Tokio Blues (16 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, #Romántico

BOOK: Tokio Blues
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—Si quieres puedes terminar mi plato. Estoy llena.

—Claro —dije.

—Tengo el estómago pequeño y apenas me cabe nada. Y lo que no lleno con la comida lo lleno de humo —dijo llevándose otro cigarrillo Seven Stars a los labios y prendiéndole fuego—. ¡Ah, por cierto! Puedes llamarme Reiko. Aquí todos me llaman así.

Reiko observaba con curiosidad cómo me comía el estofado que ella apenas había probado y cómo mordisqueaba el pan.

—¿Eres tú la médico que lleva a Naoko? —le pregunté.

—¿Médico yo? —exclamó frunciendo el entrecejo—. ¿De dónde has sacado semejante idea?

—Me han dicho que pregunte por la doctora Ishida.

—¡Ah, claro! Mira, yo aquí doy clases de música. Por eso me llaman «profesora Ishida»
[19]
. En realidad, soy una paciente. Pero, como ya llevo siete años aquí, enseño música y ayudo en las tareas administrativas, es difícil decir si soy una paciente o pertenezco a la plantilla. ¿Naoko no te ha hablado de mí?

Negué con un gesto de la cabeza.

—¡Vaya! —dijo Reiko—. En fin, Naoko y yo vivimos juntas. Somos compañeras de habitación. Es interesante estar con ella. Charlamos de muchas cosas. También de ti.

—¿De mí? —pregunté.

—Antes tengo que explicarte algunas cosas. —Reiko ignoró mi pregunta—. Quiero que comprendas que esto no es un hospital convencional. Aquí no se recibe tratamiento, éste es un lugar de recuperación. Hay médicos, por supuesto, y visitan una hora al día, pero sólo toman la temperatura y controlan el estado general de los pacientes. No te aplican una terapia activa como en otros hospitales. Por eso, aquí no hay rejas en las ventanas y el portal está siempre abierto. La gente entra y sale por propia iniciativa. Ingresan las personas para quienes esta cura es idónea. Aquí no puede estar cualquiera. A las personas que necesitan una terapia especial se las manda a un hospital especializado. ¿Me sigues?

—Más o menos. ¿Y en qué consiste exactamente esta cura de recuperación?

Reiko exhaló una bocanada de humo y se bebió el resto de zumo de naranja.

—La cura de recuperación es, en sí misma, la vida que llevamos aquí. Horarios fijos, ejercicio, aislamiento del mundo exterior, tranquilidad, aire puro. Aquí tenemos campos de cultivo, y casi somos autosuficientes. No hay televisión, ni radio. Parece una comuna de esas que están de moda. Entrar aquí cuesta bastante dinero, en eso sí es diferente de una comuna.

—¿Tan caro es?

—No es barato. Piensa que las instalaciones están muy bien. Y el terreno es enorme, hay pocos pacientes, mucha gente de plantilla. Yo, como llevo tanto tiempo aquí y soy medio del personal, estoy exenta de pagos. Por cierto, ¿te apetece una taza de café?

Respondí afirmativamente. Ella apagó el cigarrillo, se levantó, llenó dos tazas de café de un termo que había en la barra y las trajo a la mesa. Le puso azúcar al suyo, lo removió con una cucharita y lo probó haciendo una mueca.

—Este sanatorio no es una empresa con ánimo de lucro —continuó—. Por eso puede funcionar sin cobrar cuotas muy altas. Todo este terreno lo donó su propietario. Creó una corporación. Antiguamente, toda esta zona pertenecía a la villa de recreo de este propietario. Hasta hace unos veinte años. Supongo que habrás visto la antigua villa. Antes sólo estaba aquel edificio, y allí se reunían los pacientes para hacer terapia de grupo. Si quieres saber cómo empezó todo, te diré que el hijo de este señor tenía problemas psicológicos y un especialista le recomendó hacer terapia de grupo. Según las teorías de este doctor, algunas enfermedades mentales podían curarse si los enfermos vivían en un lugar apartado, ayudándose los unos a los otros, haciendo trabajo físico y contando, además, con la ayuda de un médico que les aconsejara y controlara las condiciones físicas en las que se encontraban. Así empezó todo. El centro fue creciendo paulatinamente, aumentaron los campos de cultivo y, hace cinco años, se construyó el pabellón principal.

