Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (41 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Y con esto, el poderoso séquito pudo salir por fin de Arnäs hacia el concilio de todos los godos, el concilio que ahora se llamaba concilio del reino porque el mismo rey Karl Sverkersson participaría por primera vez en dos años, y en el que esta vez tendría que elegir entre guerra y paz.

Delante de todos cabalgaba solo el capitán de la guardia con la insignia de los Folkung alzada en una lanza. Lo seguían Birger Brosa y Magnus Folkesson, uno al lado del otro, vestidos de azul y plateado y envueltos en sus amplios mantos azules forrados de piel de armiño y con relucientes yelmos puntiagudos en las cabezas. A su izquierda, detrás de la silla de montar, llevaban sujetos los escudos en los que el león dorado de los Folkung se alzaba valientemente para luchar. Luego seguían Eskil y Arn, vestidos y armados de la misma manera que los hombres principales del linaje, y luego seguía una hilera doble con los guardias, todos con lanzas con los colores de los Folkung serpenteando desde la punta.

Igual número de Folkung se sumaría desde las partes sur y oeste del país, y a las afueras de Skara se juntarían con el linaje de Erik para mostrar claramente, al entrar cabalgando al concilio como la unidad más poderosa, que una guerra le supondría al rey Karl tener por enemigos tanto al linaje de los Folkung como al de Erik, puesto que estaban unidos no solamente en la consanguinidad, sino también en la común voluntad de no someterse. El concilio de todos los godos se celebraría a las afueras de la finca real en Axevalla.

Dos hombres jóvenes que ahora cabalgaban el uno al lado del otro durante un largo camino, si no hubiesen sido Eskil y Arn, habrían estado todo el trayecto hablando sobre la lucha del poder de la que ellos por una orden inevitable formaban parte. Pero Eskil prefería hablar de sus negocios en Noruega.

Y Arn seguía pensativo y hablando en voz baja desde su vuelta de Varnhem. La mañana después de la noche en Husaby había montado al galope hasta Varnhem para confesarse ante el padre Henri y cuando finalmente regresó, malhumorado, se puso a rehacer los yelmos que suponía les obligarían a llevar a él y a su hermano. Lo que había cambiado no se veía tanto por fuera, pero los yelmos de Eskil y el suyo estaban acolchados y cálidos por el lado interior para no congelarse las orejas con las bajas temperaturas.

Eskil pensó que dos hermanos no debían cabalgar en silencio. Suponía que era mejor que él mismo rompiese el hielo y hablase de lo que le preocupaba para luego acercarse más fácilmente a lo que obviamente preocupaba a Arn.

Así que Eskil le explicó que los negocios noruegos habían ido muy bien porque habían logrado una venta que dejaba a las fincas en cuestión dentro del mismo linaje, pero aun así, logrando llevarse suficiente cantidad de plata noruega a casa como beneficio para Arnäs. Pero lo mejor de todo seguramente era el hecho de haberlo vendido sin levantar disgustos ni discusiones.

La preocupación de Eskil era por otro asunto, el pescado seco al que llamaban klippfisk en Noruega. Arriba, en el Norte de Noruega, iban los bancos de peces en cantidades enormes. Al lado de algo llamado Lofoten se pescaba en cantidades tan grandes que era más de lo que se podía comer ni vender en toda Noruega, y por eso sobraba pescado seco, que era barato de comprar, fácil de transportar y que se mantenía sin estropearse hasta que lo mojabas con agua. La idea de Eskil era comprar todo este exceso de pescado noruego y luego venderlo en los países de Gota, pues había muchas temporadas de ayuno; la peor, la de los cuarenta días antes de Pascua, en que era pecado comer carne. El pescado que se recogía en los lagos y mares de los países de Gota no alcanzaba en absoluto, especialmente para las grandes familias que vivían lejos de las aguas de pesca, como en las ciudades de Skara y Linköping.

