—¡Querida Elinor!... ¡Eres la mejor amiga que he tenido en mi vida! —tomó una de las manos de la muchacha y la besó con efusión—. ¡Sabes, Elinor, que
te quiero
..., te quiero igual que siempre! A veces, Mary no me parece más que un sueño... Tal vez despierte algún día y me dé cuenta de que ella no existe...
Elinor exclamó:
—Si Mary no existiese...
Roddy repuso con un sentimiento repentino:
—A veces desearía con toda mi alma que no hubiese existido jamás... Tú y yo nos pertenecemos, Elinor..., nos pertenecemos, ¿verdad?
Lentamente, Elinor inclinó la cabeza.
Dijo con un esfuerzo:
—Sí... Nos... pertenecemos.
Y pensó: «¡Si Mary no existiese!»
La enfermera Hopkins dijo emocionada:
—¡Ha sido un funeral magnífico!
Su colega O'Brien respondió:
—En efecto. ¡Y las flores! ¿Ha visto usted alguna vez tantas flores y tan preciosas como aquéllas? Una corona de lilas blancas y una cruz de rosas amarillas. ¡Maravillosas!
La Hopkins suspiró y dio un mordisco a un bizcocho de manteca que tenía en la mano. Las dos enfermeras se hallaban ante una mesa del café El Caballito Azul.
La enfermera Hopkins continuó:
—Miss Carlisle es una muchacha generosa. Me ha hecho un regalo espléndido, aunque no estaba obligada a ello.
—Sí, es una muchacha generosa y muy amable —confirmó la enfermera O'Brien con calor—. Yo detesto la tacañería.
La enfermera Hopkins dijo:
—Ha heredado una gran fortuna.
—Sí —respondió la O'Brien alentadoramente.
Quedaron silenciosas un momento, y la enfermera O'Brien dijo:
—Es extraño que mistress Welman no hiciese testamento.
—Debieran obligar a la gente a que lo hiciese. De esta forma se evitarían muchos disgustos.
—Quisiera saber —interrumpió O'Brien— a quién habría dejado su dinero mistress Welman en caso de que hubiera hecho testamento.
La Hopkins aseguró:
—Yo sólo sé una cosa.
—¿Cuál?
—Que habría dejado una buena suma a Mary... Mary Gerrard.
—Sí, tienes razón. La noche en que llegó miss Carlisle, cuando intentaron tranquilizar a la pobre enferma y, cogiéndole una mano, le preguntó para qué quería que fuese el abogado, mistress Welman dijo: «¡Mary..., Mary!...» Y miss Elinor inquirió: «¿Mary Gerrard?» Y luego dijo que Mary recibiría lo que le correspondiera.
—¿De veras?
—Tengo la seguridad de que si mistress Welman hubiese vivido lo suficiente para hacer testamento, habría habido sorpresas para todos. ¡Quién sabe si hubiera dejado hasta el último céntimo a Mary Gerrard!
La enfermera Hopkins expresó sus dudas ante esta creencia:
—¿Cómo iba a quitar la herencia que le correspondía a los de su propia carne y sangre?
La O'Brien exclamó, sibilina:
—¡Hay carne y sangre y carne y sangre!
—¿Qué quiere usted decir con eso?
—No me gusta chismorrear —añadió la irlandesa con dignidad—, ni quiero manchar el nombre de una muerta.
La enfermera Hopkins asintió con la cabeza, y dijo:
—Eso está bien. Cuanto menos se hable, de menos hay que arrepentirse.
Volvieron a llenar las tazas de té.
La enfermera O'Brien preguntó:
—A propósito... ¿Encontró usted aquella ampolla de morfina?
La Hopkins frunció el ceño.
—No — dijo—. Estuve pensando cómo pude haberla perdido, y he llegado a la conclusión de que debió de ocurrir así:
Puede
que la dejase en la repisa de la chimenea mientras abría el armario, y puede que resbalase y cayese al cesto de los papeles, que estaba lleno, y lo vaciaron en el depósito de la basura cuando salí de la casa —hizo una pausa y prosiguió—:
Debe
de haber ocurrido así... No
puedo
explicármelo de otro modo.
—Sí, eso debe de ser. Me tenía preocupada la idea de que la hubiese perdido en el vestíbulo de Hunterbury... Pero ahora estoy convencida de que
es
como usted ha sugerido muy bien.
Debió
de ir a parar al depósito de la basura.
—No cabe otra explicación, ¿verdad?
La otra asintió rápidamente..., demasiado rápidamente:
—Yo no me preocuparía si fuese usted.
La enfermera Hopkins repuso:
—Yo no estoy preocupada...
Grave y solemne con su traje negro, Elinor se sentó frente a la maciza mesa de escritorio de mistress Welman, en la biblioteca. Frente a ella se extendían varios documentos. Había interrogado a los domésticos de la casa y a mistress Bishop. En aquel momento, Mary Gerrard apareció en el marco de la puerta y vaciló antes de entrar.
—¿Deseaba usted verme, miss Elinor?
Elinor levantó la vista y respondió:
—¡Oh, sí! ¿Tiene la bondad de sentarse aquí, Mary?
