Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (12 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—No lo entiendo —dijo Han—. ¿Por qué? Los dos siempre habéis estado muy cerca el uno del otro. ¿Qué ha ocurrido?

—Nada —dijo Luke—. Lo único que ocurre es que en estos momentos no puedo tener a nadie cerca de mí.

—Continúa. Te estoy escuchando.

Luke asintió, pero bajó la mirada hacia su regazo antes de seguir hablando.

—No sé si podrás entenderlo o si te resultará imposible. Cuando conocí a Obi-Wan, ya llevaba diez o más años viviendo como un ermitaño en Tatooine. Cuando conocí a Yoda, ya llevaba cien o más años viviendo como un ermitaño en Dagobah. Nunca se me ocurrió preguntarles por qué.

—Ahora ya es un poco tarde para eso —dijo Han con una sonrisa melancólica.

—Al principio me limité a dar por sentado que se estaban escondiendo. Pensé que se escondían del Emperador, de mi padre... Pero eso no tiene ningún sentido.

—¿No? Oye, no es nada personal, pero esconderse de ese par de tipos me parece muy buena idea y creo que tiene mucho sentido. Se me ocurren un par de ocasiones en las que me habría encantado esconderme si hubiera podido hacerlo.

—Pero ¿por qué esconderse en un desierto, o en una jungla?

—En... ¿No resulta obvio?

—No —dijo Luke, meneando la cabeza—. Incluso teniendo su cabeza puesta a precio, Han Solo puede esconderse mucho más fácilmente de lo que puede hacerlo un Jedi realmente poderoso, tanto si es un Caballero Jedi como si es un Señor Oscuro. La presencia física de un Jedi sólo es una pequeña parte de su vínculo con el universo. Cambia su rostro, ocúltale en un lugar donde nadie pueda verle..., y aun así yo seguiré percibiendo su presencia cuando recurra a la Fuerza. ¿Te acuerdas de cuando fuimos a Endor en aquella lanzadera robada para destruir el escudo de la segunda Estrella de la Muerte?

—Sí —dijo Han—. Estabas bastante nervioso. Dijiste que Vader podía percibir tu presencia.

—Y la percibió —replicó Luke—. Por aquel entonces yo aún no poseía las capacidades que necesitas haber llegado a dominar para no agitar las aguas. Pero Obi-Wan y Yoda eran Maestros Jedi. Si podían esconderse del Emperador, y debes creerme cuando te digo que podían hacerlo, entonces...

Bueno, entonces podrían haberse escondido en la Ciudad Imperial, o en el mismísimo Destructor Estelar de Vader, o en cualquier sitio. Y si sus capacidades no eran tan grandes como las de Palpatine, entonces ni la distancia ni el aislamiento hubieran podido evitar que fueran descubiertos.

—Quizá se escondieron en esos lugares tan remotos para que nadie más sufriera daños si Vader aparecía de repente —sugirió Han—. Tienes que admitir que cuando un par de Jedi se enfrentan el uno con el otro, las cosas siempre acaban poniéndose un poquito feas para todo el mundo. En la Ciudad Imperial tenemos unos cuantos monumentos conmemorativos que lo demuestran.

Luke meneó la cabeza.

—No. Descubrí la verdadera razón mientras estaba en Yavin 4, y ahora sé cuál es el gran dilema al que todo Jedi acaba teniendo que enfrentarse más tarde o más temprano. Descubrí una verdad muy importante y muy difícil de comprender, Han, y se trata de una verdad muy frustrante. Cuanto mayor sea tu dominio de la Fuerza, cuanto más puedas hacer y cuanto más se espere de ti..., menos te pertenecerá tu vida.

—¿Es ésta la respuesta, entonces? —preguntó Han, señalando la sala con un gesto de la mano—. ¿Crees que la respuesta es salir huyendo?