—Veo que la cura de recuperación es efectiva.

—Sí, pero no para todas las enfermedades. Hay muchas personas que no se curan. Pero muchas otras, a quienes no les habían funcionado otras terapias, aquí se recuperan y hacen vida normal. Lo mejor es la ayuda mutua. Como todos sabemos que somos imperfectos, intentamos ayudarnos los unos a los otros. Por desgracia, en otros lugares el médico es el médico, y el paciente, el paciente. El paciente pide ayuda al médico y éste se la ofrece. Pero aquí nos ayudamos los unos a los otros. Cada uno es el espejo de los demás. Y los médicos son nuestros compañeros. Están a nuestro lado, nos observan y corren a ayudarnos cuando lo necesitamos, pero a veces somos nosotros quienes les ayudamos a ellos. Es decir, en algunos aspectos nosotros los superamos. Por ejemplo, yo doy clases de piano a algunos médicos, un paciente enseña francés a las enfermeras, cosas así. Entre las personas que sufren enfermedades como las nuestras, hay muchas que tienen un gran talento en un campo determinado. Aquí todos somos iguales. Los pacientes, el personal de plantilla y también tú. Mientras estés aquí, serás uno más, nosotros te ayudaremos y tú nos ayudarás a nosotros. —Reiko sonrió evidenciando las arrugas de su rostro—. Tú ayudarás a Naoko y Naoko te ayudará a ti.

—¿Y qué debo hacer?

—En primer lugar, querer ayudar a las personas y pensar que tú también necesitas la ayuda de los demás. En segundo lugar, ser honesto. No mentir, no disfrazar la verdad, no amañar las cosas del modo que más te convenga. Nada más.

—Lo intentaré —afirmé—. ¿Por qué llevas siete años aquí? Hasta ahora no me ha parecido que estés mal.

—Durante el día no. —Se le ensombreció el rostro—. Pero al llegar la noche la cosa cambia. Me revuelco por el suelo babeando.

—¿De verdad?

—¡Desde luego que no! —dijo inclinando la cabeza con incredulidad—. Estoy curada, al menos de momento. Sólo que prefiero quedarme aquí y ayudar a que otros se recuperen. Enseño música, cultivo la tierra. Me gusta este sitio. Aquí todos somos amigos. Y, frente a esto, ¿qué hay en el mundo exterior? Tengo treinta y ocho años, pronto cumpliré los cuarenta. El caso de Naoko es distinto. A mí no me espera nadie, no tengo familia, ni un trabajo que valga la pena, y no tengo amigos. Además, llevo siete años aquí. Ya no conozco el mundo. A veces, en la biblioteca leo el periódico. Pero, a lo largo de estos siete años, no me he alejado un paso de aquí. Ahora no le veo ninguna ventaja al hecho de salir.

—Quizá fuera se abra un mundo nuevo para ti. Puedes intentarlo.

—Tal vez. —Estuvo unos instantes haciendo girar el encendedor en la palma de su mano—. Watanabe, yo también tengo mis motivos para estar aquí. Si quieres, hablaremos de esto en otra ocasión.

Asentí.

—Entonces, ¿Naoko se encuentra mejor?

—Eso parece. Al principio estaba muy aturdida y nosotros estábamos preocupados porque no sabíamos qué hacer. Pero ahora se ha relajado, habla mucho mejor que antes, ya es capaz de expresar lo que quiere decir… En fin, una cosa es segura: va en la buena dirección. Pero hubiera tenido que recibir tratamiento mucho antes. En su caso, los síntomas empezaron a manifestarse cuando se suicidó Kizuki, su novio. Su familia debía de saberlo; ella misma debía de saberlo. Con lo que sucedió en su familia…

—¿En su familia? —pregunté sorprendido.

