Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (48 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Todos vieron que a Arn le incomodó la pregunta, pero nadie entendía por qué. No sería muy probable que Arn sintiese envidia hacia alguno de los niños monacales.

Arn contestó de mala gana, ya que se sentía atrapado y no podía escapar con una mentira como las demás personas. Pero dijo la verdad, que el deán había malinterpretado toda la historia. No se trataba de ningún milagro, ni tampoco de un indefenso niño monacal, puesto que se trataba de él mismo. Lo que había pasado era que unos campesinos borrachos llegaron corriendo de una fiesta nupcial y sin ton ni son lo acusaron de ser el secuestrador de la novia, a pesar de que sólo llevaba unas horas fuera de los muros del monasterio. Intentaron matarlo, pero para que su asesinato pareciera un poco más propio de hombres, le dieron una espada con la que defenderse.

Llegado hasta aquí en su explicación, Arn tuvo que hacer una pausa para pensar cómo continuaría. Preferiría no hacerlo, ya que consideraba que ya estaba dicho todo lo que hacía falta, pues no sentía el menor orgullo por lo que había hecho, sino arrepentimiento. Pero también había tenido tiempo para aprender cómo pensaban los hombres aquí fuera en el mundo bajo y suponía que lo encontrarían presumido. El que presumía era en realidad el deán, que en su altivez se había considerado testigo de un milagro del Señor en un sucedido en el que sólo existía la desgracia, pero esto también era difícil de explicar sin hablar mal del deán.

Durante el impaciente silencio que siguió cuando Arn parecía no querer decir más, Cecilia le pidió que continuase. Arn levantó la mirada y encontró la de ella y era como si la Virgen María le hablase y le comentase cómo poner sus palabras para hacer una historia de bondad de algo que en su origen era malvado.

Relató rápidamente lo doloroso. Unos campesinos borrachos querían matar a alguien que creían que era un indefenso niño monacal, si bien resultó ser Arn, quien había sido entrenado en el arte de la espada por uno de los templarios del Señor. Por eso la lucha fue breve. Consecuentemente, no se trató de ningún milagro, al igual que tampoco fue un milagro lo de Axevalla.

Pero sí existía un milagro en esta historia, un milagro de amor. Porque en la continuación que el deán no había visto ni comprendido, realmente se podría reconocer la inmensa bondad de la Virgen María y la atención que dispensaba a quienes confiaban en Ella. Arn se avergonzó algo por sus palabras atrevidas sobre el deán, pero nadie en la sala lo riñó ni frunció la nariz y eso le dio valor para continuar.

Hacía tiempo que la Santa Virgen había escuchado las oraciones sinceras de una joven mujer llamada Gunvor y un joven hombre llamado Gunnar. Se querían tanto que preferían morir antes que renunciar a la felicidad de vivir juntos como marido y mujer con la bendición de Dios.

Gunvor, azotada por la desesperación más oscura, huyó de la misma boda, antes de la consumación del matrimonio en la cama, salió al camino y encontró precisamente a ese niño monacal que nada sabía ni comprendía pero que había sido enviado por la Virgen María para auxiliar a Gunvor. Con ello fue salvada de una vida desgraciada con un hombre con quien no quería vivir, pues él fue uno de los dos muertos.

El deán, sin embargo, necesitaba un nuevo arrendador para la finca donde había tenido lugar la cerveza nupcial, y ese arrendador fue Gunnar. Así pues, Gunnar y Gunvor pudieron casarse y ahora vivían felices, juntos para el resto de su vida terrenal. Su amor, con la ayuda de la Santa Virgen María, había vencido todas las leyes y tradiciones y reglas existentes, ya que el amor era más fuerte que todo lo demás. La Santa Madre de Dios había mostrado precisamente esto al escuchar las fervorosas oraciones de Gunvor y Gunnar y los recompensó por haber confiado en Ella incluso en los momentos más desesperados.

Cuando Arn hubo llegado hasta ahí en su narración, leyó los versos de las Sagradas Escrituras sobre el inmenso amor vencedor, los conocía tan bien de memoria también en la lengua popular que podía recitarlos en cualquier momento. Con ello impresionó fuertemente a todos los comensales y a Cecilia la que más, exactamente como había esperado.

El sacerdote de Husaby se quedó pensativo y confirmó que las palabras que Arn había leído realmente eran palabras de Dios. El amor era así, añadió, que realmente podía obrar milagros y en las Sagradas Escrituras había muchos ejemplos de ello. Ciertamente, no era cosa tan fácil de entender, ya que la mayoría de la gente que vivía bajo las condiciones de Götaland Occidental tenían que beber la cerveza nupcial por otras razones que las que fueron dadas a Gunvor y Gunnar. No obstante, Arn había narrado esta historia con mucho entendimiento eclesiástico y por eso el sacerdote de Husaby profesaba la misma opinión que él. Nuestra Señora realmente había mostrado un milagro del amor y de la fe y no un milagro de la espada ni de la violencia. De eso se podrían aprender muchas cosas.

