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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (25 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—Ni lo había pensado —dije, preguntándome, ahora sí, por qué sacaba Eric el tema a colación.

—Le ordené que se quedara abajo —explicó—. Al fin y al cabo, soy el sheriff de su zona.

Me encogí de hombros.

—Quiso pegarme —aseguró, con la sombra de una sonrisa prendida a los labios—. Quería salvarte de la bomba y convertirse en tu héroe. Quinn lo habría hecho también.

—Recuerdo cómo se ofreció —afirmé.

—Yo también me ofrecí —dijo él. Parecía incluso un poco sorprendido ante tal hecho.

—No me apetece hablar de ello —atajé, esperando que mi tono dejara claro que iba en serio. Estaba a punto de amanecer, y mi noche había sido de todo menos reconfortante (que era la forma menos extrema de definirla). Crucé la mirada con Andre e hice un leve gesto de la cabeza en relación a Todd Donati. Trataba de indicarle que no estaba del todo bien. De hecho, era tan gris como un cielo a punto de nevar.

—Si nos disculpa, señor Donati… Hemos disfrutado de su compañía, pero tenemos mucho que discutir acerca de nuestros planes de mañana —ordenó Andre con mucha suavidad, y Donati se puso tenso, consciente de que le estaban echando.

—Por supuesto, señor Andre —dijo el jefe de seguridad—. Espero que todos ustedes duerman bien. Les veré mañana por la noche. —Se incorporó con muchos más esfuerzos de los que me habría llevado a mí y reprimió un respingo de dolor—. Señorita Stackhouse, espero que se recupere pronto de su mala experiencia.

—Gracias —le respondí, y Sigebert le abrió la puerta para que se marchara—. Si me disculpan —continué, al minuto de marcharse él—, creo que me retiraré a mi habitación.

La reina me propinó una mirada afilada.

—¿Hay algo que te disguste, Sookie? —preguntó, aunque no sonaba como si de verdad quisiera escuchar la respuesta.

—Oh, ¿por qué iba a estar disgustada? Adoro que me hagan cosas en contra de mi voluntad —contesté. La presión había ido creciendo sin parar en mi interior, y las palabras surgieron como expulsadas de un volcán, a pesar de que mi parte más racional no paraba de decir que le pusiera un tapón—. Y también —añadí en voz muy alta, pero sin escucharme lo más mínimo— me encanta pasar un rato junto a los responsables. ¡Eso es incluso mejor! —Empezaba a perder coherencia y a ganar inercia.

No había forma de saber qué habría dicho a continuación si Sophie-Anne no hubiese levantado una pequeña y pálida mano. Parecía un poquitito perturbada, como habría dicho mi abuela.

—Das por sentado que sé de lo que me estás hablando y que quiero escuchar que una humana me grite —dijo Sophie-Anne.

Los ojos de Eric brillaban, como si tuviesen velas encendidas en su interior, y estaba tan encantador que me habría ahogado en él. Que Dios me ayude. Me obligué a mirar a Andre, que me estaba examinando como si pretendiese determinar de dónde sacar el mejor tajo de carne. Gervaise y Cleo simplemente parecían interesados.

—Discúlpeme —respondí, regresando de golpe al mundo de la realidad. Era tan tarde, estaba tan cansada y la noche había sido tan accidentada, que por unos segundos pensé que estaba al borde del desvanecimiento. Pero los Stackhouse no crían enclenques, supongo. Iba siendo hora de que hiciese honor a ese pequeño porcentaje de mi herencia—. Estoy muy cansada. —De repente, no me quedaban fuerzas para luchar. Me moría por meterme en una cama. No se dijo una sola palabra mientras me dirigía hacia la puerta, lo cual resultó prácticamente un milagro. Aun así, cuando la cerré tras de mí, oí que la reina decía: «Explícate, Andre».

