Vacas, cerdos, guerras y brujas (19 page)

BOOK: Vacas, cerdos, guerras y brujas
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Los evangelios cristianos no exponen, ni siquiera mencionan, la relación de Jesús con la lucha de liberación de los judíos. Por los evangelios nunca conoceríamos que Jesús pasó la mayor parte de su vida en el teatro central de una de las rebeliones guerrilleras más feroces de la historia. Menos evidente aún resulta para los lectores de los evangelios el hecho de que esta lucha continuara intensificándose mucho tiempo después de la ejecución de Jesús.

Nunca podríamos adivinar que en el año 68 d.C. los judíos llegaron a lanzar una revolución total que requirió la presencia de seis legiones romanas al mando de dos futuros emperadores antes de conseguir dominarla. Y mucho menos habríamos sospechado alguna vez que el mismo Jesús murió víctima del intento romano de destruir la conciencia militar-mesiánica de los revolucionarios judíos.

Como colonia romana, Palestina exhibía todos los síntomas políticos y económicos clásicos de una mala administración colonial. Los judíos que ocupaban posiciones religiosas o civiles altas eran marionetas o clientes. Los sumos sacerdotes, los terratenientes ricos y los mercaderes vivían con lujo asiático, pero la mayor parte de la población estaba integrada por campesinos alienados y sin tierras, artesanos sin empleo o mal pagados, criados y esclavos. El país se quejaba bajo el peso de impuestos de confiscación, corrupción administrativa, tributos arbitrarios, reclutamientos de mano de obra e inflación galopante. Los terratenientes absentistas vivían con gran pompa en Jerusalén mientras sus arrendatarios absorbían el impuesto del 25% que los romanos imponían sobre la producción agrícola, además del impuesto del 22% sobre el resto exigido por el templo. El odio de los campesinos galileos contra los aristócratas de Jerusalén era especialmente patente y abiertamente correspondido. En los comentarios del Talmud se advierte a los verdaderos judíos a no consentir que sus hijas se casen con la "gente de la tierra" como se les llamaba a los campesinos galileos, "puesto que son animales impuros". El rabino Eleazar recomendaba sarcásticamente la matanza de estas gentes, incluso en el día sagrado del año en el que no se podía matar ningún animal, y el rabino Johanan decía: "Se puede despedazar a un plebeyo como un pez". Mientras que Eleazar afirmaba: "La enemistad de un plebeyo hacia un sabio es incluso más intensa que la de los paganos hacia los israelitas".

El entusiasmo popular por el ideal militar-mesiánico fue más allá del mero deseo de ver la sustitución de las marionetas extranjeras por nacionalistas judíos. Los galileos querían ver restablecido el reino de David porque los profetas decían que el mesías acabaría con la explotación económica y social y castigaría a los sacerdotes, terratenientes y reyes perversos. El libro de Enoch había anunciado este tema:

Ay de vosotros, los ricos, puesto que habéis confiado en vuestras riquezas y de ellas seréis despojados… Ay de vosotros que correspondéis a vuestros vecinos con el mal, porque se os devolverá según vuestras obras. Ay de vosotros, falsos testigos… Pero no temáis los que sufrís, pues la curación será vuestra parte.

La dialéctica del reino de Yahvé abarcaba necesariamente la totalidad de la experiencia humana. Como sucede con el cargo, los componentes seculares y sagrados eran indivisibles; los temas de "este mundo" y del otro mundo eran inseparables. Política, religión y economía se hallaban fusionadas; el cielo y la tierra se confundían, la naturaleza se desposaba con Yahvé. En el nuevo universo la vida sería totalmente diferente; todo se volvería al revés. Los judíos gobernarían, los romanos serían sus servidores. Los pobres serían ricos, los impíos serían castigados, los enfermos curarían y los muertos resucitarían.

Los judíos iniciaron su guerra contra Roma poco antes de que Herodes el Grande fuera confirmado como rey marioneta por el Senado romano. Al principio, los guerrilleros fueron identificados por los romanos y la clase gobernante judía con simples bandidos (en griego: lestai). Pero estos bandidos no eran culpables tanto de robos cuanto de programas orientados contra los terratenientes absentistas y los recaudadores de impuestos romanos. El otro término aplicado a los guerrilleros fue "zelotes", que indicaba su celo por la ley judía y el cumplimiento de la alianza con Yahvé.