—¿No sabes nada? —exclamó Reiko más sorprendida todavía.

Negué con un gesto de la cabeza.

—Esto debes preguntárselo directamente a Naoko. Es mejor. Hay muchas cosas de las que quiere hablarte con franqueza. —Reiko volvió a remover el café en la taza y tomó un sorbo—. Y luego…, está establecido de esta manera, así que es mejor que lo sepas desde el principio: está prohibido que tú y Naoko os veáis a solas. Son las normas. Una persona del exterior no puede quedarse a solas con la persona a la que viene a visitar. Tienen que estar acompañados por un observador…, que en este caso soy yo. Lo siento mucho, pero tendréis que soportarme. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —concedí sonriendo.

—No os cortéis y hablad de lo que queráis. Olvidaos de que estoy presente. De todas formas, ya sé lo que hay entre vosotros dos.

—¿Todo?

—Casi todo —dijo Reiko—. Hacemos sesiones en grupo. Por eso lo sabemos casi todo. Además, Naoko y yo hemos hablado de todo lo imaginable. Aquí no hay demasiados secretos.

Miré a Reiko mientras tomaba el café.

—Si te soy sincero, estoy algo confuso. No sé si en Tokio me porté bien con Naoko. No he dejado de pensar en ello, pero todavía no lo sé.

—Yo tampoco. Y tampoco lo sabe Naoko. Esto es algo que tendréis que decidir vosotros mismos hablando largo y tendido. Estáis a tiempo de encauzar vuestra relación. Eso siempre y cuando seáis capaces de comprenderos el uno al otro. El tiempo te ayuda a reflexionar sobre las acciones del pasado.

Volví a asentir.

—Me pregunto si tú, Naoko y yo sabremos ayudarnos. Siendo sinceros, deseando ayudarnos. Si nos esforzamos puede ser muy efectivo. ¿Hasta cuándo vas a quedarte?

—Tengo que estar de vuelta antes de pasado mañana por la tarde. Debo ir a trabajar y, además, el jueves tengo examen de alemán.

—Bien. Puedes quedarte con nosotras. Así no te costará dinero y podréis hablar sin preocuparos de la hora.

—¿Con vosotras?

—Con Naoko y conmigo —dijo Reiko—. En la habitación hay dos camas y tenemos un sofá cama. Dormirás bien. No te preocupes.

—¿No está prohibido? ¿Un hombre viene de visita y se aloja en una habitación con mujeres?

—Supongo que no irrumpirás a la una de la madrugada para violarnos, ¿no?

—¡No!

—Entonces no hay ningún problema. Te quedas con nosotras y así podremos hablar. Es lo más cómodo. Podremos conocernos mejor y tocaré la guitarra en tu honor. Soy bastante buena.

—¿No será una molestia?

Reiko tomó el tercer cigarrillo Seven Stars, que encendió torciendo las comisuras de los labios.

—Nosotras ya lo hemos discutido. Y te invitamos las dos. Personalmente. Así que haz el favor de ser educado y aceptar la invitación, ¿no te parece?

—Por supuesto. Con mucho gusto.

Reiko me miró durante unos instantes en que se le hicieron más profundas las arrugas del rabillo del ojo.

—No sé. Hablas de una manera un poco extraña —replicó—. No estarás imitando al personaje de
El guardián entre el centeno,
¿verdad?

—¡No! —Me reí.

Reiko, con el cigarrillo entre los labios, también se rió.

—Eres un buen chico. Mirándote, me he dado cuenta. En los siete años que llevo aquí he visto ir y venir a mucha gente. Así que lo sé. Hay dos tipos de personas: los que son capaces de abrir su corazón a los demás y los que no. Tú te cuentas entre los primeros. Puedes abrir tu corazón siempre y cuando quieras hacerlo.

—¿Y qué sucede cuando lo abres?

Reiko, con el cigarrillo entre los labios, juntó las palmas de las manos con aire divertido.

