Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
No lograron encontrar el desvío que llevaba a laltra por la sencilla razón de que ya no existía.
El mercado comunal que había ocupado el cruce del Camino del Paso de la Corona y el Sendero de laltra había desaparecido, y lo único que quedaba para indicar su antigua situación era el muñón de su poste central.
Y ya no había ningún camino que llevara a la aldea de los fallanassis, ni siquiera según los modestos patrones de Lucazec; que, o ésa era la conclusión a la que había llegado Luke, necesitaban únicamente un caminito formado por tres roderas del que se hubieran quitado las rocas más grandes. Las viejas roderas aún podían ser vistas, pero parecía como si el camino hubiera sido sembrado deliberadamente con rocas de gran tamaño, especialmente allí donde en el pasado se había unido a la carretera principal.
—¿Estás segura de que es aquí?
—Sí —dijo Akanah—. Estoy totalmente segura.
—Esto me huele mal —dijo Luke, meneando la cabeza.
—A mí también, Luke —dijo Akanah con voz atemorizada, buscando su mano—. A mí también...
En su momento de máximo esplendor, laltra había contado con más de treinta edificios y, salvo unos pocos, todos habían ido bastante más allá de la sencilla arquitectura pragmática de la región.
La casa del círculo había tenido tres pisos de altura, con una gran arcada abierta que dividía los pisos inferiores por la mitad, y baldosas que formaban complejos dibujos abstractos en las paredes. Los jardines de su tejado, alimentados mediante cañerías y bombas solares, ofrecían no sólo una hierba magnífica y una gran profusión de flores, sino un espléndido panorama de las colinas que rodeaban la estructura.
Las cosechas de alimentos y plantas medicinales habían crecido debajo de tres cúpulas traslúcidas que se alzaban entre parejas de pequeños cobertizos. Las moradas en forma de anillo estaban dispersas por todas partes, y cada una contaba con media docena de casitas de tejados puntiagudos usadas para dormir que rodeaban las habitaciones comunes.
Laltra había disfrutado de dos pozos y un estanque amurallado, y de un largo sendero de meditación con más de una docena de refugios abiertos en la ladera de la colina. Una pendiente que daba al norte había sido excavada hasta dejarla convertida en un anfiteatro al aire libre lo bastante grande para poder contener a toda la comunidad, con un foco que podía servir tanto de escenario para representaciones teatrales como de plataforma para acoger un fuego ceremonial.
Nada de todo aquello estaba intacto, y a Luke y Akanah enseguida les resultó obvio que, por sí solas, las inclemencias del tiempo y el paso de los años no habrían bastado para producir todos aquellos daños.
La casa del círculo había quedado convertida en un montón de escombros, y los muros que sostenían la estructura habían sido derribados. Las cúpulas de las cosechas habían sido destruidas por explosiones internas y los fragmentos del material cristalino con que habían sido construidas, que estaban esparcidos por toda aquella parte del suelo, crujían bajo los pies de los visitantes mientras éstos caminaban lentamente por entre las ruinas. El anfiteatro había quedado enterrado bajo un deslizamiento de tierra.
El muro del estanque había sido agujereado en un par de sitios, y toda el agua había desaparecido. El más grande de los dos pozos había sido rellenado de tierra y había quedado oculto debajo del montón de ladrillos sacados de una morada derruida. El pozo pequeño parecía haber sido envenenado mediante todos los disolventes y sustancias reactivas disponibles en laltra, con un pequeño montículo de recipientes vacíos y recubiertos de polvo de distintas formas y tamaños amontonados junto a él dando mudo testimonio de lo ocurrido.
Algunas de las moradas del anillo seguían estando casi intactas, pero tampoco habían escapado a la mutilación. Las baldosas habían sido rotas a martillazos, y un símbolo —dos líneas que atravesaban un círculo— había sido toscamente dibujado sobre las paredes mediante un haz desintegrador.
Akanah se plantó delante de uno de ellos y se mordió el labio inferior sin decir nada. La angustia y la tristeza irradiaban de ella con tal intensidad que Luke no tuvo más remedio que alzar sus escudos mentales para protegerse de aquellas emociones.
—Éste era nuestro hogar —dijo Akanah por fin—. Isela y yo vivíamos aquí... Toma, Ji y Norika vivían justo al lado, ahí. Nori era mi mejor amiga.
Akanah cerró los ojos e inclinó la cabeza durante un momento, como si estuviera intentando hacer acopio de valor. Después se agachó para pasar por debajo de un arco, y dejó atrás la puerta que había servido para cerrar aquella entrada en el pasado.
La puerta no había tenido cerradura, pero eso no había impedido que sus bisagras también acabaran siendo derretidas por el haz de un desintegrador, que las había convertido en una masa de metal ennegrecido.
Luke esperó fuera, permitiendo que Akanah pudiera estar sola entre las ruinas de sus recuerdos. La joven volvió a reunirse con él unos minutos después, manteniéndose más erguida y pareciendo haber encontrado una nueva fortaleza.
