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Authors: Charlaine Harris

Todos juntos y muertos (10 page)

BOOK: Todos juntos y muertos
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El sacerdote local, que había empezado a asistir a las reuniones de la Hermandad del Sol, me sugirió que trabar amistad con vampiros, e incluso trabajar para ellos, era pedir a gritos que alguien te matara. Me lo dijo sobre la cesta de su hamburguesa la semana anterior. Me dio por pensar en ello mientras permanecía ante la caja registradora y Tara pasaba mis compras, que iban a ser pagadas con el dinero de un vampiro. ¿Pedía yo a gritos que me mataran? Meneé la cabeza. Ni por asomo. Y pensaba que la Hermandad del Sol, la organización antivampiros ultraderechista que cada vez tenía más adeptos en Estados Unidos, era una mierda. Su condena de todos los humanos que tuviesen trato con los vampiros, incluyendo la visita a un negocio regentado por uno, era ridícula. Pero ¿qué me atraía tanto hacia ellos?

Lo cierto era que había tenido tan pocas oportunidades de obtener la vida que mis compañeros de clase habían conseguido (la vida ideal con la que había crecido), que cualquier otra vida que pudiera forjarme se me hacía interesante. Si no podía tener un marido e hijos, preocuparme por lo que me iba a poner para ir a la comida informal de la iglesia o de si la casa necesitaba otra mano de pintura, entonces lo haría por la incidencia de siete centímetros de tacón en mi sentido del equilibrio mientras luciera varios kilos extra de lentejuelas.

Cuando acabé, McKenna, que había regresado de la oficina de correos, llevó las bolsas hasta mi coche, mientras Tara arreglaba las cuentas con el hombre de Eric, Bobby Burnham. Colgó el teléfono con aspecto satisfecho.

—¿Lo he gastado todo? —pregunté, curiosa por saber cuánto había invertido Eric en mí.

—Ni de lejos —dijo—. ¿Qué más te quieres llevar?

Pero la fiesta se había acabado.

—Nada —añadí—. Ya tengo suficiente. —Sentí el impulso de pedirle a Tara que se lo quedara todo de vuelta. Pero pensé que sería toda una faena para ella—. Gracias por todo, Tara.

—De nada —me dijo. Su sonrisa era un poco más tibia y genuina. A Tara siempre le ha gustado ganar dinero, y nunca ha conseguido estar demasiado tiempo enfadada conmigo—. Deberías pasarte por
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, en Clarice, para comprarte algo que vaya con el vestido de noche. Están de rebajas.

Estaba decidido. Era el día de hacer todas las cosas. Siguiente parada:
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. Aún me quedaba una semana para el viaje, pero el turno de aquella noche se me pasó como un ensueño, a medida que me excitaba más antes la expectativa de la partida. Nunca había estado tan lejos de casa como en Rhodes, que está cerca de Chicago; lo cierto es que nunca había estado al norte de la línea Mason-Dixon. Sólo había volado una vez, un viaje corto entre Shreveport y Dallas. Tendría que comprarme una maleta, una de esas con ruedas. También tendría que comprar… Se me ocurrió una larga lista de pequeñas cosas. Sabía que en algunos hoteles había secadores de pelo. ¿Sería el caso del Pyramid of Gizeh? El Pyramid era uno de los hoteles más famosos para vampiros que habían aflorado en las grandes ciudades.

Como ya había apalabrado los días libres con Sam, esa noche le dije cuándo tenía planeado marcharme. Sam estaba sentado detrás del escritorio de su despacho cuando llamé a la puerta; al marco de ésta, más bien, porque Sam casi nunca la cierra. Levantó la vista de sus facturas. Le alegró la interrupción. Cuando trabajaba en los libros, se pasaba las manos por el pelo rubio rojizo, que ahora parecía un poco electrificado. A Sam le gustaba más atender en el bar que hacer labores de contabilidad, pero esa noche había contratado a un sustituto para poner en orden los libros.

