Vacas, cerdos, guerras y brujas (18 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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La esperanza de emplear la fuerza para expulsar a los europeos no desapareció del todo; fue reprimida, pero no se extinguió. Los nativos retrocedieron, y avanzaron de nuevo siguiendo trayectorias desconcertantes.

Los invasores fueron tratados como "grandes hombres" arrogantes; demasiado poderosos para ser destruidos, pero tal vez no invulnerables a la manipulación. Para obligar a estos "grandes hombres" extranjeros a compartir su riqueza y moderar su apetito de tierra y de mano de obra, los nativos trataron de aprender su lengua y penetrar sus secretos. Y así empezó el período de la conversión al cristianismo, el abandono de las costumbres nativas y la sumisión a los impuestos y al reclutamiento de mano de obra. Los nativos aprendieron el "respeto" y colaboraron en su propia explotación.

Este intervalo tuvo consecuencias que ninguno de estos dos grupos pretendió ni previó. Aldeas y tribus diferentes y anteriormente hostiles se unieron para servir al mismo señor. Se unieron en la creencia de que los "grandes hombres" cristianos podían ser manipulados para que creasen un estado de redención paradisíaca para todos. Insistían en que el cargo debía ser redistribuido. No era así como concebían los misioneros el cristianismo. Pero los nativos actuaban en su propio interés, rehusando entender el cristianismo tal como lo querían dar a entender los misioneros. Insistían en obligar a los europeos a actuar como "grandes hombres" de verdad; insistían en que aquellos que poseían riquezas tenían la obligación de distribuirlas.

A los occidentales les impresiona la graciosa incapacidad de los nativos para comprender los estilos de vida económicos y religiosos europeos. Se sobreentiende que los nativos están demasiado atrasados, son demasiado estúpidos o supersticiosos para captar los principios de la civilización. Esto desvirtúa ciertamente los hechos en el caso de Yali. No se trataba de que Yali no pudiera captar los principios en cuestión, sino más bien que los encontró inaceptables. Sus tutores quedaron sorprendidos de que alguien que había visto cómo funcionaban las factorías modernas pudiera creer todavía en el cargo. Pero cuanto más aprendía Yali sobre cómo producían riqueza los europeos, menos dispuesto se mostraba a aceptar su explicación de por qué él y su pueblo no podían participar de ella. Esto no significa que comprendiera cómo los europeos llegaron a ser tan ricos. Al contrario, según las últimas noticias que nos llegaron de él, estaba trabajando sobre la teoría de que los europeos se habían vuelto ricos construyendo burdeles. Pero Yali siempre tuvo el acierto de descartar la explicación europea estandarizada del "trabajo duro" como un engaño calculado. Cualquier persona podía observar que los "grandes hombres" europeos —a diferencia de sus prototipos nativos— no trabajaban nada.

La comprensión de Yali del cosmos no era monopolio del pensamiento salvaje. En los Mares del Sur, como en otras áreas coloniales, las misiones cristianas gozaron de un mandato prácticamente indiscutido en lo que atañe a la educación a los nativos. Estas misiones no difundieron los instrumentos intelectuales del análisis político; no ofrecieron educación en la teoría del capitalismo europeo, ni emprendieron un análisis de la política económica colonial. En vez de ello sus enseñanzas versaron sobre la creación, los profetas y las profecías, los ángeles, un mesías, la redención sobrenatural, la resurrección, y un reino eterno en el que los vivos y los muertos se reunirían en una tierra de leche y miel.

Inevitablemente estos conceptos —muchos de ellos análogos precisamente a temas del sistema de creencias aborigen— tenían que convertirse en el idioma en el que la resistencia de las masas a la explotación colonial se expresó por primera vez. El "cristianismo, las misiones" fue la cuna de la rebelión. Al reprimir cualquier forma de agitación abierta, huelgas, sindicatos o partidos políticos, los mismos europeos garantizaban el triunfo del cargo. Fue relativamente fácil constatar que los misioneros mentían cuando decían que el cargo sólo se otorgaría a la gente que trabajara duro. Lo que era difícil captar es que había un vínculo entre la riqueza de que gozaban australianos y americanos y el trabajo de los nativos. Sin una mano de obra nativa barata y sin la expropiación de las tierras nativas, los poderes coloniales nunca se habrían vuelto tan ricos. Por lo tanto, en cierto sentido, los nativos tenían derecho a los productos de las naciones industrializadas aun cuando no pudieran pagarlos. El cargo era su forma de expresar esto. Y ése, a mí entender, es su verdadero secreto.

Mesías

Estoy seguro de que se habrán observado las semejanzas entre los "cultos" cargo y las primitivas creencias cristianas. Jesús de Nazaret predijo la caída de los impíos, la justicia para los pobres, el final de la miseria y del sufrimiento, la reunión con los muertos y un reino divino totalmente nuevo.

