Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (55 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Arn primero se quedó callado. Luego lo llamó y
Chamsiin
en seguida aguzó las orejas y volvió la cabeza hacia él. Al momento el gran caballo se acercó como un trueno hacia él en un galope impetuoso, encabritándose delante de la cerca en donde estaban el hermano Guilbert y Arn, dio unas vueltas, se encabritó de nuevo y relinchó como quejándose o en señal de bienvenida a un amigo estimado.

Arn pasó la cerca de un salto, se lanzó al cuello de
Chamsiin
y lo cubrió de besos.

—Ahora es tuyo —dijo el hermano Guilbert—, Es nuestro regalo de despedida para ti, Arn de Gothia. De templario aprendí que lo más importante en la Guerra Santa es ciertamente la fe en Dios. Luego viene el ejercicio y la humildad. Pero después vienen las buenas armas y un caballo como
Chamsiin
.

Cuando Arn vestido con su traje negro con la cruz blanca montó a
Chamsiin
para emprender su largo viaje en el que primero iba a alcanzar al arzobispo, su rostro mostraba determinación, pero también una pena tan grande como el día en el que le habían dado su veredicto.

Ya habían cantado todas las misas. Todas las palabras de despedida ya habían sido pronunciadas. Pero aún estaban el padre Henri y el hermano Guilbert allí, a solas con Arn, como para decir algo más. Les costaba comportarse con dignidad cristiana, porque la pena de Arn les dolía tanto como fuerte era su convicción de que lo que ahora sucedía realmente era la voluntad de Dios.

—¡Por Dios y muerte a todos los sarracenos! —dijo el padre Henri con esforzada valentía.

—¡Por Dios y muerte a todos los sarracenos! —contestó Arn al blandir su espada sagrada, alzándola hacia el cielo mientras decía este nuevo juramento. Luego apretó los flancos de
Chamsiin
y se marchó a paso tranquilo.

El padre Henri quiso entrar en seguida en su monasterio pero el hermano Guilbert levantó un dedo en señal de que esperasen un momento y señaló a Arn.

Estuvieron así sin que el padre Henri comprendiese el motivo, pero el hermano Guilbert todavía tenía el dedo levantado como si estuviese esperando.

De pronto vieron cómo Arn daba unos pasos al galope a la derecha, luego a la izquierda y después cómo hizo que su vigoroso caballo cambiase de pasos al galope a la derecha y a la izquierda por cada paso, un arte difícil por lo que el padre Henri podía suponer. Pero no debía confundir esa capacidad de artimañas con la alegría.

—¿Ves lo que yo veo, querido padre Henri —susurró el hermano Guilbert casi con devoción—. Dios guarde a Arn, pero también a los sarracenos que encuentre en su camino.

Eso último le resultó al padre Henri incomprensible y que rozaba la blasfemia. Pero ahora no había lugar para palabras duras, no ahora que veían alejarse al hijo más estimado de Varnhem para siempre.

Además, el padre Henri sabía que en algunos aspectos el hermano Guilbert tenía una opinión rara acerca de los sarracenos. No obstante, daba por sentado que Arn, quien una vez había sido puro en el alma como un Perceval, nunca sufriría tales tentaciones. Ciertamente, Dios mantendría su mano protectora sobre un guerrero como Arn.

Fin

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