Mary se acercó y tomó asiento en la silla que Elinor le había indicado. Volvió el rostro hacia la ventana y la luz cayó sobre ella, revelándola en toda su pureza y haciendo brillar sus dorados cabellos.
Elinor se pasó una mano por la cara y observó a través de sus dedos el rostro de la muchacha. Pensó: «¿Será posible odiar a alguien tanto y no demostrarlo?»
Luego dijo en voz alta y monótona:
—No ignora usted, Mary, que mi tía sentía cierta predilección por usted y que habría deseado asegurar su porvenir.
Mary murmuró con voz ahogada:
—Mistress Welman fue siempre muy buena para mí.
Elinor prosiguió con frialdad:
—Mi tía habría concedido varios legados en caso de haber podido otorgar testamento. Puesto que murió sin hacerlo, yo asumo la responsabilidad de cumplir sus deseos. He consultado a mister Seddon y, siguiendo sus consejos, he confeccionado una lista de cantidades que percibirán los criados y criadas según el tiempo que llevan a nuestro servicio, etcétera...
Hizo una pausa, y prosiguió:
—Naturalmente, usted no puede ser incluida en esa relación —medio se detuvo, creyendo que tal vez aquellas palabras pudieran agradar a la muchacha, pero el rostro de ésta no se inmutó—. Aunque mi tía estaba privada del habla, comprendí que quería legarle una cantidad.
Mary dijo, sosegadamente:
—¡Qué bondadosa era!
Elinor terminó con brusquedad:
—Tan pronto como entre en posesión de la herencia, le entregaré a usted dos mil libras para que disponga de ellas como le plazca.
Mary enrojeció:
—¿Dos mil..., dos mil libras?... ¡Oh, miss Elinor, es usted muy generosa!... No sé qué decir.
Elinor exclamó con voz cortante:
—No es generosidad por mi parte, ni tiene nada qué decirme.
Mary enrojeció ruborizada.
—No puede usted figurarse lo que cambiará mi situación ese dinero.
—Me alegro —dijo Elinor; su voz se dulcificó un poco al preguntar—: ¿Tiene usted algún plan para el futuro?
Mary dijo, rápidamente:
—¡Oh..., sí!... Voy a aprender a dar masajes... Eso es lo que me ha aconsejado la enfermera Hopkins.
—Me parece una idea excelente. Iré a ver a mister Seddon para que me adelante algún dinero tan pronto como sea posible.
—Es usted muy buena, miss Elinor —dijo Mary, agradecida.
—No hago más que cumplir los deseos de tía Laura —y añadió, después de titubear un momento—: Bueno, eso es todo.
La brusca despedida hirió la sensibilidad de la muchacha. Se levantó y dijo con lentitud:
—Muchas gracias, miss Elinor.
Y salió de la habitación.
Elinor permaneció con los ojos fijos en un punto invisible. Nadie habría podido adivinar los pensamientos que surcaban el cerebro de la joven. Continuó sentada, inmóvil, durante largo rato...
Al fin, Elinor fue en busca de Roddy. Le encontró en la sala. Estaba de pie mirando por la ventana. Se volvió bruscamente al entrar Elinor.
Ella dijo:
—¡Ya lo he terminado! Quinientas libras esterlinas para mistress Bishop: ¡ha estado aquí tantos años! Cien para la cocinera y cincuenta para Milly y Olive. Cinco libras esterlinas para cada uno de los otros. Veinticinco para Esteban, el primer jardinero; y, desde luego, algo para el viejo Gerrard, el guarda del pabellón. Todavía no me he ocupado de él. Es un problema... Supongo que habrá que pensionarle.
Hizo una pausa, y luego continuó rápidamente:
—Asigno dos mil libras esterlinas a Mary Gerrard. ¿Crees tú que eso es lo que tía Laura habría querido? Me pareció que era la cantidad apropiada para ella.
Roddy contestó, sin mirarla:
—Sí, en efecto. Siempre has tenido muy buen criterio, Elinor.
Se volvió para mirar de nuevo por la ventana.
Elinor contuvo el aliento un minuto. Luego empezó a hablar nerviosa, precipitada e incoherentemente:
—Hay algo más. Quiero..., es justo..., quiero decir..., que tú recibas la parte que en derecho te pertenece, Roddy.
Cuando él giró sobre sus talones, con una expresión de irritación en el rostro, ella se apresuró a añadir:
—No, escucha, Roddy. ¡No es más que un acto de justicia! El dinero que era de tu tío..., que él dejó a su esposa..., naturalmente suponía que vendría a parar a tus manos. Además, era el propósito de tía Laura. Lo sé por lo que ella me dijo en algunas ocasiones. Y si yo tengo el dinero de ella, tú debes recibir la parte de él; es muy justo. No puedo soportar la idea de que yo pueda haberte robado... simplemente porque tía Laura no quiso hacer testamento. ¡Tú tienes que comprender que esto no es más que justicia!
El rostro largo y sensitivo de Roddy palideció. Dijo:
—¡Dios mío, Elinor! ¿Quieres que yo tenga la impresión de que soy un canalla? ¿Crees por un momento que yo podría..., que yo podría aceptar ese dinero de ti?
