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Authors: Ira Levin

Un día perfecto (5 page)

BOOK: Un día perfecto
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Y Papá Jan sonrió como lo hacía antes y exclamó:

—¡Ése es mi chico!

Cuando terminó la llamada, el padre de Chip quiso saber:

—¿Qué estás intentando?

—Nada —dijo Chip.

—Tienes que haber querido decir algo —señaló su padre.

Chip se encogió de hombros.

Cuando Mary CZ vio a Chip de nuevo, se lo preguntó también.

—¿Qué quisiste decir a tu abuelo con que lo estabas intentando? —preguntó.

—Nada —dijo Chip.

—Li —murmuró Mary, y le miró con ojos de reproche—. Dijiste que lo estabas intentando. ¿Intentando qué?

—Intentando no echarle de menos —respondió Chip—. Cuando fue transferido a Usa, le dije que lo añoraría, y él me dijo que debía intentar no hacerlo, que los miembros eran todos iguales, y que de todos modos llamaría siempre que pudiera.

—Ah —dijo Mary, sin dejar de mirar a Chip, ahora insegura—. ¿Por qué no lo dijiste desde un principio? —quiso saber.

Chip se encogió de hombros.

—¿Y lo echas de menos?

—Sólo un poco —respondió Chip—. Estoy intentando que no ocurra.

Empezó el sexo. Era más agradable aún que pensar en desear algo. Aunque le habían enseñado que los orgasmos eran extremadamente placenteros, no había tenido la menor idea de la insoportable delicia de las sensaciones acumuladas, el éxtasis de alcanzar el clímax, y la satisfacción vacía y fláccida de los momentos posteriores. Nadie había tenido ninguna idea, ninguno de sus compañeros y compañeras de clase; no hablaban de ninguna otra cosa, y de buen grado no se hubieran dedicado a ninguna otra cosa. Chip apenas podía pensar en las matemáticas y la electrónica y la astronomía, y mucho menos en las diferencias entre clasificaciones.

Al cabo de unos meses, sin embargo, todo se calmó y, acostumbrado ya al nuevo placer, le adjudicaron su momento adecuado, el sábado por la noche, dentro del esquema de la semana.

Un sábado por la tarde, cuando Chip había cumplido ya los catorce, fue en bicicleta con un grupo de amigos a una espléndida playa de arena blanca a pocos kilómetros al norte de AFR71680. Allí nadaron, saltaron, se empujaron, chapotearon entre las olas, cuya espuma era rosada al sol poniente, encendieron un fuego en la arena y se sentaron alrededor, envueltos en mantas. Comieron galletas, bebieron y tomaron unos dulces y crujientes trozos de coco recién abierto. Un chico puso canciones, no demasiado buenas, en una grabadora, luego, mientras el fuego se convertía en brasas, el grupo se separó en cinco parejas, cada uno envuelto en su propia manta.

La chica con que estaba Chip era Anna VF. Después de su orgasmo —el mejor que Chip hubiera tenido nunca, o eso le pareció—, se sintió lleno, con una sensación de ternura hacia ella. Deseó tener algo que pudiera darle como prueba de ello, como la hermosa concha que Karl GG había dado a Yin AP, o la grabadora de Li OS, que arrullaba suavemente a quienquiera que fuese la muchacha con que estaba acostado. Chip no tenía nada para Anna, ninguna concha, ninguna canción; nada en absoluto, excepto, quizá, sus pensamientos.

—¿Te gustaría tener algo interesante en que pensar? —preguntó, tendido de espaldas, rodeándola con sus brazos.

—Mmm... —dijo ella, y se arrimó más contra él. Tenía la cabeza apoyada sobre su hombro, los brazos sobre su pecho.

Él la besó en la frente.

—Piensa en todas las distintas clasificaciones que existen —dijo.

—¿Mmm...?

—E intenta decidir cuál escogerías si tuvieras la oportunidad de elegir una.

—¿Elegir una? —murmuró ella.

—Exacto.

—¿Qué quieres decir?