Ninguno de los términos recoge adecuadamente el sentido de lo que estaban realizando estos activistas. Sólo podemos relacionar sus hazañas como bandidos-zelotes (guerrilleros) con el contexto cotidiano de su mundo. Los guerrilleros —bandidos— zelotes creían que con la ayuda del mesías lograrían finalmente el derrocamiento del imperio romano. Su fe no era un estado mental; era una praxis revolucionaria que implicaba hostigamiento, provocación, robos, asesinato, terrorismo y actos de valentía que acababan en la muerte. Algunos se especializaban en la táctica de la guerrilla urbana y se llamaban "hombres del puñal" (en latín: sicarii); el resto vivía en el campo en cuevas y escondrijos de la montaña, dependiendo de los campesinos para obtener alimento y seguridad.

Cualquier descripción de los acontecimientos políticos y militares en Palestina durante el primer siglo d.C. ha de basarse en gran parte en los escritos de uno de los grandes historiadores del mundo antiguo, Flavio Josefo.

Puesto que probablemente las cuestiones que voy a discutir sean desconocidas, permitidme decir algunas palabras sobre la fiabilidad de esta fuente. Josefo era contemporáneo de los autores de los primeros evangelios cristianos. Los estudiosos consideran dos de sus libros, De la guerra judía y Antigüedad Judaica, tan esenciales para la historia de la Palestina del primer siglo como los mismos evangelios. Sabemos con claridad quién fue Josefo y cómo llegó a escribir sus libros, cosa que no sabemos de los autores de los evangelios. Josefo, hijo de una familia judía de clase alta, nació en el año 37 d.C. y recibió el nombre de Joseph ben Matthias. En el año 68 d.C. cuando sólo tenía 31 años, llegó a ser gobernador de Galilea y general del ejército de liberación judío en la guerra contra Roma. Tras la aniquilación de sus seguidores en el asedio de Jotapata, Josefo se rindió y fue conducido ante Vespasiano, general romano, y el hijo de éste, Tito. Como consecuencia de ello, Josefo anunció que Vespasiano era el mesías que habían estado esperando los judíos y que tanto Vespasiano como Tito serían emperadores de Roma.

En efecto, Vespasiano llegó a ser emperador en el año 69 d.C. y como recompensa por sus palabras proféticas Josefo fue conducido a Roma como parte del séquito del nuevo emperador. Se le otorgó la ciudadanía romana, un aposento en el palacio imperial y una pensión vitalicia en base a la renta de fincas que los romanos habían confiscado como botín de la guerra en Palestina.

Josefo pasó el resto de su vida escribiendo libros en los que explicaba por qué los judíos se habían sublevado contra Roma y por qué él mismo había desertado al bando romano. Es poco probable que Josefo haya inventado los hechos básicos de su historia ya que escribió en Roma y para lectores romanos, muchos de los cuales, incluido el propio emperador, fueron testigos oculares de los acontecimientos descritos. Las distorsiones detectadas se hallan relacionadas evidentemente con su deseo de no ser tildado de traidor y podemos fácilmente hacer caso omiso de ellas sin dañar la credibilidad de la narración principal.

Los sucesos relatados por Josefo dejan en claro que el activismo guerrillero y la conciencia militar-mesiánica judía ascendían y descendían en ondas sinérgicas. Las tierras del interior, cubiertas de polvo y quemadas por el sol, estaban llenas de hombres santos errabundos, de oráculos vestidos de forma extravagante que hablaban con parábolas y alegorías y hacían profecías sobre la batalla venidera por el dominio del mundo. Los más destacados líderes guerrilleros inspiraban rumores que se propagaban en el claroscuro de estas especulaciones mesiánicas perennemente renovadas. Un flujo incesante de líderes carismáticos irrumpió en el resplandor de la historia para reivindicar la condición mesiánica; y al menos dos de ellos desencadenaron insurrecciones que lograron sacudir los cimientos del imperio romano.

