… cuando el Sr. Joyce, con sus dones maravillosos, los usa para darnos asco de la humanidad, hace algo que es falso y calumnioso para la humanidad… Ha logrado escribir un libro muy notable, pero desde el punto de vista de la vida humana, estoy seguro de que está equivocado.
Y el crítico se asusta de pensar lo que serán los imitadores de Joyce:
Él produce asco con una razón; otros producirán asco sin razón. Él es oscuro y justifica su oscuridad, pero ¿cuántos otros escribirán mera confusión pensando que es sublime?… Él no es uno de esos superficiales que adoptan un artificio superficial como canon de una nueva forma de arte; él caerá en manos de las capillitas, pero él mismo está muy por encima de ellas…
La primera recensión periodística (S. B. Mais,
Daily Express
, 25 Marzo 1922) pone el dedo en la llaga:
… La mayor parte de los escritores jóvenes desafían las reticencias convencionales en cuanto que describen todo lo que la mayor parte de nosotros hacemos y decimos. Mr. Joyce va mucho más lejos: de sus páginas saltan hacia nosotros todos nuestros más secretos e inconvenientes pensamientos íntimos.
Incluso un recensionador anónimo (
Evening News
, 8 Abril 1922) sabe mirar de frente
Ulises
:
Mr. Joyce es tan cruel e inexorable como Zola con la pobre humanidad. Su estilo está en la nueva vena cinematográfica a la moda, muy sacudido y elíptico.
El primer estudio realmente importante es el de J. Middleton Murry (
Nation and Atheneum
, 22 Abril 1922), quien, después de dejar a un lado las objeciones moralistas («la cabeza que sea bastante fuerte como para leer
Ulises
no se dejará trastornar por él»), apunta a algo literariamente esencial en el libro: su naturaleza humorística:
Esta bufonería trascendental, esta súbita irrupción de la vis comica en un mundo donde se encarna la trágica incompatibilidad de lo práctico y lo instintivo, es un logro muy grande. Ese es el centro vital del libro de Mr. Joyce, y la intensidad de vida que contiene basta para animar su totalidad…
Especial agudeza mostró también la recensión de Holbrook Jackson (
To-Day
, Junio 1922):
[
Ulises
] es un insulto y un logro. No es indecente. No hay en él una sola línea sucia. Sencillamente está desnudo… No es ni moral ni inmoral. Mr. Joyce escribe, no como si la moral no hubiera existido nunca, sino como quien deliberadamente prescinde de códigos y convenciones morales. Una franqueza como la suya habría sido imposible si no hubiera estado prohibida tal franqueza… Él es el primer narrador no-romántico, pues, al fin y al cabo, los realistas no eran más que románticos que trataban de liberarse del medievalismo… No pretende divertir, como George Moore,… ni criticar, como Meredith, ni satirizar, como Swift. Sencillamente, anota, como Homero, o incluso Froissart. Esta actitud tiene sus peligros. Mr. Joyce se ha enfrentado con ellos, o mejor dicho, ha hecho como si no existieran. Ha sido totalmente lógico. Lo ha anotado todo…
Unos meses después, W. B. Yeats, en un debate público en Dublín, además de declarar a Joyce «el escritor más original e influyente de nuestro tiempo», dijo que
Ulises
llegaba al «alcance último del realismo». Por su parte, Ezra Pound (
Mercure de France
, Junio 1922), hablando de Flaubert, se refería a Joyce en cuanto flaubertiano, no sólo en su sentido del arte estilístico, sino en su realismo crítico, especialmente irritado por la estupidez humana, trazando un paralelo entre Bloom y Bouvard-Pécuchet. Esta observación de Pound fue deformada como objeción por Edmund Wilson, dentro de un ensayo (en
New Republic
, 1922) que sigue siendo, por lo demás, una de las grandes piezas de la crítica joyceana. Wilson, en realidad, no nombra a Pound al poner su observación junto a la obtusa incomprensión de un novelista rastrero como era Arnold Bennett:
No puedo estar de acuerdo con Mr. Arnold Bennett en que J. J. tenga un colosal resentimiento contra la humanidad. Me parece que lo que le choca a Mr. Bennett es que Mr. Joyce haya dicho toda la verdad. Fundamentalmente,
Ulises
no es en absoluto como Bouvard et Pécuchet (como algunos han intentado defender). Flaubert viene a decir que nos va a demostrar que la humanidad es mezquina enumerando todas las bajezas de que ha sido capaz. Pero Joyce, incluyendo todas las bajezas, hace que sus figuras burguesas conquisten nuestra comprensión y respeto dejándonos ver en ellas los dolores de parto de la mente humana siempre esforzándose por perpetuarse y perfeccionarse, y del cuerpo siempre trabajando y palpitando para hacer surgir alguna belleza desde su sombra.