—Si no encuentras una palabra más adecuada, siempre puedes llamarlo huir. Es una respuesta. Hay otra, y es todavía menos atractiva —replicó Luke—. Han, estoy convencido de que a cada Jedi acaba llegándole un momento en el que debe elegir. Cuando el mundo ejerce tal presión sobre ti que amenaza con volverte loco, sólo hay dos maneras de que puedas encontrar la paz. Una es imponer tu voluntad a todas las cosas y personas que te rodean. La otra es renunciar a tu voluntad y a lo que te hace ser tú mismo, y alejarte de aquellos que siempre están queriendo que les «arregles» la vida.

—No lo entiendo —dijo Han, que estaba tozudamente decidido a no dejarse convencer con tanta facilidad.

Luke sonrió.

—Imagínate que estás en casa. Uno de tus hijos está gritando, y los otros dos están tirando de tus codos, y cada uno te exige que castigues al otro por alguna pequeña...

—Eso es pura rutina —dijo Han.

—Chewbacca está tocando sus tambores de tronco de árbol con tanto entusiasmo que su música wookie te va a hacer estallar los tímpanos de un momento a otro. Cetrespeó tiene un montón de tonterías sin importancia de las que quejarse. Erredós está detrás de tu sillón, discutiendo en básico con los androides de la casa. El hipercomunicador tiene conectados dos canales a la vez, y los dos están puestos a un volumen demasiado alto. Tu comunicador portátil está emitiendo pitidos dentro de tu bolsillo. Tienes tres mensajes de personas que quieren que vayas a hacerles un gran favor, y Leia insiste en que le prestes atención. Lando ha organizado una partida de sabacc francamente ruidosa en la habitación de al lado, hay alguien en la puerta principal, y una escuadrilla de deslizadores lleva un buen rato sobrevolando tu casa.

—De acuerdo, todo eso sería un poquito peor que la rutina habitual —admitió Han—. Pero sólo un poquito.

—Ahora imagínate que todo eso sigue y sigue durante un día, diez días, un mes, medio año, un año..., y no sólo ininterrumpidamente, sino que va empeorando a cada momento que pasa. La cosa sigue y sigue hasta que llegas al límite de tu resistencia, sea cual sea ese límite. ¿Cuáles son tus opciones? Controlar tu entorno, o salir de él.

—O enloquecer y destruirlo —dijo Han—. Lo cual difícilmente puede considerarse una opción. Sí, creo que estoy empezando a hacerme una idea de la situación.

—¿Ves lo delgada que es la línea que separa a Palpatine de Yoda? —insistió Luke—. Palpatine buscaba alcanzar el poder sobre los demás. Yoda buscaba el poder que surge del interior. Palpatine quería controlarlo todo, con la esperanza de que así podría construir lo que pensaba sería un universo perfecto. Yoda renunció a la idea de controlar o perfeccionar el universo, con la esperanza de que así podría entenderlo.

—¿Sabes una cosa, Luke? —dijo Han, hablando muy despacio y con voz pensativa—. Siempre me he preguntado por qué fuiste tú el que sacó la pajita más corta, por qué Yoda y Obi-Wan no unieron sus fuerzas y se enfrentaron al Emperador...

—¡Sí! —exclamó Luke, repentinamente más entusiasmado de lo que Han le había visto en ningún otro momento desde su llegada—. Creo que por eso tuve que ser yo, Han. Ésa es la razón por la que era yo quien tenía que enfrentarse a Vader. Yo aún poseía esa pasión que necesitas para cambiar las cosas, mientras que Obi-Wan y Yoda habían progresado tanto que ya la habían dejado muy atrás. Entregarse a la Fuerza te deja sin armas.

La expresión de Han mostró el disgusto que sentía.

—Pues entonces la Fuerza no sirve de mucho, ¿verdad? Caballeros Jedi que no quieren luchar... ¿De qué nos sirven?

