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Authors: Lincoln Child

Tags: #Intriga, Thriller

Utopía (30 page)

BOOK: Utopía
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Era una sencilla pulsera de plata con media docena de dijes que reproducían embarcaciones de vela. La hizo girar entre los dedos mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. Su esposa le había regalado la pulsera a Georgia cuando cumplió siete años. Cada vez que acababa el diseño de un nuevo yate, le daba a Georgia un dije con la replica para que lo añadiese a la pulsera. La había olvidado por completo; no tenía idea de que su hija la hubiese llevado con ella todo este tiempo. Sus dedos recorrieron la grácil silueta de Bright Future, la última embarcación diseñada por su esposa. El yate con el que se había ahogado frente a la costa de Delaware.

—Charlotte. —Susurró con un nudo en la garganta.

Se oyó un leve crujido y luego el rostro de un hombre asomó entre la separación de las cortinas: de mediana edad, un poco calvo, un bigotillo encima de una boca muy pequeña.

Al ver a Warne entró en el cubículo escoltado por otro hombre. No vestían las habituales americanas blancas de los empleados de Utopía, sino unos sobrios trajes oscuros.

—¿El doctor Warne? —preguntó el primero, después de consultar una lista que llevaba en la mano.

Warne tardó en volverse el tiempo que necesitó para enjugarse las lágrimas, asintió.

—Lamento molestarlo —añadió el hombre del bigotillo—. Mi nombre es Feldman, y él es Whitmore. Si nos permite, queremos hacerle algunas preguntas.

—También, por supuesto, responder a las suyas —manifestó Whitmore. Era alto, con una voz aguda y parpadeaba al hablar.

Antes de que Warne pudiese responder, se separó la cortina y entró Sarah Boatwright con aire decidido. La seguía Tuercas. Sarah miró primero a Warne y luego a los dos visitantes.

—No lo molesten —ordenó.

Los dos hombres asintieron y se marcharon en el acto.

—¿Quiénes eran? —preguntó Warne sin demasiado interés.

—Feldman, del departamento legal. Whitmore, de Relaciones Públicas.

Warne contempló cómo una mano invisible cerraba las cortinas desde el exterior.

—Control de daños.

—Mantenemos controlado el incidente.

—¿Cuánto saben?

—Saben únicamente lo que se les ha dicho. Un fallo mecánico de poca importancia. —Se acercó—. ¿Cómo estás?

—Como si me hubiese atropellado un camión. ¿Qué pasó?

—Iba a preguntarte lo mismo.

—No lo sé. —Warne intentó hacer memoria—. Se produjo una explosión, un destello de luz.

Toda la atracción comenzó a saltar y retorcerse. Creí que estaba a punto de desplomarse sobre nosotros. —Hizo una pausa—. Cerré los ojos, abracé a Georgia. Eso es todo lo que recuerdo hasta que llegaron los equipos de emergencia. —Miró a Sarah con una expresión interrogativa.

—No te mentiré, Andrew. No ha faltado más que un tris. Colocaron un artefacto explosivo en el eje central de la atracción. El eje es un elemento crítico para la integridad estructural de todo el sistema. De haberse partido, todas las barquillas se habrían desplomado a tierra. Cometieron un error de cálculo cuando colocaron el artefacto. Uno de los soportes aguantó e impidió la caída del eje. Eso nos permitió evacuar a los viajeros.

Un error de cálculo. Durante una fracción de segundo, Warne sintió algo cercano al alivio.

Por lo visto, después de todo, los malos no eran invencibles. Si habían fallado una vez, podían equivocarse de nuevo.

Sarah señaló la cama con un gesto.

—¿Cómo esta Georgia?

—Recibió unos cuantos golpes, El médico dice que no es nada grave. Es una chica valiente.

Sarah miró a la niña dormida. Luego acarició la frente de Georgia.

Warne la miró mientras lo hacía. En realidad, era la primera vez que miraba a Sarah desde que había entrado. Había una expresión en su rostro altivo que no recordaba haber visto nunca: una expresión de dolor, casi de vulnerabilidad. Recordó la última conversación que habían mantenido en el despacho. De pronto comprendió que ella nunca le había pedido antes ayuda. «El parque lo es todo para ella —pensó—, de la misma manera que Georgia lo es todo para mí.»

Se enfureció, sintió furia contra aquellos que habían hecho esto, que habían herido a las personas que amaba.

—¿Qué puedo hacer? —preguntó.

Sarah lo miró.

—En tu despacho, me pediste ayuda —insistió Warne—. Quiero ayudarte, si puedo.

Sarah vaciló. Miró de nuevo a Georgia.

—¿Estás seguro?

Warne asintió.

Al cabo de un momento, Sarah apartó la mano de la frente de Georgia.

—Nos han advertido que no avisemos a la policía. No sabemos qué han tocado y qué no.

Sabemos que al menos hay un topo en el parque, pero no sabemos quién es. Lo único que sabemos es que utilizaron la metarred para intervenir en el código operativo de algunos de los robots.

—¿No podéis ordenar una evacuación?