Para sorpresa de Eskil, Arn en seguida supo de qué hablaba, aunque su palabra no era klippfisk sino kabalao, de lo que —había comido mucho y no solamente durante la cuaresma. Desde hacía tiempo lo conocían en el mundo monacal. Arn pensó que si lograban convencer a los habitantes de las ciudades de la utilidad del pescado seco, cosa que no creía que fuera fácil ya que no tenía muy buen concepto de los habitantes de ciudad, el más emprendedor ganaría mucha plata. Pues era del todo cierto que este pescado era excelente para almacenar, transportar y comer y que la necesidad de buena comida podía ser grande durante la cuaresma y los inviernos demasiado largos. Es decir, si no vivías en un monasterio.

Eskil se alegró mucho de eso y estaba seguro de haber descubierto algo que pronto les haría ganar mucha plata. Imaginaba manadas de habitantes de ciudad poco arreglados que engullían su pescado en grandes cantidades, y decidió enviar en seguida a unos comerciantes a sus familiares noruegos con un gran pedido. Con toda seguridad, el pescado seco era el futuro.

Cuando la poderosa procesión de los Folkung pasó cabalgando por la iglesia de Forshem, era imposible llegar a ver a los últimos jinetes mientras veías pasar al primero. Las campanas de la iglesia de Forshem tocaban como de peligro o como deseos de buena suerte y todos los campesinos se pusieron a contemplar el espectáculo. Pero permanecían callados y atemorizados, puesto que no era fácil saber si este ejército de guerra salía para llevar el país a la desgracia o para preservar la paz. A un sencillo campesino le inspiraba más temor que esperanza ver el séquito de los Folkung.

Después del descanso a medio camino y cuando faltaba poco para reunirse con los familiares y que el séquito se hiciese casi el doble de grande, Eskil empezó a preguntarle a Arn qué era lo que lo hacía tan poco hablador y con aspecto casi de tristeza, y cuál era la razón de su visita al monasterio de Varnhem y sus diez días de penitencia con camisa de cilicio, que Eskil había notado aunque Arn intentase esconderla, y que se alimentase solamente con pan y agua. Se apresuró a decir que no tenía intención de entrometerse en los sagrados secretos de la confesión, pero era su hermano y debía poder hablar con él también sobre las cosas difíciles y no sólo de pescado y plata.

Entonces Arn le explicó sin rodeos cómo se había deshonrado emborrachándose y vomitando y cómo luego por la noche, allí en Husaby, había hecho con una mujer aquello que pertenece al matrimonio y que estaba muy arrepentido por haber cometido esas estupideces.

Pero Eskil no se preocupó en absoluto al oír eso. Al revés, se rió tan alto que su padre se giró en la silla y les dirigió una mirada muy severa, ya que esta vez los Folkung no cabalgaban hacia el concilio para repartir alegrías.

En tono más bajo pero todavía jocoso, Eskil le explicó que no era tan difícil de adivinar y que ahora lo entendía todo. Además, eso de vomitar por comer demasiado y beber demasiada cerveza no era nada de lo que preocuparse, sólo mostraba que apreciabas lo que te ofrecían y era buena costumbre. Luego eso de Katarina, porque era ella, ¿verdad? Bueno, aunque todavía no se hubiese decidido nada, bien podría ser que él mismo o Arn tuviesen que casarse o con Katarina o con Cecilia. Pero dado que Algot Pålsson estaba en aprietos por faltarle plata y siempre tenía que pagar con plata y no entendía mucho de estos menesteres, podría ser que sus territorios finalmente acabasen dentro del recinto de Arnäs sin tener que beber por ello la cerveza nupcial. Pero probablemente esta espera habría creado impaciencia allí en Husaby y lo que Katarina en realidad había hecho simplemente era intentar apresurar los planes de Dios a este respecto. No obstante, ante este hecho deberían reírse más que fruncir el ceño en señal de preocupación.

