T
ÉCNICA
:
Se ha ido indicando
.
R
EFERENCIA HOMÉRICA
:
Los Bueyes del Sol —Joyce se dio cuenta muy bien de que no eran «bueyes» sino «terneras» o «vacas», pero siguió la tradición establecida. (Ulises, en la isla del Sol, advierte a su compañeros que no maten y se coman las terneras sagradas, símbolos de fecundidad: ellos le desobedecen, y Júpiter hundirá su nave con un rayo, pereciendo todos menos Ulises. Como se ve, hay sólo una vaga alusión a los peligros de estorbar la fecundidad.)
[
15
]
De 11 a 12 de la noche. Entre el capítulo anterior y éste, ha ocurrido algo que sólo inferimos indirectamente: Stephen, Lynch, Mulligan y el inglés Haines han tomado algún tranvía o tren suburbano que, cambiando en una estación, les llevó al barrio de los prostíbulos, pero en esa estación Mulligan intentó dar esquinazo a Stephen, surgiendo una pelea entre ellos, de resultas de la cual Stephen tiene la mano dolorida y ha perdido la llave de la torre. Por su parte, Bloom, movido por su súbita «paternidad» adoptiva hacia Stephen, ha querido seguir a éste para evitarle los peligros de las prostitutas, pero, rezagado, se ha equivocado de tren o de tranvía, y llega al barrio de mala fama sin saber dónde encontrarle. El capítulo se desarrolla en forma dramática —diálogos y acotaciones—, pero, obviamente, no es representable, por lo fantástico de las mutaciones. Para la mente actual, sería claramente cinematográfico —aunque el carácter literario de las acotaciones no sea fácil de trasladar a visión—: incluso, en algunos momentos, haría pensar en obras como
8 y 1/2
, de Fellini. Sin embargo, para Joyce, la falsilla formal caricaturizada fue
La tentation de St. Antoine
, de Flaubert. Aun con su enorme extensión —casi el doble que los otros capítulos más largos— éste es quizá el capítulo al que le sobra menos: sin duda, el corazón del libro y su cumbre. Lo que va ocurriendo en la realidad se mezcla con escenas simbólicas y con estampas del pasado, que sólo en ocasiones cabe situar en la mente de Bloom —o de Stephen—: más a menudo están sólo en la mente del autor. Nuestro resumen, por fuerza, ha de ser más oscuro que en los capítulos anteriores.
En el barrio de los prostíbulos (
Nighttown
, «ciudad nocturna»). Monstruos —¿alusión biológica?—, miserables y prostitutas —con cruel inverosimilitud, entre ellas, la Cissy Caffrey de [
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]. Dos soldados borrachos, Carr y Compton. Stephen y Lynch avanzan, discutiendo sobre el lenguaje: un peón caminero caricaturiza sus palabras. Avanza luego Bloom, metiéndose pan y chocolate en el bolsillo y comprando despojos; un tranvía de obras casi le atropella: discute agriamente con un posible espía enviado por el Ciudadano. Surge ante él su difunto padre, con reproches sobre el pasado. También se le deja ver Molly, voluptuosamente vestida a lo árabe. Bloom se le excusa por haber olvidado la loción: el jabón que compró se transforma en sol del porvenir. Vuelta a la realidad: una celestina ofrece una muchachita virgen. Bloom recuerda su primer episodio sexual. También en visión, la señora Breen le reprocha andar por allí: retorno al pasado, cuando Bloom estaba enamorado de ella, antes que de Molly. Bloom se ve llegando a casa, ante Molly: al justificar los despojos que lleva en el bolsillo, la escena vuelve a la comida en el hotel Ormond. Reaparece la señora Breen, con reproches: ella y Bloom reviven una antigua escena de coqueteo. Otra vez, el barrio con sus miserables, pero fantásticamente exagerados y deformados: alguien cuenta cómo una vez Bloom se orinó en el cubo de cerveza de unos albañiles. Bloom recapacita sobre su búsqueda de Stephen, perplejo: un perro le acosa, transformándose en el perro del Ciudadano, y Bloom le echa los despojos que lleva. Dos guardias —en la fantasía— le quieren detener por arrojar desperdicios: Bloom se defiende, y apela a las gaviotas que alimentó en [
