Un talibán en La Jaralera (2 page)

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Authors: Alfonso Ussía

Tags: #Humor

BOOK: Un talibán en La Jaralera
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RAMONA BIZCARRONDO IRURETAGOYENA

Lugar de nacimiento
: Zumárraga (Guipúzcoa).
Fecha
: 6 de abril de 1945.

Estado civil
: Viuda.

Cocinera de La Jaralera. Extraor dinaria. Ella va a su aire. No se le conocen amores ni deslices.

También heredada, la cocinera vasca de La Jaralera, subcontrata a una pinche para trabajar menos. Y de las sorpresas tampoco se libra.

LUCAS MONTEJO HUERTALES

Lugar de nacimiento
: Don Benito (Badajoz).
Fecha
: 19 de octubre de 1946.
Estado civil
: Viudo.

Chófer de La Jaralera. Su cuenta corriente le permite el lujo de tener un chófer. Es el chófer con chófer de La Jaralera. En principio, un lío.

ELENA GARCILÓPEZ CARLI

Lugar de nacimiento
: Cuenca.
Fecha
: 9 de mayo de 1971.

Estado civil
: Soltera.

Impresionante. Profesora de EGB. Rubia, alta y un tanto miope. Viuda de hecho del tío Juan José. No encuentra a nadie que cubra el hueco del nonagenario golfo. Ama a la ausencia y se vuelca en el cuidado de los niños. El dinero le sale por las orejas.

JOSÉ DE LORENZO SERRANO, PEPILLO

Lugar de nacimiento
: La Almadraba de Campo Soto(San Fernando, Cádiz).

Fecha: 5
de octubre de 1971.
Estado civil
: Soltero

Nació en Santa Fe de Bogotá (Colombia) hace treinta años. Sus padres fallecieron en un accidente de aviación cuando era casi una niña, y se encontró, con toda la naturalidad del mundo, con una inmensa fortuna. En Armenia y Pereira tiene varias estancias, alguna dedicada al ganado y otras a las plantaciones de café. Se crió entre capataces y andariegos, y aprendió a conocer y amar a la gente de su campo. Pero un tío suyo, hermano de su padre, decidió que su posición era merecedora de otro tipo de educación, y la envió a Londres, Madrid y París para refinar su cultura. Y como está muy buena, es simpática, graciosa y políglota -lo mismo habla un inglés perfecto que la jerga de los recolectores-, ha dejado miles de corazones rotos en la cuneta de su camino.

Los años pasados en Inglaterra, España y Francia la pulieron. Estudió idiomas y arte. Se enamoró, en señal de buena educación, de un inglés, de un español y de un francés, a los que despachó cuando se apercibió de que los tres, más aún que de su encanto y belleza, estaban enamorados de sus posesiones. Murió su tío, y fue nombrada consejera del Banco de Bogotá.

Se casó dos veces. La primera con un hombre educado y cortés, fogoso y macho, llamado Óscar Rubén Cañizares. No quiso saber demasiado de su trabajo, pero era rentable. Una tarde lo ametrallaron en Medellín y se enteró de que era conocido como «Cocafina». Renunció a la herencia que le correspondía porque su fortuna es tan grande como limpia. Pero le costó olvidarlo, porque fuera de sus manejos era un tipo divertido y vividor, loco como una cabra, siempre positivo.

Su segundo marido era todo lo contrario. Un celoso tamaño baño. Inhóspito, desconfiado y pesadísimo. No se enamoró; simplemente le nació en su presencia su impulso de madre, porque era como un niño. Se llamaba Simón Bolívar Gutiérrez Eichmann, y mucho nos tememos que su madre fuera hija de un alemán muy rubio que vino a Colombia después de la Segunda Guerra Mundial. Porque Simón Bolívar, de estar callado, hubiera parecido de Nuremberg. Acabó harta de él y se divorciaron. Le dio una buena cantidad de dinero, pero era muy correosón, y le advirtió que si se casaba por tercera vez «balacearía» a su nuevo marido. Y era muy capaz. Cuando se aburre, viaja. Lo hace sola. En Portugal eligió un hotel, el Albatros, que está en Cascais, un pueblillo pesquero cercano a Lisboa. Una noche en el bar, conoció a un personaje fantástico. Estaba como una cuba, bebía sin parar y tenía un mayordomo que de cuando en cuando entraba en el bar y le daba noticias. Se sentó a su lado y no hizo falta que utilizara sus trucos para saber de él. Se lo contó todo. Hasta que no había hecho el amor con mujer alguna a pesar de su edad.