Lo mismo hizo Yali. ¿Puede ayudarnos el misterio del cargo fantasma a comprender las condiciones responsables del origen de nuestros propios estilos de vida religiosos?

Parece que hay algunas diferencias importantes. Los cultos cargo buscaban el derrocamiento de un orden político establecido específico y la creación de un reino en un lugar de la tierra bien determinado. Los nativos esperaban que los muertos volverían a la vida como soldados con uniforme que portarían armas en la batalla contra los policías y las tropas estacionadas en Nueva Guinea.

Jesús de Nazaret no se interesó en derrocar un sistema político específico; estaba por encima de la política, su reino "no era de este mundo". Cuando los primeros cristianos hablaban de "batallas" contra los impíos, sus "espadas",

"fuegos" y "victorias" eran meras metáforas terrenales de acontecimientos espirituales de índole trascendental. Al menos esto es lo que casi todo el mundo cree que era el culto original de Jesús.

Parece imposible que un estilo de vida tan ajeno a este mundo por su intención, tan entregado a la paz, el amor y el desinterés, pudiera haber sido en un sentido fundamental un producto de condiciones materiales determinadas. Sin embargo, este enigma como todos los demás tiene su solución en los asuntos prácticos de los pueblos y las naciones.

En realidad debemos considerar dos enigmas. El cristianismo surgió primero entre los judíos que vivían en Palestina. La creencia en la venida de un salvador llamado mesías —un dios semejante a un hombre— fue un rasgo importante del judaísmo en la época de Jesús. Los primeros seguidores de Jesús, casi todos ellos judíos, creían que Jesús era este salvador ("Cristo" se deriva de krystos, que era la manera en que los judíos se referían al salvador esperado cuando hablaban en griego). Para resolver el enigma del primitivo estilo de vida cristiano, tengo que explicar primero la base de la creencia judía en un mesías.

Todos los pueblos antiguos —como la mayor parte de los modernos— creían que no se podían ganar batallas sin asistencia divina. Para conquistar un imperio, o simplemente sobrevivir como Estado independiente, se necesitaban guerreros con los que los antepasados, ángeles o dioses estuvieran dispuestos a cooperar.

David, fundador del primer y más grande reino judío, afirmaba tener una relación divina con el dios judío Yahvé. El pueblo llamaba a David mesías (en hebreo masiah), un término que también se aplicó a los sacerdotes, a los escudos, al predecesor de David, Saúl, y a su hijo, Salomón. Por consiguiente es probable que mesías significara originalmente cualquier persona o cosa que poseyera santidad y poder sagrado. David fue llamado también el ungido: el que, colaborando con Yahvé tenía derecho a gobernar sobre sus dominios terrenales. Al nacer, David recibió el nombre de Elhanan ben Jesse. El de David, que significa "gran comandante", le fue otorgado para celebrar sus victorias en el campo de batalla. Su elevación al poder desde sus inicios humildes proporcionó la inspiración básica —el curriculum— para cualquier aspirante a la carrera militar-mesiánica judía ideal. Había nacido en Belén y pasó su juventud como pastor. Después, se convirtió en el líder proscrito de un movimiento guerrillero en el desierto de Judea. Ubicó su cuartel general en una cueva y alcanzó victorias frente a enemigos aparentemente insuperables, sintetizadas en la lucha contra Goliat.

Los sacerdotes judíos insistieron hasta la época de Jesús en que Yahvé había establecido una alianza con David. Yahvé había prometido que la dinastía de David nunca acabaría. Pero el reino de David empezó realmente a desmoronarse poco después de su muerte. Desapareció temporalmente cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en el año 586 a.C. y deportó gran cantidad de judíos a Babilonia. Después el reino judío tuvo una existencia precaria como cliente dependiente de uno u otro poder imperial.

Yahvé dijo a Moises: "Gobernarás sobre muchas naciones pero ellas no gobernarán sobre ti." Sin embargo la tierra prometida de Yahvé era un lugar poco propicio para emprender la conquista del mundo. En primer lugar, era una ruta militar: el principal corredor a través del cual todos los ejércitos imperiales de Asia, África y Europa se perseguían unos a otros hasta y desde Egipto. La propia posibilidad de arraigo de un desarrollo imperial indígena en Palestina, era siempre aplastada por el monstruo de millones de pies de algún ejército que avanzaba en una u otra dirección. Egipcios, sirios, babilonios, persas, griegos y romanos cruzaban la tierra santa, a menudo incendiando dos veces el mismo lugar antes de pasar al siguiente.

Estas experiencias plantearon considerables dificultades para la credibilidad de los libros sagrados de Yahvé y su vestigio, el sacerdocio. ¿Por qué había permitido Yahvé que tantas naciones se volvieran grandes mientras su pueblo elegido era conquistado y esclavizado repetidas veces? ¿Por qué no había cumplido Yahvé su promesa a David? Este era el gran misterio que los hombres santos y profetas judíos intentaron descifrar.

