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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Thriller

Utopía (29 page)

BOOK: Utopía
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Pasó las manos por la pared, dominado por la frustración de no saber cuál de todas estas cosas servía para abrir la puerta de mantenimiento.

—Señor, tengo que pedirle que se marche —dijo la acomodadora.

En aquel momento, Warne vio un débil trazo rectangular entre los instrumentos. Llevado por un impulso apoyó las manos en los bordes y empujó. Se abrió una compuerta que daba paso a un pasillo en penumbra. Se agachó un poco para pasar por la apertura y cerró la puerta sin hacer caso de las protestas de la empleada.

En las tripas de la atracción, todo era diferente. El aire era húmedo, y desde arriba llegaba el fuerte repiqueteo de la lluvia. Había una pasarela con el enrejillado que chorreaba agua lo mismo que el pasamanos. Warne miró en derredor, en un intento por orientarse en la oscuridad. Al mirar hacia arriba, con el rostro empapado, escuchó una voz interior que le decía: «Esto no es una conducta normal, compañero. ¿Exactamente qué crees que puedes hacer? ¿Por que no vuelves y esperas tranquilamente? Saldrá dentro de un par de minutos»

No hizo caso. Racional o no quería estar con su hija de inmediato. Por si acaso.

Siguió caminando por la pasarela principal, que subía trazando una gran espiral. A su derecha, por el lado interior de la espiral, la pasarela se apoyaba en una pared de cristal negro, a la izquierda había largas hileras de ordenadores, mecanismos hidráulicos, y un complejo entramado de cañerías que venían desde algún lugar más abajo y desaparecían en la oscuridad de las alturas.

Continuó subiendo, cada vez más desconcertado. ¿Donde estaban las barquillas? Lo lógico era pensar que subían a través del espacio hacia la nave nodriza. Sin embargo, la nave nodriza se encontraba en el fondo: la trayectoria parecía venir desde arriba. No tenía ningún sentido, la arquitectura era errónea. ¿Era posible que se hubiese desorientado y ahora estuviese avanzando en la dirección opuesta? En cualquier caso, dentro de unos pocos minutos Georgia saldría de la atracción y él continuaría aquí dentro sin saber qué rumbo seguir. Reapareció la voz, esta vez un poco más fuerte. Quizá debería dar marcha atrás, esperar a que saliera Georgia, encontrar a Terri pensar en una explicación para salir de la situación en que se había metido. Acortó el paso cada vez más hasta que acabó por detenerse, con las manos apoyadas en la barandilla mojada, sumido en un mar de dudas.

Entonces vio, unos pocos pasos más adelante, algo que parecía una abertura en la pared negra: una arcada baja y angosta, marcada por un muy débil resplandor amarillento. Al mirar con atención, vio los regueros de agua que goteaban. Se acercó, dominado por la curiosidad, y se agachó para espiar en el interior.

Con un tremendo rugido, algo cayó de pronto de las tinieblas y se detuvo como si flotase en el aire a menos de dos metros de donde estaba.

Warne se apartó con tanta violencia que cayó sentado en la pasarela al tiempo que soltaba un grito de sorpresa. Apenas si alcanzó a darse cuenta de lo que veía —una barquilla llena de rostros sonrientes y felices— antes de que reanudara la marcha para desaparecer de la vista.

Se puso de pie y a continuación se agachó cautelosamente en la abertura. Delante, enmarcado por la pared de vidrio, había un campo de estrellas. En el extremo opuesto de la arcada vio una angosta plataforma, de unos sesenta centímetros de lado. Pintada de negro, resultaba prácticamente invisible contra el campo de estrellas que se movía a gran velocidad. La rodeaba una barandilla, también negra.

Esperó un momento, respiro profundamente y cruzó la entrada para subir a la plataforma.

Era como caminar por la inmensidad del espacio. Se encontraba rodeado de un número infinito de estrellas infinitamente lejanas, que se movían a toda velocidad hacia el vórtice que giraba debajo de sus pies. Durante unos momentos la ilusión alcanzó tal intensidad que cerró los ojos y tuvo que sujetarse a la barandilla cuando comenzó a tambalearse. Apenas si fue consciente de que el agua le estaba empapando la ropa. Respiró lenta y profundamente para controlar el vértigo, con el pensamiento centrado en la reconfortante solidez de la barandilla. Esperó un poco más y luego abrió los ojos de nuevo. La lluvia no le permitía ver con claridad.

Poco a poco comenzó a entender qué era lo que tenía delante. Se encontraba en una plataforma instalada en la parte interior de un enorme cilindro. La superficie curva era un espejo donde los puntos de luz se reflejaban hasta el infinito para crear una muy alarmante y realista sensación de profundidad.

Oyó un tronar por encima de la cabeza, que se convirtió rápidamente en un ruido. Miró hacia arriba vio otra barquilla que descendía hacia él a través de la lluvia en un ángulo muy pronunciado. Parecía dirigirse directamente hacia él, y se echó hacia atrás para buscar la protección de la arcada.

