Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Leia, ¿te encuentras bien?
—¿Princesa Leia?
Meneando la cabeza, Leia apartó su asiento de la mesa, se levantó y fue hacia la puerta. Un mareo repentino hizo que tuviera que detenerse cuando ya había cruzado media sala de conferencias. Leia se tambaleó y el almirante Ackbar, viendo que Leia estaba a punto de perder el equilibrio, fue corriendo hasta ella y la cogió del brazo.
—Ayúdeme a llegar a mi despacho —murmuró Leia.
Ackbar ayudó a Leia a tumbarse sobre un sofá en la intimidad de la suite presidencial, que se encontraba un piso por encima de la sala de conferencias.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Ackbar—. Quizá debería llamar al androide médico.
La sección ejecutiva tenía asignado permanentemente un AM-7, un androide médico móvil especializado en casos de emergencia.
—No. Enseguida estaré bien. Sólo quiero acostarme durante unos momentos.
—No tiene buen aspecto. ¿Quiere retrasar la entrevista?
Leia meneó la cabeza en una negativa casi imperceptible.
—No... No, eso sólo serviría para complicar todavía más la situación. Ya ha habido excesivos retrasos. Me he levantado demasiado deprisa, eso es todo.
—Quizá otra persona debería dirigir la sesión de hoy...
—Nadie más puede hacerlo —replicó secamente Leia.
—Pues entonces no debería estar sola durante la entrevista.
—Nil Spaar espera tener la ocasión de hablar en privado con la Jefe de Estado de la Nueva República. Insistió en ello, y acordamos que así sería. No podemos introducir ningún cambio repentino una hora antes de la entrevista..., no sin ofenderle gravemente —dijo Leia, y cerró los ojos—. Ahora váyase y déjeme a solas durante unos minutos para que pueda descansar. Estaré preparada cuando llegue el momento. Esto no es una crisis. Todo irá estupendamente.
Gracias a un sutil ejercicio de coreografía organizado por los enlaces de protocolo de ambas partes, la princesa Leia Organa Solo, presidenta de la Nueva República, y Nil Spaar, virrey de la Liga de Duskhan, hicieron su entrada en la Gran Sala desde extremos opuestos exactamente en el mismo instante.
Leia avanzó con paso firme y mesurado. Había pasado un buen rato a solas sumida en una profunda meditación, abriendo su conexión con la Fuerza y estableciendo contacto con sus corrientes más profundas y poderosas, permitiendo que su eterno fluir limpiara su cuerpo y su mente y les infundiese nuevas energías. El hacerlo había supuesto una pequeña herida para su orgullo, de la misma manera en que lo habría sido permitirse tomar una taza de té de brotes de naris, porque significaba admitir que necesitaba una muleta. Pero la había dejado más preparada para enfrentarse a la responsabilidad que la aguardaba.
Nil Spaar avanzó al unísono con ella, dando un paso por cada uno de los suyos. El virrey no era una figura excesivamente imponente: no era más alto que Leia, y quizá incluso fuese un poco más bajo y consiguiera disimularlo gracias a sus botas de sólidos tacones cuadrados y gruesas suelas. Sus ojos eran sorprendentemente humanos, y al principio impidieron que Leia se fijara en la cresta de placas óseas que recubría la parte de atrás de su cuello con una rígida coraza y en las franjas de vivos colores faciales que desaparecían bajo el delicado remolino de tela que envolvía su cabeza. La mirada de Nil Spaar era afable y abierta, y su sonrisa resultaba encantadora.
El yevethano llevaba las mismas prendas que Leia le había visto vestir por la calle en todas las grabaciones de vigilancia que habían sido tomadas de él: una chaqueta de manga larga, bastante ceñida al cuerpo y de un color marrón que se volvía un poco más claro en los hombros, pantalones más oscuros con las perneras metidas en las botas, y guantes de color beige que desaparecían dentro de las mangas de su chaqueta. No había ni rastro de joyas o insignias visibles, salvo por el diminuto alfiler que sujetaba el turbante con el que envolvía su cabeza. Tampoco había ninguna indicación de su rango o posición, como las que Leia habría podido esperar en un uniforme o atuendo ceremonial.
Por un acuerdo tácito, los dos se detuvieron cuando el otro se encontraba todavía a un paso de distancia.
—Virrey —dijo Leia, y se inclinó.
—Princesa Leia —dijo Nil Spaar, inclinándose a su vez—. Me complace muchísimo estar aquí con usted. Así es como debía ser. Usted, que está al frente de una confederación de mundos fuertes, orgullosos y prósperos..., y yo, que estoy al frente de una confederación de mundos fuertes, orgullosos y prósperos. Me ha dado la bienvenida como a un igual, y yo le correspondo de la misma manera.
—Gracias, virrey. ¿Desea sentarse? —preguntó Leia, señalando los dos sillones, cada uno con una mesita lateral, que habían sido colocados en el centro de la habitación de tal manera que quedaran el uno de cara al otro.