—Han colocado explosivos en el monorraíl. También nos han dicho que tienen vigiladas las salidas de emergencia.

—¿Sabes por qué hicieron estallar una bomba en Aguas Oscuras?

El dolor se acentuó en el rostro de Sarah.

—Nosotros… yo… subestimé a estas personas. Aceptamos entregarle la tecnología del Crisol.

Pero teníamos la intención de seguir a John Doe, el jefe, cuando recogiera el disco.

Descubrió al agente. —Metió la mano en el bolsillo y sacó la bolsa de plástico con la media docena de fragmentos. La dejó en el borde de la cama con una sonrisa amarga—. Un guardia resultó muerto, y esto es todo lo que queda del disco. Aguas Oscuras fue el castigo. Ahora espero a que vuelvan a ponerse en contacto conmigo para concertar la entrega de un segundo disco.

Sarah sostuvo la mirada de Warne.

—Muy bien. ¿Qué puedo hacer? —preguntó este.

—Podrías usar la metarred para saber cuáles son los robots modificados, y cómo… Cualquier cosa podría ser útil. Si sabemos lo que han hecho, quizá podamos descubrir cuál será su siguiente paso. Podríamos prepararnos. —Desvió la mirada—. Roguemos a Dios que no sea necesario.

Durante unos segundos reinó el silencio.

—Haré lo que pueda —prometió Warne—. Siempre y cuando… —Señaló la cama.

—Me ocuparé personalmente de que la vigilen. Tenemos a varios equipos vigilando unas pocas áreas seleccionadas para evitar cualquier incidente. Aquí estará más segura que en cualquier otro lugar del parque. —Sarah bajó la voz—. Hay otra cosa que debes saber.

—¿Qué?

—Teresa Bonifacio está en la lista de posibles sospechosos.

—¿Terri? —exclamó Warne, incrédulo.

—Yo tampoco lo creo. Pero solo hay un puñado de personas con la capacidad y el acceso necesario para hacer esto. Ella es una. Tenlo presente. Ah, y otra cosa más. ¿Recuerdas cómo, en mi despacho, rastreamos el distintivo de Georgia?

Verás, por casualidad descubrí que alguien te rastreaba.

—¿A mí? —La sorpresa inicial fue seguida por una molesta sensación de miedo—. ¿Por qué?

—No lo sé. Pero ve con cuidado. Quizá lo mejor sería que te desprendieras del distintivo.

Mandaré a alguien que lo arroje en alguna papelera en el extremo más apartado del parque.

Warne se llevó la mano a la solapa y la encontró vacía.

—No está. Supongo que lo perdí en Aguas Oscuras.

—Mejor así. Si alguien del personal te detiene, enséñale tu pase y dile que me llame.

Se separo la cortina, y entro un hombre con una bata blanca.

—Ah, Sarah. Me dijeron que te encontraría aquí.

—Doctor Finch, ¿cuál es la situación?

—Gracias a Dios, mucho mejor de lo que podría haber sido. Fue un milagro que aquel soporte aguantara. Evitó que toda la estructura se viniera abajo. De no haber sido así, ahora necesitaríamos toda una flota de furgones fúnebres. Tenemos veinticinco heridos, y el más grave es un chico con fracturas en ambas piernas.

—Manténgame informada —dijo la directora de operaciones.

El médico se marchó, y Sarah volvió a dirigirse a Warne.

—Te dejaste algo en mi despacho. —Le sujetó la mano y le abrochó el ecolocalizador en la muñeca.

Warne notó un cosquilleo en la piel con el contacto de los dedos de Sarah.

—¿Por eso has traído a Tuercas?

—Es tu perro, ¿no?

Warne miró al enorme robot canino que lo vigilaba. En un movimiento inconsciente acercó la mano al ecolocalizador. El momento, con su mezcla de sorpresa, pena y rabia, tenía un tinte surrealista.

La cortina se apartó una vez más, y entró un hombre bajo y fornido que saludó a Sarah. Se movía con la soltura de una persona muy segura de sí misma; el bronceado caoba hacía que la cabellera pareciera casi gris.

—¿Es él? —preguntó.

—No, este es Andrew Warne —respondió Sarah—. Creo que Poole está en la siguiente, con Feldman y Whitmore.

El hombre frunció el entrecejo.

—El tipo es un maldito héroe. No tendría que dejar que lo incordie la gente de Relaciones Públicas.

Warne interrogó a Sarah con la mirada.

—Es nuestro jefe de Seguridad —manifestó Sarah—. Está aquí para darle las gracias a un visitante llamado Angus Poole. Al parecer Poole estaba en una de las barquillas detrás de Georgia. Arriesgó la vida para salvar a los demás pasajeros.

Allocco saludó a Warne con un gesto, masculló algo y desapareció.

—Creo que yo también iré a saludarlo —dijo Sarah.

Warne se volvió para mirar a su hija. Cuando se inclinó para darle un beso en la mejilla, advirtió que Sarah se había dejado la bolsa con los restos del disco en el borde de la cama.

La recogió y, después de dirigirle una última mirada a Georgia, siguió a Sarah y Allocco.