—Adelante, Sook—dijo—. ¿Cómo va todo?

—Hay bastante gente; apenas tengo un momento. Sólo quería decirte que me voy el jueves que viene.

Sam trató de sonreír, pero al final sólo consiguió parecer descontento.

—¿Es necesario que lo hagas? —preguntó.

—Eh, ya hemos hablado de esto —respondí, con un tono que sonaba a clara advertencia.

—Bueno, pues te echaré de menos —explicó—. Y me preocuparé un poco. Tantos vampiros alrededor.

—También habrá humanos, como yo.

—Como tú, no. Habrá humanos con una obsesión enfermiza por la cultura vampírica, o saqueadores de muertos, tratando de sacar provecho de los no muertos. No son gente sana, y su esperanza de vida es corta.

—Sam, hace un par de años no tenía la menor idea de cómo era el mundo que me rodeaba. No sabía lo que tú eras en realidad; no sabía que los vampiros se diferenciaban entre ellos como lo hacemos nosotros. No sabía que las hadas existían de verdad. Jamás me habría podido imaginar nada de eso. —Agité la cabeza—. Qué mundo este, Sam. Es maravilloso y aterrador. Cada día es diferente. Jamás pensé que llegaría a tener mi propia vida, y ahora la tengo.

—Soy la última persona que desearía hacerte sombra, Sookie —dijo Sam, con una sonrisa. Pero no se me escapó el matiz ambiguo de su afirmación.

Pam vino a Bon Temps esa noche. Parecía aburrida y fresca en su mono azul pálido con bordes azul marino. Lucía mocasines con hebilla metálica a juego…, no es broma. Ni siquiera sabía que aún los vendieran. El cuero oscuro estaba pulido hasta el máximo brillo. El metal estaba como nuevo. Recibió muchas miradas de admiración por parte de la parroquia. Se sentó en una de las mesas de mi sección y aguardó pacientemente, con las manos entrelazadas sobre la mesa. Se sumió en el estado de suspensión de los vampiros que ponía de los nervios a cualquiera que no lo hubiese presenciado antes. Sus ojos estaban abiertos, pero no veían, el cuerpo totalmente inmóvil, la expresión vacía.

Como estaba en su estado de letargo, atendí a unas cuantas personas más antes de dirigirme hacia su mesa. Estaba segura de saber por qué estaba allí, y la conversación con ella no era lo que más me apetecía.

—¿Quieres algo de beber, Pam?

—¿Qué ha pasado con el tigre? —dijo, yendo directa a la yugular del tema.

—Estoy saliendo con Quinn —contesté—. No pasamos mucho tiempo juntos por su trabajo, pero nos veremos en la cumbre. —Habían contratado a Quinn para que organizase algunas de las ceremonias y rituales de la cumbre. Estaría ocupado, pero al menos podría verle, y ya estaba emocionada con la perspectiva—. Después de la reunión, pasaremos un mes juntos —le dije.

Vaya, puede que me hubiese pasado de la lengua con eso. La sonrisa de Pam se desvaneció.

—Sookie, no sé qué extraño juego os traéis entre manos Eric y tú, pero no nos viene nada bien.

—¡No tengo ningún juego! ¡Ninguno!

—Puede que tú no, pero él sí. No ha vuelto a ser el mismo desde la vez que estuvisteis juntos.

—No sé qué podría hacer yo al respecto —dije, débilmente.

—Yo tampoco —aseguró Pam—, pero espero que pueda aclarar sus sentimientos hacia ti. No le gusta tener conflictos. No disfruta sintiéndose ligado a alguien. No es el vampiro despreocupado que solía ser.

Me encogí de hombros.

—Pam, he sido todo lo sincera que he podido con él. Supongo que le preocupará otra cosa. Creo que exageras mi importancia en las prioridades de Eric. Si siente algún amor inmortal hacia mí, ten por seguro que no me ha dicho nada. Nunca le veo. Y sabe lo mío con Quinn.

