Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (41 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Presidente, después de que solicitara mi turno de palabra ha surgido una cuestión de importancia sustancial. Debido a la seriedad del asunto, he decidido ceder mi turno de palabra al senador Peramis de Walalla, y pido a esta cámara que escuche con gran atención lo que el senador Peramis tiene que decir.

Hubo una cierta agitación en la cámara, pero no fue tan intensa como hubiese esperado Behn-kihl-nahm. Al parecer, Peramis era la razón de todas aquellas maniobras tan tortuosas; y, también al parecer, Behn-kihl-nahm no se había enterado de todos los cotilleos y rumores de aquella mañana, una perspectiva que ensombreció su rostro con un fruncimiento de ceño.

—Senador Peramis... —dijo con una leve inclinación de la cabeza, y después se apartó del estrado.

—Gracias, presidente. Y agradezco su indulgencia al senador Hodidiji —dijo Peramis—. A estas alturas, casi todos ustedes saben que el navío consular yevethano
Aramadia
despegó esta mañana de Puerto del Este sin haber obtenido la autorización previa para hacerlo. Se me ha informado de que tres empleados del puerto han muerto, y que hay más de una veintena de heridos...

Esta vez la agitación de la cámara contuvo una inconfundible ondulación de ira.

Behn-kihl-nahm estiró el brazo y atrajo hacia sí a un secretario mediante el expeditivo recurso de agarrarlo por la chaqueta.

—Llame a la princesa —susurró con voz enronquecida—. Dígale que será mejor que venga aquí ahora mismo..., y que no olvide ponerse el traje contra incendios.

—...y además, tres naves sufrieron serios daños, un navío consular del territorio autónomo de Paqwepori entre ellas.

»Sin embargo, no es el fracaso de las negociaciones con los yevethanos, o los daños materiales, o ni siquiera la pérdida de vidas, lo que convierte todo lo ocurrido en un asunto de gran importancia para nosotros —dijo Peramis—. No, lo que realmente debe preocuparnos es la razón por la que han ocurrido todas estas cosas.

»Hasta el momento, la presidencia de la Nueva República no nos ha proporcionado ninguna información sobre estos acontecimientos: no ha habido ni una sola palabra de explicación, o de condolencia, o de indignación. La princesa se ha mantenido inaccesible, y sus portavoces no han abierto la boca.

»Eso no me sorprende. Cuando hayan oído lo que debo decirles, esa inexplicable reacción dejará de parecerles sorprendente. No pueden decir nada sin recurrir a la mentira, porque la verdad les cubriría de vergüenza.

El senador Tolik Yar se levantó de un salto.

—¡El privilegio personal no es una licencia para difamar y calumniar, señor!

—Presidente, pido que haya orden en la cámara —dijo Peramis, sin ni siquiera volver la mirada hacia el senador Yar.

—La cámara mantendrá el orden —dijo Behn-kihl-nahm sin ningún entusiasmo.

—¡Se lo advierto! Retire sus palabras antes de que llegue a encontrarse coqueteando con la traición...

Peramis se volvió hacia el redondo cuerpo del oolidano y le lanzó una mirada llena de desprecio.

—Siéntese y escuche, senador, y aprenderá unas cuantas cosas sobre la traición, y sobre esta mujer a la que llama amiga. Presidente, pido que el registrador del Senado conecte las pantallas de la cámara y las sintonice con el Canal Ochenta y uno, ajustándolas en la frecuencia diplomática.

—¿Con qué propósito, senador?

—Con el propósito de permitir que el virrey Nil Spaar de Yevetha pueda dirigirse a esta cámara desde el
Aramadia
, que en estos momentos se encuentra en órbita alrededor de Coruscant.

Behn-kihl-nahm dio la espalda al estrado el tiempo suficiente para enviar a un segundo secretario en una apresurada misión.

—Esto es altamente irregular, senador Peramis.

—También lo son los acontecimientos que estamos examinando, presidente. Y considero que la información que el virrey puede proporcionar a esta cámara es no meramente relevante, sino esencial para la comprensión de dichos acontecimientos.

—¿Debo entender que ya está al corriente de lo que nos va a decir el virrey?

—El virrey se puso en contacto conmigo y me preguntó si le ayudaría a sacar a la luz la verdad. Cuando me enteré de en qué consistía esa verdad de la que hablaba, me pareció muy improbable que pudiera llegar a conocerse por cualquier otra fuente, y accedí a prestarle mi ayuda.

Una creciente agitación se estaba adueñando de la cámara.

—¡Oigamos lo que tiene que decir el virrey! —gritó una voz desde las filas de asientos de arriba.

—Es una cuestión de privilegio... ¡Puede hablar de lo que quiera! —gritó otra voz.

—¡Si no quiere oír lo que tiene que decir, entonces váyase!

—El senador Noimm nos obligó a ver las grabaciones del nacimiento de su última carnada, y usted permitió esa irregularidad.

Aquel recordatorio produjo una oleada de carcajadas que el senador Noimm soportó con visible incomodidad.

