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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (11 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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—Sí —contesté. Aunque no me caía muy bien, podía decir que era mi colega. Todo lo relacionado con la Hermandad me erizaba el vello de la nuca.

—Tienes que salir más con humanos —dijo Arlene. Su boca formaba una franja rígida, sus ojos pesadamente maquillados entornados con intensidad. Arlene nunca había sido lo que se puede decir una pensadora de hondura, pero me sorprendía y me consternaba lo rápidamente que había sido engullida por la ideología de la Hermandad.

—Paso el noventa y cinco por ciento de mi tiempo con humanos, Arlene.

—Pues tendría que ser el cien por cien.

—No puedo imaginar en qué punto sería eso de tu incumbencia. —Había tirado de mi paciencia hasta su límite.

—Has acumulado todas esas horas porque te vas con un grupo de vampiros a una especie de reunión, ¿no es así?

—Insisto, ¿por qué te metes donde no te llaman?

—Tú y yo hemos sido amigas durante mucho tiempo, Sookie, hasta que ese Bill Compton entró por la puerta del bar. Ahora siempre estás con los vampiros, y llevas a gente rara a tu casa.

—No tengo por qué darte cuentas de cómo vivo —dije, sintiendo cómo saltaba mi espita. Podía ver todo lo que había en su mente, todo ese prejuicio puritano y pagado de sí mismo. Me dolía. Me disgustaba profundamente. Había hecho de canguro para sus hijos, la consolé cuando una serie de hombres que no merecían la pena la dejaron tirada, limpié su caravana y la animé para que saliera con hombres que no la pisotearan. Y ahora ella me miraba, ciertamente sorprendida ante mi estallido de rabia—. Está claro que tienes unos agujeros enormes en tu vida si necesitas llenarlos con toda esa mierda de la Hermandad —añadí—. No hay más que ver a los hombres hechos y derechos con los que sales, deseando casarte con ellos. —Con esa poco cristiana referencia, clavé el tacón y me giré para salir del bar, agradecida por haber cogido antes mi bolso del despacho de Sam. No hay nada peor que tener que hacer una parada en medio de una salida llena de dignidad.

De alguna manera, me di cuenta de que Pam estaba a mi lado. Se me había acercado tan deprisa que ni siquiera la vi moverse. Miré por encima del hombro. Arlene estaba apoyada de espaldas en la pared, con la expresión distorsionada por el dolor y la rabia. Mi tiro de despedida le había dado donde más le dolía. Uno de los novios de Arlene le había robado la cubertería de plata de la familia, y sus maridos…, no sabría por dónde empezar.

Pam y yo ya estábamos fuera antes de poder reaccionar a su presencia.

Aún estaba conmocionada por el ataque verbal de Arlene y mi propia reacción de ira.

—No debí haberle dicho nada sobre él —me lamenté—. Sólo porque uno de los maridos de Arlene fuese un asesino no me da razón para ser así de mala. —Estaba comportándome justo como mi abuela, y no pude reprimir una risa nerviosa.

Pam era un poco más baja que yo, y levantó la vista hacia mi cara con curiosidad mientras yo trataba de recuperar el control.

—Esa tipa es una zorra —dijo Pam.

Saqué un pañuelo de mi bolso para secarme las lágrimas. Suelo llorar cuando me enfado; y lo odio. Las lágrimas te hacen parecer débil, independientemente de qué las haya causado.

Pam me cogió de la mano y me limpió las lágrimas con el pulgar. La ternura del gesto se vio mitigada cuando se metió el dedo en la boca, pero quise creer que su intención era buena.

—Yo no diría tanto, pero no tiene el cuidado que debería con las compañías que frecuenta —admití.

—¿Por qué la defiendes?

—La costumbre —dije—. Hace años que somos amigas.

—¿Y qué has sacado de su amistad? ¿Qué beneficio ha supuesto?