Quinn me esperaba en la puerta de mi habitación. No sabía si tendría fuerzas para tan siquiera alegrarme o entristecerme por su presencia. Saqué la tarjeta de plástico y abrí la puerta. Tras escrutar la habitación y comprobar que mi compañera estaba fuera (aunque me preguntaba dónde, ya que Gervaise estaba solo), agité la cabeza para indicarle que podía pasar.

—Tengo una idea —recomendó suavemente.

Arqueé las cejas, demasiado cansada para hablar.

—Metámonos a la cama para dormir.

Al fin conseguí sonreírle.

—Es la mejor oferta que me han hecho hoy —dije. En ese instante supe por qué amaba a Quinn. Mientras estaba en el cuarto de baño, me quité la ropa, la doblé y me enfundé el pijama, corto, rosa y sedoso al tacto.

Quinn salió del cuarto de baño en ropa interior, pero estaba demasiado agotada como para apreciar el panorama. Se metió en la cama mientras me cepillaba los dientes y me lavaba la cara. Me deslicé a su lado. Se puso de costado y abrió los brazos. Me acerqué para dejarme abrazar. No se había duchado, pero olía bien para mi gusto: olía a vida.

—Buena ceremonia la de esta noche —me acordé de decir cuando apagué la lámpara de la mesilla.

—Gracias.

—¿Hay más a la vista?

—Sí, si acaban juzgando a tu reina. Ahora que ha muerto Cater, a saber si seguirán con el proceso. Y mañana, después del juicio, es el baile.

—Oh, podré ponerme mi vestido bonito. —Sentí un leve placer ante la perspectiva—. ¿Tienes que trabajar?

—No, del baile se encarga el hotel —me dijo—. ¿Bailarás conmigo o con el vampiro rubio?

—Oh, demonios —protesté, deseando que Quinn no me lo recordara. Y, justo entonces, dijo:

—Olvídalo ya, nena. Ahora estamos aquí, en la cama, como debemos estar.

Como si fuese una obligación. Eso sonaba muy bien.

—Te han contado cosas de mí esta noche, ¿verdad? —preguntó.

La noche había sido tan generosa en incidentes que me costó recordar que me habían sido reveladas las cosas que debió hacer para sobrevivir.

Y que tenía una medio hermana. Una medio hermana problemática, chiflada y dependiente que me odió nada más verme.

Estaba un poco tenso mientras aguardaba mi reacción. Podía sentirlo en su mente, en su cuerpo. Traté de dar con una forma agradable y maravillosa de definir cómo me sentía. Estaba demasiado cansada.

—Quinn, no tengo ningún problema contigo —dije. Le besé en la mejilla y en la boca—. Ninguno en absoluto. Y trataré de que Frannie me caiga bien.

—Oh —exclamó, sonando francamente aliviado—. Entonces bien —continuó, me besó en la frente y nos quedamos dormidos.

Dormí como una vampira. No me desperté para ir al baño, ni siquiera para darme la vuelta. Casi rocé la consciencia para escuchar los ronquidos de Quinn, apenas un hilo de ruido, y me apretujé más contra él. Paró, murmuró algo y se quedó callado.

Cuando al fin me desperté del todo, miré el reloj de la mesilla. Eran las cuatro de la tarde. Había dormido doce horas. Quinn ya no estaba, pero había dibujado un gran par de labios (con mi carmín) en una servilleta del hotel y la había dejado sobre su almohada. Sonreí. Mi compañera de habitación no había aparecido. Quizá estuviera pasando el día en el ataúd de Gervaise. Me estremecí.

—Me deja helada —dije, deseando que estuviese allí Amelia para responderme. Y, hablando de Amelia… Saqué mi móvil del bolso y la llamé.

—Hola —respondió—. ¿Cómo va todo?

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, tratando de desterrar la morriña.

—Estoy cepillando a Bob —explicó—. Tenía una bola de pelo.

—¿Y aparte de eso?

—Oh, trabajé un poco en el bar —dijo, tratando de que sonara como si tal cosa.