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]: por contraste, aparece el cruel domador de una novela que leía Molly en [
4
]. Bloom se ve capturado y acusado: en vano ofrece nombres falsos, coartadas, excusas, lisonjas: la Martha de sus cartas aparece para acusarle de seducción. Cuando afirma que es escritor, el Matcham del cuento de [
4
] le acusa de plagiario e ignorante. Peores acusaciones surgen: hay un careo con una criada que intentó seducir en su casa. Sale otra vez el episodio en que se orinó en la cerveza de unos albañiles: en vano le defiende J. J. O’Molloy como elocuente abogado, alegando su irresponsabilidad por mongolismo: Bloom aparece transformado en una especie de chinito bobo. También alega sus dificultades económicas (invirtió en plantaciones en Palestina [
4
]): el alegato pasa a ser el discurso citado por MacHugh en el
Freeman
[
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] (aunque Bloom, curiosamente, no lo oyó), y el del propio J. J. O’Molloy en la vista del crimen mencionado en [
8
]. Bloom apela a quienes conocen su moralidad personal: pero aparecen tres aristocráticas damas a acusarle de haberles escrito cartas con propuestas obscenas, tales como la de ser azotado masoquísticamente —lo que ejecuta una de ellas, una elegante amazona, llamándole cornudo. Se forma un jurado, que determina su culpabilidad —sobre todo, por el pecado original, y el pecado del mundo. Bloom es declarado «Judas Iscariote». El verdugo de [
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] le va a ejecutar. Bloom alega desesperadamente pruebas de su buen corazón en el fondo: echó de comer a las gaviotas, estuvo en un entierro, no puso ninguna bomba sino que tiró los despojos a un perro. El difunto Dignam, tomando la forma del perro en cuestión, confirma la coartada, rodeado de caricaturas de la demás gente del entierro. Se desvanece el juicio acusatorio: Bloom sigue andando, rodeado de ruidos de besos. Zoe, una prostituta, le indica dónde están Stephen y Lynch en la casa de Bella Cohen —conocida de Bloom. Zoe le acaricia y lisonjea: Bloom, transfigurado, se ve convertido en alcalde de Dublín, aclamado en una inmensa fiesta ciudadana, coronado como sucesor de Parnell, constructor de la «Nueva Bloomusalén». Hay quien disiente —el desconocido del
macintosh
—, pero es aniquilado por Bloom, quien revela ahora su generosidad —dando limosnas, besando— y su sabiduría legislativa, judicial y política. Después, divierte a todos con músicas y chistes: muchas mujeres se suicidan por su amor. Sin embargo, algunos empiezan a acusarle de hipócrita: se leen informes médicos en que Bloom aparece como modelo de hombre femenil: más aún, está a punto de ser madre —noticia que causa entusiasmo a su favor. En efecto, da a luz ocho hermosos niños prodigio. Una voz le proclama Mesías: Bloom realiza peculiares milagros. Pero otra vez le acusan, le ponen en la picota para ridiculizarle —parodia de la Crucifixión, en que toman parte, con nuevos papeles, muchos de los personajes ya conocidos—: las «hijas de Erín» le rezan una adaptación de la letanía de la Virgen que va resumiendo los episodios anteriores. (Por un momento, de vuelta en la realidad, Zoe se burla de que Bloom charle tanto.) Bloom, hablando como un campesino del teatro de Synge, se dispone a irse a casa. De nuevo en la realidad, discute con Zoe, que por fin le hace entrar en la casa. (Visiones de los que han poseído ya a Zoe.) Dentro están Stephen y Lynch con dos prostitutas. Charlan, fuman, Stephen toca el piano y se extiende en complejas filosofías de base musical. Florry, una de las putas, comenta que ha leído en el periódico sobre la próxima venida del Anticristo —que vemos encarnado en la figura del prestamista Reuben J. Dodd [
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]: llega el Fin del Mundo, en forma de pulpo de dos cabezas —alusión a unos versos de A. E., en [
