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Los informes recogidos en el sumario demuestran también que el comisario de Avilés que controlaba a Trashorras y a su círculo de allegados habló con sus confidentes el 27 de febrero (el día anterior al transporte de los explosivos), el 1 de marzo (el día posterior al transporte de los explosivos) y el 2 de marzo.

Sin embargo, la versión oficial afirma que ni
Víctor
ni el comisario de Avilés hablaron con sus confidentes de nada relacionado ni con los explosivos, ni con los mercenarios marroquíes, ni con los atentados. ¿De qué hablaron entonces? ¿Eran simples llamadas de cortesía? ¿Achacamos esas llamadas de nuevo a la simple casualidad? ¿A quién informaron
Víctor
y el comisario de Avilés sobre la información que sus confidentes les habían pasado?

Sexto enigma: El cerco se estrecha sobre Zougham

Ya sabemos por artículos anteriores, que Jamal Zougham, el único de los detenidos del 13-M que continúa en prisión, tenía su teléfono intervenido desde meses antes de los atentados, sin que en esas conversaciones se haya podido encontrar nada que le relacione con la masacre. Sabemos también que existe constancia de al menos dos informes de la UCIE (Unidad Central de Información Exterior de la Policía) enviados al juez Del Olmo donde se atribuye falsamente a Zougham (ya después de los atentados) la comercialización de determinadas tarjetas telefónicas relacionadas con la masacre y que en realidad habían sido comercializadas por personas pertenecientes al círculo de los hermanos Almallah.

Lo que Jamal Zougham tenía intervenido desde hacía meses era su teléfono móvil, porque el sumario nos revela que desde el juzgado de Garzón se ordenó, trece días antes de los atentados, interrumpir las escuchas al móvil de Zougham e intervenir en su lugar el teléfono fijo de ese locutorio de Lavapiés al que tanta relevancia mediática se daría en plena jornada de reflexión. Otra casualidad más que añadir a la lista.

Quien solicita al juez Garzón intervenir el teléfono del locutorio de Zougham el 27 de febrero es la UCIE, la misma unidad policial que pocas semanas después enviaría sendos informes a Del Olmo con falsas imputaciones contra Zougham. En sus solicitudes al juez Garzón, la UCIE reconocía que no había nada interesante en las conversaciones interceptadas a Zougham a través de su teléfono móvil, a pesar de lo cual le solicita que se pinche la línea del locutorio. ¿Por qué? Si no se había detectado nada en las conversaciones grabadas durante meses, ¿por qué ese interés en intervenir el teléfono del locutorio trece días antes de los atentados? ¿Quién y por qué estaba estrechando el cerco sobre Zougham?

Palabras finales

El lector sabe ya, tras leer estas líneas, a qué nos referíamos al afirmar que el transporte de los explosivos no era el mayor de los enigmas que rodean a los preparativos de la masacre: clarividentes pinchazos al locutorio de Zougham, interrupción de grabaciones al día siguiente del 11-M, terroristas que entran y salen de comisaría seis días antes de los atentados, confidentes policiales que conversan amigablemente con sus controladores de cualquier cosa menos de lo que se está preparando…

No sabemos qué es lo que sucedió el 11-M, pero el sumario instruido por el juez Del Olmo nos presenta un panorama que cada vez tiene menos que ver con la historia oficial.

¿Tan difícil sería que alguien contara a los españoles, de forma completa y clara, qué fue lo que sucedió realmente?

En los últimos artículos, hemos intentado presentar al lector los hechos relativos a los días inmediatamente anteriores y posteriores a los atentados del 11-M. Llegados a este punto, y antes de adentrarnos en otros episodios de esta inexplicable historia, es hora ya de volver a las tareas de análisis, para ver qué conclusiones podemos sacar de lo que hasta ahora conocemos.

Capitulo 10

El tiempo debe detenerse

Un hombre yace muerto en mitad del salón, con claros síntomas de envenenamiento. El inspector de policía, después de observar el cadáver, recorre el apartamento en busca de posibles indicios y, al entrar en la habitación contigua, ve algo que llama su atención: un pequeño frasco cuya etiqueta dice
CIANURO
. "¡
Caso resuelto
!" - piensa el policía. "
Este hombre fue envenenado con cianuro
". Sin embargo, esa conclusión de nuestro sagaz detective es errónea; o, mejor dicho, precipitada.

Efectivamente, ese frasco de cianuro puede indicar que se utilizó dicho veneno para acabar con la víctima. Pero también podría ser que ese frasco estuviera allí por simple casualidad o, incluso, que hubiera sido dejado por el asesino con el único objeto de engañarnos sobre el verdadero veneno utilizado. La única manera de saber a ciencia cierta qué veneno se empleó en realidad es hacerle la autopsia al propio cadáver.