—¡Que conecten las pantallas! —gritó alguien, y el grito no tardó en ser coreado—. ¡Que conecten las pantallas! Oigamos lo que tiene que decir el virrey.

Behn-kihl-nahm golpeó el estrado con su martillo de presidente.

—La cámara mantendrá el orden. Sargento, deberá expulsar a cualquier miembro del Senado al que yo identifique mientras está hablando sin tener derecho al turno de palabra. Habrá orden en la sala, o suspenderé esta sesión.

El sargento de orden, un enorme gamorreano, abandonó su posición habitual en el centro del pozo y fulminó con la mirada a las hileras de asientos delanteros. Behn-kihl-nahm alternó los golpes de martillo con el alzarlo para señalar a quienes más gritaban, y poco a poco fue consiguiendo que la atmósfera de la cámara se fuese volviendo más parlamentaria.

—Eso está mejor —dijo Behn-kihl-nahm, usando un seco tono de reprimenda—. ¡Procuren no olvidar quiénes son! Esto es el Senado de la Nueva República. No somos una turba histérica. —Bajó la mirada hacia su izquierda—. Senador Peramis...

—¿Sí, presidente?

—¿Acepta hacerse responsable de las observaciones de su orador como si fueran las suyas propias, incluyendo en esa responsabilidad la aplicación de cualquier sanción que pueda imponerse a un miembro de esta cámara como castigo a las transgresiones del código de conducta del Senado?

—Sí.

—Entonces puede iniciar su presentación.

Cuando la primera advertencia de Behn-kihl-nahm llegó a la princesa Leia, que se hallaba en su despacho, su reacción no consistió en ir hacia la puerta sino que se volvió hacia la pantalla, apagada en aquellos momentos, que le permitiría seguir la emisión de hipercomunicaciones del Senado por el Canal 11.

—No voy a ir corriendo allí abajo para apagar un fuego hasta que sepa qué es lo que está ardiendo —le dijo a Ackbar.

El Primer Administrador Engh, que había estado siguiendo la sesión del Senado por su cuenta tal como hacía habitualmente y había venido a toda prisa para alertar a Leia, se reunió con ellos unos instantes después.

—¿Le ha oído? —preguntó Engh, que estaba hecho una furia—. ¡Dice que no se ha dado ninguna información! La situación todavía se está desarrollando... ¿Qué podemos decir? El
Aramadia
sigue inmóvil ahí arriba, ignorándonos. Bendito sea Tolik Yar, de todas maneras. Peramis ni siquiera se ha puesto en contacto con nosotros... No ha intentado obtener nuestra versión del asunto.

—Shhh —dijo Leia—. No puedo oír lo que está diciendo.

Unos momentos de contemplar la transmisión bastaron para que Leia llegara a la conclusión de que ir a la cámara del Senado no serviría de mucho.

—Los senadores me conocen —dijo—, y también conocen a Peramis. Que lance todas las acusaciones que le apetezcan. El Senado se tomará su tiempo antes de formarse una opinión. Ya tendré ocasión de hacer que me escuchen..., pero no hoy, en un concurso de gritos con Peramis. Que disfrute del uso de la palabra durante toda esta mañana.

Pero cuando Peramis anunció su intención de hacer que Nil Spaar se dirigiera al Senado, Ackbar se puso lívido.

—Esto es absurdo. Benny no puede permitir que Peramis haga eso.

—No puede impedirlo —dijo Leia—. Tiene que permitírselo.

—La Liga de Duskhan no es miembro de la Nueva República —dijo Ackbar—. Nil Spaar no tiene ningún derecho a utilizar los canales diplomáticos.

—Eso es un mero tecnicismo —dijo Leia—. La presidencia del Senado no puede alzar un junco tan delgado contra el vendaval que está soplando allí.

—Si el virrey se dirige al Senado por el Canal Ochenta y uno, los repetidores transmitirán lo que diga a todos los mundos de la Nueva República —dijo Engh—. Permítame llamar a un conocido mío que trabaja en Operaciones de la Red. Creo que, si se lo pido, estará dispuesto a impedir que lo que diga Nil Spaar sea difundido fuera del planeta.

—No —dijo Leia—. No temo lo que pueda decir. Además, a estas alturas las redes de noticias ya se habrán enterado de todo y estarán preparadas para transmitir. No: si el virrey no quiere hablar conmigo, dejemos que hable con quien quiera. Por lo menos así averiguaremos qué está ocurriendo.

—Entonces puede iniciar su presentación —estaba diciendo Behn-kihl-nahm.

—Ya les dije que tendría que permitirlo —dijo Leia—. Y ahora, guarden silencio los dos hasta que haya terminado. No quiero perderme nada de todo esto.

Tanto la Red de Noticias Global de Coruscant como la Red de Noticias Principal de la Nueva República, avisadas por los secretarios de los senadores Hodidiji y Peramis, habían estado siguiendo todos los incidentes ocurridos en el Senado desde que Peramis había hecho uso de su derecho a hablar.