—Ella… —Tuve que interrumpirme para pensarlo—. Supongo que me dio la excusa para decir que tenía una amiga. Cuidé de sus hijos y la ayudé con ellos. Cuando no podía venir a trabajar, me hacía cargo de sus horas, y si ella hacía mi turno, yo le limpiaba la caravana a cambio. Si me ponía enferma, ella venía a verme y me traía comida. Pero, lo más importante, era tolerante con mis diferencias.

—Ella te utilizó y tú te sentiste agradecida —señaló Pam. Su rostro impertérrito no daba pista alguna acerca de sus sentimientos.

—Escucha, Pam, no era así.

—¿Y cómo era, Sookie?

—Yo le caía bien de verdad. Pasamos nuestros buenos ratos.

—Es una vaga. También con sus amistades. Si le resulta fácil ser amable, no hay problema. Pero si el viento cambia, su amistad se esfuma. Y creo que ahora el viento sopla en sentido contrario. Ha encontrado otra forma de sentirse importante por sí misma, odiando a otros.

—¡Pam!

—¿Acaso no es verdad? Llevo años observando a la gente. Conozco a las personas.

—Hay verdades que se deben decir, y otras que es mejor que no se digan.

—Más bien hay verdades que preferirías que no dijera —me corrigió.

—Sí. Tienes razón…, la verdad.

—En ese caso, te dejaré y volveré a Shreveport. —Pam se dispuso a rodear el edificio, donde tenía aparcado el coche.

—¡Eh!

—¿Sí? —dijo, dándose la vuelta.

—A todo esto, ¿por qué has venido?

Pam sonrió inesperadamente.

—¿Aparte de para hacerte preguntas sobre tu relación con mi creador? ¿Y el incentivo de haber conocido a tu deliciosa compañera de piso?

—Sí, aparte de todo eso.

—Quiero hablarte de Bill —dijo, para mi profunda sorpresa—. De Bill y de Eric.

Capítulo 7

—No tengo nada que decir. —Abrí la puerta de mi coche y lancé mi bolso al interior. Luego, me volví hacia Pam, a pesar de las tentaciones que tiraban de mí para meterme en el coche e irme a casa.

—No lo sabíamos —dijo la vampira. Caminó lentamente, para que pudiese ver cómo se aproximaba. Sam había dejado dos tumbonas delante de su caravana, dispuestas en ángulo recto con respecto a la parte de atrás del bar. Las saqué de su patio y las puse junto al coche. Pam cogió la indirecta y se sentó en una mientras yo hacía lo propio con la otra.

Respiré profunda y silenciosamente. Desde que volví de Nueva Orleans me había preguntado si todos los vampiros de Shreveport estaban al tanto de los secretos propósitos de Bill hacia mí.

—No te lo habría dicho —explicó Pam— aun a sabiendas de que habían encomendado a Bill una misión, porque… los vampiros son lo primero. —Se encogió de hombros—. Pero te prometo que no sabía nada.

Moví la cabeza en señal de reconocimiento, y algo de la tensión que acumulaba finalmente se relajó. Pero no tenía la menor idea de qué responder.

—Sookie, he de decir que has causado un montón de problemas en nuestra zona. —A Pam eso no parecía perturbarla; simplemente enunciaba un hecho. Yo no sentía la necesidad de disculparme—. Estos días, Bill está consumido por la rabia, pero no sabe a quién odiar. Se siente culpable, y eso no le gusta a nadie. Eric se siente frustrado porque no es capaz de recordar el tiempo que estuvo ocultándose en tu casa, y no sabe qué te debe. Está enfadado porque la reina se ha apropiado de tus servicios a través de Bill, y ha metido las manos en su territorio, tal como él lo ve. Felicia cree que eres gafe, visto que han muerto tantos bármanes estando tú cerca. Sombra Larga, Chow —sonrió—. Oh, y tu amigo, Charles Twining.

