a
El Tunecino
y a los hermanos Almallah, un grupo que tenía su piso franco en la calle Virgen del Coro de Madrid. Pues bien, ninguno de esos seguimientos de conversaciones telefónicas conduce a Jamal Zougham. Si hubiera estado implicado en los preparativos de los atentados, lo natural es que se hubiera detectado alguna conversación telefónica suya o de sus socios con el grupo de Morata, con los asturianos o con el comando de la calle Virgen del Coro. Sin embargo, esas llamadas no aparecen.

Tampoco aparecen huellas dactilares de Zougham, ni rastros de su ADN, en ninguno de los escenarios analizados: ni en Morata, ni en Leganés, ni en la furgoneta de Alcalá, ni en el Skoda Fabia, ni en la mochila de Vallecas, ni en la calle Virgen del Coro, ni en ninguno de los demás pisos o vehículos empleados por los restantes miembros de la trama…. ¿Tan cuidadoso era Zougham que, a diferencia de todos los restantes terroristas, no dejó pista alguna? Por si fuera poco, el diario
El Mundo
publicó hace ya tiempo que el teléfono de Zougham estaba pinchado por la Policía desde nueve meses antes de los atentados, y que en esos nueve meses de conversaciones no aparece nada que relacione a Zougham con la masacre.

Suponiendo que Zougham estuviera implicado en los atentados, ese extraordinario cuidado en no dejar escapar ningún indicio antes del 11-M contrasta brutalmente con el aparente descuido con el que se decidió a usar en las bombas unas tarjetas telefónicas que permitían localizarle tan fácilmente.

¿Realmente jugó Jamal Zougham un papel en la organización de los atentados? Si es así, debe de ser todo un maestro del disimulo, porque fue capaz de no dejar ninguna pista mientras todos sus compañeros iban delatándose por sus llamadas, por sus huellas dactilares, por sus prendas de ropa o por sus conversaciones indiscretas. Lo menos que podemos decir es que, si Zougham jugó un papel en el 11-M, dicho papel debió de ser muy extraño.

La campaña de descrédito

Pero más preocupante que la falta de pruebas es el empeño con el que se ha pretendido, desde distintas instancias, hacer creer a la opinión pública a toda costa que Zougham era culpable. Llama verdaderamente la atención el número de falsedades que se han filtrado a los medios de comunicación para tratar de convencerles de la culpabilidad de Zougham.

Poco después del atentado se dijo, por ejemplo, que un trocito del móvil de la mochila de Vallecas había aparecido en el locutorio de Zougham. No es cierto: dicho trocito de móvil no existió nunca y de hecho no aparece en el sumario, como ya puso de manifiesto Fernando Múgica en su primer artículo sobre "
Los agujeros negros
". No sólo es que en el locutorio de Zougham no apareciera ningún trocito de móvil: es que en el móvil de la mochila de Vallecas no faltaba ningún trocito.

Se dijo también que en el locutorio de Zougham se encontró otro móvil similar al de la mochila de Vallecas, preparado para actuar como detonador. Tampoco es cierto: el único móvil incautado en el locutorio de Zougham, según ponen de manifiesto los informes policiales, era un móvil marca LG (no Trium, como el de Vallecas) y además esos informes indican expresamente que ese móvil LG no presentaba ningún tipo de manipulación.

Se filtró asimismo a los medios de comunicación que una huella de Zougham había aparecido en la furgoneta de Alcalá. Es completamente falso: las únicas huellas de un presunto terrorista encontradas en la furgoneta de Alcalá corresponden a un argelino llamado Daoud Ouhnane, según consta en los autos del juez Del Olmo.

También se filtró a los medios que el ADN de Zougham había sido encontrado en la casa de Morata de Tajuña.

Tampoco es verdad: el nombre de Zougham no aparece en los listados de personas cuyo ADN se encontró (según el juez Del Olmo) en Morata.

Una y otra vez, se han estado volcando sobre Zougham imputaciones falsas, las cuales eran convenientemente transmitidas a la opinión pública por unos medios que dieron por supuesto, desde el mismo 13 de marzo, que Zougham era culpable, ¿Quién se ha estado dedicando a filtrar tanto rumor sin fundamento? ¿Por qué esa campaña de descrédito ha estado específicamente dirigida contra ese marroquí, sin que el resto de los imputados hayan tenido que soportar nada parecido?

El episodio más tenebroso de esa auténtica "
caza del hombre
" lo vivíamos hace escasas semanas, con ocasión de la presencia de Zougham como testigo en el juicio contra la célula española de Al Qaeda acusada de colaborar en los atentados de Nueva York. Todas las televisiones abrieron sus informativos con esas imágenes del "
malo oficial
" del 11-M, con las declaraciones de Pilar Manjón relativas a Zougham, con esa estremecedora escena donde un juez displicente le dice a Zougham de forma desabrida que, "
si tiene queja del trato que recibe en la cárcel, lo que debe hacer es hablar con el juez de vigilancia penitenciaria
"…

¿Era realmente necesario organizar ese linchamiento mediático contra alguien que estaba declarando como simple testigo en un juicio?

Las falsas imputaciones

En un informe de la UCI (Unidad Central de Inteligencia de la Policía) enviado al juez Del Olmo el 19 de mayo de 2005 y que resume el estado de las investigaciones 14 meses después de la masacre, se enumeran los "
indicios
" existentes contra Jamal Zougham. La lectura completa de ese informe confirma punto por punto lo que en este artículo denunciamos: no hay una sola llamada cruzada, no hay una sola huella digital y no hay un solo rastro de ADN que relacionen a Jamal Zougham con la masacre de Madrid.

Pero ese informe enumera dos "
indicios
" contra Zougham que resultan verdaderamente asombrosos en un documento oficial: el informe dice que Zougham se dedicaba a ver vídeos de la
Yihad
en su piso de la calle Villalobos 51 y que viajaba frecuentemente a Amsterdam a ver a su primo Larbi Ahmidan. Es decir, el informe de la UCI enviado al juez Del Olmo 14 meses después del atentado confunde a Jamal Zougham con Jamal Ahmidan,
El Chino
, que es quien vivía en la calle Villalobos y tenía un primo llamado Larbi. ¿Sería mucho pedir que los responsables de redactar los informes de la UCI se abstuvieran de aplicar la máxima de que "
todos los Jamales son iguales
"?

Pero, dejando aparte estas afirmaciones ridículas de la UCI, que no pasan de ser simplemente chuscas (aunque no por ello más disculpables), en el sumario instruido por el juez Del Olmo existe constancia de al menos dos ocasiones en que la Policía podría haber utilizado a Zougham directa y explícitamente como cabeza de turco.

Al efectuar el seguimiento de las tarjetas telefónicas relacionadas con la mochila de Vallecas, la UCIE (Unidad Central de Información Exterior de la Policía) localizó diversos números telefónicos de la serie 645 65 XXXX que intercambiaron numerosas llamadas con
El Chino
y con otros terroristas de la trama mercenaria. La UCI determinó que uno de los números sospechosos, el 645 65 84 95, figuraba a nombre de una mujer, Rana Kadaji, por lo que el 20 de marzo de 2004 procedió a tomar declaración como testigo al marido de ésta, un sirio llamado Abdul Khalek Al Jondi, que reconoció haber vendido esa tarjeta y otras del mismo lote a diversos personajes del núcleo duro del 11-M, entre ellos
El Tunecino
y los hermanos Almallah.

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