Jorge nunca iba a poder pagarlo.
No funcionaría ni aunque pidiera dinero a Javier, Jimmy y Tom. Tendría que volver a casa y desenterrar el resto del
cash
.
Ya podía olvidarse del tema.
Llamaron a la puerta. Una de las tías que solía estar en la recepción metió la cabeza. Jorge estaba en la cama viendo la tele.
—
Mister, there is a man wants to talk to you. Phone
.
[62]
Jorge se levantó. Bajó a la recepción. No había teléfonos en la habitación en ese sitio.
—Qué hay, ¿qué pasa?
Era Tom. Parecía estresado. Jorge quiso saber qué le pasaba.
—Es la hostia, tío.
—¿Qué ha pasado?
—La policía tailandesa ha detenido a Babak.
—¿Cuándo? ¿Por qué?
Tom parecía estar a punto de llorar.
—Lo pillaron en medio de la noche. Jimmy y yo estábamos por ahí de fiesta. Parece que entraron en su habitación sin más. Va sobre el asunto de Suecia.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Nos enviaron un mensaje que explicaba adónde lo habían llevado. Una comisaría de aquí cerca. ¿Sabes cómo son las comisarías tailandesas? Las celdas tienen rejas que dan a la calle junto a la entrada oficial de la comisaría. Con tal de soltar un poco de tela a los guardias, puedes acercarte para parlotear con los que están metidos, unos mil bahts o así. Así que eso fue lo que hice.
—No me jodas. Bien hecho. ¿Y qué pasó?
—Estuve hablando con él un cuarto de hora. Han informado a Babak de que hay una orden de arresto internacional contra él. Que van a negociar la extradición a Suecia. También ha visto a un abogado tailandés. Tardarán por lo menos dos semanas en enviarlo a casa. Parece que no hay tratado oficial de extradición entre Tailandia y Suecia, así que tienen que tramitar todo a través de embajadas y esas cosas. ¿Lo pillas?
—Sí, sí. Mierda. ¿Qué más dijo?
—No está contento, Jorge. Está a punto de reventar, ya lo sabes. Y ahora ha visto papeles de Suecia con las sospechas contra él. Se la jugaste, tío.
Jorge no pillaba lo que estaba diciendo Tom. Se la había jugado al Finlandés, a los otros tíos, Tom incluido. Pero no se la había jugado a Babak.
—Le han informado de su coche —continuó Tom—, el Range Rover. Se ha enterado de que la policía lo estuvo persiguiendo unas semanas antes del robo. Mahmud y tú ibais dentro. Y la sudadera de Babak también. Ahora tienen más pruebas para relacionar el puto coche con su persona. Porque la sudadera ha quedado grabada por cámaras. Y nadie se lo había contado.
Jorge lo pilló. Él: un idiota.
Él: un IDIOTA.
J-boy se había largado del coche de Babak cuando él y Mahmud llevaban la pipa encima. El asunto era que ni él ni Mahmud se lo habían contado a Babak. Y ahora volvía rebotado como una bala.
—Joder, si no pasó nada aquella vez —dijo—. Aquello da igual. Tendrá que espabilar.
—Tu opinión le importa una mierda. Babak dijo que, como no le ayudes cuando vuelva a Suecia, él va a cantar más que un soplón con inmunidad diplomática.
—¿Qué mierda es esa?
—¿Qué eres, un poco lerdo? Como no le saques del arresto, va a enterrarte.
Parada cerebral.
Cortocircuito de pensamientos.
Silencio de ideas.
Jorge no sabía qué pensar.
Qué hacer.
Qué contestar.
Pensaba que ya había tocado fondo.
Y ahora esto.
H
ägerström llevaba unas dos semanas en el lugar. La comida le producía nostalgia. Le gustaba el tiempo, el olor en las calles y la educación de los tailandeses. Pero echaba en falta Bangkok. Phuket era un destino turístico muy cutre. Y el hotel debía de ser uno de los más asquerosos en los que se había alojado nunca.
El primer día vio a Jorge brevemente. El tío le contó por qué le había hecho venir; no sonaba como un propósito especialmente criminal. Pero Hägerström esperaba enterarse de más cosas. Una cosa sí estaba clara: Jorge Salinas Barrio no era un don nadie. JW había pedido a Hägerström que le llevara un sobre al tío. Lo abrió a escondidas y echó un vistazo al contenido; un resumen de los informes policiales sobre Jorge. JW debía de tener un contacto en la policía que le había pasado el documento. Eso ya de por sí resultaba incómodo.
En los días que siguieron, Hägerström se mantuvo al margen. Paseaba por la ciudad y visitaba las comunidades de la isla. Alrededor de cada complejo turístico había decenas de restaurantes, bares y cafeterías. Patong Beach, Karon Beach, Kata Beach. Solo las playas de Mai Khao y Nai Yang formaban una orilla urbanizada de más de dieciséis kilómetros, con más de quinientos posibles locales susceptibles de ser comprados. Echaba un vistazo a los sitios que pudieran ser interesantes para Jorge. Por las noches probaba la cerveza en los mismos garitos. Evaluaba la clientela, el número de empleados, trataba de calcular mentalmente la facturación. Estaba esperando a que Jorge lo llamara otra vez.