Me quedé atónita.

—¿Haciendo qué?

—Bueno, sirviendo bebidas. ¿Qué otra cosa se puede hacer?

—¿Cómo es que Sam ha necesitado que trabajes para él?

—La Hermandad está celebrando una gran reunión en Dallas y Arlene le pidió tiempo libre para asistir con ese capullo con el que está saliendo. Luego, al hijo de Danielle le dio neumonía. Sam parecía muy preocupado, y como resultaba que estaba en el bar, me preguntó si conocía el oficio. Así que yo le dije: «Eh, no puede ser tan difícil».

—Gracias, Amelia.

—Oh, no es nada. Supongo que lo sentirás como una falta de respeto —se rió—. Bueno, es un poco coñazo. Todo el mundo te quiere entretener con su conversación, pero te tienes que dar prisa, no puedes derramarles la bebida encima y tienes que recordar lo que todo el mundo estaba tomando, quién paga la ronda y quién tiene cuenta. Y hay que estar de pie horas y horas.

—Bienvenida a mi mundo.

—Bueno, ¿y qué tal está el señor franjas?

Me di cuenta de que estaba preguntando por Quinn.

—Estamos bien —dije, bastante segura de que era verdad—. Organizó una gran ceremonia anoche; estuvo muy bien. Una boda de vampiros. Te habría encantado.

—¿Qué planes hay para esta noche?

—Bueno, puede que un juicio —no me apetecía entrar en detalles, y menos por teléfono— y un baile.

—Vaya, como en Cenicienta.

—Eso está por ver.

—¿Cómo va la parte laboral?

—Tendré que contártelo cuando vuelva —respondí, de repente no tan alegre—. Me alegro de que tengas algo que hacer y de que todo el mundo esté bien.

—Oh, Terry Bellefleur llamó para saber si querías un cachorro. ¿Te acuerdas de cuando
Annie
se escapó?

Annie
era la muy cara y amada catahoula de Terry. Vino a mi casa buscándola cuando se le escapó, y cuando la encontró, había tenido algún que otro encuentro íntimo.

—¿Qué pinta tienen los cachorros?

—Dijo que tendrías que verlos para creértelo. Dije que quizá volverías la semana que viene. No te he comprometido a nada.

—Vale, bien.

Seguimos hablando un rato más, pero como apenas llevaba cuarenta y ocho horas fuera de Bon Temps, tampoco había mucho que contar.

—Bueno —dijo, terminando—, te echo de menos, Stackhouse.

—¿Sí? Yo a ti también, Broadway.

—Hasta luego. Y no dejes que nadie te ponga los colmillos encima.

Demasiado tarde para eso.

—Adiós. Y no le eches la cerveza encima al sheriff.

—Si lo hago, será adrede.

Me reí, porque a mí también me habían dado ganas de echarle encima la cerveza a Bud Dearborn. Colgué sintiéndome mucho mejor. Algo indecisa, hice un pedido al servicio de habitaciones. No es algo que una haga cada día, ni mucho menos cada año. O nunca. Me ponía un poco nerviosa dejar que un camarero entrara en mi habitación, pero Carla llegó justo en ese momento. Tenía la cara llena de granitos y llevaba el mismo vestido que la noche anterior.

—Eso huele muy bien —dijo, y le di un cruasán. Se tomó mi zumo de naranja mientras yo apuraba el café. No estuvo mal. Carla habló por las dos, relatando sus experiencias. No parecía haberse dado cuenta de que yo estuve con la reina cuando se descubrió la matanza del grupo de Jennifer Cater, y aunque había oído decir que descubrí la bomba en la lata de Dr Pepper, me lo contó de todos modos, como si yo no supiese nada. Puede que Gervaise le hiciera cerrar la boca, y las palabras le salieron en un torrente.