—Intenta entenderlo, Han. La esencia del lado oscuro consiste en utilizar la Fuerza para controlar a los demás. Yo conozco muy bien esa tentación, porque la he sentido. Si te conviertes en el campeón de esa idea, entonces estás pensando de la misma manera en que pensaban Palpatine y mi padre: «Tengo el poder, y es mío para utilizarlo como desee». ¿Quieres que ése sea el código que rija nuestras existencias? ¿Crees que los Jedi deberían gobernar la galaxia meramente porque pueden hacerlo?

—Bueno... Ya que lo planteas de esa manera...

—Me alegro de que puedas entenderlo —dijo Luke—. Pero también debes entender que hay que pagar un precio. Cuando un Jedi renuncia a ese camino, ser un guerrero y dirigir una cruzada se vuelve terriblemente difícil. Obi-Wan y Yoda no temían luchar, o morir. Percibían todo el sufrimiento que estaba causando el Imperio de una manera tan aguda como cualquiera de nosotros..., o probablemente todavía más aguda. Yo no era más fuerte que ellos, ni más sabio. Era un joven tozudo y temerario, un estudiante al que todavía le quedaba mucho por aprender. Pero tenía que ser yo el que desafiara al Emperador..., ¡por la sencilla razón de que todavía podía hacerlo!

Han frunció el ceño y ladeó la cabeza.

—Y todo eso pertenece al pasado, ¿no? ¿Qué pasaría si tuvieras que hacerlo ahora?

—¿Ahora? No lo sé —respondió Luke, y meneó la cabeza—. No sé si ahora podría hacerlo. No sé si sería capaz de volver a sentir la furia y el desprecio que te impulsan a actuar. Tengo la sensación de que estoy de pie encima de una línea divisoria, encima de una montaña de la que nacen dos caminos muy distintos el uno del otro. No sé qué debería estar haciendo con estos dones..., con esta carga. Es la gran pregunta a la que he de responder, y he venido aquí para tratar de encontrar la respuesta.

—Y quieres estar a solas mientras la buscas.

—Necesito estar solo, Han. ¿Ayudarás a Leia a entenderlo?

—Puedo intentarlo —dijo Han, en un tono algo dubitativo.

—No puedo pedirte más que eso.

—Eh... Oye, después de haberte oído decir todo lo que has dicho hasta ahora, ya sé cuál va a ser tu respuesta. Pero he de plantearte la cuestión, para luego poder decirle a Leia que al menos lo intenté. Leia quiere que la ayudes en algo.

—Lo sé.

—Quiere que vengas a vivir con nosotros durante una temporada. Necesita ayuda con los chicos.

—Leia piensa que necesita ayuda —replicó Luke—. Lo siento, Han. He de responderte que no.

—De acuerdo —dijo Han, y se encogió de hombros—. Tenía que exponértelo. Supongo que ella pensaba... Bueno, ya sabes, la familia y todo eso. Quizá podrías dejar lo de convertirte en un ermitaño para el mes que viene en vez de empezar este mes...

Luke se levantó.

—Leia me importa mucho, al igual que los niños y que tú. Ya lo sabes, Han.

—Claro...

—Y ésa es la razón por la que te respondo con una negativa. No tiene nada que ver con este otro asunto.

—¿No? —preguntó Han, intentando levantarse.

—Mi hermana Leia posee todo el talento y la sabiduría necesarios para ser no sólo la madre, sino el modelo que los niños necesitan —dijo Luke—. Lo único que ha de hacer es creer en ella misma, y entonces descubrirá que no hay nada que se encuentre fuera de su alcance. Ésa es la razón por la que lo peor que podría hacer por tu familia en estos momentos sería acudir en ayuda de Leia, y animarla a que recurriese a mí para resolver sus problemas. Lo único que conseguiría Leia con eso sería minar su autoridad sobre los niños..., y de paso también minaría la tuya. Los niños deben aprender sus primeras y más importantes lecciones de vosotros. En eso, no son distintos de cualquier otro niño.

Han frunció los labios mientras reflexionaba en la respuesta de Luke.