—Escoger una. Tenerla. Estar en ella. ¿Qué clasificación te gustaría más? Médico, ingeniero, consejero...

Ella apoyó la cabeza en su mano y le miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué quieres decir? —repitió.

Él dejó escapar un ligero suspiro y explicó:

—Vamos a ser clasificados, ¿correcto?

—Correcto.

—Supón que no lo fuéramos, que tuviéramos que clasificarnos nosotros mismos.

—Oh, vamos, esto es una tontería —dijo ella, trazando dibujos con un dedo sobre su pecho.

—Es interesante pensar en ello.

—Jodamos de nuevo —dijo de pronto ella.

—Espera un momento —interrumpió él—. Piensa simplemente en todas las distintas clasificaciones. Supón que fuéramos nosotros quienes...

—No quiero hacerlo —dijo ella, dejando de dibujar—. Eso es estúpido. Y enfermizo. Somos clasificados; no hay nada que pensar al respecto. Uni sabe lo que todos nosotros...

—Oh, olvídate de Uni —dijo Chip—. Simplemente piensa por un minuto que estuviéramos viviendo en...

Anna se apartó de él y se echó sobre su estómago, la nuca vuelta hacia el rostro de él.

—Lo siento —dijo Chip.

—No. Yo lo siento —dijo ella— por ti. Estás enfermo.

—No, no lo estoy —exclamó él.

Ella guardó silencio.

Chip se sentó y miró desesperanzado su rígida espalda.

—Se me escapó —dijo en voz baja—. Lo siento.

Ella guardó silencio.

—Fue sólo una palabra, Anna —murmuró.

—Estás enfermo —dijo ella.

—Oh, odio —exclamó.

—¿Ves lo que quiero decir?

—Anna, mira —dijo—. Olvídalo. Olvídalo todo, ¿quieres? Simplemente olvídalo. —Insinuó su mano entre los muslos de ella, pero Anna los apretó fuertemente, bloqueándole el camino.

—Vamos, Anna —suplicó él—. Vamos: dije que lo sentía, ¿no? Jodamos de nuevo. Primero te chuparé un poco, si quieres.

Al cabo de un rato, ella relajó sus muslos y permitió los avances de Chip.

Luego se volvió, se sentó y le miró fijamente.

—¿Estás enfermo, Li? —preguntó.

—No —dijo, y consiguió reír—. Por supuesto que no —aseguró.

—Nunca había oído nada así —dijo ella—. «Clasificarse uno mismo.» ¿Cómo podríamos hacerlo? ¿Cómo sabríamos lo suficiente para hacerlo?

—Es sólo algo que pienso algunas veces —dijo él—. No muy a menudo. De hecho, casi nunca.

—Es una idea tan... tan curiosa —dijo ella—. Suena..., no sé..., como pre-U.

—No volveré a pensar nunca más en ello —prometió él. Alzó su mano derecha y la pulsera resbaló hacia abajo en su brazo—. Por el amor de la Familia —dijo—. Vamos, acuéstate y te chuparé un poco.

Ella se tendió sobre la manta, pero su expresión era preocupada.

A la mañana siguiente, a las diez menos cinco, Mary CZ llamó a Chip y le pidió que fuera a verla.

—¿Cuándo? —preguntó Chip.

—Ahora.

—De acuerdo —dijo—. Voy ahora mismo.

—¿Para qué querrá verte en domingo? —quiso saber su madre.

—No tengo ni idea —respondió Chip.

Pero sí lo sabía. Anna VF había llamado a su consejero.

Bajó por las escaleras mecánicas, abajo, abajo, abajo, preguntándose cuánto habría dicho Anna, y qué diría él. De pronto sintió el deseo de echarse a llorar y decir a Mary que estaba enfermo y que era un egoísta y un mentiroso. Los miembros que subían por las escaleras mecánicas se mostraban relajados, sonrientes, contentos, en armonía con la alegre música de los altavoces; nadie excepto él se sentía culpable e infeliz.