—No estaban aquí cuando esto ocurrió —dijo—. No sé si fueron capturados o si escaparon, pero ninguno de ellos murió aquí.
—¿Por qué dices eso?
—Por lo que siento al estar aquí —replicó Akanah—. No sé cómo describirlo, y lo único que puedo decirte es que aunque uno solo de nosotros hubiera sido asesinado en este lugar, yo lo sabría. Esto fue... un gesto carente de significado. No produjo ningún efecto sobre la Corriente.
—Sí, yo también capto las mismas sensaciones —dijo Luke—. Y votaría por lo de que escaparon. Mientras contemplaba este lugar, he estado pensando que quienes hicieron todo esto obraron impulsados por la frustración. Profanaron vuestro hogar porque era lo único que podían hacer. Y hay algo más... No utilizaron ningún arma más potente que un desintegrador personal. No usaron ningún tipo de armamento militar. Esto no es obra del Imperio.
—Fueron nuestros amigos de Jisasu y Colina Grande —dijo Akanah con voz sombría.
—Les contaron un montón de mentiras —dijo Luke—. Nadie es inmune al miedo.
—Oh, por favor, no intentes impedir que me sienta llena de ira cada vez que pienso en lo que hicieron —dijo Akanah—. No fingimos haber alcanzado la pureza emocional. Este sitio era mi hogar. Tengo derecho a ello.
—Por supuesto —dijo Luke—. Akanah... ¿Cuál era la casa de mi madre?
Akanah cerró los ojos y reflexionó durante unos momentos.
—Ahred —dijo, abriendo los ojos y señalando el otro extremo del recinto—. La Número Cuatro. —Sus labios se curvaron en una sonrisa casi imperceptible—. Lo entiendo. Anda, ve... Estoy bien.
Luke le agradeció su consideración con una leve inclinación de cabeza, y después giró sobre sus talones y atravesó la explanada, dirigiéndose hacia los restos del anillo de moradas que se alzaban a los pies de la más alta de las colinas que rodeaban aquel lugar. Pero aún no había llegado al centro de la explanada cuando un grito le dejó paralizado. Luke giró en redondo en un movimiento tan brusco que envolvió su cuerpo en un revoloteo de pliegues de su capa y un haz desintegrador surcó el aire junto a él, pasando tan cerca que Luke pudo oler el calor que emitía.
Rodó sobre sí mismo para alejarse del calor, terminando los giros con un salto hacia adelante que lo llevó a cinco metros de distancia del sitio en el que había estado antes de lanzarse al suelo, y después terminó el salto con una rápida búsqueda de su atacante mientras su mano derecha ya empuñaba la espada de luz. Había dos hombres muy cerca de Akanah, que estaba de rodillas en el suelo con un brazo levantado, como si acabara de tratar de protegerse de un golpe.
—¡Akanah! —gritó Luke, y echó a correr hacia ellos.
El siguiente haz desintegrador había sido impecablemente dirigido, pero Luke lo desvió limpiamente hacia el cielo con su espada de luz. Después sólo necesitó una fracción de segundo para recurrir a la Fuerza y aplastar el desintegrador con un pensamiento tan poderoso como unas tenazas. Un segundo pensamiento brotó de su mente y arrancó el arma destrozada de la mano del hombre, lanzándola a gran distancia de él.
Akanah había levantado la cabeza cuando Luke gritó su nombre.
—¡No, Luke, no lo hagas...! —exclamó.
Pero Luke ya había concentrado toda su atención en el segundo hombre, que también tenía un arma en la mano..., y estaba apuntando a Akanah con ella.
—¡No te acerques! —gritó el hombre, mirando a Luke y sin que pareciese tenerle ningún miedo.
La respuesta de Luke consistió en un golpe mental que arrancó el desintegrador de la mano del hombre y lo arrojó contra la pared del edificio que había detrás de él. El arma estalló entre un diluvio de chispas y quedó convertida en una docena de fragmentos.
Y un instante después Luke ya estaba lanzándose sobre ellos con la espada de luz empuñada en una posición de ataque, no de defensa. El hombre al que había desarmado en primer lugar proyectó un escudo personal que consiguió detener el golpe inicial de Luke, pero aun así no pudo evitar que la violencia del impacto le hiciera caer de rodillas. El siguiente golpe, asestado con toda la potencia de la espada de luz unida a la voluntad de un Maestro Jedi, se abrió paso a través del escudo y se hundió en el pecho del atacante. El hombre emitió un jadeo ahogado cuando la sangre brotó a borbotones de su pecho, y después se derrumbó hacia atrás y quedó inmóvil sobre el duro suelo pedregoso.