—Que te curas —afirmó.

La ceniza del cigarrillo cayó sobre la mesa, pero a ella no pareció importarle.

Salimos del edificio principal, cruzamos una pequeña colina, pasamos junto a una piscina, una pista de tenis y una cancha de baloncesto. En la pista de tenis dos hombres estaban practicando. Uno era de mediana edad y delgado, y el otro, joven y gordo. Ninguno de los dos lo hacía mal pero, a mi parecer, aquello no tenía nada que ver con el tenis. De hecho, parecía que estuvieran investigando sobre la resistencia de la pelota. Enfebrecidos, se pasaban la pelota el uno al otro, extrañamente concentrados en el juego. Ambos sudaban a mares. El joven, que se encontraba más cerca, interrumpió el juego al ver a Reiko, se acercó y cruzó con ella unas palabras esbozando una sonrisa. Al lado de la pista de tenis, un hombre de rostro inexpresivo cortaba el césped con una máquina enorme.

Más adelante llegamos a una arboleda con unas quince o veinte viviendas de estilo occidental, pequeñas y agradables, separadas las unas de las otras. Frente a la mayoría de ellas, había estacionada una bicicleta amarilla idéntica a la que montaba el guardia. Reiko me indicó que allí vivía la gente de la plantilla con sus familias.

—Aquí puedes encontrar todo lo que necesites sin tener que ir a la ciudad —me explicó Reiko mientras andábamos—. Por lo que respecta a la comida, tal como te he dicho antes, somos casi autosuficientes. También tenemos gallinas ponedoras que nos dan huevos. Hay libros, discos, instalaciones deportivas, incluso un pequeño supermercado, y cada semana viene el peluquero. Los fines de semana pasan películas. Si quieres comprar algo especial, puedes pedírselo a alguien de la plantilla que vaya a la ciudad. Contamos con un sistema de venta por catálogo para comprar la ropa. No nos falta nada.

—¿No podéis ir a la ciudad? —pregunté.

—No, no se puede. Excepto las visitas al dentista, etcétera. Pero, en principio, no está permitido. Tienes toda la libertad para salir de aquí, pero, una vez fuera, ya no puedes volver. Es como quemar las naves. Nadie puede navegar dos o tres días y regresar. Es comprensible. Si no, esto acabaría convirtiéndose en un jubileo.

Pasada la arboleda había una suave pendiente donde se alzaban, a tramos irregulares, unos edificios de madera de dos plantas que provocaban una extraña sensación. No sabría decir qué tenían de extraño, pero ésa fue la primera impresión que me dieron. Me pareció estar contemplando una imagen irreal. Se me ocurrió que aquélla podría ser una animación hecha por Walt Disney a partir de un cuadro de Munch. Todos los edificios tenían la misma forma y estaban pintados del mismo color. Eran casi cúbicos, con un gran portal que guardaba una perfecta simetría derecha-izquierda y muchas ventanas. Entre los edificios discurría un camino lleno de curvas parecido al circuito de una autoescuela. Frente a todas las casas había plantas muy bien cuidadas. No se veía un alma y las cortinas de todas las ventanas estaban corridas.

—Éste es el bloque C. Aquí viven las mujeres. O sea, nosotras. Hay diez edificios, cada uno está dividido en cuatro secciones, y en cada sección viven dos personas. Por lo tanto, puede alojar a ochenta personas. Pero en este momento sólo hay treinta y dos.

—¡Qué tranquilo! —exclamé.

—Porque ahora no hay nadie —dijo Reiko—. Yo disfruto de un trato especial, y por eso ahora tengo tiempo libre, pero la mayoría están siguiendo su programa de actividades. Algunos hacen deporte, otros cuidan el jardín, otros hacen terapia de grupo, otros han salido a recolectar verduras silvestres. Cada uno elabora su propio programa. ¿Qué estará haciendo Naoko ahora? Supongo que pintando o empapelando. No lo recuerdo. Hacen una u otra actividad hasta las cinco de la tarde.

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