Las oficinas de los consejeros estaban extrañamente silenciosas. Miembros y consejeros conferenciaban en algunos cubículos, pero la mayoría de ellos estaban vacíos, los escritorios ordenados, las sillas aguardando. En un cubículo, un miembro vestido con un mono verde permanecía inclinado sobre un teléfono, al que estaba haciendo algo con un destornillador.

Mary estaba de pie sobre su silla colocando unos adornos de Navidad en lo alto del cuadro
Wei dirigiéndose a los quimioterapeutas.
Había más adornos sobre el escritorio, un carrete rojo y otro verde, y el telecomp de Mary estaba abierto a su lado, junto con una taza-termo de té.

—¿Li? —dijo, sin volverse—. Has sido rápido. Siéntate.

Chip se sentó. En la pantalla del telecomp brillaban líneas de símbolos verdes. El botón de respuesta se mantenía apretado con un pisapapeles de recuerdo de RUS81655.

—Quietos ahí —dijo Mary a los adornos y, sin dejar de mirarlos, bajó de la silla. Los adornos se quedaron en su sitio.

Hizo girar la silla y sonrió a Chip mientras la acercaba al escritorio y se sentó. Contempló la pantalla del telecomp y, sin dejar de mirarla, tomó la taza-termo de té y dio un sorbo. Volvió a dejarla sobre el escritorio, miró a Chip y sonrió.

—Un miembro dice que necesitas ayuda —indicó—. La chica con la que jodiste ayer por la noche, Anna —miró la pantalla— VF35H6143.

Chip asintió.

—Dije una palabra sucia —admitió.

—Dos —rectificó Mary—, pero eso no importa. Al menos no relativamente. Lo que importa son algunas de las otras cosas que dijiste, cosas acerca de decidir qué clasificación escoger si no tuviéramos a UniComp para hacer ese trabajo.

Chip apartó la vista de Mary y de los carretes de adornos navideños rojos y verdes.

—¿Piensas a menudo en estas cosas, Li? —preguntó Mary.

—Sólo a veces —respondió Chip—. En la hora libre o por la noche; nunca en la escuela o durante la televisión.

—La noche también cuenta —dijo Mary—. Entonces es cuando se supone que debes dormir.

Chip la miró y no dijo nada.

—¿Cuándo empezó? —quiso saber ella.

—No lo sé —respondió él—. Hace algunos años. En Eur.

—Tu abuelo —apuntó ella.

Chip asintió con la cabeza.

Ella observó la pantalla, luego miró de nuevo a Chip, severamente.

—¿Nunca se te ha ocurrido —dijo— que «decidir» y «escoger» son manifestaciones de egoísmo? ¿Actos de egoísmo?

—Alguna vez lo he pensado, quizá sí —admitió Chip, con los ojos fijos en el borde del escritorio, pasando suavemente un dedo a lo largo de él.

—Vamos, Li —dijo Mary—. ¿Para qué estoy yo aquí? ¿Para qué son los consejeros? Para ayudarnos, ¿no?

Él asintió en silencio con la cabeza.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿O a tu consejero en Eur? ¿Por qué esperaste, perdiste horas de sueño y preocupaste a esa pobre Anna?

Chip se encogió de hombros, sin dejar de mirar su dedo que se deslizaba arriba y abajo por el borde del escritorio.

—Era, en cierto modo..., interesante —dijo.

—«En cierto modo, interesante» —repitió Mary—. También hubiera podido ser en cierto modo interesante pensar en el tipo de caos pre-U que tendríamos ahora si realmente escogiéramos nuestras propias clasificaciones. ¿Has pensado alguna vez en ello?

—No —dijo Chip.

—Bien, pues hazlo. Piensa en un centenar de millones de miembros decidiendo ser actores de televisión y ninguno decidiendo trabajar en un crematorio.

Chip alzó la vista hacia ella.

—¿Estoy muy enfermo? —preguntó.

—No —dijo Mary—, pero hubieras terminado estándolo de no ser por la ayuda que te ha prestado Anna. —Levantó el pisapaleles de la tecla de respuesta del telecomp, y los símbolos verdes desaparecieron de la pantalla—. Toca —dijo.