Luke giró sobre sus talones y vio que el segundo atacante iba nuevamente hacia Akanah y que alargaba el brazo hacia ella, como si pretendiera utilizarla a manera de escudo. Luke reaccionó al instante y lanzó su espada de luz, haciendo que el arma girara vertiginosamente sobre sí misma con un brusco giro de su muñeca. La espada de luz hendió el aire y cercenó el brazo izquierdo del atacante por encima del codo. El hombre aulló y se derrumbó mientras Luke hacía que la espada de luz volviera a su mano.
—¿Quién eres? —preguntó Luke, alzándose sobre el atacante caído.
El muñón de su brazo apenas sangraba.
—Comandante Paffen informando..., Skywalker —dijo el hombre. Después cerró los ojos, y una violenta convulsión recorrió todo su cuerpo. Un instante después, sus ojos volvieron a abrirse—. Skywalker está aquí.
Luke destruyó el comunicador del cinturón de equipo del hombre con un veloz movimiento de la punta de su espada de luz.
—¿Quién eres? —volvió a preguntar—. ¿Por qué estáis aquí?
—No es justo... Esperamos tanto tiempo —dijo el hombre, y gimió—. Sólo esperábamos a la bruja.
—¿Por qué estabais esperando aquí? ¿Qué queríais?
El hombre torció el gesto.
—Dijeron que el veneno no dolería —murmuró, y murió, los ojos todavía clavados en el cielo.
Con el rostro convertido en una máscara de preocupación, Luke se acuclilló junto a Akanah, que seguía encogida en el suelo, estremeciéndose desde la cabeza hasta los pies y sollozando.
—Akanah.... ¿Estás herida? —preguntó, rozándole el brazo.
Akanah retrocedió violentamente para apartarse de su contacto, y le dio la espalda.
—Lo siento... Debo de haberme distraído —dijo Luke, cambiando de posición para poder verle la cara—. Tendría que haber sabido que estaban ahí. Pero ya se ha terminado. Ahora ya no pueden hacerte ningún daño.
Akanah, que aún estaba temblando, volvió a darle la espalda.
—Nunca hubieran podido hacerme daño.
—¿De qué estás hablando? Gritaste... Estabas en el suelo...
—No había sufrido ningún daño. No corría ningún peligro. No había ninguna razón para lo que hiciste...
—¿Lo que hice...?
Akanah logró incorporarse mediante un terrible esfuerzo de voluntad y se alejó de Luke con paso tambaleante, rodeándose el cuerpo con los brazos como si quisiera aplastarlo. Luke la siguió, empezando a ser vagamente consciente de que el terrible dolor y desesperación de que estaba dando muestras la joven tenían su origen en el segundo ataque, no en el primero, y que lo que había afectado a Akanah de una manera tan violenta eran sus actos, y no los de los muertos.
—Creí que tenías problemas —dijo.
—¿No podrías habernos protegido sin hacerles daño? —preguntó Akanah, girando sobre sus talones para encararse con él—. Me asusté al verles, nada más...
Luke desplegó sus pensamientos y examinó las ruinas y las colinas.
—Tendremos que hablar de todo esto más tarde —dijo—. Esos hombres eran agentes imperiales. No podemos saber a qué distancia de aquí estarán sus amigos. Tenemos que irnos. Hemos de volver a la nave, y ahora mismo.
—No... No, todavía no...
—Akanah, da igual lo que pienses, porque no somos invulnerables. Pueden hacernos daño, y...
—¿Acaso le hace daño al río la roca que un niño arroja a sus aguas?
—Ahora no tenemos tiempo para discutir este asunto —dijo Luke, empezando a impacientarse—. La
Babosa del Fango
quizá no sea ninguna maravilla, pero no quiero perderla. Este planeta no es exactamente mi idea del sitio ideal en el que instalarme cuando me jubile, y preferiría no tener que jugar al escondite con una cañonera imperial para poder salir de aquí.
—¿Y adonde sugieres que vayamos? —preguntó Akanah.
—No importa. Lejos de Lucazec, y tan deprisa como podamos. No vamos a encontrar a los fallanassis en este mundo: la única explicación lógica para todo lo que ha ocurrido es que tu gente consiguió escapar tanto del Imperio como de la turba. El Imperio no sabe dónde están, y no queremos ser los que les guiemos hasta ellos. Debemos irnos ahora mismo.
Akanah movió la cabeza en una lenta negativa.
—Antes he de enseñarte algo —dijo—. Ven.
La joven retrocedió un par de pasos, y después precedió a Luke por el arco y entró en lo que había sido su hogar. Chorros de luz entraban por las ventanas y el tejado lleno de agujeros de la sala comunal, pero los recintos usados para dormir estaban sumidos en una fría penumbra más allá de la trampa de luz.
—Éste era el espacio de mi madre —dijo Akanah—. Ahí... ¿Puedes verlo?
El arco que trazó con la mano abarcó todo el muro del fondo.
—¿Ver qué?
—Escucha e intenta percibir el sonido —dijo Akanah—. Es como agua, como agua escurriéndose a través de la arena... Baja todos tus escudos.
Luke intentó concentrarse en la pared, pero la confusión era la peor enemiga de la concentración.