Edmund Wilson, después, entraría por primera vez a plantear el gran problema que hay en la valoración de la expresión joycena, el contraste entre un lado magistralmente sólido —la presentación directa de hechos y pensamientos: así, en
Ulises
, «el modo como se le hace notar al lector, sin afirmar abiertamente el hecho, que Bloom es diferente de sus vecinos»—, y otro lado débil —la hinchazón caricatural, la complacencia en los juegos meramente verbales, en las parodias de estilo—; como ejemplo extremo, pondríamos nosotros la crónica de la «boda vegetal» en [
12
]. La objeción de Wilson era no sólo justa, sino necesaria: el punto débil de Joyce, en
Ulises
, es que se divertía demasiado con sus propias bromas «literarias» —de chiste y de imitación estilística—, sin fatigarse nunca en hinchar semejantes perros —más grave sería aún esa tendencia en
Finnegan’s Wake
. Cabe imaginar cuánto mejor sería
Ulises
si se hubieran suprimido o reducido los pasajes de ese segundo estilo —hasta descargar, quizá, más de un tercio de la extensión total del libro—, pero Joyce, desde
Ulises
en adelante, fue incapaz de cortar o comprimir nada de lo que escribía: toda corrección era siempre añadido. Y, al fin y al cabo, cada libro, como cada persona, tiene «los defectos de sus virtudes». Pero Wilson señala que, aun con esos pasajes hinchados, Joyce elevó la calidad expresiva en la novelística a la altura de la poesía:
Desde que he leído
Ulises
, la calidad de los demás novelistas me parece de insoportabilidad floja y descuidada.
Y se pregunta en seguida:
La única cuestión ahora es si Joyce escribirá alguna vez una obra maestra trágica que poner al lado de ésta cómica.
Pero este debate crítico tan bien establecido hasta entonces por la crítica de lengua inglesa, con la doble perspectiva del sentido moral y la técnica expresiva, se va a escapar por la tangente por obra del gran mandarín T. S. Eliot —aprovechando las noticias sobre el cañamazo de la
Odisea
en
Ulises
, dadas por Valéry Larbaud.
Ulises
constituía un grave problema para Eliot y los de su mundo —digamos «Bloomsbury» para simplificar: Virginia Woolf llamó a
Ulises
un libro
underbred
(«ineducado», «de clase baja»), el libro de «un trabajador que se ha instruido a sí mismo», el entretenimiendo de un estudiantillo (
undergraduate
) «que se rasca con grima sus sarpullidos». (En cambio, antes, el 26 de septiembre de 1920, había anotado en su diario: «Lo que hago yo probablemente lo está haciendo mejor Mr. Joyce».) Con todo, esa impresión negativa fue la primera reacción, horrorizada de que «el gran Tom» (T. S. Eliot) comparara
Ulises
con
Guerra y Paz
:
Si se puede tener la carne guisada, ¿por qué tomarla cruda? Pero creo que si uno está anémico, como Tom, hay cierta gloria en la sangre. Yo, siendo bastante normal, pronto estoy dispuesta a volver a los clásicos. Quizá revise esto más tarde. No comprometo mi sagacidad crítica. Clavo un palo en el suelo para señalar la página 200.
Cuando murió Joyce, pocas semanas antes que ella se suicidara, anota en el
Diario
(15 Enero 1941):
Me acuerdo de Mrs. Weaver, con guantes de lana, trayendo
Ulises
copiado a máquina a nuestra mesa de té en Hogarth House. ¿Dedicaríamos nuestras vidas a imprimirlo? Las indecentes páginas tenían un aire incongruente: ella era muy solterona, abotonada hasta arriba. Y las páginas rezumaban indecencia. Lo metí en un cajón… Un día vino Katherine Mansfield y lo saqué. Ella empezó a leer, ridiculizándolo: luego, de repente, dijo: Pero aquí hay algo: una escena que supongo que habría de figurar en la historia de la literatura… Luego recuerdo a Tom… diciendo —se publicó entonces— ¿cómo podía volver a escribir nadie después del inmenso prodigio del último capítulo? Por primera vez, que supiera yo, estaba arrebatado, entusiástico. Compré el libro azul y lo leí aquí un verano, creo, con espasmos de maravilla, de descubrimiento, y luego también con largos trechos de intenso aburrimiento…
T. S. Eliot se sentía invadido y desbordado por
Ulises
(«De un modo egoísta, querría no haberlo leído», dijo). Aun cuando no parece que al escribir
Prufrock
(1917) pudiera haber recibido nada todavía de Joyce, luego fue siguiendo las entregas de
Ulises
en
Little Review
(en junio-julio de 1918 ya habla de Joyce en
The Egoist
): la huella es visible en
The Waste Land
, aunque este poema se publicara a la vez que el volumen de
Ulises
. La reacción de Eliot, a la larga —«reacción», incluso en el sentido «reaccionario» de la palabra— fue sutilmente hábil y consiguió dominar la crítica joyceana, incluso hasta nuestros días. En noviembre de 1923 (
The Dial
) publicaba un ensayo titulado elocuentemente «
Ulises
, orden y mito», que comenzaba con un gran sombrerazo, para bien o para mal: «Considero que este libro es la expresión más importante que ha encontrado nuestra época; es un libro con el que todos estamos en deuda, y del que ninguno de nosotros puede escapar».