La conmovió. Era como un hombre de otra época, y eso a las colombianas les gusta mucho. Un tímido caballero andante con escudero y todo. Le habló de su casa, La Jaralera, y de su madre, su padre, su vida, su aburrimiento, su fortuna… y de Marisol. Le pareció una locura lo de Marisol, pero lo dejó estar. Al día siguiente almorzaron en un restaurante de Estoril y por la tarde se lo llevó a la piltra. Quiso probarlo. Lo malo es que, incomprensiblemente, sintió por él una pasión verdadera, entre maternal y hembrera.

Y él, lo mismo de lo mismo. Habló con su madre, rompió sus relaciones con Marisol, y le ofreció ser la novena marquesa de Sotoancho, o sea, su mujer. Estalló la guerra. La niña Marisol se comportó correctamente, pero la madre… Hasta utilizó el más miserable de los trucos para suspender su boda por lo civil.

Inesperadamente, dos años después vuelve a España y hace dudar de nuevo al marqués de Sotoancho. Fue la mujer que le hizo hombre y a la que no ha podido olvidar.

ALCOCEBA, EL ADMINISTRADOR

Ha recuperado el puesto de administrador después de algunos años en el paro. Su lugar lo ocupó Perona, que se ha jubilado. Su máxima ilusión es la de ser invitado a comer en el comedor principal de La Jaralera.

Pero suda mucho y Sotoancho no termina de dar el paso. Eficiente y respetuoso, aunque aficionado a meterse en el bolsillo cantidades mal administradas.

DON CRISPÍN

Lugar de nacimiento
: Gumiel de Hizán (Burgos).
Fecha
: 6 de octubre de 1969.

Capellán ayudante en La Jaralera. Mal comienzo con la marquesa viuda, con la que hará buenas migas a pesar de un desagradable y humillante principio de relaciones. Tímido y bien dispuesto, termina por reconocer que acaba de salir del armario.

PRECIOSA REÑONES LEMOS

Lugar de nacimiento
: Algeciras.
Fecha: 19
de mayo de
1975
.

Nueva doncella y ponebaños de la marquesa viuda, que decide llamarla María por considerar indecente que su hijo y don Ignacio la llamen «Preciosa».

MUSTAFÁ AHMED AL-ABOUMI

Lugar de nacimiento
: Isla del Perejil (Su madre tenía allí un rebaño de cabras y le sorprendió el parto mientras las ordeñaba).

Fecha
: 8 de agosto de
1972
.

Jardinero sin papeles. Su encontronazo con la marquesa viuda dará lugar a la trama principal de esta angustiosa narración.

CARMESI DE IRA

Veo un niño y vomito, y tengo cinco. Me dan asco sus pises y caquitas, y cuando Marisol me dice: «Cristián, mantenlo tieso hasta que suelte el aire», me entran arcadas de borracho de vino a granel. Son muy monos, muy rubios -excepto el mayor, que parece un bandolero de Sierra Morena-, y muy buenos, pero estoy de ellos hasta el botón más alto de la bragueta de mis «knikers». Me refugio en el despacho y hago como que trabajo, que tampoco es eso. Tomás aparece con una nota de mi madre, con la que he vuelto a mantener relaciones.

«Querido Cristián: Ponte inmediatamente en contacto conmigo. Acaba de fallecer S.A.R. la Princesa Margarita de Inglaterra. Un beso. Tu madre.»

—Tomás, ha muerto la Princesa Margarita de Inglaterra.

—Una pérdida irreparable, señor.

—Te lo tomas a broma.

