Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (36 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Los motores dos, cuatro y seis han dejado de funcionar —dijo el timonel—. La potencia de impulsión ha quedado reducida a un cuarto, y sigue bajando.

Inadi clavó la mirada en la mesa de trayectorias mientras otros dos puntos que se movían a gran velocidad venían hacia su nave.

—Vayan a los módulos de emergencia —dijo con voz enronquecida—. Atención todos los puestos: abandonen la nave..., abandonen la nave.

La única respuesta que obtuvo fue un rugido ensordecedor, la oscuridad, una luz cegadora y, finalmente, el silencio.

Esege Tuketu y los otros miembros del Grupo Rojo flotaban en el espacio a cinco mil metros por encima de la abrupta y pelada superficie del tercer planeta del sistema ILC-905 y contemplaban los destellos de luz que se sucedían sobre sus cabezas mientras esperaban impacientemente a que llegara su oportunidad.

La orden de mantenerse alejados había llegado justo cuando estaban empezando a subir hacia el astillero para iniciar su pasada de ataque.

—Mantened vuestra posición actual hasta que dispongamos de los resultados de los ataques que se están llevando a cabo —les había dicho el oficial táctico—. Necesito tener algo en reserva, y vosotros vais a ser ese algo.

—Más vale que dejen algo para nosotros —había murmurado Skids por el canal de comunicaciones del bombardero cuando oyó las nuevas instrucciones—. Si volvemos a casa con los compartimentos de carga llenos y sin un solo arañazo en la pintura, los chicos me tomarán el pelo hasta el fin de los tiempos.

Tuketu no había dicho nada. Su atención acababa de ser atraída por la primera de varias brillantes explosiones que empezaron a producirse por encima y a babor de ellos.

—Eso era un huevo —dijo al ver la inconfundible pureza que distinguía a la blancura del fogonazo—. Y otro más.

La tercera explosión fue distinta: al principio era más pequeña y amarillenta, pero su vida fue más prolongada y se volvió más grande y rojiza en su momento culminante. Mientras empezaba a desvanecerse hubo otra serie de fogonazos prácticamente en el mismo punto del cielo, y Tuketu vio tres pequeños destellos blancoazulados a los que siguió el estallido de una masa de color rojo sangre que parecía una gran nube.

Cuando Tuketu volvió a bajar la mirada hacia su pantalla de seguimiento, tanto el navío de impulsión que avanzaba detrás del astillero como el
Vanguardia
habían desaparecido.

—¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Skids—. ¿Le hemos dado a uno, Tuke?

—Sí —dijo Tuketu—. Y ellos también le han dado a uno de los nuestros.

Pero el éxito del ataque lanzado contra el segundo navío de impulsión y la pérdida del
Vanguardia
pasaron casi desapercibidos en el puente del
Indomable
, porque todo el mundo había concentrado su atención en los últimos segundos del veloz descenso que estaba llevando al Grupo Azul hacia el astillero.

—Dos mil metros para el límite del escudo —dijo el oficial táctico—. Los cazas se están retirando. Mil quinientos. Mil. Confirmando lanzamiento de la carga en el Azul Uno... Oh, maldición, ¿de dónde ha salido? Lanzamiento negativo en el Azul Tres. Algo ha acabado con ellos.

Un caza yevethano que estaba siguiendo una trayectoria en ángulo recto con el vector de ataque había abierto fuego sobre el Azul Tres, dejándolo incapacitado primero y chocando con los restos a continuación. Unos instantes después esa diminuta explosión fue engullida por la detonación del huevo del Azul Tres.

—Averigüen si los escudos están activados —dijo Brand con expresión sombría.

—Batería cuatro, deme tres andanadas sobre el objetivo secundario.

Los haces láser se consumieron en un infructuoso enfrentamiento con el vacío. Los escudos seguían estando intactos.

—Puede que el navío de impulsión atracado en el dique seco lo esté protegiendo, comodoro.

—Ningún navío de ese tamaño puede producir una envoltura de escudo tan grande —observó Brand—. ¿Cómo acabamos con la otra nave?

—Análisis de batalla dice que el
Vanguardia
y el Grupo Negro rociaron a ese Gordo con siete CD-nueve y diez CD-cinco durante los segundos inmediatamente anteriores a la apertura del primer huevo. Eso debió de saturar los escudos hasta el límite de su capacidad.

—Hasta el límite de su capacidad... —repitió Brand, y después extendió la mano hacia la mesa de trayectorias para señalar con un dedo al navío de impulsión atracado en el astillero—. ¿Cuál es el radio estándar de un escudo de partículas imperial?

—Doscientos metros.

—¿Cuál es el diámetro de un Gordo?

—Doscientos cuarenta metros.

—Lo cual quiere decir que el Gordo atracado en el dique... no tiene todo el casco protegido por los escudos del astillero.

—¿Y qué importa eso? Tiene sus propios escudos, ¿no? Y aun suponiendo que estuvieran desconectados para permitir la operación de carga, podemos estar seguros de que ahora estarán levantados.