—¿Qué te vas a poner para el baile de esta noche? —pregunté, sintiéndome enormemente falsa al sacar el tema. Me enseñó su vestido, que era negro, adornado con lentejuelas y casi inexistente por encima de la cintura, como el resto de sus prendas de noche. Estaba definitivamente claro que Carla creía en el énfasis de sus encantos.

Me pidió que le enseñara el mío, y ambas emitimos falsas exclamaciones acerca del gusto ajeno.

Tuvimos que turnarnos para usar el baño, por supuesto, algo a lo que yo no estaba acostumbrada. Ya estaba bastante exasperada cuando dio señales de vida. Crucé los dedos por que la ciudad entera no se hubiese quedado sin agua caliente. Claro que había suficiente, y a pesar del hecho de que todos sus cosméticos estuviesen esparcidos por el tocador del baño, logré estar limpia y maquillada a tiempo. En honor a mi precioso vestido, traté de arreglarme el pelo, pero cualquier cosa más compleja que una coleta se me escapa. Llevaría el pelo suelto. Me esmeré un poco más con el maquillaje de lo que lo suelo hacer a diario, y tenía un par de grandes pendientes que Tara me recomendó especialmente. Moví la cabeza para comprobar el efecto y vi cómo brillaban mientras se mecían. Eran blancos y plateados, a juego con el adorno del corpiño de mi vestido de noche. «Que ya es hora que me ponga», me dije, con una pequeña sacudida de anticipación.

Oh, vaya. Mi vestido era azul y tenía cuentas plateadas y blancas, con el escote y la espalda justos. Tenía sujetador incorporado, así que me pude ahorrar uno. Me puse unas braguitas azules que no me dejarían ni una marca. Finalmente, unas medias hasta el muslo y mis zapatos, que eran plateados y de tacón alto.

Me arreglé las uñas mientras la mujer acuática estaba en el baño, me puse lápiz de labios y eché una última mirada al espejo.

—Estás muy guapa, Sookie —aseguró Carla.

—Gracias. —Era consciente de mi gran sonrisa. No hay nada como arreglarse de vez en cuando. Me sentía como si mi pareja fuese a presentarse con un ramillete que prenderme al vestido. J.B. me llevó a mi baile de promoción, a pesar de que fueron muchas las chicas que se lo pidieron ante lo bien que salía en las fotos. Mi tía Linda me hizo el vestido.

Se acabaron los vestidos caseros para mí.

Una llamada a la puerta hizo que me mirara ansiosamente en el espejo. Pero era Gervaise, para ver si Carla estaba lista. Sonrió y giró sobre sí misma para acaparar su admiración, a lo que Gervaise le dio un beso en la mejilla. El carácter de Gervaise no me impresionaba, y su cuerpo tampoco era mi tipo, con su cara ancha y blanda y su leve bigote, pero tenía que reconocer su generosidad: le abrochó un brazalete de diamantes en la muñeca allí mismo, sin más aspavientos que si le estuviese dando una chuchería. Carla trató de contener su emoción, pero fue incapaz y se lanzó con los brazos abiertos al cuello de Gervaise. Me abochornaba estar en la misma habitación, ya que algunos de los apodos de mascota que estaba empleando mientras expresaba su agradecimiento eran anatómicamente correctos.

Cuando se marcharon, bien contentos el uno con la otra, me quedé plantada en el centro del dormitorio. No me apetecía sentarme con mi vestido hasta que fuese necesario porque sabía que se arrugaría y perdería ese tacto perfecto. Eso me dejó con muy pocas cosas que hacer, aparte de no molestarme por el caos que Carla había dejado atrás en su parte de la habitación y sentirme algo perdida. ¿Seguro que Quinn había dicho que se pasaría por la habitación para recogerme? No habríamos quedado abajo, ¿verdad?

Mi bolso emitió un sonido, y recordé que había metido ahí el busca de la reina. ¡Oh, ni hablar!

—Baja ahora mismo —decía el mensaje—. Juicio ya.

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