»Parece no advertir mi cambio de posición y continúa:
»—
Latifondo
es la palabra que se utiliza para describir grandes extensiones de tierra. Una persona que posee estas grandes extensiones de tierra se conoce como
latifondista
. Yo soy un
latifondista
, Tosca.
»Está bien, al menos ha reconocido que es un
latifondista
, aunque todavía sigo sin entender qué tiene que ver el hecho de ser propietario de grandes extensiones de tierra con que le gusten los "lechos hondos". Él habla y hace girar la pluma estilográfica y yo procuro prestar atención.
»—Heredé tierras tanto de mi padre como de mi tío y, a lo largo de los últimos dieciocho años en los que la propiedad ha estado exclusivamente a mi cargo, he hecho muy poco para sacarle el máximo provecho. Sólo se cultiva una parte relativamente pequeña de los campos, destinamos otra parte al pastoreo y el resto se deja en barbecho. La verdad es que la mayoría de mis tierras están abandonadas. No he hecho ninguna inversión en equipo ni en sistemas de riego. No he construido ni siquiera caminos modestos para facilitar el transporte de las cosechas, si las hubiera.
»Se ve que le cuesta ir al grano. "Pastoreo", "abandonadas" y "riego" son tres palabras que suenan más fuerte que el resto, pero no alcanzo a entender qué tengo que ver yo con lo que dice. De todos modos, lo miro fijamente, como si lo comprendiera todo. Con sabiduría y con la boca fruncida, asiento de vez en cuando y él prosigue.
»—Muchos
latifondisti
se oponen a las reformas que el Estado está empezando a plantear para solucionar la miseria a la que tantos sicilianos intentan sobrevivir. La devastación de la guerra no se podrá superar sin reformas, pero Roma es terriblemente lenta. Pasarán años antes de que las leyes se aprueben y más años antes de que alguien empiece a hacerles caso, si es que alguien lo hace. Al Estado, al gobierno italiano, no le interesa dar de comer a los pobres. Somos los propietarios los que debemos cambiar las cosas.
»Ahora ha despertado mi atención. Su voz es suave, casi un susurro:
»—Por toda la isla, por todo el
mezzogiorno
, el sur, los campesinos están provocando disturbios. Se están muriendo de hambre y ven a sus bebés morir de hambre, a pesar de que estamos, y ellos están, rodeados de tierra, tierra en barbecho, una tierra fértil en barbecho que podría producir más alimentos de los que los campesinos hayan soñado jamás. Sin embargo, el hambre es histórica en esta isla, Tosca. Siglos de hambre que sólo se interrumpían de vez en cuando por una hambruna y los llamados afortunados, los aparceros, por ejemplo mis apareceros, apenas prosperan. La
mezzadria
es una lacra medieval. Más esclavos que agricultores, los aparceros rara vez reciben la mitad que, como su nombre indica, les corresponde. La mayoría de los terratenientes, los
latifondisti
, sólo les dejan lo suficiente para mantenerse en pie, apenas lo necesario para que sigan siendo productivos. Los nobles se dan festines y los campesinos los mantienen. Quiero que eso acabe, al menos en mi propia tierra. Mi esposa dice que soy un fanático y creo que Cosimo está de acuerdo con ella.
»Me sorprende la familiaridad que utiliza para hablar de Simona. No dice que ella espera en la capilla ni que llegará tarde a la mesa, sino algo que los dos han conversado en privado.
»—No pretendo que desaparezca la aristocracia terrateniente, sino dejar de explotar, aunque sea involuntariamente, a mis propios campesinos. Lo que decidan hacer o no hacer los demás miembros de mi clase desapasionada es cuestión suya. Si prefieren el absolutismo y la represión, allá ellos.
»Repite "allá ellos" una y otra vez.
»—Tosca,
tu ricordi quel ragazzo che suonava il mandolino durante la festa vicino al fiume?
¿Te acuerdas del joven que tocaba la mandolina durante la fiesta junto al río?
»—Sí, los recuerdo a los dos —le digo, pensando en sus pantalones de vestir sustraídos.
»—El que se llamaba Filiberto, ¿sabes quién te digo?
»—Sí —repito con más énfasis.
»—Pues bien, hace un tiempo, no sé, puede que dos o tres semanas atrás, alguien, no sé quién, anduvo por el
borghetto
hablando con varios hombres, varios jóvenes. Estaba reclutando gente. Buscaba a los que parecían más desesperados entre los campesinos. Los que reclutan reconocen las señales. Se fijó en Filiberto, que tiene a los dos padres enfermos y cuyos hermanos, cinco en total, siempre tienen hambre. Pues bien, el reclutador se fijó en él. La desesperación hace buenos desesperados, ¿sabes? El reclutador ofreció a Filiberto comida y medicamentos: la comida y los medicamentos que yo debería haberle proporcionado, la comida y los medicamentos que, por orgullo, el muchacho no me pedía, no me suplicaba, a cambio de hacer algo muy sencillo, un trabajo que le llevaría unos momentos. Sin embargo, primero invitó a Filiberto a ir con él y sus amigos a un lugar situado en las montañas, lo sentó a su mesa, donde juntos comieron y bebieron y rieron y fumaron cigarros. Sedujeron por completo al desesperado Filiberto y le pidieron que formara parte de un club, le estaban pidiendo que se afiliara. Haría un trabajo de hombres. Aquello estaba bien, sonaba bien. Después de todo, estaría colaborando con su familia, ¿no es cierto?