Unas semanas más tarde, Hägerström estaba en el restaurante junto al hotel.
Estaba pensando en Pravat. Era tan raro: el bichito, el granuja de papá, su niño, iba a empezar el cole.
Pensó en el último fin de semana que se habían visto. Pravat quería dormir en su cama. Y nada daba más paz a Hägerström que estar junto a su hijo dormido. Era como si la calma de Pravat tranquilizara la agitación de su propia alma. La respiración del chico envolvía sus demonios en una niebla relajante. A Hägerström no le preocupaba ni la investigación ni sus propios retos. Estaba tranquilo, sin más. Fue uno de los mejores fines de semana de su vida.
Levantó la mirada. Abandonó sus pensamientos. Una voz cerca de él decía algo que pudiera ser sueco:
—Sho bre
.
El que estaba junto a la mesa era el colega de Jorge, Javier.
El tío sacó una silla.
Hägerström lo miró.
—Hermano, ¿no pillas lo que estoy diciendo? —dijo Javier.
—Pues no.
—Pero comprenderás ese tipo de jerga, has sido chapas, ¿no?
El tío se sentó. Hägerström seguía mirándole con cara de pocos amigos. No sabía si Javier le estaba tomando el pelo o no.
—Ok, guay —dijo—. Pero también entiendo el sueco. ¿Tú lo hablas?
Javier se rio lentamente.
—Hablo tres lenguas.
—¿Qué, español, sueco y ese galimatías?
—No, ese galimatías
es
sueco, aunque ya no hablo de esa manera. Son sobre todo los críos los que andan con ese
brushan
por aquí,
brushan
por allá. Me refiero a la tercera lengua,
the international language
.
Hägerström levantó las cejas.
—The language of sex
.
Hägerström levantó la botella de Singha.
—Brindemos por ello.
Javier levantó su vaso.
—Ahora cuéntame, ¿qué haces tú aquí?
De nuevo Hägerström no sabía qué contestar. No tenía ni idea de por dónde iba a salir aquel tío. Trató de captar el ambiente, interpretar la voz amodorrada de Javier. Era diferente.
—¿Sabes cuánto gana un chapas?
—Más de lo que ganamos nosotros aquí.
—Puede ser, pero todo ello es una mierda. El Estado sueco nos engaña. Trabajamos como cabrones, ¿y qué nos dan a cambio?
—Al menos sabes que te dan
algo
.
—He currado como un negro. ¿Sabes qué hacía antes de convertirme en chapas?
Javier negó con la cabeza.
—Pues adivina entonces, hermano.
Javier soltó una sonrisa socarrona.
El tío le recordaba lo poco que había visto de Jorge. La misma dicción, la misma jerga, la misma manera de moverse. Javier era más lentorro; la voz amodorrada era del hachís. Aun así, tenía otra intensidad comparado con Jorge. Un brillo en los ojos que parecía más desenfadado.
Cuando Javier, después de media hora, se enteró de que Hägerström había sido policía, no parecía sorprendido. Probablemente, Jorge ya se lo había contado. Quizá fingiera que no le importaba, sin más.
Unos días más tarde, Javier volvió a acercarse a Hägerström.
Durante el día, Hägerström había dado vueltas por la península con Jorge, paseando por las playas y señalando qué sitios estaban en venta. Llevaban un listado de una inmobiliaria en tailandés, en el que Jorge había apuntado cosas.
Javier se sentó sin pedir permiso. Pidió una cerveza.
—Qué, ¿encontráis algo?
Hägerström suponía que se refería a la búsqueda de bares.
—Hay muchos sitios por aquí que están en venta. Pero ya sabes, es una cuestión de precios y también de otras condiciones, los ingresos que puedas obtener a corto y medio plazo.
Continuaron charlando. Javier dijo que algunos colegas suyos podrían venir.
Hägerström trató de averiguar cuánto tiempo llevaban en Tailandia, qué estaban haciendo allí, por qué habían venido. Javier fue sincero, pero sin revelar detalles.
—Bueno, hay cosas de las que no se habla, ya sabes.
Javier también le hizo preguntas a él. Tal vez tratara de sacar algo de Hägerström. De dónde era. En qué penitenciarías había trabajado. Por qué había dejado la policía.
El tío era majo, pero sin llegar a ser exageradamente agradable. Tampoco era algo que se pudiera esperar de una persona que sabía que había sido policía. A pesar de todo, era abierto, hablaba mucho de sexo, de Tailandia en general y de su infancia en Alby. Javier no era un pipiolo, eso estaba claro.
Hägerström tomó la decisión de pedir a Torsfjäll que averiguara todo lo que pudiera sobre aquel tipo dentro de unos días.
Interpretó su papel. Soltó su historia por enésima vez: ahora odiaba la autoridad policial. Quizá ya hubieran sacado toda la información sobre él; lo cierto era que JW tenía un contacto dentro. No pasaba nada. Torsfjäll ya había metido a Hägerström en el registro de investigación por sospechas no verificadas de delito de tráfico de drogas, agresión y receptación.