Pero entonces la barquilla tomó la curva, disminuyó la velocidad y se detuvo en la plataforma. El rugido se redujo a un susurro mientras, contra toda lógica, la dirección de la lluvia pareció cambiar sutilmente. El movimiento de las estrellas en las paredes fue disminuyendo poco a poco hasta que permanecieron inmóviles en el vacío. En el interior de la barquilla, vio a una familia de cinco, todos con las mismas expresiones de alegría y asombro que había visto en la barquilla anterior.

Se sujetaban a los cinturones de seguridad que les cruzaban los hombros y la cintura como si quisieran evitar que la ausencia de gravedad los levantara de los asientos. «Atención por favor —sonó una voz en el intercomunicador de la barquilla—. Acabamos de recibir autorización para acercamos a la nave nodriza. Comienza la secuencia de atraque.»

Uno de los niños, al mirar a través de la ventanilla, vio a Warne. Por un momento, lo miró fijamente, como si no diera crédito a lo que veía. Después tocó a su madre y lo señaló.

La mujer miró en su dirección. Tardó un momento en darse cuenta de su presencia y su expresión pasó del asombro a la consternación. En aquel instante, sonó de nuevo el rugido y la barquilla se apartó de la plataforma, camino de su punto de destino.

Warne vio cómo la barquilla desaparecía y una vez más las estrellas comenzaron a moverse. Como todo lo demás en la atracción, la plataforma había sido diseñada para reforzar la ilusión y disimular la realidad. Sin duda cualquier vigía apostado aquí vestía de negro, para que su presencia fuese invisible para los pasajeros de las barquillas.

Comenzaba a entender del todo el ingenioso artificio que había detrás de Fuga de Aguas Oscuras. La atracción estaba construida en el interior del cilindro, mejor dicho un cono truncado invertido. Las barquillas descendían en una apretada espiral hacia la nave nodriza ubicada en la base, pero los pasajeros tenían la sensación de estar elevándose en el espacio. Incluso en este momento extremo, le sorprendió la brillante osadía de la concepción. Durante el trayecto, en el interior de las barquillas se tenía la sensación de que escapaban del castillo para subir hacia la nave que las esperaba en la órbita. En cambio, el castillo constituía el punto más alto del recorrido, y la nave nodriza, la base del cono. Todo lo demás —la absoluta oscuridad del espacio, los movimientos de las barquillas controlados por los ordenadores, el giro de las estrellas, la dirección de la lluvia empujada por el viento— estaba calibrado y sincronizado exactamente, para permitir a los diseñadores de Utopía superponer su propia realidad a las leyes de la física. A medida que las barquillas giraban alrededor de su eje oculto, aumentaba la velocidad de descenso para crear la falsa sensación de ausencia de gravedad. El ángulo de descenso de la barquilla era modificado constantemente de forma tal que los viajeros no se dieran cuenta de que bajaban en círculos. Él se encontraba en una plataforma de vigilancia, utilizada para observar a los pasajeros, o quizá para casos de…

Escuchó el tronar y el rugido de otra barquilla que se acercaba al punto de espera. En cuanto apareció, Warne se olvidó de todo lo demás. En el interior estaba Georgia, boquiabierta, con las estrellas reflejadas en los ojos.

Warne no se paró a pensar. Se acercó a la barandilla y accionó la palanca que abría la puerta del vehículo. Georgia lo miró mientras él pasaba por encima de la barandilla y medio saltaba, medio se caía junto a ella.

La mirada de asombro de Georgia cambió rápidamente a otra de alarma y desconcierto.

—¡Papá! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has llegado?

—No pasa nada —respondió Warne. Cerró la puerta y se arrodilló en el suelo de la barquilla.

Sujetó con fuerza la mano de su hija—. No pasa nada.

—Vale —dijo Georgia—. Estas empapado.

Warne permaneció callado, y la vergüenza comenzó a mezclarse con la profunda sensación de alivio. El agua que le goteaba de la nariz y las orejas mojó el suelo del vehículo. En cuanto llegaran a la nave nodriza, lo explicaría todo. «Bueno, no todo», pensó mientras esperaba que la barquilla iniciara el descenso final.

—¿Qué pasa, papa? ¿Por qué…?

Georgia se interrumpió. Desvió la mirada bruscamente y frunció el entrecejo. Entonces, también Warne escuchó unas voces; distantes en un principio, pero cada vez más cercanas.

—Aquí está. Plataforma dieciocho.

—Torre de Aguas Oscuras, necesito una parada E, Repito, parada de emergencia.

Sonaron unas pisadas, y a continuación unas siluetas aparecieron en la plataforma. Desde el interior de la barquilla resultaba difícil verlas contra el ilusorio fondo espacial, pero Warne comprendió que eran agentes de seguridad del parque.

—Perdón, señor —dijo uno de los hombres—, pero tendrá que acompañarme.