En el tema del 11-M, todos nosotros hemos cometido el mismo tipo de error que nuestro imaginario detective, a la hora de analizar los explosivos que se emplearon para hacer volar los trenes. En lugar de analizar los propios vagones destrozados (es decir, el cadáver), hemos estado tratando de deducir qué explosivo se utilizó partiendo del análisis de lo que contenían las mochilas que no explotaron (es decir, el frasquito de cianuro).

Todos hemos partido de la suposición de que las tres mochilas que no explotaron fueron encontradas intactas porque fallaron y hemos supuesto, en consecuencia, que esas mochilas contenían el mismo tipo de explosivo que las bombas que sí estallaron. Pero esa suposición de partida es errónea; o, mejor, dicho, apresurada. Porque esas mochilas encontradas intactas puede que no fallaran, sino que fueran depositadas en los trenes precisamente para que las encontráramos intactas. Como el frasquito de cianuro.

Desde el mismo día del 11-M, hemos estado discutiendo si lo que contenían esas mochilas que no estallaron era Titadyne o Goma-2, cuando lo que hubiéramos debido hacer desde el principio es volver la vista hacia los vagones y preguntarnos: ¿qué tipo de explosivo puede causar estos destrozos concretos?

Y esa pregunta que hubiéramos debido hacernos todos desde el principio la respondió ante el juez Del Olmo el jefe provincial de los Tedax de Madrid, que coordinó las labores de los 16 expertos en desactivación de explosivos que participaron en el operativo del 11 de marzo: lo que estalló en los trenes no fue ni Titadyne, ni Goma-2, sino explosivo militar.

Una declaración clave

Ya vimos en capítulos anteriores que los informes enviados al juez Del Olmo durante cuatro meses por el jefe de los Tedax, Sánchez-Manzano, ocultaban que la mochila de Vallecas no había estallado simplemente porque había dos cables sin conectar (es decir, porque estaba preparada para no estallar). Pero, ¿cómo se enteró el juez Del Olmo de que le estaban ocultando esa información?

Quien puso a Del Olmo sobre aviso fue un subordinado de Sánchez-Manzano. Se trata del jefe provincial de los Tedax que coordinó las labores de desactivación aquel 11 de marzo de 2004. En su declaración ante el juez, el 12 de julio de 2004, el responsable de las operaciones de desactivación que tuvieron lugar el 11-M le proporciona al juez numerosos detalles interesantes:

1) La inspección ocular realizada nada más llegar a Atocha reveló que los destrozos en los trenes no podían haber sido causados por dinamita, sino que se trataba de algún tipo de explosivo militar, como por ejemplo C3 o C4.

2) Sin embargo, las dos mochilas desactivadas (una en Atocha y otra en El Pozo) contenían algún otro tipo de explosivo, porque los procedimientos de desactivación previstos para el C3 o el C4 fallaron. Es decir, las mochilas encontradas sin explotar contenían algo distinto a las bombas que habían explotado.

3) Los Tedax procedieron a recoger muestras y vestigios para el análisis. Lo normal, dice el inspector en su declaración, es que esas muestras y restos se lleven a la sede del Grupo Provincial de los Tedax. Sin embargo, aquel día, en contra del procedimiento habitual, las muestras se llevaron a la sede central de los Tedax, la que dirige Sánchez-Manzano.

4) Finalmente, este inspector de los Tedax le reveló al juez que el motivo por el cual la mochila de Vallecas no había explotado era porque había dos cables sueltos y le comunicó que eso se sabía desde el 12 de marzo, porque antes de desactivar el artefacto de Vallecas se hizo una radiografía a la mochila. Al oír esto, la fiscal del caso solicitó que se entregara inmediatamente esa radiografía al juez.

Tirando del hilo

Tenemos, entonces, que el 11-M se utilizó explosivo militar y que quienes cometieron el atentado fabricaron tres mochilas-señuelo para que la investigación se orientara en la dirección incorrecta.

¿Qué contenían esas mochilas-señuelo? Sabemos que una de ellas, la de Vallecas, contenía Goma-2 ECO. En consecuencia, el escenario con el que nos encontramos es que alguien hace explotar 10 bombas con explosivo militar en los trenes y fabrica tres mochilas-señuelo (preparadas para no explotar) con lo que parece ser Goma-2 ECO. Es decir, que quienes hicieron estallar los trenes, dejaron unos señuelos que apuntaran claramente a que ETA no era la autora de los atentados.

Si se utilizó C4 o algún otro explosivo similar, la logística de los ataques fue mucho más sencilla de lo que pensábamos, porque no hace falta acarrear doce mochilas por los trenes.

Cada una de esas diez bombas que estallaron en los trenes debía de tener el tamaño aproximado de un paquete de tabaco, porque los llamados "
altos explosivos
" o "
explosivos militares
" tienen un poder detonador mucho mayor que la dinamita. Depositar esos pequeños paquetes en una papelera o un altillo del tren es algo que puede hacerse con relativa sencillez, sin llamar la atención de nadie y con un número muy pequeño de terroristas. Probablemente fue una única persona la que se encargó de cada tren atacado.