Siguieron pimplando. Javier hablaba cada vez más de su intención de llevarse a Hägerström para enseñarle las tías de aquel poblacho. Hägerström trató de escurrir el bulto. No quería verse en una situación en la que tuviera que acostarse con una prostituta para demostrar algo. Posiblemente había llegado la hora de irse a la cama.
Javier dejó el tema por el momento. Pidieron dos copas con sombrillas. Javier parloteaba sobre la obligación de un gánster de no tener demasiados intereses secundarios si quería ser auténtico. Si querías llegar a ser alguien, no podías estar demasiado pendiente de música o de deportes.
Continuaron parloteando. Javier metía preguntas sobre Hägerström cada cierto tiempo. ¿Tenía hijos? ¿En qué unidad de la policía había trabajado? ¿Cómo se había sentido cuando le despidieron?
—Venga, tío. Las tías de por aquí están buenas —volvió a insistir al cabo de una hora.
—Bah, quedémonos aquí. No tengo ganas —dijo Hägerström.
—Qué pasa, ¿eres marica o qué?
Hägerström ignoró el comentario.
—Vamos, enséñame que eres un hombre. Apúntate.
Hägerström se limitó a sonreír.
—Quieres hacerlo, lo veo en tu cara. Quieres hacerlo. ¿No tendrás mujer en casa?
Hägerström negó con la cabeza.
—Venga ya, joder. Solo porque seas vikingo no hace falta ser tan cagón.
—Mejor volvamos al hotel —dijo Hägerström finalmente—. Allí también habrá tías.
Ahora tenía que saber jugar sus cartas. No tenía ninguna gana de acabar haciendo cosas cutres con una mujer. Y al mismo tiempo necesitaba ganarse la confianza de Javier. Si se rajaba, podría perder demasiado.
Se levantaron, pagaron y caminaron el centenar de metros que les separaba del hotel donde estaban alojados. Se sentaron junto a una mesa del bar. La decoración era la de siempre: farolillos de colores, hojas de palmera y figuras de Buda por todas partes.
Hägerström se notaba un poco borracho. Javier comenzó a hablar de otras cosas. El tío hacía continuos viajes a la barra para pedir diferentes cócteles.
—Quiero enseñarte una cosa —dijo Javier.
—Vale, ¿qué?
—Aquí no. En mi habitación.
Hägerström se preguntó de qué se trataría.
Subieron por las escaleras. La habitación de Javier era una minisuite con un minidormitorio y una minicocina. A Hägerström le sorprendió lo limpia que estaba. Aunque quizá solo fuera porque el personal del hotel hacía su trabajo.
Javier se sentó en el pequeño sofá. Tenía un cóctel en la mano que había subido del bar de abajo.
Hägerström se puso junto a la ventana. Miró la obra de un hotel que estaba en construcción al otro lado de la calle. Andamios hechos de bambú, lonas y contenedores. En breve empezarían otra vez. El ruido de los taladros y de los camiones que iban y venían.
Javier sacó su móvil y comenzó a toquetearlo.
—Siéntate en el sofá, tío.
Hägerström se preguntó qué sucedería a continuación. ¿Qué era lo que Javier quería enseñarle?
Llamaron a la puerta.
Javier sonrió. Abrió la puerta.
Fuera había dos chicas tailandesas en el pasillo. Faldas cortas, camisetitas cortas, coletas con lazos en el pelo.
Era evidente qué eran.
La sonrisa de Javier se hizo más amplia.
—Ya está aquí mi sorpresa. Ahora nos lo vamos a pasar bien, tú y yo.
De repente, Hägerström se sintió totalmente sobrio.
L
as persianas estaban bajadas en la biblioteca. Además estaba oscuro fuera. Natalie había encendido los apliques y las lámparas que estaban en los estantes más bajos. El papel pintado no reflejaba demasiado la luz. Todo adquirió un tono azul oscuro: los mapas de Serbia y Montenegro, los cuadros que mostraban escenas de diferentes batallas y ríos europeos, y los iconos de los santos.
Era como si fuera una película. Pero sucedía de verdad.
Natalie estaba sentada en la butaca de cuero de su padre.
Sí;
ella
estaba sentada en la butaca. Y alrededor de ella, en los otros sillones, estaban Göran, Bogdan, Thomas y uno que se llamaba Milad. Los hombres de su padre.
Sus hombres.
Era la primera vez que les había invitado a la biblioteca. La primera vez que había convocado una reunión. Con este encuentro se hacía más o menos oficial.
Natalie Kranjic era la nueva jefa.
Göran ya lo sabía. Ella llevaba semanas discutiéndolo con él, y ahora el comportamiento de Stefanovic no le dejaba otra alternativa. Thomas también lo había sospechado, aunque el hecho de que él estuviera allí era un paso atrevido. El tío no dejaba de ser vikingo y además había sido madero; ahora estaba en la sala de reuniones con los demás, formando parte del círculo más cercano. Pero Natalie confiaba en él, era seguro y llevaba meses apoyándola. Y lo que era más importante: Göran aseguraba que su padre tenía la misma impresión sobre él. Esto ya de por sí habría sido una razón de peso suficiente.