—Yo no te lo doy. Es sencillamente un acto de justicia.
Roddy exclamó:
—¡No quiero tu dinero!
—¡No es mío!
—Es tuyo por ley, ¡y esto es lo que importa! Por amor de Dios, trata esto como si fuera un negocio. No quiero tomar ni un céntimo de ti. Espero que no querrás que acepte una limosna.
Elinor exclamó:
—¡Roddy!
Él hizo un rápido gesto.
—¡Ah!, perdona, querida, lo siento. No sé lo que me digo. Estoy tan desconcertado, tan desorientado.
Elinor murmuró suavemente:
—¡Pobre Roddy!...
Él había vuelto la cara del otro lado nuevamente y jugueteaba con la borla de los visillos. En tono indiferente, preguntó:
—¿Sabes tú lo que Mary Gerrard se propone hacer?
—Piensa aprender a dar masajes, según me ha dicho.
—¡Ya!
Hubo un silencio. Elinor se irguió; inclinó hacia atrás la cabeza. Su voz sonaba imperiosa cuando le dijo:
—Roddy, quiero que me escuches con atención.
Él se volvió hacia ella, ligeramente sorprendido.
—Desde luego, Elinor.
—Quiero que hagas el favor de seguir mi consejo.
—¿Y cuál es tu consejo?
Elinor repuso con toda calma:
—No estás muy atado. Puedes permitirte unas vacaciones siempre que quieras, ¿no es verdad?
—¡Oh, sí!
—Entonces..., hazlo. Márchate a alguna parte, al extranjero, por, digamos, tres meses. Vete solo. Traba nuevas amistades y visita nuevos lugares. Hablemos con franqueza. En este momento crees que estás enamorado de Mary Gerrard. Quizá lo estés. Pero no es el instante de abordarla, tú lo sabes tan bien como yo. Nuestro compromiso queda roto. Vete al extranjero, pues, como un hombre libre, y al cabo de tres meses, como un hombre libre, puedes decidirte. Entonces sabrás mejor si realmente amas a Mary o si se trata tan sólo de un capricho pasajero. Y si entonces estás completamente seguro de que la amas, vuelve y dile que estás seguro de no equivocarte, y quizá ella te escuche entonces.
Roddy se aproximó a Elinor. Le cogió una mano.
—¡Elinor, eres maravillosa! ¡Tienes un cerebro tan claro! ¡Eres tan impersonal! No eres mezquina. Te admiro más de lo que puedes imaginarte. Haré al pie de la letra lo que me sugieres. Me marcharé, me apartaré de todo y comprobaré si realmente estoy enamorado o he estado haciendo el idiota. ¡Oh, Elinor! Realmente, no sabes cuánto te aprecio. Me doy perfecta cuenta de que siempre eres mil veces demasiado buena para mí. Dios te bendiga, querida, por tus bondades.
Rápida, impulsivamente, la besó en una mejilla y salió del aposento. Hizo bien, quizá, en no volver la cabeza y ver el rostro de ella.
Un par de días después, Mary comunicó a la enfermera Hopkins su cambio de fortuna.
Aquella mujer, de espíritu práctico, la felicitó calurosamente.
—Ha sido una gran suerte para usted, Mary —dijo—. La difunta señora podía haber tenido muy buenas intenciones para con usted; pero a menos que una cosa esté escrita, las intenciones no significan nada. Podría muy bien no haber recibido ni un céntimo.
—Miss Elinor manifestó que la noche en que mistress Welman murió le dijo que hiciera algo por mí.
La enfermera Hopkins resopló.
—Es posible. Pero muchas personas lo habrían olvidado después. Los parientes son así. ¡Puede estar segura de que he visto muchas cosas en mi vida! Gentes que al morir decían que sabían que su querido hijo o su querida hija cumplirían sus deseos. De diez veces, nueve, el querido hijo o la querida hija encontraban algún motivo para no realizarlo. La naturaleza humana es la naturaleza humana, y a nadie le gusta separarse de su dinero, a menos que se vea obligado. Miss Elinor sabe cumplir mejor que la mayoría.
Mary murmuró, lentamente:
—Y, sin embargo..., tengo la impresión de que no me quiere.
—Tiene sus motivos —dijo la enfermera Hopkins bruscamente—. No ponga esa cara de inocente, Mary. Mister Roderick la está asediando desde hace algún tiempo.
Mary enrojeció.
La enfermera continuó:
—Se ha enamorado de usted. ¿Qué me dice? ¿También está enamorada de él?
Mary contestó, titubeante:
—No..., no lo sé.... No lo creo. Pero, desde luego, es muy simpático.
—¡Hum! —murmuró la enfermera Hopkins—. ¡No sería para mí! Es uno de esos hombres nerviosos y muy exigentes en la comida también. Los hombres no sirven para gran cosa, aun en el mejor de los casos. No se precipite, Mary. Usted es muy bonita y puede escoger. Miss O'Brien me dijo el otro día que usted debería dedicarse al cine. Las rubias son muy populares, según he oído decir siempre.