—Un mazazo inesperado. ¿Le preparo la maleta para viajar a Londres?

—No, Tomás. Espero poder quedar bien sin moverme de aquí. ¿Sabes por dónde anda mi madre?

—La señora marquesa viuda está de paseo. Acabo de adivinar su figura en la recoleta de los magnolios. Se notaba que luchaba con la pena por el inesperado fallecimiento de Su Alteza.

—Es que ha sido muy desgraciada.

—¿Su madre?

—No, Su Alteza. Se enamoró de un héroe divorciado, y no autorizaron su boda. Se casó después con un fotógrafo.

—Horrible vida, señor. Le abandono por unas horas. Me tengo que llegar hasta el Puerto para ver como va lo de mi casa.

—Por mí no te preocupes. Aunque me dejas solo con el lío de la muerte de la Princesa. Y no bebas, que un día te van a hacer el control de alcoholemia y acabas en la cárcel.

Desde la herencia de tío Juan José, esta casa ha perdido el viejo respeto hacia las jerarquías. Todos son millonarios. Flora, Elena, Pepillo, Manolo, don Ignacio, la cocinera y Tomás. Resulta de alto rango tener un mayordomo con millones de euros, pero echo en falta su antigua condición de pobre. Por ejemplo, en situaciones como la que narro. Se muere la Princesa Marga rita de Inglaterra, y me deja con todo el marrón. El garaje de casa parece un salón del automóvil. Tomás tiene un Mercedes, Flora un Audi, Elena un Citroén, Pepillo un Alfa Romeo y don Ignacio un Range Rover que no entra por la puerta principal. Maldito dinero, que enloquece a los que no están acostumbrados a tenerlo.

Pepillo, el jardinero, me dijo hace dos semanas que no quería trabajar tanto. Y hemos contratado aun «sin papeles» marroquí, un tal Mustafá, del que no sé si fiarme. Tiene unos ojos que dan miedo. Como venga un inspector de trabajo se me cae el poco pelo que me queda, pero no todos los días amanece con tormenta.

Flora, Elena y Fermina la costurera ayudan a Marisol con las cinco larvas, que dan mucho que hacer. Y Manolo el chófer ha contratado por su cuenta a otro chófer, que se llama Andrés, y que sólo le sirve a él. Un lío, porque Manolo es mi chófer, y si yo le digo que me lleve a Sevilla, él obedece. Entonces le dice a Andrés:

—Andrés, lléveme con el señor marqués a Sevilla.

Y así se hace. Yo me siento en la zona derecha del asiento trasero, Manolo en la izquierda, y Andrés conduce. Y nunca se dirige a mí.

—Don Manuel, ya estamos en Sevilla.

—Señor marqués, que ya estamos en Sevilla.

—Pues déjame en Pineda.

—A Pineda, Andrés.

—A sus órdenes, don Manuel.

Un tinglado de los gordos. Para mí, que Manuel piensa en despedirse, porque está de los nervios. Me quedaría sin chófer y sin chófer de mi chófer de un plumazo. Y no es fácil encontrar a un conductor de confianza y que no le canten los pinreles, que es lo más importante para Mamá. A mi madre, que conduzca por la izquierda, que adelante en las curvas y que se le cale el motor no le produce resquemor alguno. Pero el tufillo a pies, no lo soporta. Por eso, cuando nos hace falta un chófer lo anuncia así en el ABC de Sevilla: «Se necesita chófer que no huela a pies.» Y la verdad es que con Manolo ha acertado. En treinta años, ni un renuncio.

Pero vuelvo al principio. Esta casa es un lío, con tantos servidores millonarios. Todos siguen en sus puestos, pero han contratado a un ayudante. Ramona tiene una «pinche» que se llama Rosa, Pepillo a Mustafá, Manolo a Andrés y anteayer, mientras paseábamos, me soltó don Ignacio:

—Tengo echado el ojo a un curita de los de verdad, de los que creen en Dios, que nos va a venir de perlas.

Y mucho me temo, no sé si de perlas o no, que nos va a venir.