—Hizo que Bill se confesara contigo, ¿verdad?

—Bueno, Eric estaba delante —dije, insegura.

—¿Crees que Bill te lo habría dicho si Eric no se lo hubiera ordenado?

Había hecho todo lo posible para olvidar aquella noche. En el fondo de mi mente, sabía que el extraño momento escogido por Bill para decírmelo era muy significativo, pero me negué a ahondar en ello.

—¿Por qué crees que a Eric le habría importado una mierda lo que le ordenaran a Bill, y mucho menos el revelárselo a una humana, si no fuese porque alberga sentimientos hacia ti?

Jamás lo había visto desde esa perspectiva. Su confesión me había hecho tanto daño (la reina había planeado que me sedujera, llegada la necesidad, para ganarse mi confianza), que nunca me planteé por qué Eric le obligó a revelarme la trama.

—Pam, no lo sé. Escucha, estoy trabajando y tienes que pedir alguna bebida. He de atender a las demás mesas.

—Que sea una TrueBlood, cero negativo.

Me apresuré para sacar la bebida de la nevera y la metí en el microondas. La agité suavemente para asegurarme de que la temperatura era homogénea. Impregnaba los lados de la botella de una forma desagradable, pero lo cierto es que parecía sangre auténtica, y tenía su sabor. Puse algunos vasos en casa de Bill, así que ya tenía experiencia. Hasta donde sabía, beber sangre sintética era como beberse la de verdad. A Bill siempre le había gustado, aunque más de una vez había dicho que el sabor no lo era todo; la sensación de morder la carne, el sentir el latido del corazón, era lo que hacía divertido el ser vampiro. Tragar de una botella no tenía ningún encanto. Llevé la botella y una copa de vino a la mesa de Pam y las deposité ante ella, con una servilleta, por supuesto.

—¿Sookie? —Levanté la mirada y vi que Amelia acababa de entrar.

Mi compañera de piso había venido varias veces al bar, pero esa noche me sorprendió verla.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Eh…, hola —le dijo Amelia a Pam. Reparé en los pantalones de vestir de Amelia, su polo de golf blanco inmaculado y sus deportivas a juego. Miré a Pam y comprobé que sus pálidos ojos estaban abiertos como nunca.

—Te presento a mi compañera de piso, Amelia Broadway —le dije a Pam—. Ésta es la vampira Pam.

—Encantada de conocerte —contestó Pam.

—Bonito conjunto —le respondió Amelia.

Pam parecía satisfecha.

—Tú también tienes buen aspecto —dijo.

—¿Eres una vampira de los alrededores? —preguntó Amelia. Si algo era, es directa y parlanchina.

—Soy la lugarteniente de Eric —explicó—. ¿Sabes quién es Eric Northman?

—Claro —dijo Amelia—. El ardiente rubiales que vive en Shreveport, ¿no?

Pam sonrió, dejando asomar sus colmillos. Paseé la mirada entre las dos. La madre del cordero.

—Quizá te gustaría pasarte por el bar alguna noche —invitó Pam.

—Oh, claro —respondió Amelia, aunque no como si estuviese especialmente emocionada. Se hacía la dura. Si no conocía mal a Amelia, le duraría unos diez minutos.

Acudí a atender a un cliente que me llamaba desde otra mesa. Por el rabillo del ojo vi que Amelia se sentaba con Pam, y hablaron durante unos minutos antes de que Amelia se levantara y se fuese a la barra para esperarme allí.

—¿Qué te trae por aquí esta noche? —pregunté, puede que un poco abruptamente.

Amelia arqueó las cejas, pero no me disculpé.

—Sólo quería decirte que he cogido un recado telefónico en casa.

—¿De quién?

—De Quinn.

Sentí que una sonrisa se encendía en mi cara. Una de verdad.

—¿Qué ha dicho?

—Dijo que te vería en Rhodes. Ya te echa de menos.