—Exactamente. Lo cual quiere decir que debería haber una zona de interferencia a lo largo de los límites de los dos escudos —dijo Brand—. Si podemos meter algo en esa zona...

—Entonces los escudos concentrarán la onda expansiva y la enfocarán de tal manera que multiplicarán la potencia efectiva resultante.

—Me estaba preguntando si... ¿Cree que el ordenador de puntería de un ala-K podría localizar la zona de interferencia?

El
Indomable
, que seguía intercambiando ataques con el primer navío de impulsión, temblaba y gemía a su alrededor.

—No —dijo el oficial táctico, meneando la cabeza—. Pero los alas-E deberían ser capaces de indicarles dónde se encuentra.

Brand asintió.

—Hable con el Grupo Rojo y explíqueles qué necesitamos.

Tuketu encontró extrañamente desconcertante el estar subiendo hacia un objetivo tan inmenso sin recibir ningún fuego defensivo. El navío de impulsión atracado en el astillero permanecía completa e inexplicablemente pasivo ante su aparición.

—Tácticas, aquí Tuketu. ¿Qué está haciendo ese Gordo? ¿Todavía no ha intervenido en el combate?

—Negativo, Rojo Uno. No hemos visto ninguna actividad.

—De momento también nos está ignorando, Tac. —Tuketu cerró la conexión y usó el canal interno para hablar con Skids—. Quizá sólo sea un carguero, o un navío dormitorio.

—Me da igual —replicó Skids—. Llévanos hasta allí y, sea lo que sea, yo me encargaré de que quede bien planchado.

Aun así, no podían esperar que su aproximación fuese a estar totalmente libre de molestias. Cinco cazas yevethanos llegaron aullando desde estribor, haciendo que un ala-E cayera hacia el planeta entre una estela de humo y alejando a otros dos cazas en una vertiginosa persecución.

Tuketu incrementó tanto su velocidad como el número de maniobras evasivas, obligando a su escolta a hacer un gran esfuerzo para no perderle.

—¿Quién está ahí arriba, Escolta Cuatro?

—Me llaman Dogo, señor.

—Bien, Dogo, me han dicho que parece haber una costura entre dos escudos aproximadamente a cien metros de ese Gordo de ahí. Pinta esa costura para que podamos verla, y Skids hará cuanto pueda para reventarla.

—Entendido, señor.

El ala-E se adelantó y poco después empezó a disparar su cañón láser contra el muro invisible que se alzaba ante ellos, deslizando ágilmente su mira por encima de toda la superficie.

—¡Ahí está! —gritó Dogo.

—Lo tengo..., perfectamente despejado —dijo Tuketu en el mismo instante, contemplando la línea revelada por el fuego láser del ala-E—. Parece bastante estrecha, Skids. No sueltes el huevo, ¿de acuerdo? Intenta averiguar si puedes meter un CD-cinco por ahí.

—Lo último que necesito en este momento es un maldito ejercicio de puntería —gruñó Skids, pero obedeció—. Listo para disparar.

—Despejado.

—Cohete lanzado.

Tuketu conectó el gran cilindro del tercer motor y describió un vertiginoso viraje.

—¿Qué ves, Rojo Dos?

—Lo siento, Rojo Uno... Tu paquete ha explotado en el límite del escudo. Repito: no ha logrado pasar. Déjame intentarlo, ¿de acuerdo?

—Negativo —dijo Tuketu, haciendo virar el bombardero para ejecutar otra pasada—. Quiero probar algo que se me ha ocurrido...

Hubo un repentino chisporroteo de estática, y después Rojo Dos volvió a hablar por el canal. Un nudo de nerviosa inquietud estaba a punto de quebrarle la voz.

—Tuke, ese Gordo viene hacia aquí... Sus baterías acaban de freír al Escolta Ocho.

—Sal de aquí lo más deprisa que puedas —dijo Tuketu—. Llévate a mi escolta. Tengo el objetivo en las miras. Mantén el astillero entre tu nave y el Gordo. Si no consigo darle esta vez, quiero que tú y Flick dejéis caer vuestros huevos justo en esa costura, uno-dos. ¿Entendido?

—Entendido. ¿Qué estás tramando?

—Aléjate y mantente preparado para intervenir en el caso de que sea necesario. —Tuketu desconectó el canal de combate—. ¿Skids?

—Estoy aquí, como siempre.

—Quiero dejar aparcado el pájaro a velocidad cero justo encima de esa costura para que puedas alinear el lanzamiento desde diez metros de distancia. Si el huevo consigue pasar, saldremos de aquí a toda velocidad: sus escudos nos protegerán durante el tiempo suficiente.

—Eso es lo que crees.

Tuketu alzó la mirada hacia la burbuja de la carlinga y contempló el astillero.

—Esa monstruosidad está repleta de Destructores Estelares, Skids. Tiene que desaparecer. ¿Puedes hacer el tipo de disparo que te estoy pidiendo? Ya sabes que eso es cosa tuya.

—Sí, puedo hacerlo —replicó Skids—. Vamos allá.