Chip tocó con su pulsera la placa del escáner, y Mary empezó a teclear.

—Te han sido hechos centenares de tests desde tu primer día en la escuela —dijo la consejera—, y UniComp conserva los registros de los resultados de todos ellos, hasta el último. —Sus dedos revoloteaban sobre la docena de teclas negras—. Has tenido centenares de reuniones con tus consejeros —siguió—, y UniComp sabe todo también acerca de ellas. Sabe qué trabajos tienen que hacerse y quiénes hay para hacerlos. Lo sabe todo. Así pues, ¿quién va a hacer una clasificación mejor y más eficiente, tú o UniComp?

—UniComp, Mary —dijo Chip—. Lo sé. Realmente no deseaba elegir por mí mismo; era sólo..., sólo pensar en esa posibilidad, eso es todo.

Mary terminó de teclear y pulsó el botón de respuesta. La pantalla se llenó de símbolos verdes. Mary dijo:

—Ve a la sala de tratamientos.

Chip se puso en pie de un salto.

—Gracias —dijo.

—Gracias a Uni —respondió Mary, y desconectó el telecomp. Cerró la tapa y accionó los cierres.

Chip dudó.

—¿Estaré bien? —preguntó.

—Perfecto —dijo Mary. Sonrió tranquilizadoramente.

—Lamento haberte hecho venir en domingo —dijo Chip.

—No te preocupes —dijo Mary—. Por una vez en mi vida voy a tener mis adornos de Navidad listos antes del 24 de diciembre.

Chip salió de las oficinas de los consejeros y entró en la sala de tratamientos. Sólo funcionaba una unidad, pero únicamente había tres miembros en la cola. Cuando llegó su turno, metió su brazo tan hondo como pudo en la abertura orlada de caucho, y sintió, agradecido, el contacto del escáner y el cálido hocico del disco de infusión. Deseaba que el hormigueo-zumbido-cosquilleo durara largo rato, que lo curara completamente y para siempre, pero fue más corto de lo habitual, y le preocupó que pudiera haber una interrupción en las comunicaciones entre la unidad y Uni o una escasez de productos químicos dentro de la propia unidad. En una tranquila mañana de domingo ¿era posible que el servicio de asistencia fuera un tanto descuidado?

Dejó de preocuparse, sin embargo, y mientras subía por las escaleras mecánicas se sintió mucho más tranquilo por todo: por sí mismo, por Uni, por la Familia, por el mundo y el universo.

Lo primero que hizo cuando llegó al apartamento fue llamar a Anna VF y darle las gracias.

A los quince años fue clasificado 663D —taxonomista genético, cuarta clase— y transferido a RUS41500 y a la Academia de Ciencias Genéticas. Aprendió genética elemental, técnicas de laboratorio y teoría de modulación y trasplante. Fue a patinar, a jugar a fútbol, al Museo Pre-U y al Museo de los Logros de la Familia. Tuvo una amiga llamada Anna de Jap y luego otra llamada Paz de Aus. El jueves 18 de octubre de 151, él y todos los demás de la academia permanecieron levantados hasta las cuatro de la madrugada para contemplar el despegue de la
Altaira,
luego durmieron y holgazanearon durante medio día de fiesta extra.

Una noche sus padres llamaron inesperadamente.

—Tenemos malas noticias —dijo su madre—. Papá Jan murió esta mañana.

La tristeza se apoderó de él, y debió reflejarse en su rostro.

—Tenía sesenta y dos años, Chip —dijo su madre—. Disfrutó de su vida.

—Nadie vive eternamente —agregó su padre.

—Sí —dijo Chip—. Había olvidado lo viejo que era. ¿Cómo estáis vosotros? ¿Todavía no ha sido clasificada Paz?

Después de hablar un rato con ellos salió a dar un paseo, aunque la noche era lluviosa y eran casi las diez. Fue al parque. Todo el mundo estaba saliendo ya.

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