Las autoridades del puerto no habían difundido ninguna de las imágenes registradas por los sensores oficiales, pero la Global disponía de una grabación de aficionado del despegue del
Aramadia
obtenida por un enviado beloviano que había ido a despedir a unos familiares a la terminal de Puerto del Este.

Que existiera una grabación de esas características era algo casi inevitable, teniendo en cuenta el número de objetivos que habían permanecido dirigidos hacia el navío consular yevethano desde su llegada.

Pero que los primeros momentos de la grabación incluyeran un borroso vislumbre de cómo uno de los centinelas era derribado por la emisión de las toberas y rodaba por el suelo igual que si fuese un muñeco de trapo era pura casualidad.

La grabación del despegue emitida por la Principal había sido obtenida desde mucho más lejos por un aficionado a todo lo que tuviera relación con el espacio que había instalado una hilera de grabadoras automatizadas en el balcón de su dormitorio, y no incluía ningún detalle tan gráfico. Pero la Principal se las había arreglado para obtener primeros planos de los daños causados por el despegue, con imágenes de los cadáveres tapados por sábanas yaciendo en el suelo a la espera de ser introducidos en los vehículos del servicio de emergencias.

Nil Spaar estudió con gran atención las emisiones de la Global y la Principal mientras aguardaba el desenlace del forcejeo entre las dos alimañas. Tal como había ocurrido desde el comienzo de la misión yevethana, lo que veía en las pantallas era altamente instructivo. Nil Spaar se había visto obligado a aprender a pensar como las alimañas para poder utilizar sus debilidades en beneficio propio, y las redes de noticias le habían proporcionado todas las lecciones y oportunidades que pudiera desear.

Pero aun así, el virrey apenas podía creer que los locos absurdos que había presenciado fuesen reales, y la escena que se estaba desarrollando ante él era una de las más increíbles de todas.

La idea de que a las alimañas se les permitiera hablar en contra de su líder supremo, sin que debieran temer ser aniquiladas al instante por ello y que su sangre fuera utilizada para ahogar a sus hijos; la mera idea de que un cuerpo de ancianos fuera capaz de escuchar a un extraño llegado de fuera, por no hablar ya de que pudiera llegar a creerse los insultos de un extraño... Todo aquello eran nociones que le resultaban muy difíciles de aceptar a un yevethano.

Si Nil Spaar no hubiera visto con sus propios ojos hasta dónde llegaba la debilidad de la mano que gobernaba a las alimañas, nunca habría podido dar crédito a esos informes.

El cuerpo y el espíritu de las alimañas estaban fatalmente contaminados por impurezas de la sangre y el honor. Sus millares de especies estaban tan poco unidas como un puñado de guijarros: seguían estando separadas unas de otras, y su identidad individual impedía que se fundieran en un todo más grande. Las alimañas se hallaban divididas por una larga serie de enfrentamientos y de disputas, y eran egoístamente depredadoras, estúpidamente confiadas, implacablemente faltas de racionalidad y lamentablemente idealistas. Ni una sola de ellas se había ganado su respeto. Y de todas ellas, ninguna le había parecido más despreciable que Tig Peramis, el traidor cuyo rostro llenaba ambas pantallas en aquellos momentos.

—Sí —estaba diciendo Peramis.

«Cuando se enteren de lo que has hecho, te matarán muy despacio —pensó Nil Spaar—, y te lo tendrás bien merecido.»

—Entonces puede iniciar su presentación —dijo Behn-kihl-nahm.

Una lucecita se encendió delante de Nil Spaar, y el virrey desconectó el canal de sonido de las pantallas.

—Sí, senador —dijo—. Estoy aquí.

Hiram Drayson unió con delicada precisión las yemas de sus largos dedos para formar un puente, se recostó en su sillón y mantuvo los ojos clavados en la pantalla mientras el rostro de Tig Peramis era sustituido por el de Nil Spaar.

Drayson había albergado la esperanza —aunque en realidad no contaba con ello— de que podría ver algo del interior del
Aramadia
, pero los yevethanos no habían cometido ese pequeño descuido. Fuera cual fuese el sitio desde el que estaba transmitiendo Nil Spaar, el espacio que había detrás de él se hallaba tan vacío y enigmáticamente falto de información como lo habría estado un mamparo. Dada la propensión a llenar cualquier clase de espacio disponible común a todos los diseñadores de naves espaciales, Drayson sospechó que estaban usando una pantalla, que tanto podía ser física como electrónica.

—Antes de empezar, quiero decirles que lamento profundamente las infortunadas bajas que ha causado nuestro repentino despegue de Puerto del Este —dijo el virrey—. Cuando me enteré de que nuestras advertencias habían sido desoídas y supe que el radio de acción de los impulsores del
Aramadia
no había sido despejado, sentí una inmensa consternación. Nunca hemos tenido intención de hacer daño a nadie, y no hay nada que esté más lejos de nuestra intención. Despegamos de Puerto del Este para evitar una confrontación, no para causarla.

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