Ulises
sería, formalmente, el descubrimiento de una nueva forma literaria —equivalente a la concepción de la relatividad en física—: muerta la novela en manos (¿o «a manos»?) de Flaubert y Henry James, Joyce había hallado «un modo de controlar, de ordenar, de dar forma y significación al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea».
¿Cuál era ese modo? El recurrir al mito clásico —en este caso, a la
Odisea
— como canon, no sólo para imitar alejandrinamente o parodiar, sino para rehacer, en nueva variación del viejo motivo (a ver si —y esto ya lo añadimos nosotros— la forma de la vieja fe era capaz de avivar una fe nueva).
El lector apreciará por sí mismo si, efectivamente,
Ulises
es o no «la
Odisea
contada al siglo XX». Por nuestra parte, creemos que a nadie se le ocurriría tal idea si no fuera por el título del libro —ya dijimos que los títulos de los capítulos los suprimió Joyce al publicar el libro, por instintivo y acertado orgullo de creador original—, y porque, a través de Valéry Larbaud, se llegaron a conocer los paralelismos —más o menos arbitrarios— que habían servido a Joyce como andamiajes o incitaciones divertidas, pero que sólo comunicó a unos pocos amigos bajo promesa de secreto. En cambio, el lector sí encontrará, no como falsilla literaria, sino en carne y hueso, el tema judío —y también el tema Shakespeare, expuesto por Stephen Dedalus con irónica pedantería. Si Joyce hubiera evitado sus propias indiscreciones,
Ulises
no se habría visto degradado a
puzzle
académico, mera alegoría histórico-cultural, en vez de obra de carne y hueso.
Cierto que no toda la crítica joyceana se rindió a la lectura en clave propugnada por T. S. Eliot: en Alemania, aparte de algún crítico menor —como Yvan Goll, que, en 1927, dijo de Joyce: «Se divierte sobre todo parodiando a Dios», y que definió exactamente
Ulises
«no novela, sino más bien un poema escrito en prosa»—, el gran E. R. Curtius escribió en dos ocasiones sobre
Ulises
en perspectiva integral: en 1928, en presentación general de la obra de Joyce, acertaba, entre otras cosas, al subrayar su
character indelebilis
jesuítico, con «un catolicismo negativo que sólo conoce el infierno» y con un personaje —Stephen— que piensa según el método escolástico; en 1929 añadía fecundadas perspectivas formales sobre
Ulises
:
Debemos leer
Ulises
como una partitura musical, y así podría imprimirse. Para entender realmente
Ulises
tendríamos que tener conciencia de todas las frases de la obra.
La lectura «en clave» de
Ulises
, siguiendo a Larbaud y a Eliot, sirvió para crear un clima de expectación en torno a la que hasta su publicación en 1939 se conoció como
Obra en marcha
(desde entonces, Finnegan’s Wake), reforzando así su vigencia canónica. Sin embargo, los joyceanos de la primera hora no se dejaron subyugar por esa hermenéutica: Ezra Pound, en mayo de 1933 (
English Journal
), decía, pensando en quien leyera
Ulises
«como un libro y no como un diseño o como una demostración o un poco de arqueología»: «Los paralelos con la
Odisea
son mera mecánica; cualquier idiota puede volver atrás a rastrearlos».
Y propugnaba, incluso, ver
Ulises
, con la perspectiva de los años, como testimonio de una época histórica:
… un resumen de la Europa de pre-guerra, la negrura y el enredo y la confusión de una «civilización» movida por fuerzas disfrazadas y una prensa comprada, el deslavazamiento general… Bloom es, en mucho, ese enredo.
Para Pound,
Dublineses
, el
Retrato
y
Ulises
formaban un ciclo unitario, que quien no fuera tonto debía leer por gusto, y quien no lo leyera, no debería ser autorizado a enseñar literatura. En cambio la
Obra en progreso
le parecía muy poca cosa, no sólo por su exceso de chistes: «no veo en ella ni una comprensión ni una gran preocupación por el presente».
Por entonces, Joyce estaba ya demasiado absorbido en su nueva obra para seguir ocupándose de
Ulises
—alguna vez dijo: «Tengo que convencerme a mí mismo de que he escrito ese libro». Le seguía divirtiendo la idea de tener intrigados a los lectores con claves («he escrito
Ulises
», dijo en una entrevista, «para tener ocupados a los críticos durante 300 años»), como parte de su pretensión de una atención total, según dijo a Max Eastman: «Lo que yo pido a mi lector es que dedique su vida entera a leer mis obras».