En el cubículo vecino había un hombre sentado en la cama, con un vendaje en la muñeca derecha. No había duda de que se trataba de un visitante: gorra de mezclilla marrón, chaqueta de pana y polo de cuello alto negro. De unos cuarenta y tantos, delgado, musculoso. Sus labios parecían estar fijos en una sonrisa distante. En realidad, todo su rostro parecía inmóvil salvo los ojos azul muy claro que lo miraban todo con una implacable curiosidad. Feldman y Whitmore habían desaparecido. El hombre se llevó una sorpresa cuando vio a Warne.

—¡Usted! —exclamó.

Sarah no le dio tiempo a decir nada más.

—Señor Poole, me llamo Sarah Boatwright. Él es Bob Allocco, jefe de Seguridad del parque.

—Queremos darle, las gracias por su valentía —añadió Allocco, con un tono de satisfacción—.

Hay que tener mucho coraje para rescatar a esas personas como usted hizo.

—Esas personas son mis parientes —respondió Poole.

Sus palabras fueron para Allocco, pero su mirada no se apartó de Warne.

—Lamentamos sinceramente todo lo sucedido —prosiguió Sarah—. Utopía es el parque con menor número de incidentes, pero me temo que ni siquiera los controles más rigurosos garantizan que no se produzca un fallo mecánico…

La mirada alerta del hombre pasó de Warne a Sarah.

—¿Usted dirige este? —preguntó.

—Soy la directora de Operaciones, si es eso lo que quiere saber—. Me gustaría hacer algo por usted, recompensarlo de la manera que pueda por lo que hizo.

La sonrisa distante se acentuó un poco más.

—Pues yo creía que podría hacer algo por usted.

Sarah frunció el entrecejo.

—No lo entiendo.

Poole la miró, sorprendido.

—¿Cuántos son los que están aquí?

—¿Cuántos son quiénes?

—Los malos. ¿Qué clase de fuerza es? ¿Táctica? ¿Un comando?

Warne vio cómo Sarah y Allocco intercambiaban una mirada.

—Señor —dijo Allocco—, creo que quizá debería ir a reunirse con su familia…

Sarah le ordenó que se callara con un gesto.

—Lo siento, estamos un tanto confusos.

—¿Por qué?

—Por lo que acaba de decir. Se ha producido un accidente grave, y…

Poole de echó a reír; una risa seca casi como una tos.

—Sí que fue grave, pero no fue un accidente.

Al ver que nadie lo interrumpía, añadió:

—No puedo creer que encendieran todas las luces. —Su voz de barítono tenía un claro tono de pesar—. Fuga de Aguas Oscuras era mi atracción favorita. Ahora ya sé cómo funciona. Me la han estropeado.

Una vez más, Warne vio el cruce de miradas entre Sarah y Allocco. Ninguno dijo nada.

—Yo estaba en el comienzo del recorrido cuando se produjo el estallido. Después de sacar a mis parientes, me quedé esperando un buen rato. Más tarde, vi los soportes partidos cuando me bajaron. Para entonces ya habían encendido todas las luces y pude mirar a placer. Menudo estallido. ¿C4, no?

Tres cargas colocadas lateralmente. Lo que se conoce como un sándwich doble. Un trabajo notablemente preciso, y muy bien hecho, si se tiene en cuenta el entorno de trabajo.

Hizo una pausa a la espera de algún comentario.

—Continúe —dijo Allocco.

—¿Es necesario? A menos que tengan la costumbre de utilizar explosivos de gran potencia en los efectos especiales, yo diría que se enfrentan a un grupo de aguafiestas. Si no es así, debe de ser un visitante muy cabreado. —Poole señaló la cortina—. Sin embargo, ¿dónde están las fuerzas de la ley y el 0rden? ¿Por qué no han acordonado la escena del crimen? En cambio, no hay más que esos tipos de traje que piden disculpas por l accidente. El accidente. A mí me huele a tapadera. Alguien los está asustando, y mucho. Les diré más, creo saber quién es.

—Usted lo sabe —dijo Sarah.

—Esta mañana a primera hora, en el Nexo, vi a un tipo que hablaba solo. Eso fue lo primero que me llamó la atención: era como si estuviese recitando poesías o algo así. Tenía acento sudafricano, aquella fue la segunda cosa. Después el corte del traje; ningún turista se viste con un traje italiano de cinco mil dólares para pasar el día en un parque temático. Pero el detalle definitivo fue la manera como miraba el entorno. Reconocí la mirada. Como si estuviese valorando el local. Mejor dicho, como si ya fuese suyo y no quedara nada por descubrir.

—Poole sacudió la cabeza y se echó a reír—. Como hoy es mi día libre, me olvide del tipo.

Después, mientras estaba sentado en la barquilla, comencé a sumar dos y dos.

—¿Es usted policía? —preguntó Sarah.

El hombre se rió de nuevo.

—No exactamente.

—¿Qué, exactamente?

—Guardia armado. Servicios de protección personal. Esa clase de cosas.

Allocco puso los ojos en blanco.

—Vaya, y yo que creía que era usted Sherlock Holmes —dijo, con un tono que había cambiado significativamente.

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