—Muy bien —dijo por fin, y le ofreció la mano—. Buena suerte, Luke. Espero que ésta no será la última vez que te vea. Pero... En fin, nosotros no te llamaremos, así que llámanos tú. ¿De acuerdo, viejo amigo?

Luke aceptó la mano que le ofrecía y clavó la mirada en los ojos de su visitante.

—Gracias —dijo, con una sonrisa casi imperceptible pero aun así llena de afecto—. Ningún hombre ha tenido un amigo mejor que tú, Han.

Como le ocurría siempre, aquella repentina exhibición de emociones hizo que Han se sintiera un poco incómodo.

—Sí, y supongo que habrás hecho alguna clase de trampa, porque no me mereces —replicó jovialmente, dándole unas palmaditas en el brazo y retrocediendo un par de pasos. Después pasó junto a Luke y fue hacia la abertura que había usado para entrar en la cámara—. Y ahora, pon manos a la obra y empieza a mover ese mobiliario mental de un lado a otro, o lo que sea que hacéis vosotros los ermitaños. Yo volveré a casa y le diré a Leia que te has hartado de salvar el mundo y que necesitas unas vacaciones..., eso será mucho más sencillo. No, no te molestes. Puedo encontrar la salida yo sólito. Nunca he visto un laberinto que no pudiera ser simplificado considerablemente mediante un buen desintegrador...

El resplandor dorado de la piel metálica del androide creaba un brillante contraste con la exuberante confusión de enormes hojas verdes y lianas suspendidas de los troncos a través de la que se estaba abriendo paso en un ruidoso avance.

—¡Oh, esto es inaguantable! ¡Qué arrogancia! —exclamó el androide mientras luchaba con la espesura, aunque todavía no sabía que sus discursos estaban siendo escuchados por un observador al cual no podía ver—. Teniendo en cuenta el poco caso que me hace, cualquiera diría que él es el androide de protocolo y yo la unidad astromecánica.

El androide dorado agitó frenéticamente los brazos, intentando apartar una masa de ramas que le impedían seguir avanzando, y después se detuvo y volvió la cabeza hacia la dirección por la que había venido.

—¡Espero que los murciélagos de las rocas te arranquen los circuitos y aniden en tus compartimentos de equipo! —le gritó a la jungla—. ¡Espero que un halcón-corneta te confunda con su presa favorita y te lleve a los templos colgado de sus garras para alimentar a sus crías! Te estaría bien empleado.

Pero cuando se dio la vuelta para examinar su apurada situación, el androide descubrió que su camino estaba bloqueado no sólo por la flora de Yavin 4, sino también por un hombre alto y robusto que vestía un traje de vuelo militar.

—¡Oh! —exclamó Cetrespeó, y dio un paso hacia atrás—. ¡General Calrissian! Me ha dado un buen susto, señor. ¿De dónde ha salido?

Lando sonrió.

—Estabais haciendo tanto ruido que un pelotón entero de soldados de las tropas de asalto podría haberse acercado sigilosamente y daros un buen susto. No me digas que sigues peleándote con Erredós después de todo este tiempo... Sois peor que un par de hermanos.

—Puedo asegurarle que ese tozudo e insufrible montón de circuitos y yo no compartimos ningún vínculo familiar —replicó Cetrespeó con envarado orgullo—. Si me hubieran construido tan pésimamente mal como a él, me devolvería yo mismo a mi fabricante para que me desmontara y echara mis piezas al depósito de chatarra. En todos mis años de funcionamiento jamás he conocido a una unidad R tan errática y egoísta como Erredós. ¡Nos encargan un simple trabajo de remodelación de la parrilla de energía secundaria, y Erredós lo convierte en un proyecto de primera categoría! Podría darle una lista de sus anomalías operacionales tan larga que...

—Eso tendrá que esperar —dijo Lando—. Ahora lo que debes hacer es recoger tus circuitos de repuesto y tu lata de abrillantador para metales. Vais a acompañarme en un viajecito que estoy a punto de emprender.

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