Todo está claro

A pesar de que la inspección ocular de los trenes reveló desde el primer momento que lo que estalló en los trenes era explosivo militar, las investigaciones judiciales y policiales siguieron centradas exclusivamente en la tesis de que se utilizó Goma-2, porque era Goma-2 lo que se había encontrado en Vallecas.

Tuvo que transcurrir un año desde la masacre para que el juez Del Olmo preguntara algo que parece de simple sentido común. El 16 de marzo de 2005, Del Olmo dirigía un escrito a la Guardia Civil y a la Policía en el que pedía que le informaran de qué material explosivo y en qué cantidad se utilizó en cada foco de explosión, y en el que preguntaba si no sería útil "
reproducir o simular, utilizando vagones de idénticas características a los que sufrieron los atentados, las explosiones que pudieron realizarse
". Es decir, el juez Del Olmo sugiere que se haga una prueba de explosión para verificar qué es lo que estalló en los trenes.

Parece bastante lógico, ¿verdad?

La contestación de Sánchez-Manzano tiene fecha de 20 de abril de 2005 y, en ella, el jefe de los Tedax le dice a Del Olmo que no considera necesario hacer esa prueba porque "
los resultados obtenidos en una reproducción o simulación no aportarían datos objetivos
". ¡Impresionante! En un mundo donde la simulación informática de accidentes se utiliza como prueba pericial en los juicios por parte de las compañías de seguros desde hace años, en un mundo donde los cuerpos policiales utilizan las simulaciones informáticas para prevenir o estudiar desastres y atentados, en un mundo donde las propias compañías fabricantes de explosivos utilizan las simulaciones informáticas para ver los efectos de los explosivos sobre diversos tipos de estructuras… ¡el Jefe de los Tedax considera que las simulaciones no aportan ningún dato objetivo!

En definitiva, lo que el Jefe de los Tedax le está diciendo a Del Olmo es que para qué molestarse en analizar los destrozos de los trenes, cuando la mochila de Vallecas nos revela claramente que el explosivo utilizado es Goma-2 ECO. El día 12 de marzo, en una comisaría de Vallecas, Sánchez-Manzano encontró su frasquito de cianuro.

Palabras finales

El descubrimiento de que los explosivos utilizados eran militares nos obliga a replantear lo que hasta ahora sabemos. El C4, por ejemplo, no sale de las minas de caolín asturianas. La logística de los atentados, por ejemplo, es muy distinta, al tratarse de explosivos más manejables. La existencia de las mochilas-señuelo, por ejemplo, nos obliga a revisar las conclusiones que habíamos extraído de las pistas en ellas encontradas.

Es hora de que paremos el reloj, echemos marcha atrás y tratemos de encontrar un sentido a unos datos que cada día que pasa nos sumergen en un estupor cada vez mayor.

En el artículo siguiente, haremos un resumen de los hechos hasta ahora conocidos y veremos qué pueden significar a la luz de las nuevas revelaciones.

¿Se usaron mochilas en los trenes?

La versión oficial afirmaba que las bombas de los trenes estaban colocadas en mochilas y que esas mochilas fueron dejadas en los trenes por terroristas que se subieron en la estación de Alcalá. Según esa versión oficial, los terroristas depositaron las mochilas en los altillos porta-equipajes o debajo de los asientos y se bajaron en una estación anterior a aquéllas en que las bombas hicieron explosión.

Sin embargo, los informes policiales contenidos en el sumario, en los que se analiza la colocación de las bombas, arrojan serias dudas sobre esa versión y, en concreto, permiten poner en cuestión que se utilizaran mochilas en las 10 bombas que estallaron en los trenes.

A partir de los destrozos causados, los Tedax determinaron, a petición del juez Del Olmo, en qué punto de los trenes estaba colocada cada una de las bombas que estalló. El informe elaborado por los Tedax fue enviado a Del Olmo el 15 de junio de 2004. En ese informe se analiza, tren por tren, la ubicación de los artefactos.

En el tren de Atocha, estallaron sendos artefactos en los vagones 4, 5 y 6, y se encontró un artefacto sin detonar en el vagón 1. Los artefactos de los vagones 4, 5 y 6 estaban ubicados al lado de una de las puertas, justo debajo de los asientos plegables que esos trenes tienen en la plataforma de acceso. Y aquí viene el problema: ¿cómo puede ocultarse una mochila "
debajo
" de un asiento que se levanta en cuanto uno se pone de pie? Que un terrorista abandone una mochila debajo de un asiento normal y se baje del tren sin que nadie se de cuenta parece arriesgado, pero es posible. Pero que un terrorista ponga una mochila bomba debajo de un asiento plegable, se levante (dejando la mochila a la vista) y se baje del tren, sin que nadie le diga nada, resulta algo más inverosímil. A no ser, claro está, que esos artefactos no fueran mochilas, sino algo mucho más pequeño, adherido por ejemplo a la pared del tren.

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