Sin embargo, a Arn le costaba reírse de lo ocurrido ya que, lo mirase por donde lo mirase, no podía huir de su propia responsabilidad ante Dios por lo que había hecho por voluntad propia; aun si esa voluntad propia se había tambaleado un poco por demasiada cerveza. Al igual que Eskil, el padre Henri también se había tomado este pecado más a la ligera de lo que Arn se había esperado y, aunque tuvo que hacerle muchas preguntas, también había llegado a la misma conclusión que Eskil. Una mujer codiciosa y ávida había atraído a Arn tanto con cerveza como con los trucos que acostumbran a usar las mujeres cuando son listas como serpientes. Y Arn, que era inocente en más de un aspecto, no pudo defenderse contra esas trampas.

Por eso se había librado con sólo diez días de penitencia y ante Dios estaba libre de este pecado. Sin embargo, le costaba alegrarse por algo que debería haberle producido un gran alivio. Era como si por segunda vez hubiese pecado gravemente y aun así no hubiese recibido un severo castigo, y eso no le alegraba en absoluto como Eskil y el padre Henri obviamente habrían esperado. Albergaba la inquietante idea de que su pecado, aun habiendo sido perdonado, permanecía en algún lugar en su interior. Pues por lo que lograba recordar no se había hecho de rogar demasiado cuando Katarina le enseñó cómo todo debía hacerse.

El rey Karl Sverkersson estaba en la albardilla de Axevalla junto con sus hombres más próximos viendo llegar juntos a los linajes de los Folkung y de Erik, cabalgando hacia el lugar del concilio. Era como ver llegar a un gran mar azul, ya que los colores de los Folkung eran azul y plateado y los del linaje de Erik eran azul y dorado, y las puntas de las lanzas con los banderines azules aleteando eran como un bosque azul hasta donde alcanzaba la vista. Evidentemente, no habían llegado con algunas docenas de hombres jurados, sino con un ejército de guerra muy bien equipado y no era difícil comprender lo que pretendían con eso. Y lo peor era que entre los primeros no solamente cabalgaban Joar Jevardsson y su yerno Magnus Folkesson, lo cual era de esperar, sino también Birger Brosa de Bjälbo. Ese mensaje también era fácil de interpretar. Ahora el linaje de Bjälbo, la rama más fuerte de los Folkung, se había unido al enemigo.

Una única cosa buena era que el aspirante al trono, el joven Knut Eriksson, hijo del rey Erik Jevardsson, no se encontraba entre el ejército azul. En ese caso, la paz del concilio habría sido difícil de mantener. Pero la ausencia de Knut Eriksson también era una señal de la buena voluntad de mantener la paz.

Ahora el rey Karl sólo tenía que celebrar un pequeño consejo con sus hombres. Todos habían visto y comprendido lo mismo. Sus planes de proclamarse rey de Götaland Occidental en este concilio tendrían que posponerse, puesto que algo así sería imposible de llevar a cabo en contra de las intenciones que los Folkung y la estirpe de Erik mostraban llegando con un ejército tan grande.

Sin embargo, se trataba de no mostrarse débil, sino de elegir la segunda mejor alternativa, hacer que el concilio aceptase al primogénito del rey, el infante Sverker, que aún era niño en pañales, como canciller sobre Götaland Occidental.

Con ello aún se podría esperar una feliz solución en el conflicto entre Emund Ulvbane y Magnus Folkesson. Pues allí había una buena trampa armada y Magnus era, en algunos aspectos, el más débil de la cadena de los Folkung, y si se lograba romper ese eslabón habría mucho ganado.

Los Folkung y los del linaje de Erik establecieron su campamento un poco al oeste del lugar del concilio; un campamento que parecía de guerra ya a larga distancia, y realmente ésa era la intención.