8
]. Se oye otra vez al evangelista americano de [
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]: las tres putas se confiesan —en forma que hace pensar en un pasaje de
The Waste Land
(«The Fire Season»). Bajo nuevos nombres, ahora son antepasadas de Bloom. También aparecen las Bienaventuranzas: los que bebían con Bloom en el hospital de maternidad. Vuelven también figuras de la discusión en la Biblioteca Nacional, como el poeta A. E., cuya voz sibilante resulta ser el siseo de la luz de gas del burdel —que Zoe arregla. Lynch le levanta la falda: entonces cae por la chimenea Lipoti Virag, abuelo de Bloom, el científico de su estirpe, para recomendar técnicas afrodisíacas. Pero, a la vez, Bloom se transforma cada vez más en el romántico Henry Flower de sus cartas a Martha. Stephen, mientras, piensa en sí mismo como el hijo pródigo. Florry le pregunta si es seminarista: conversación sobre el clero y la sexualidad, con irreverentes sugerencias sobre el nacimiento de Jesús. Mientras, Lipoti Virag se ha convertido en una bestia diabólica: aparece también Ben Dollard en forma animalizada, y se marchan los dos, mientras Henry Flower asume poses románticas. En el plano real, Stephen y las putas siguen hablando del clero: Stephen se imagina convertido en cardenal. Bloom se inquieta por la presencia de otro hombre en la casa —¿quizá Boylan?—: Zoe le convida a chocolate. Aparece Bella Cohen, la
madame
de la casa: su abanico habla con el silencioso Bloom, quien, dominado por la presencia de Bella, se deshace en recuerdos y sentimientos, hasta caer a sus pies para desatarle los zapatos. Pero Bella le pisa y le oprime, convirtiéndose en un macho dominador —«Bello»— mientras Bloom se feminiza —en el original, eso se expresa con el posesivo
her
en vez de
his
. «La» Bloom se esconde con miedo debajo del sofá, pero Bella-Bello (le/la) hace salir, transformándolo(la) en criada de la casa y en una prostituta más. Se recuerdan pasadas aberraciones sexuales de Bloom, imaginándose mujer poseída por hombres: Bloom echa la culpa a un amigo que acabó siendo homosexual. Bloom confiesa las más lamentables suciedades en su pasado sexual. Queda condenado, pues, a ser criada de día y puta de noche: sus favores son subastados con éxito. Luego Bella le compara con Boylan, tan superior a él, en su visita a Molly. Aunque Bloom pida perdón a Molly, es tarde: es un nuevo Rip van Winkle, que durante mucho tiempo ha dormido —mejor dicho, que se ha desviado tras otras mujeres. Bella le dice que haga testamento y muera. Bloom, muerto, es llorado por los judíos, y conversa con los inmortales: así, con la Ninfa cuya imagen preside su alcoba [
4
], la cual le acusa de sus faltas. Bloom le pide perdón por ellas y por el desorden de su alcoba. La bacinilla y sus ruidos le hacen pensar en las cascadas de Poulaphouca, junto a Dublín, y en una excursión de Bloom allí, siendo estudiante, en que se entregó al onanismo: las chicas no le querían. (Imágenes de suicidio y rechazo.) La Ninfa —ofendida y marmórea ahora una de las diosas del museo que Bloom quiso observar si tenían orificio posterior: mientras, las putas bromean sobre un almohadón calentado con el trasero. A Bloom se le salta el botón de un bolsillo de atrás: a la Ninfa se le humedece la túnica con la virilidad recobrada por Bloom, quien se vuelve contra Bella, enfrentándose con ella en insultos mutuos. Bella —en la realidad— pide que le paguen, lo que hace Stephen: pero Bloom paga la parte de éste, devolviéndosela: sin embargo, como Stephen está cada vez más incoherente, Bloom se hace cargo de su dinero. (Se mezclan diversos
leitmotiv
del libro, en Stephen: su adivinanza en [
2