»—Los estoy oyendo, Tosca. Sé exactamente lo que dijeron: "Quédate tumbado bien quieto bajo el olivo que tiene el tronco partido al medio —le dijeron— y, cuando pase el hombre de la camisa verde, dispárale a la cara. Pues sí, destrozar la cara de un hombre es la peor afrenta. Apúntale a la cara. Habrá una luna brillante, Filiberto, conque verás el blanco con toda claridad y tú estarás situado justo en su camino. Dispárale a la cara. Sabes disparar, ¿verdad, Filiberto? Todo buen campesino sabe disparar. Ten, aquí tienes tu
lupara
, tu escopeta. Cuando el hombre de la camisa verde cruce el camino que conduce al bosque, aprieta el gatillo. Espera cinco segundos, presta atención y vuelve a disparar. Métete en el bosque y corre a tu casa. Duerme. Mañana tendrás los sacos a la puerta de tu casa: alubias, arroz, patatas, azúcar, café, cigarrillos, los medicamentos en una caja blanca, antes del amanecer".
»Se había levantado de la silla para caminar. Se había puesto a gritar, cuando no susurraba. Cuando mira hacia mí, ve que tengo la cabeza agachada y piensa que estoy llorando. Estoy llorando, tragándome los sollozos casi en silencio.
»—Tosca, perdóname. No tenía intención de contarte todo esto; sólo quería hablar contigo de… de ti. De ti y del
borghetto
.
»—Ha hecho bien en decírmelo. —Me he puesto a sollozar sin ninguna compostura—. ¿Y Filiberto? ¿Qué ha sido de él?
»—Lo entierran mañana. No había ningún saco delante de la puerta de su casa ayer antes del amanecer y cuando fue a tratar de encontrar el camino de regreso a aquel lugar en las montañas, lo mataron y arrojaron su cuerpo a la puerta de la casa de su madre: un fardo grotesco y sin rostro. —El príncipe llora—. Que Dios me ayude, ¿por qué te lo he contado? No lo sabe nadie en el palacio o nadie lo sabe todavía o tal vez sí, pero este asunto concierne al
borghetto
; ellos se harán cargo solos y no quieren saber nada de mí, de nosotros. El dolor es demasiado grande. La tragedia les pertenece sólo a ellos.
»—¿Por qué?
»—¿Me estás preguntado por un motivo, una razón? Podría ser la facilidad con la que convencieron a Filiberto para hacerlo, tal vez aquellos hombres lo consideraron débil, que podían comprarlo a cambio de arroz y cigarrillos; sí, es posible que lo consideraran débil y por eso lo utilizaron y se deshicieron de él: no era el material adecuado.
»—Pero si aquellos hombres eran asesinos, ¿por qué no mataron ellos mismos al hombre de la camisa verde? ¿Por qué tuvieron que buscar a alguien como Filiberto para hacerlo por ellos?
»—Es una muestra de su idiosincrasia siciliana: se sitúan al margen y, por tanto, cualquier forma de razón o de ley que no sean las suyas les resulta indiferente. En Sicilia no hay Estado. El gobierno irresponsable que se impone desde Roma no ha podido salvar nunca el abismo estrecho de mar que separa Sicilia de la península. Los sicilianos del campo han vivido como bandoleros tanto tiempo como el que han pasado hambre. No hay un Estado que proteja a los sicilianos y los hombres se han construido su propio Estado. Tal vez sea la propia Escila la que mantiene a los jefes de Estado bajo el agua mientras entona su canto de sirena y los golpea contra las rocas según le plazca. Sí, tal vez sea Escila la que ha impedido que el Estado llegase a Sicilia. Los hombres que mataron a Filiberto, y es muy probable que ni siquiera fueran los mismos con los que celebró el pacto, decidieron que, en cierto modo, era problemático: no tenía malicia, no tenía valor. Es posible que la persona que ordenó su muerte pensara que no era bueno. ¿Sabes?, estos clanes, estos bandidos, creen en su propia bondad, en su rectitud. —Se acerca a mi silla y me pone las manos en la cara—. Mi pequeña y penosa revolución y yo hemos llegado demasiado tarde. Es demasiado tarde, ¿no es verdad, Tosca?
»—No. Ni siquiera un príncipe podría haber cambiado el destino de Filiberto y no creo que pueda cambiar el mío, tampoco. Si piensa que porque haya ocurrido esto ya no querré ir a vivir allá abajo, piénseselo mejor, porque me da más ganas de ir.