—No —respondió Warne—. No pasa nada. Ahora todo está en orden.

—Señor, por favor, salga de la barquilla —repitió el hombre, esta vez con un tono más autoritario.

Warne notó cómo Georgia le apretaba la mano con fuerza.

Todo era absolutamente ridículo. Estaba con Georgia, ahora su hija se encontraba a salvo.

Todo lo demás quedaría solucionado en cuanto pusieran la barquilla en marcha y llegaran a su destino.

Se volvió para explicárselo a los hombres en la plataforma, pero descubrió que no se oía a sí mismo. En realidad, no oía nada, excepto el retumbar de un súbito y tremendo estallido que parecía llegar de todas partes.

En las alturas brilló un destello. Miró hacia arriba a tiempo para ver cómo dos enormes lenguas de fuego color naranja bajaban hacia él. Por un momento, gracias a la cegadora luz, vio la estructura secreta de la atracción —el cono de cristal, el cubo central con los rayos que sostenían a las barquillas— antes de que el resplandor, magnificado por los espejos, lo cegara. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Escuchó los gritos de alarma y sorpresa de los hombres en la plataforma.

La barquilla se movió bruscamente hacia un lado. El terrible sonido de la explosión fue reemplazado por el crujir de los metales retorcidos.

—¡Papá! —gritó Georgia.

Warne se volvió hacia ella.

Luego, impulsado por el instinto, se inclinó hacia delante para escudar a su hija con el cuerpo mientras la barquilla se sacudía de nuevo para después hundirse en la oscuridad.

14:40 h.

El centro médico de Utopía estaba en el nivel A, directamente debajo del Nexo. Lo habían diseñado de forma tal que, en caso de una calamidad o desastre natural, fuese accesible desde cualquier zona del parque, pública o privada, en un mínimo de tiempo. Como era de esperar, contaba con todos los equipos de emergencia más modernos y en tal número que más de un centro hospitalario de fama mundial lo habría envidiado: respiradores, ventiladores, desfibriladores, instrumentos para intubar, monitores. La mayoría de estos equipos de última generación permanecían sin usar en los quirófanos, salas y almacenes, objetos que en un entorno no esterilizado habrían juntado polvo. En los agitados Mundos de Utopía, el centro médico siempre era un remanso de paz; amables enfermeras que atendían algún corte o una luxación de tobillo, auxiliares que guardaban suministros, técnicos que hacían las revisiones obligatorias a unas máquinas que estaban por estrenar.

Ahora, el centro se había convertido en un escenario donde reinaba una actividad frenética. Los gemidos de dolor se mezclaban con las voces que pedían plasma. Los ayudantes técnicos sanitarios iban de habitación en habitación. Los auxiliares que normalmente se ocupaban de los inventarios de medicamentos trasladaban equipos de un quirófano a otro. Los visitantes se amontonaban en las salas de espera, reunidos alrededor de personas que lloraban o recostados en las sillas con la mirada perdida.

Warne echó las cortinas azul claro del cubículo para aislar el ruido todo lo posible. Le dolió el hombro izquierdo mientras arrastraba las anillas por el raíl. Cuando se volvió hacia la cama, se vio en el espejo que había encima del pequeño lavabo: el rostro contraído, los ojos hundidos. La venda manchada de sangre en la sien le daba el aspecto de un bandido.

Georgia yacía en la cama, la respiración lenta y regular, los ojos cerrados. Sujetaba en la mano el reproductor de CD. A Warne aún le dolía el brazo allí donde lo había sujetado su hija. No lo había soltado en ningún momento; ni siquiera cuando el equipo de rescate los había bajado de la barquilla tendidos en una tabla, ni tampoco mientras el coche eléctrico los había traslado por los pasillos hasta el centro médico.

Georgia abrió los ojos y miró a su padre.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Warne en voz baja.

—Somnolienta.

—Es el efecto del sedante. La inyección que te puso el médico. Descansarás durante unas horas.

—Bueno. —Cerró los ojos. Warne miró el morado en la mejilla de su hija y le acarició los cabellos—. Gracias por venir a buscarme. Me refiero a cuando estaba en la barquilla.

—Que duermas bien, Georgia —repuso Warne.

Georgia se movió debajo de la manta.

—No me has llamado princesa —murmuró.

—Creía que no te gustaba.

—No me gusta, pero dilo de todas maneras. Solo por esta vez.

Warne se inclinó para darle un beso en la mejilla herida.

—Te quiero, princesa —susurró.

Georgia no lo escuchó porque ya se había quedado dormida.

Warne miró por unos momentos las subidas y bajadas del pecho debajo de la delgada manta. Después le arregló el pliegue del cobertor debajo de la barbilla, le quitó de la mano el reproductor de CD y cogió la pequeña mochila que estaba en la silla. En el momento en que guardaba en ella el aparato, algo cayó al suelo. Dejó la mochila en la silla y se agachó pan recoger el objeto. Se quedó de piedra cuando lo vio.

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