—Desde luego —dijo Nil Spaar. El sillón del virrey, proporcionado y meticulosamente ajustado por su mayordomo, consistía en una S de rejilla metálica. Encima de la mesa colocada junto a él había dos cilindros negros provistos de tubos de alimentación—. Deberíamos poder sentarnos y hablar sincera y honradamente, como estadistas y como patriotas. Usted misma luchó en la gran rebelión contra esa bestia abominable llamada Palpatine, ¿verdad?
—Me ensucié las rodillas y los codos en unas cuantas ocasiones —respondió Leia—. Pero hubo muchos otros que hicieron mucho más que yo.
—¡Cuánta modestia! —exclamó Nil Spaar—. Pero, y vuelvo a insistir en ello, me parece que estamos condenados a entendernos. Yo también interpreté un pequeño papel cuando llegó el momento de arrebatar Koornacht a los repugnantes esbirros del Emperador. En consecuencia, los dos sabemos lo que significa empuñar las armas en defensa de una causa a la que hemos consagrado nuestras vidas y nuestro honor. De hecho, y mientras estamos sentados aquí en este mismo instante, estoy seguro de que los dos seguimos respondiendo a la llamada de un deber que nos ha sido impuesto por nuestro sentido del honor... ¿No es así?
Leia no quería dejarse llevar a un terreno tan personal.
—La vida es lo que te ocurre mientras estás muy ocupado haciendo planes prudentes y cuidadosamente meditados..., o eso es lo que he oído decir —respondió con una sonrisa—. Hago cuanto puedo para preservar aquello que amo. Que yo sepa, eso no me hace diferente de la inmensa mayoría de las personas con las que trato cada día.
—Ah, veo que su sabiduría es mucho más grande de lo que se podría esperar dada su edad —dijo Nil Spaar—. Pero, naturalmente, usted sabe que lo que ama es precisamente lo que la distingue de los demás. ¿Qué es lo que le importa? Usted misma, por supuesto, y sus hijos, y sus compañeros... Pero, más allá de eso, existe un círculo de amigos, una comunidad basada en el parentesco, y un conjunto de ideales. Y ocurre exactamente lo mismo conmigo. Me sentiría enormemente complacido si aquí, lejos de las interferencias y las distracciones, fuéramos capaces de forjar una alianza que beneficiara a quienes amamos.
—Ése es el propósito de la Nueva República —dijo Leia, esquivando la palabra «alianza» tan cautelosamente como si fuera una extensión de arenas movedizas—. Me parece que si habla con los líderes de algunos de los cien mundos que se han convertido en miembros de la Nueva República durante los últimos veintiocho días, descubrirá que los beneficios son tan considerables como inmediatos.
—No lo dudo —dijo Nil Spaar—. Basta con contemplar el milagro de Coruscant. ¿Acaso no han transcurrido tan sólo media docena de años desde los días en que este mundo fue devastado por el clon de Palpatine en persona?
—Sí...
—Y ahora lo encuentro reconstruido a partir de sus propias cenizas y elevado a una nueva gloria que puede rivalizar con todo cuanto se contaba de su pasado —dijo Nil Spaar en un tono lleno de admiración—. He recorrido su ciudad durante horas y horas, y me he maravillado ante la capacidad de trabajo de su gente, la astucia de sus invenciones y la grandeza de sus visiones. ¡Qué edificios tan orgullosos han erigido usando la esperanza y el barro como cimientos, y qué sueños tan osados han sabido construir sobre las ruinas de los fracasos del pasado!
—Hacemos lo que podemos..., y lo que debemos hacer —dijo Leia—. Me gusta pensar en Coruscant como un símbolo de lo que es posible, un espejo en el que podemos contemplar el mejor de nuestros semblantes. La vitalidad que ha visto aquí es un reflejo de la vitalidad de toda la Nueva República.
Quiero que Coruscant represente la idea de que existe una alternativa a la guerra y la tiranía. Cooperación y tolerancia..., lo mejor de todos nosotros, disponible para todos nosotros.
—¡Y son ustedes tan numerosos! —dijo Nil Spaar—. Estoy seguro de que durante mi primera hora de estancia aquí he visto más especies distintas que durante toda mi vida anterior. Docenas, si es que no un centenar... ¿Cómo funciona todo este sistema? ¿En qué basan la condición de miembro, en la política o en la genética?
—La Nueva República es un pacto de autoprotección mutua entre más de cuatrocientas especies inteligentes, y una sociedad económica entre más de once mil planetas habitados —respondió Leia—. Pero descubrirá que la autonomía de los mundos que la forman apenas se resiente de...
—Siempre que estén dispuestos a cooperar y a ser tolerantes —la interrumpió Nil Spaar.
—Eso apenas hace falta decirlo.
—Quizá deberían dejarlo bien claro desde el principio —dijo Nil Spaar—. El no hacerlo podría conducir a errores de interpretación, y a presuposiciones equivocadas.
Leia, perpleja, sintió como si el suelo hubiera temblado de repente bajo sus pies.
—No creo que ninguna delegación haya venido jamás a Coruscant esperando encontrarse con otra cosa.