»—Claro,
sempre di più
, siempre más. Aún ahora, las consecuencias de la
festa
siguen afectando tu romanticismo y, curiosamente, después de todo lo que ha pasado, me siguen afectando a mí también; sin embargo, la historia de Filiberto nos ha hecho caer violentamente en la cuenta de que la
festa
no era una representación de la vida cotidiana en el
borghetto
. Desde que mi padre estaba vivo, no ha habido nada semejante.
»—En lugar de dejarlos reunir los medios para celebrar un festejo austero, que yo habría podido realzar mediante el envío de algo dulce o de lo que pudiera convencer a las cocineras para que hicieran, esta vez envié a un chófer a traer sardinas frescas de Trapani. Cosimo y yo fuimos a los mercados de Enna y trajimos las mejores frutas y verduras que pudimos encontrar. Abrí barriles de la bodega del palacio, hice traer leña. Hice lo que debería haber hecho durante estos quince o veinte años desde que murió mi padre, pero no seguí su ejemplo, su ejemplo generoso y afectuoso. Opté por seguir la cultura de los ricos y los pobres; la acepté como una verdad de la sociedad y dije a los hambrientos que trabajaban para mí que comieran del famoso pastel. Me quedé sentado, disfrutando de mis pasiones en mi silla de montar o en mi sillón de lectura o en la mesa y, de vez en cuando, bajaba al
borghetto
a fingir conmiseración o a presentar respetos fugaces en un bautizo o en una boda, o a depositar una flor sobre un ataúd. Sí, también bajaba a veces a beber vino con el padre de alguna niña que despuntaba, para observarla como si fuera un caballo que me gustaría comprar, y con frecuencia me marchaba con el compromiso de otro
jus primae noctis
, el derecho de pernada. No te estoy diciendo que yo sea malvado o ni siquiera que no tengo compasión. Lo que te digo es que he sido innoble y admitirlo puede ser la forma suprema de la propia autocondenación de un hombre. He sido petulante, pretencioso y frívolo. He sido corrupto en mi pasividad. Hizo falta una guerra, Tosca, para despertarme. He visto cosas en el
borghetto
durante estos años, de las que hemos sido testigos Cosimo y yo, que no olvidaré jamás. Aunque es posible que yo no fuera el responsable directo de aquel sufrimiento, no estoy exento de culpa. De lo que le ocurrió a Filiberto soy el causante y tendré que vivir con ello lo mejor que pueda.
»—Filiberto tomó una decisión.
»—Filiberto tomó una decisión desesperada.
»—Puede ser, pero la mía no es una decisión desesperada. No fue la
festa
lo que provocó en mí el deseo de vivir en el
borghetto
, sino la gente, señor, los propios campesinos. Soy como ellos y quiero estar entre los míos.
»Guarda silencio durante un rato que parece largo, como si la pluma estilográfica verde y negra lo absorbiese por completo.
»—Es una conclusión interesante. Lo que quieres decir es que quieres volver a casa. Es así, ¿no es cierto?
»—No lo había pensado exactamente de esa manera, pero sí: ahora que lo dice, es mi regreso a casa. El
borghetto
es mi casa.
»Lo digo lentamente, analizando las palabras y pensando si serán ciertas.
»—¿No te parece que, si tuviera la oportunidad, cualquiera de las jóvenes de tu edad o más jóvenes o mayores, casi cualquiera del
borghetto
, cambiaría de lugar contigo?
»—Puede que cualquiera de ellas lo quisiera, al menos durante un tiempo, hasta que sienta el tirón del parentesco, la necesidad de estar entre los miembros de la propia tribu. Aquello de lo que usted no puede prescindir es muy diferente de aquello de lo que no podemos prescindir nosotros y mi hermanita lo comprendió mucho antes que yo.
»—Pero ¿lo comprendes ahora? Ya veo. Una vez más, estás actuando como una romántica, pero sigamos adelante. Ya sabes que los campesinos no bailan y cantan todos los días. Bien. Y debes de saber que trabajan mucho más de lo que descansan. Lo sabes, ¿verdad? Pero ¿sabías que a menudo no tienen suficiente comida en la mesa? Mis propios campesinos pasan hambre, Tosca, mientras nosotros, aquí arriba, cuando ya estamos saciados, aún esperamos que nos sirvan algún postre imponente y tembloroso que mordisqueamos como si estuviera hecho de gelatina envenenada.
»—Pero yo sé que las cocineras envían al
borghetto
cestas y cajas llenas de comida.
»—Sí, las sobras de nuestra mesa se dan a los campesinos, alimentan a los animales. Desprenderse de lo que uno no quiere no es dar. Puedo hacer algo mejor y lo haré, Tosca. No volveré a conservar nada que merezca la pena dar. No soy tan romántico como para pensar que puedo compensar a esta gente por lo que sufre ni por la pobreza histórica que es su legado, que lo ha sido: que ha sido su legado, pero puedo ayudarlos ahora. El abuso puede acabar conmigo. ¿Me ayudarás?
»—¿Ayudarlo significa que no podré vivir allá abajo? ¿Ayudarlo quiere decir que no podré cumplir este deseo? Por favor, no me trate como a una niña. No soy una niña, señor, y creo que nunca lo he sido. Además, ¿qué podría hacer yo para ayudarlo?