—Nada de eso fue culpa mía —escuché a Pam con creciente agitación. No conviene estar cerca de un vampiro enfadado. Incluso la actual barman del Fangtasia era mucho más fuerte de lo que yo lo sería jamás, y eso que era la última del escalafón.

—No creo que eso cambie nada —dijo Pam, con una voz curiosamente dulce—. Ahora que sabemos que tienes sangre de hada, gracias a Andre, no será difícil hacer borrón y cuenta nueva. Pero no creo que baste, ¿no crees? He conocido a muchos humanos descendientes de hadas, y ninguno era telépata. Creo que eres única, Sookie. Claro que saber que tienes ese matiz de hada en la sangre hace que una se pregunte por su sabor. La verdad es que disfruté del sorbo cuando te atacó la ménade, a pesar de tener el rastro de su veneno. Como bien sabes, nos encantan las hadas.

—Os encantan a muerte —añadí entre dientes, pero Pam me oyó, por supuesto.

—A veces —convino con una pequeña sonrisa. Esta Pam.

—¿Hemos terminado? —Estaba deseando irme a casa y ejercer mi humanidad.

—Cuando dije que no sabíamos, en plural, lo del trato de Bill con la reina, incluía a Eric —contestó Pam, llanamente.

Bajé la mirada, pugnando por mantener mi cara bajo control.

—Eric está especialmente irritado al respecto —señaló. Escogía cuidadosamente sus palabras—. Está enfadado con Bill porque hizo un trato con la reina que rebasaba su autoridad. Está enfadado porque no se dio cuenta del plan de Bill. Está enfadado contigo porque te metiste en su piel. Está enfadado con la reina porque es más retorcida que él. Claro que por eso es la reina. Eric nunca será rey, a menos que aprenda a controlarse mejor.

—¿De verdad te preocupa? —Jamás pensé que hubiera nada que preocupara a Pam seriamente. Cuando asintió, me sorprendí diciendo—: ¿Cuándo lo conociste? —Siempre había albergado la curiosidad, y esa noche Pam parecía estar parlanchina.

—Lo conocí en Londres, la última noche de mi vida —dijo con una voz monótona procedente de sombrías honduras. Podía ver media cara suya bajo la tenue luz de seguridad, y parecía bastante tranquila—. Lo arriesgué todo por amor. Te vas a reír.

No estaba ni remotamente cerca de la sonrisa.

—Yo era una chica un poco salvaje para mi época. Las jóvenes damas no tienen que ir solas con los caballeros, ni cualquier hombre. Eso queda muy lejos. —Los labios de Pam se curvaron hacia arriba, describiendo una leve sonrisa—. Pero yo era una romántica, y muy lanzada. Me escapé de casa una noche para reunirme con el primo de mi mejor amiga, que vivía justo en la puerta de al lado. El primo estaba de visita desde Bristol, y nos gustábamos. Mis padres no lo consideraban digno para mí en cuanto a su clase social, así que no dejaron que me cortejara. Y si me pillaban a solas con él, de noche, me caería una gorda. Nada de matrimonio, a menos que mis padres pudieran obligarle a hacerlo. Así que, nada de futuro tampoco. —Pam meneó la cabeza—. Es extraño pensarlo ahora. Era una época en la que las mujeres no teníamos elección. Lo irónico es que nuestro encuentro fue de lo más inocente. Unos pocos besos y un montón de palabrería romanticona y amor eterno. Bla, bla, bla.

Sonreí, pero ella no me miraba para verlo.

—De vuelta a mi casa, tratando de sortear el jardín en silencio, me topé con Eric. No había forma de ser tan silenciosa como para despistarlo a él. —Guardó un prolongado instante de silencio—. Y ése fue el final para mí.

—¿Por qué te convirtió? —Me hundí en mi tumbona y crucé las piernas. Estaba resultando una conversación tan inesperada como fascinante.