], temas shakespearianos…) Zoe les lee la mano a Stephen y a Bloom: a éste le hace recordar un episodio de su vida escolar, y le adivina su desgracia marital. Zoe va encantando a Bloom: Bloom, en su fantasía, ve a Boylan presumiendo ante Lenehan de su hazaña sexual con Molly. Bloom se ve reducido a lacayo carnudo en su propia casa, dejando entrar a Boylan para repetidos retozos con Molly: con una cita shakespeariana sobre «el espejo de la naturaleza», Stephen y Bloom se ven reflejados como un Shakespeare cornudo. Bloom vuelve un momento a la realidad, pero una pregunta le hace ver a la viuda Dignam en términos shakespearianos: Stephen, por una cita bíblica, habla de cuernos y de Pasífae, la enamorada del toro. Lynch le excusa aludiendo a su reciente regreso de París, de cuyas orgías cuenta Stephen, en sintaxis afrancesada, haciendo reír a las mujeres. En el recuerdo de un sueño, Bloom es acosado como en cacería: cacería que luego se transforma en la Copa de Oro. Mientras —en la realidad— pasan por la calle los soldados Compton y Carr, con Cissy Caffrey, cantando
Mi chiquilla es de Yorkshire
. Stephen baila con Zoe —imágenes del profesor Goodwin tocando el piano, y del maestro de baile Maginni, aparecidos antes [
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]. Este último organiza una Danza de las Horas: Stephen, cada vez más exaltado, baila solo, viendo visiones y hablando con incoherencia. De pronto, ve a su madre muerta, aún reprochándole y amonestándole: él, siempre rebelde —
non serviam!
—, levanta el bastón y rompe la lámpara de gas, con estrépito de catástrofe cósmica. Gran agitación: Stephen huye, pero Bloom hace ver que sólo ha roto el manguito del gas —que paga en el acto—, con lo que evita el escándalo, saliendo luego de la casa tras Stephen. En ese momento llega el funeraria Kelleher con clientes para Bella; Bloom huye, no queriendo ser reconocido: su huida se convierte en una fantástica persecución, acosada por todos los que han ido apareciendo en su jornada. Junto a unos andamiajes —donde Bloom se había orinado en la cerveza de unos albañiles—, alcanza a Stephen, que está a punto de enredarse en una riña, por haberse dirigido a Cissy Caffrey en un momento que los soldados que la acompañaban se habían rezagado. Stephen, borracho, sin advertir el peligro, discute pedantemente con los soldados. Además, se ven las imágenes que pasan por su mente —Lord Tennyson, etc. Bloom trata de salvar a Stephen llamándole «profesor»; éste sigue sus discursos, que parecen antipatrióticos a los soldados —sale otra vez la balada del
Muchacho rebelde
[
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], entre otras fantasías sobre mártires por la patria y el rey, mientras aparece el Rey en persona, bajo figura grotesca. Los soldados, suspicaces, preguntan a Stephen: vemos ahora, como dos patriotismos enfrentados, al Ciudadano y al comandante Tweedy, padre de Molly Bloom. Hay atmósfera de pelea patriótica: en vano Bloom apela a Cissy Caffrey, que adopta el papel de víctima. Imágenes de catástrofe cósmica y bíblica —hay paralelismos con la Crucifixión—: se celebra una misa negra, con términos litúrgicos dichos al revés. La Abuela Desdentada —caricatura de la lechera de [
1
] —exhorta a Stephen en nombre de Irlanda. El peligro crece; Lynch —nuevo Judas— se aleja; Stephen ve todo aquello como «una fiesta de la razón pura». Por fin, el soldado Carr le derriba de un puñetazo —fantasmal, el comandante Tweedy ha hecho disparar a su pelotón de ejecución. Los concurrentes toman partido y empiezan a pelear también entre ellos. Por suerte, aparecen dos guardias, ante los que Bloom echa la culpa de todo a los soldados. Llega también el funerario Kelleher, que lo arregla todo diplomáticamente con los guardias: Bloom y él se mienten mutuamente excusando su presencia en tal barrio. Quedan solos Bloom y Stephen —éste, aún caído y semiinconsciente, gruñendo incoherencias y citas sobre los hechos del día. Bloom, paternal, le ayuda a recuperarse: ante él, surge la figura de su hijito Rudy, con la edad y aspecto que tendría si no hubiera muerto.