—¿Qué demonios está haciendo? —preguntó Brand—. No ha dejado caer su huevo durante la primera pasada, y ahora se dedica a dar vueltas por ahí.

—No lo sé... Su canal de combate está desconectado —dijo el oficial táctico—. Casi parece como si estuviera intentando meter su bombardero en la zona de interferencia.

Brand apartó la mirada de la mesa de trayectorias y la volvió hacia el astillero justo a tiempo de ver cómo quedaba envuelto por una enorme explosión que desprendió el navío de impulsión de su dique seco e hizo que toda la estructura del astillero iniciara una lenta rotación. Brand tragó saliva y ordenó a las baterías principales que dirigieran sus letales haces de energía hacia el astillero herido de muerte, y contempló cómo se abrían paso a través de lo que quedaba de él, convirtiendo el amasijo de naves que contenía en una nube de restos retorcidos y llameantes que se fue extendiendo rápidamente por el espacio.

El navío de impulsión dañado cayó lentamente hacia el planeta en un grácil picado de muerte mientras la disección continuaba. El navío de impulsión que había estado abriendo la órbita lo siguió durante una parte del trayecto, y después ascendió y empezó a alejarse a máxima potencia, dejando abandonados detrás de sí a media docena de cazas esparcidos por el espacio.

Brand le dio la espalda a los visores y se apoyó pesadamente en la mesa de trayectorias con las dos manos, como si necesitara proporcionar algún punto de apoyo a sus temblorosas piernas.

—Ahora ya sabemos con qué hay que golpearles para que no vuelvan a levantarse —murmuró—. Inicien las operaciones de recuperación.

El
Tholos
ascendió hasta quedar a tres mil kilómetros por encima del plano del sistema estelar y después fue reduciendo la velocidad hasta detenerse e iniciar una lenta rotación.

Durante el ascenso desde el tercer planeta, todo un cargamento de bombas de gravedad había sido amontonado en el conducto de lanzamiento central y las baterías principales se habían desplazado a lo largo de sus raíles internos hasta que las ocho quedaron concentradas en el hemisferio superior de la nave. Esa nueva posición permitiría que todas pudieran dirigir su fuego sobre el mismo objetivo durante el picado de ataque.

Cuando llegue el momento de matar a tu enemigo debes emplear todos los medios a tu alcance...

—¡
Ko nakaza
!—gritó Par Drann, con las crestas de combate hinchadas y totalmente desplegadas—.
Soko
darama
... Por el honor del virrey, los Benditos y el Todo. Y ahora, guardián..., ahí está nuestro objetivo. ¡Máxima velocidad! Antes de que las alimañas puedan escapar...

Nil Spaar acarició delicadamente el
maranas
colgado en la quinta alcoba.

Había doblado su tamaño en sólo tres días, y la superficie había adquirido un hermoso brillo iridiscente que presagiaba una nidada de excelente calidad. Nil Spaar curvó la lengua alrededor de su dedo y paladeó el complejo aroma y sabor de las secreciones aceitosas.

«
Nittaka
... —pensó—. Un macho joven y fuerte que llevará mi sangre en sus venas y la hará perdurar.»

Hubo un ruido detrás de él, y el virrey se volvió para ver a Tal Fraan inmóvil en la entrada de la celda. Sus ojos aún tuvieron tiempo de percibir un borroso manchón de movimiento mientras el cuidador, que ya había completado su tarea, se alejaba por detrás de su visitante.


Darama
—dijo Tal Fraan, dando un paso hacia el interior de la alcoba y arrodillándose con la cabeza inclinada y el cuello al descubierto.

—Mi consejero personal... —dijo Nil Spaar. Dio un paso hacia adelante y extendió el brazo para rozar la nuca de Tal Fraan con los dedos, ejerciendo una presión casi imperceptible que mantuvo su postura de sumisión—. Respóndeme a una pregunta, Tal Fraan. Cuando dijiste que estabas dispuesto a respaldar tu conocimiento de las alimañas con tu sangre, ¿hablabas sinceramente o te limitaste a decir lo que se esperaba de ti?

—No podía ser más sincero,
darama
.

—Excelente —dijo Nil Spaar, aumentando un poco la presión que estaba ejerciendo sobre el cráneo del joven guardián. Sus crestas de combate se habían vuelto de un púrpura rojizo, y se estaban hinchando rápidamente—. Y ahora, asegurémonos de que no me falla la memoria. ¿Me prometiste que la perspectiva de una alianza entre mi persona y esas alimañas imperiales inspiraría tal temor a Leia que no se atrevería a hacer la guerra a los Benditos? El Imperio era una de las sombras que más temían y nunca se atreverían a entrar en ella, ¿verdad? ¿Fue eso lo que dijiste?

—¿Qué ha ocurrido,
darama
? —preguntó Tal Fraan.

Y entonces Nil Spaar le empujó la cabeza hacia abajo con una brusca presión, y siguió empujándola hasta que el cuello de Tal Fraan quedó tan doblado que le faltaba muy poco para romperse. Después tensó la otra mano, y la larga y afilada garra surgió de su envoltura retráctil.

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