A todos los comensales les pareció algo difuso lo que se podía aprender, aunque era una historia muy hermosa. Pero el sacerdote de Husaby no quiso ser más explícito. Sin embargo, después de la cena y las oraciones, llamó a Algot aparte y tuvieron una conversación de la que nadie oyó nada.

Posiblemente fue esta conversación la que hizo que Algot cambiase algo de parecer, ya que a la mañana siguiente le preguntó a Arn si él, siendo tan conocedor de los caballos, quisiese llevar a Cecilia a dar un paseo a caballo en un día de primavera tan bonito. En este asunto, Arn no se hizo de rogar.

Así fue cómo Cecilia y Arn cabalgaron el uno al lado de la otra subiendo las laderas sureñas de Kinnekulle este primer día caluroso de primavera con vientos cálidos. La salguera estaba en flor y los riachuelos estaban colmados de agua y sólo quedaban unas manchas de nieve sobre la tierra. Era como si al principio no se atreviesen a hablarse, pese a que por fin estaban solos, puesto que los guardias los seguían a una distancia correcta para poder ver pero no oír. Arn se callaba todo lo que había dicho en los pensamientos febriles nocturnos o cuando cabalgaba como un torbellino encima de
Chimal
y gritaba las palabras al viento. En cambio, empezó a enredarse con descripciones infantiles sobre los méritos de
Chimal
y por qué los caballos de Tierra Santa eran tanto mejores que los demás caballos.

A Cecilia este tema le despertaba un interés relativo. Pero sonrió como para animarlo a continuar hablando. Ella también había tenido largas conversaciones nocturnas con Arn en sus sueños, aunque entonces se había imaginado que él diría las palabras correctas primero y luego ella le contestaría tan excitante que él continuaría con más de lo mismo. Se quedó taciturna ante la charla sobre las cualidades de los caballos y cómo aparearlos mejor.

Cuando Arn estuvo casi desesperado por su propia timidez y la traición a todo lo que había prometido decirle en cuanto tuviese posibilidad, rogó en silencio a la Santa Madre de Dios que le diese un poco de la fuerza que le había dado a Gunvor. Y en seguida le llegaron las palabras como si Nuestra Señora le dirigiese sonriendo en clemencia. Hizo parar a
Chimal
, miró de soslayo a los guardias que aún estaban fuera del alcance del oído y le recitó las palabras con la mirada fijamente puesta en sus ojos y con júbilo en su interior:

Me robaste el corazón, hermanita, novia mía; me robaste el corazón con una

sola mirada tuya, con uno de los hilos de tu collar. ¡Qué gratas son tus

caricias, hermanita, novia mía!

¡Son tus caricias más dulces que el vino, y más deliciosos tus perfumes que todas las especias aromáticas! Novia mía<,

de tus labios brota miel.

¡Miel y leche hay debajo de tu lengua!

¡Como fragancia del Líbano

es la fragancia de tu vestido!

(El Cantar de los Cantares, 4, 9, 11)

Cuando Cecilia hubo escuchado las palabras del Señor, que también eran las palabras de Arn para ella, paró su caballo y lo miró largamente, ya que primero le habló con las palabras de sus ojos como habían tenido que hacer hasta ahora. Estaba totalmente quieta en la silla pero respiraba fuertemente.

—No podrás entender nunca, Arn Magnusson, cuánto he deseado oír estas palabras de tu boca —dijo finalmente sin bajar la mirada—. Así ha sido desde que nuestras miradas se encontraron al unirnos en la primera canción. Quiero ser tuya más que nada en este mundo.

—También yo soy tuyo, Cecilia Algotsdotter, más que nada en el mundo y para siempre —contestó Arn, invadido por una solemnidad que hizo sonar las palabras como una oración—. Es verdad que me robaste el corazón con una sola mirada, como dicen las palabras del Señor. Ya no quiero separarme nunca de ti.

Cabalgaron un rato en silencio hasta llegar a un viejísimo y casi decaído roble que se inclinaba sobre un pequeño torrente. Allí descabalgaron y se sentaron en el suelo, apoyando la espalda contra el roble. Los guardias de Husaby se pararon primero un poco inseguros a una cierta distancia y parecían no ponerse de acuerdo sobre si acercarse más. El sonido del torrente hacía que no pudiesen oír nada si no se situaban muy cerca. Eligieron, sin embargo, sentarse donde estaban para poder apenas ver pero oír nada.

Cecilia y Arn se tomaron de las manos mirándose sin decir palabra durante largo rato y ambos sintieron el milagro dentro de ellos mismos.

Finalmente Arn dijo que volvería a Arnäs, por difícil que fuese separarse de ella, para explicárselo todo a su padre. Tal vez, pensaba, podrían celebrar la cerveza de compromiso ya para el verano.

Ella primero se alegró de sus palabras y echó la mano hacia el corazón, como de dolor, pero luego la cara se le ensombreció como por el paso de una nube.

—Tal vez necesitemos a la Santa Virgen tanto como esa Gunvor y ese Gunnar de los que nos hablaste con tanta hermosura —dijo seriamente—. Porque nuestro amor tendrá que pasar por unas pruebas muy difíciles y unos obstáculos muy altos, como ya debes de saber.