—Gracias, Amelia. Pero podrías haberme llamado aquí para decírmelo, o habérmelo contado cuando hubiese vuelto a casa.

—Oh, es que me aburría un poco.

Sabía que eso pasaría, tarde o temprano. Amelia necesitaba un trabajo, uno a jornada completa. Echaba de menos su ciudad y a sus amigos, por supuesto. A pesar de haber dejado Nueva Orleans antes de lo del Katrina, sufrió cada día que pasó desde que el huracán golpeara la ciudad. También echaba de menos la práctica de la brujería. Esperaba que hiciera migas con Holly, otra camarera y una dedicada wiccana. Amelia sentía cierto desprecio por la fe wiccana. Alguna que otra vez, Amelia se había reunido con la asamblea de Holly, en parte por guardar las formas… y en parte porque echaba de menos la compañía de otras practicantes como ella.

Al mismo tiempo, mi huésped se sentía muy nerviosa ante la posibilidad de ser descubierta por las brujas de Nueva Orleans y verse obligada a pagar una multa por su error con Bob. Para añadir otra capa emocional al asunto, desde el Katrina, Amelia temía por el bienestar de sus antiguos compañeros. No había forma de saber si estaban bien sin delatarse.

A pesar de todo eso, sabía que llegaría un día (o noche) en el que Amelia vería desbordarse su inquietud, hasta el punto de querer buscar más allá de mi casa, mi patio y Bob.

Traté de no fruncir el ceño cuando Amelia volvió a la mesa de Pam para seguir charlando. Le recordé a mi guerrera interior que Amelia era muy capaz de cuidar de sí misma. Probablemente estuviera más segura de ello la noche de Hotshot. Cuando volví al trabajo, centré mis pensamientos en la llamada de Quinn. Deseé haber tenido mi móvil nuevo encima (gracias al pequeño alquiler que me pagaba Amelia, me pude permitir uno), pero no pensaba que fuese adecuado llevarlo en horas de trabajo. Y Quinn sabía que no lo tendría conmigo, ni encendido, salvo que tuviese la libertad de responder. Deseé que Quinn me estuviera esperando en casa cuando dejara el bar, dentro de una hora. La fuerza de esa fantasía me intoxicó.

Aunque hubiese estado encantada con revolcarme en esa sensación, dejándome tentar por el rubor que me provocaba mi nueva relación, decidí que era hora de bajar a tierra y enfrentarme a mi pequeña realidad. Me centré en servir mis mesas, sonreír y charlar cuando fuera necesario, y poner una nueva TrueBlood a Pam de vez en cuando. Por lo demás, dejé a Amelia y Pam en su mano a mano.

Al fin terminó mi última hora de trabajo y el bar se despejó. Hice mis tareas de cierre, al igual que mis demás compañeros. Cuando me cercioré de que las cajas de servilletas y los saleros estuvieran llenos y listos para la jornada siguiente, recorrí el corto pasillo hasta el almacén para dejar mi delantal en la gran cesta de lavandería. Tras escuchar nuestras pistas y quejas durante años, Sam finalmente hizo que colgaran un espejo para nuestra alegría. Me sorprendí a mí misma totalmente quieta, contemplándolo. Hice por espabilarme y empecé a deshacer el nudo del delantal. Arlene se estaba atusando la melena roja. Arlene y yo ya no éramos tan buenas amigas. Se había unido a la Hermandad del Sol. Si bien la Hermandad se presentaba al mundo como una organización informativa, dedicada a difundir la «verdad» acerca de los vampiros, sus filas estaban atestadas de quienes pensaban que todo vampiro era maligno y debía ser eliminado con métodos violentos. Lo peor de la Hermandad extendió su rabia sobre los humanos que trataban con los vampiros.

Humanos como yo.

Arlene trató de cruzar su mirada con la mía en el espejo. No lo logró.

—¿Esa vampira del bar es tu colega? —dijo, poniendo un énfasis peyorativo en la última palabra.

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