—Creo que se sentía solo —dijo, con una leve nota de sorpresa en la voz—. Su anterior compañera se había independizado. Los vampiros neonatos no pasan mucho tiempo con sus creadores. Al cabo de unos años, tiene que ser así, aunque más tarde puede volver con él, obligatoriamente si el creador lo reclama.

—¿No estabas enfadada con él?

Parecía esforzarse por recordar.

—Al principio me sentía conmocionada —explicó—. Cuando me drenó, me depositó en mi propia cama, y mi familia pensó que había muerto de alguna extraña enfermedad. Así que me enterraron. Eric me desenterró para que no despertara en un ataúd y tuviera que abrirme paso hasta la superficie. Fue de gran ayuda. Me ayudó y me lo explicó todo. Hasta la noche de mi muerte, siempre había sido una mujer muy convencional, oculta bajo mis osadas tendencias. Estaba acostumbrada a llevar capas y capas de ropa. Alucinarías con el vestido que llevaba puesto cuando morí: las mangas, los adornos… ¡Sólo con la tela de la falda te podrías hacer tres vestidos! —Pam rebosaba recuerdos, sin más—. Cuando me desperté, descubrí que ser una vampira había liberado algo salvaje en mí.

—Tras lo que hizo, ¿no quisiste matarlo?

—No —dijo al instante—. Quise hacer el amor con él, y eso hice. Lo hicimos muchas veces —sonrió—. El vínculo entre creador y vampira neonata no tiene por qué ser sexual, pero en nuestro caso sí lo era. Eso cambió bastante pronto, la verdad, a medida que mis gustos se ampliaban. Quería probar todo lo que se me había negado en mi vida humana.

—¿Entonces te gustaba ser vampira? ¿Te alegraste?

Pam se encogió de hombros.

—Sí. Siempre me ha gustado ser lo que soy. Me llevó unos días comprender mi nueva naturaleza. Ni siquiera había oído hablar de los vampiros antes de convertirme en una.

No podía imaginarme el pasmo de su despertar. El rápido reajuste respecto a su nuevo estado me fascinaba.

—¿Alguna vez volviste para ver a tu familia? —le pregunté. Vale, puede que la pregunta fuese un poco desafortunada, y me arrepentí en cuanto salió de mis labios.

—Los vi de lejos, puede que diez años después. Ya sabes, lo primero que tiene que hacer un vampiro es abandonar el lugar donde vivió. De lo contrario, corre el riesgo de ser reconocido y de que le den caza. No como ahora, que te puedes exhibir todo lo que quieras. Pero éramos tan reservados, tan cuidadosos. Eric y yo salimos de Londres tan deprisa como pudimos y, tras pasar un tiempo en el norte de Inglaterra, mientras me acostumbraba a mi nueva naturaleza, partimos hacia el continente.

Era terrible, pero fascinante.

—¿Lo amabas?

Pam parecía un poco desconcertada. Su tersa frente tembló imperceptiblemente.

—¿Amarlo? No. Éramos buenos compañeros y me gustaba el sexo y la caza. Pero ¿amor? No. —Bajo las tenues luces de seguridad que lanzaban extrañas sombras sobre los rincones del recinto, observé que el rostro de Pam se relajaba—. Le debo mi lealtad —dijo—. Tengo que obedecerle, pero lo hago de buen grado. Ahora estaría pudriéndome en mi tumba de no haberme topado con él aquella noche, después de tener una cita con un joven estúpido. Seguí mi propio camino durante muchos, muchos años, pero me alegré de saber de él cuando abrió el bar y me llamó para servirle.

¿Era posible que hubiese alguien tan desapegada como Pam en cuanto al hecho de su propio asesinato? No cabía duda de que se deleitaba en su naturaleza vampírica; de que albergaba cierto desprecio por los humanos. De hecho, parecía encontrarlos divertidos en un sentido peyorativo. Le pareció hilarante que Eric mostrara sentimientos hacia mí. ¿Podía Pam haber cambiado tanto respecto a su propia naturaleza anterior?

—¿Cuántos años tienes, Pam?

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