—Usted debe de saberlo mejor que yo. Pero si se dedica a pensar en ello, tal vez descubra que algunos han venido aquí más bien para conseguir que Coruscant librara sus combates por ellos que para abrazar los ideales de Leia Organa. Los débiles siempre están buscando campeones. ¿Está segura de que no tiene a nadie de esas características escondiéndose debajo de sus faldas?
—Si los débiles no pueden contar con la protección de Coruscant, entonces la Nueva República no existe..., y sólo hay anarquía. Y la anarquía sólo puede conducir a más tiranía.
—Una buena respuesta.
—Gracias —dijo Leia—. Pero, y dado que acaba de sacar a relucir el tema, ¿le importaría explicarme por qué están aquí usted y su delegación?
—En absoluto —dijo Nil Spaar—. Quiero que nos entendamos claramente desde el primer momento. A pesar de lo mucho que me han impresionado sus ideas, su capital y su confederación, la Liga de Duskhan no desea entrar a formar parte de la Nueva República ni colectivamente ni en calidad de mundos individuales.
—Pienso que la Liga de Duskhan sería un miembro muy valioso de la Nueva República —dijo Leia—. No quería descartar la posibilidad sin haber hablado con usted antes.
Nil Spaar respondió con una sonrisa de amable tolerancia.
—Ahora ya puede descartarla..., y le ruego que lo haga.
—Bien, en ese caso... ¿Qué ha venido a buscar aquí?
—Una alianza, como ya le he dicho. Deseamos un acuerdo entre iguales que redunde en beneficio de ambas partes.
Leia frunció el ceño.
—Virrey, ¿no le preocupa la posibilidad de que los que usted llama «los miembros débiles» de la Nueva República vayan a ser una carga excesiva para ustedes?
—No. Eso no supondrá ningún problema.
—Muy bien —dijo Leia—. Pero creo que debería saber que nos resultará muy difícil legar a un «acuerdo entre iguales» que nos permita responder militarmente cuando ustedes se vean amenazados. El pacto que rige el funcionamiento de la Nueva República estipula muy claramente el contenido del acuerdo general sobre la defensa mutua y la forma de hacer respetar los artículos que regulan la condición de miembro..., y prácticamente no hay nada más que decir sobre el pacto.
—Veo que sigue sin entenderlo —dijo Nil Spaar—. Ni queremos su protección ni la necesitamos. Hemos disfrutado de la «protección» del Imperio durante la mitad de mi existencia, y estamos decididos a evitar ese tipo de bendiciones en el futuro. Lo que queremos por encima de todo es que nos dejen en paz. Grábese eso en la mente, y entonces tal vez por fin será posible que empecemos a hablar en el mismo lenguaje.
La diplomática y delicada insistencia de Leia acabó consiguiendo que Nil Spaar compartiera con ella algunas de las experiencias padecidas por los yevethanos bajo el implacable gobierno de los generales y los soldados de las tropas de asalto de Palpatine. Las historias eran lo suficientemente familiares en su contenido general, aunque no lo fuesen en los detalles.
El gobernador imperial de Koornacht tenía que someter a los yevethanos y se le había dado permiso para que empleara cualquier medio que le pareciese adecuado. El gobernador había ordenado a sus tropas que raptaran a un considerable número de yevethanas, que fueron esclavizadas para satisfacer los deseos eróticos de sus altos oficiales, y había usado a muchos yevethanos como blancos vivos para sus soldados. Los cuerpos destrozados fueron exhibidos en las escuelas, los lugares sagrados y los canales de información pública, que todos los yevethanos estaban obligados a sintonizar dos veces al día.
Cuando eso no produjo el grado de cooperación deseado, el gobernador imperial empezó a capturar niños. La oposición se desmoronó, pero el terror de los secuestros ejecutados al azar persistió. Cuando el ejército de ocupación imperial fue expulsado por fin de Koornacht, los liberadores encontraron a siete mil rehenes yevethanos en la guarnición del gobernador..., y también encontraron los huesos de más de quince mil muertos.
—Ya es suficiente —dijo Leia—. Basta, por favor... Todo eso son pesadillas que debemos olvidar, y me temo que ya hemos dedicado demasiado tiempo a hablar de ellas.
—Quería que comprendiese la profundidad de nuestros sentimientos en esta cuestión.
—La comprendo —dijo Leia, y pensó que después de lo que había oído, quizá ella misma también podría comprender mejor la profundidad de algunos de los sentimientos que habían impulsado a los rebeldes a luchar por la Nueva República.
—Pues entonces centremos nuestra atención en el futuro —dijo Nil Spaar.
Durante la hora siguiente, los dos hicieron grandes esfuerzos para decidir cuál podía ser el lenguaje de la alianza. A pesar de la aparente buena fe, se encontraron tropezando continuamente con serios conflictos de ideas que hicieron que resultase bastante difícil evaluar los progresos que pudieran estar haciendo. Pero al mediodía, cuando el virrey se levantó de su sillón, parecía sentirse bastante satisfecho.