—No, no sé nada de eso —dijo Arn—, Porque no existen obstáculos tan grandes, ni montaña tan alta, ni un bosque tan profundo ni un mar tan ancho por el que cruzar navegando. Con la ayuda de Dios no habrá ningún obstáculo para nosotros.

—De todas formas, tendremos que rezar mucho por la ayuda de Dios —contestó ella con la mirada bajada—. Porque mi padre es un hombre de Karl Sverkersson y tu padre es uno de los de Knut Eriksson, lo sabe todo el mundo. Mi padre teme por su vida a causa de eso y mientras viva Karl no se atreverá a unirse tan fuerte a los Folkung. Así es, mi más querido Arn, ¡ay, qué alegría poder decir estas palabras! Pero así es de todas formas, que nuestro amor tiene más de un gran mar que cruzar mientras Karl Sverkersson sea rey y mi padre un hombre del rey.

Arn, no obstante, no se dejó abatir lo más mínimo por ello. No solamente porque su confianza fuese grande y creía tener a la Virgen María a su lado y al de Cecilia, sino también porque tanto como sabía de Aristóteles y san Bernardo de Clairvaux, del mundo superior e inferior de Platón y de las reglas de la convivencia según los cistercienses, de los que la gente en Götaland Occidental no tenían ni idea, conocía muy poco las reglas que regían la lucha por el poder; de lo que la gente en Götaland Occidental lo conocía absolutamente todo.

Él se confiaba completamente en su fe de que lo más grande de todo era el amor.

XI

M
agnus y Eskil estaban solos en la cámara de cuentas de la torre y su conversación no era fácil. Les iba muy bien tener a Arn ocupado en el hielo del lago Vänern, donde serraba cuadrantes de hielo con la misma forma que las piedras para la construcción de los muros. Los cuadrantes de hielo fueron transportados en trineos hasta Arnäs y almacenados en su sótano de hielo entre capas de viruta de los talleres de carpintería. Había insistido mucho en hacerlo ahora antes de que el hielo fuese demasiado fino. Y era una suerte que tuviese esta ocupación urgente. Habría sido difícil mantener esta conversación en su presencia.

Que los hombres jóvenes, y por lo que decían, a veces también las mujeres jóvenes, sufriesen tentaciones que podían ser difíciles ya lo conocían por propia experiencia. La vida era así y no había nada que hacer más que esperar hasta que hubiese pasado como un resfriado primaveral. Magnus lo recordaba de su temprana juventud y al recordarlo se emocionó y confesó a Eskil que la mujer que había sido la primera ama de Arnäs, y la madre de Eskil y Arn, al principio no significó para él más que un par de alazanes hermosos u otras adquisiciones para la casa. Pero con el tiempo, había llegado a querer a esta Sigrid más que a nada. Lo que Arn llamaba amor podía crecer con sensatez si convivías bien y sensatamente. Pensándolo mejor, también Erika Joarsdotter se había vuelto más bonita y más fácil de tratar y, según cómo, hasta agradable. Por lo menos, nunca antes había sido tan fácil tenerla en la casa. Así sucedía con eso que Arn llamaba amor.

Pero esta sabiduría de una persona mayor no podía explicarse con palabras a una persona joven. No tenía sentido intentar hablar de sensatez donde no la había. Igualmente, si alguien había perdido a un ser querido y acaba de ponerlo bajo tierra y le decías que el tiempo cura todas las heridas. Sería la verdad, pero no tendría sentido decirlo en aquel momento, cuando peor se sentía la desgracia.

Así que, ¿cómo procederían con Arn y su deseo de ir, preferiblemente mañana mismo, a celebrar la cerveza de compromiso a Husaby?

Eskil decía que había que pensar fríamente, lo cual se podía hacer mejor sin la presencia de Arn, puesto que estaba como un hierro candente. Existían cosas en pro y cosas en contra y había que sopesarlas como la plata para ver lo que pesaba más.

En contra de la propuesta de Arn hablaba principalmente el hecho de que nadie sabía quién tendría el poder monárquico en sus manos durante los próximos dos años. Sin embargo, mientras Karl Sverkersson fuese rey, Algot Pålsson se cuidaría mucho de unir su linaje con el de los enemigos del rey, por lo menos si era un hombre sensato. Y por su propia parte tampoco sería sensato enlazarse con una boda al linaje enemigo de Knut Eriksson, porque si se llegaba a imaginar otro rey que Karl, sería precisamente Knut Eriksson.

En pro de la propuesta de Arn, no obstante, había cosas que también tenían su importancia. Como Forsvik al lado del Vättern ya pertenecía a Arnäs, se dominaba toda la parte Norte de Götaland Occidental, la parte al sur del bosque Tiveden por donde se establecería la ruta comercial entre los cuatro países. Esta cadena era más débil del lado de Kinnekulle, donde empezaban las tierras de Algot. Si se pudiese adquirir Kinnekulle y las orillas al sur del Väner, tendría mucho valor. Y si surgiese la ocasión de hacer tal negocio, Algot estaría en un aprieto y se lo podría convencer de dar estos terrenos como dote, el doble de grande de lo usual.

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