Cuando hubieron levantado las tiendas y descargado los carros, llegaron del este los del linaje de Sverker y sus parientes junto con los hermanastros del rey, los infantes Kol y Boleslav, mostrando una fuerza casi igual de grande. Así que al oeste del lugar del concilio todo era de color azul, dorado y plateado. Al este del lugar del concilio, rojo, dorado y negro.

Al Norte y al sur se juntaron los linajes que no habían hecho alianza con ninguna de las partes y allí los colores eran más pálidos y más variados, puesto que muchos hombres de Götaland Occidental consideraban más adecuado llegar al concilio vestidos de terratenientes y no de los colores de sus escudos.

El concilio no empezaría hasta el mediodía, cuando el sol estuviese en lo más alto, y por tanto aún sobraba tiempo para consejos. A las afueras de la tienda más grande del campamento azul levantaron la insignia de los Folkung con el león dorado y la nueva insignia del linaje de Erik, que consistía en tres coronas doradas sobre un cielo azul. Esta insignia podía interpretarse como un insulto hacia el rey Karl Sverkersson, ya que con ella era como si el linaje de Erik aclamase a Eric Jevardsson como rey, ya que todo el mundo sabía que las tres coronas eran su insignia y la de nadie más. Y si alguien aclamaba al rey Eric Jevardsson ante el rey Karl Sverkersson, eso podía considerarse como un signo de enemistad. Tanto mayor la enemistad dado que todo el mundo ya sabía que Karl Sverkersson estaba detrás del asesinato de Erik Jevardsson y que el pobre danés Magnus Henriksen sólo había sido la herramienta de Karl y que estaba condenado en el mismo momento que Erik Jevardsson cayó muerto al suelo. Porque en el momento en que Magnus Henriksen creía ser vencedor arriba en Aros Oriental con un rey muerto a sus pies, todo el apoyo cesó y todas las promesas se rompieron por parte de Karl Sverkersson allí abajo en Linköping. Éste, en lugar de eso, salía ahora a la lucha contra su propio y descarriado asesino real.

Así había conseguido Karl Sverkersson la corona real. Y se rumoreaba que el hombre que había enviado para ayudar a Magnus Henriksen a asesinar a Erik Jevardsson era Emund Ulvbane, y que Emund había sido quien separó la cabeza de Erik Jevardsson de su cuerpo.

Si eso era cierto, entonces Magnus tendría una contienda con un asesino de reyes y por eso habría que reflexionar meticulosamente cómo proceder en esta contienda, ya que como era fácil comprender, aquí se jugaban más que unas cuantas fincas en los límites entre la propiedad de Arnäs y la tierra que recientemente había regalado Boleslav, el hermanastro del rey, a Emund.

Pero pensándolo fríamente y sin precipitarse ni dejarse excitar por quienes seguramente pretendían alarmar, el juego se podría ganar sin especial dificultad. Porque el mismo procurador, Karle Eskilsson, que era nieto del procurador Karle de Edsvära, también estaba enlazado con el linaje de los Folkung. Y ahora llegaba al consejo en la tienda de los Folkung.

Allí dentro estaban también Joar Jevardsson, Birger Brosa, Magnus y sus dos hijos y los cuatro jefes de las guardias de los linajes de los Folkung y de Erik.

Había que hablar de dos cosas y el procurador Karle, que era el hombre de más importancia en la tienda, era quien presidía la reunión. Hablaba secamente y con celeridad para no perder tiempo. Si el rey Karl tuviese ahora la intención de proclamarse rey también en Götaland Occidental —cosa poco probable— y todos los Folkung y los hombres del linaje de Erik se lo negaban, el asunto estaría claro. Ningún procurador ni ningún obispo podían aceptar la dignidad real exigida bajo esa circunstancia. Pero si Karl, en cambio, optaba por buscar la aprobación por parte del concilio de su hijo Sverker como canciller sobre Götaland Occidental, lo cual se rumoreaba, ¿cómo actuarían entonces?

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