La que ha empeorado bastante es Marisol. Hasta se lleva bien con Mamá, que ya no ve en ella una fábrica de pecados. Con la pentamaternidad ha roto en marujona, y no se cuida. Sólo se ocupa de los niños
y
no ha querido recuperar su cuerpo, tan añorado. Como si los cinco niños fueran el punto y final de su vida. Y a mí, que soy un enfermo del sexo, que he pasado de potencial eunuco a tigre desalmado, la abstinencia me está matando. Marisol ha ido de jaca rompiente a percherona, y permanece su carácter adorable, pero ya está en otra cosa. La Jaralera se ha convertido en una guardería, y mi libertad se ha resquebrajado. Toda una vida luchando para alcanzarla, y sólo unos meses disfrutándola.

—¿Se puede, Cristián?

—Adelante, don Ignacio.

Desde que es rico, don Ignacio va como un pincel. Gasta un frasco de lavanda por día y su sotana parece diseñada por Vittorio y Luchino, que son de por aquí. Sospecho de qué se trata.

—Cristián, sólo un ratito, que su tiempo vale oro. -Don Ignacio, ¿sabe algo de mi madre? -Está de paseo. La percibí muy afectada.

—Es que ha fallecido repentinamente la Princesa Margarita de Inglaterra.

—Doloroso trance. Pero creo que su madre no la conocía.

—Pero ella es muy sentida con los óbitos reales. Acuérdese de los dos meses de luto y con la bandera a media asta cuando murió la Princesa Gracia de Mónaco.

—En fin, entre todos la consolaremos. Pero no quiero cansarle, Cristián. Venía a pedirle permiso para alojar en casa a un sacerdote de toda confianza. Me estoy haciendo viejo y necesito ayuda.

—Don Ignacio, por viejo que sea usted, que no lo es, su única obligación es la celebración diaria de la Santa Misa.

—Y los rosarios de su madre.

—Se supone que usted tendría que rezarlos, con o sin Mamá.

—Mire, Cristián. Tiene usted razón, pero la verdad siempre por delante. Estoy vago, y desde que soy rico, he perdido algo de vocación. Por eso he buscado hasta debajo de las piedras, y he encontrado una joya. Es joven, trabajador, piadoso, antiguo en su forma de ser y muy amante del sacrificio. Estoy seguro de que el señor obispo no tendrá inconveniente en aceptar nuestra petición.

—¿Habla con voz de marido? Ya sabe que mi madre odia a los curas tenores.

—No llega a mi tono de barítono, pero cuela.

—¿Maricón?

—Lo contrario. Un casto joven que lucha y vence a diario las tentaciones lujuriosas. Ni armarios ni nada parecido.

—Se lo digo porque en esta casa hay cinco niños que van a crecer.

—Pongo la mano en el fuego que no tiene nada que ver con el de Valverde del Camino.

—¿Le huele el aliento cuando confiesa?

—No tiene fama de ello.

—¿Dice frases como «me siento enojado» o «la sala es una bombonera»?

—Nunca le oí decir tales cosas.

—Y usted, don Ignacio, ¿qué hará durante todo el día?

—Aparte de dedicarme a la oración y la vida contemplativa, hacerle kilómetros al Range Rover. Un coche no puede permanecer con el motor parado durante semanas.

—De acuerdo, podemos probar. Hablaré con Mamá. Pero sólo a prueba. Si no nos gusta, se lo devolvemos al señor obispo.

—Sabía que no me iba a fallar, Cristián. En señal de gratitud, incluiré a la Princesa Margarita de Inglaterra en las preces del oficio dominical.

—A propósito, ¿cómo se llama?

—Don Crispín.

No me dejan trabajar. Sale don Ignacio y entra Pepillo, que anda en amores hondos con Flora. El que la sigue la consigue, que mucho ha sufrido el hombre con Flora de unas manos a otras, desde el Cigala a Tomás pasando por Antonio, el hijo del mayoral, que uno se entera de todo. Flora es buena, limpia, trabajadora y la mejor amiga de Marisol, pero rompió en bastante puta.

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