Su respuesta: Yahvé no había cumplido su promesa a David porque los judíos no habían cumplido la suya a Yahvé. El pueblo había violado las leyes sagradas y había practicado ritos impuros. Habían pecado; eran culpables; habían causado su propia ruina. Pero Yahvé era un dios indulgente y cumpliría su promesa si los judíos, pese a su castigo, continuaban creyendo en que era el solo dios Verdadero. Comprendiendo lo que habían hecho, arrepintiéndose y pidiendo perdón, el pueblo repararía su pecado y Yahvé restablecería el pacto, les salvaría, les redimiría y les haría más grandes que nunca. Misteriosamente, cuando la reparación fuera total, en un momento sólo conocido por Yahvé, su pueblo sería vengado. Yahvé enviaría otro príncipe militar como David, el mesías, el ungido, para destruir las naciones enemigas.

Se librarían grandes batallas; toda la tierra se estremecería con el estruendo de los ejércitos y la caída de las ciudades. Sería el final de un mundo y el inicio del otro, pues Yahvé no habría hecho esperar y sufrir a los judíos si no hubiera pretendido darles una recompensa mayor que cualquiera de las conocidas anteriormente por el hombre. Y así el Antiguo Testamento está lleno de las promesas de los profetas redentores —Isaías, Jeremías, Ezequiel, Micaías, Zacarías y otros—, todos ellos instando o sancionando la adopción de un estilo de vida militar-mesiánico.

Isaías habla de un "consejero maravilloso, Dios poderoso, Padre Eterno, Príncipe de la Paz", que reinará para siempre en el trono de David. Este salvador pisoteará a los asirios como "el lodo de las calles"; reducirá a Babilonia a una ciudad desierta habitada por lechuzas, sátiros y otras "criaturas lúgubres", convertirá al pueblo de Moab en "calvo e imberbe, reducirá Damasco a un montón de ruinas", y provocará en Egipto la guerra civil, "cada uno contra su prójimo, ciudad contra ciudad, reino contra reino".

Jeremías puso en boca de Yahvé estas palabras: "En aquellos días y en aquel tiempo suscitaré a David un vástago justo que ejercitará el derecho y la justicia en el país." Y después "devorará la espada" a los egipcios y "se saciará, se embriagará con la sangre de ellos." Los filisteos "clamarán y se lamentarán todos los moradores del país". Desde Moab "subirá un llanto interrumpido". Amón se convertirá en "devastada colina de ruinas y sus hijas serán incendiadas". Edom "resultará un horror". En damasco "caerán sus jóvenes en sus plazas". Jazor se trocará en "guarida de dragones". Elam será "consumida por la espada", y en cuanto a Babilonia: "Venid contra ella desde los últimos confines, abrid sus graneros; amontonad (sus piedras) como montes de grano, y exterminadla, no quede de ella resto."

El libro de Daniel, escrito alrededor del año 165 a.C., cuando Palestina estaba gobernada por griegos sirios, también habla de la redención militar mesiánica por el ungido, el Príncipe, que conduce a un gran imperio judío: "Proseguí viendo en la visión nocturna, y he aquí que en las nubes del cielo venía como un hombre… Y concediósele señorío, gloria e imperio, y todos los pueblos, naciones y leguas le sirvieron… un señorío eterno (un) imperio que no es destruido."

Lo que la mayor parte de la gente no entiende en estas profecías es que se realizaron en el contexto de guerras reales de liberación emprendidas bajo el liderazgo de mesías militares de carne y hueso. Estas guerras gozaron del apoyo popular no sólo porque pretendían restaurar la independencia del reino judío, sino también porque prometían eliminar las desigualdades económicas y políticas que el dominio extranjero había exacerbado hasta límites intolerables.

Como el cargo, el culto del mesías vengativo había nacido y era recreado continuamente en una lucha por derrocar un sistema explotador de colonialismo político y económico. Sólo que en este caso, los nativos —los judíos— constituían desde el punto de vista militar un adversario de mayor envergadura para los conquistadores, y eran dirigidos por soldados-profetas que sabían escribir y recordaban un tiempo remoto en el que los "antepasados" habían controlado un reino propio.

Durante el período del dominio romano, si podemos decir que hubo un estilo de vida predominante en Palestina, éste fue el del mesías militar vengativo.

Inspirados por el modelo del triunfo de David sobre Goliat y la promesa de la redención militar-mesiánica de Yahvé, los guerrilleros judíos entablaron una lucha prolongada contra los administradores y el ejército romanos. El culto del mesías pacífico —el estilo de vida de Jesús y de sus seguidores— se desarrolló en medio de esta guerra de guerrillas y en los mismos distritos de Palestina que fueron los centros principales de la actividad insurgente, aparentemente en contradicción total con las tácticas y estrategias de las fuerzas de liberación.

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