Herodes el Grande atrajo primero la atención de sus patrones romanos gracias a la vigorosa campaña que emprendió contra un jefe bandido que controlaba un distrito entero en el norte de Galilea. Según Josefo, Herodes atrapó a este jefe bandido, cuyo nombre era Ezequías, y lo ejecutó en el acto. Sabemos, empero, que Ezequías fue un líder guerrillero más que un ladrón ordinario por que tenía simpatizantes en Jerusalén lo bastante poderosos para obligar a Herodes a sufrir un proceso por asesinato. La intervención personal de un primo de Julio César logró la puesta en libertad de Herodes, y le proporcionó la recomendación que facilitaría su nombramiento como rey marioneta de los judíos en el año 39 a.C.

Herodes tuvo que luchar contra más bandidos para consolidar su control sobre Palestina. Josefo afirma que "los bandidos asolaban gran parte del país, provocando entre los habitantes tanta miseria como la que podría causar una guerra". De ahí que Herodes lanzara "una campaña contra los bandidos en las cuevas". Los bandidos, cuando eran atrapados dentro de éstas, solían tener a su familia junto a sí y rehusaban entregarse. Un viejo bandido permaneció en la boca de una cueva inaccesible y mató a su mujer y sus siete hijos en presencia de Herodes, "llegando a burlarse de Herodes" antes de saltar hacia su propia muerte. Creyendo "dominar entonces las cuevas y sus moradores", Herodes partió hacia Samaria. Pero este alejamiento eliminó toda restricción a los "alborotadores habituales en Galilea", quienes mataron a un general llamado Ptolomeo y "asolaron sistemáticamente el país, estableciendo sus guaridas en zonas pantanosas y en otros lugares inaccesibles".

Tras la muerte de Herodes en el año 4 d.C., se produjeron sublevaciones en todas las regiones lejanas. El hijo de Ezequías, Judas de Galilea, se apoderó de un arsenal real. Simultáneamente en Perea, al otro lado del Jordán, un esclavo llamado Simón "incendió el palacio de Jericó y muchas suntuosas residencias de campo". Un tercer rebelde, un antiguo pastor llamado Atrongeo, "se autoproclamó rey" (probablemente Josefo quiere decir con ello que era considerado un mesías por sus seguidores). Antes de que los romanos mataran a Atrongeo y a cuatro de sus hermanos, uno tras otro, estos bandidos consiguieron "hostigar toda Judea con su bandolerismo". Varo, gobernador romano de Siria, restableció la ley y el orden. Capturó 2.000 "cabecillas" y los crucificó a todos. Esto sucedió en el año en que nació Jesús.

Judas de Galilea pronto se alzó como cabeza visible de las principales fuerzas guerrilleras. Josefo dice que "aspiraba a la realeza", y a veces le caracteriza como "un rabino muy inteligente". En el año 6 d.C. los romanos intentaron realizar un censo. Judas aconsejó a sus compatriotas que se opusieran porque el censo llevaría "nada menos que a la esclavitud total". Josefo pone en boca de Judas las siguientes palabras: "los judíos no conocen otro rey que Yahvé".

Por ende, "no debían pagar los impuestos a los romanos" y "Yahvé les asistiría si tenían fe en su causa". Josefo relata que los que estaban dispuestos a someterse a Roma eran tratados como enemigos: su ganado era capturado y sus viviendas incendiadas. No ha quedado ninguna información referente a cómo y cuándo encontró la muerte Judas de Galilea. Sólo sabemos que sus hijos continuaron la lucha. Dos de ellos fueron crucificados y un tercero reivindicó la condición de mesías a principios de la revolución de los años 6873. Asimismo el acto final de resistencia en esta guerra, la defensa suicida de la fortaleza de Masada, fue dirigido por otro descendiente de Judas de Galilea.

Jesús comenzó a predicar activamente sus doctrinas mesiánicas alrededor del año 28 d.C. En este tiempo se libraba una "guerra declarada" no sólo en Galilea, sino también en Judea y Jerusalén. El culto de Jesús no era ni la más importante ni la más amenazadora de las situaciones rebeldes a las que tuvo que hacer frente Poncio Pilatos, el gobernador romano que decretó su muerte.

Por ejemplo, Josefo describe la formación de una enfurecida multitud ciudadana a la que se unió una enorme afluencia de gentes venidas del campo cuando Pilatos transgredió el tabú judío sobre las imágenes esculpidas en Jerusalén. En otra ocasión, Pilatos fue rodeado por otra multitud enfurecida que protestaba por la malversación de los fondos del templo para la construcción de un acueducto. Sabemos por los evangelios que el propio Jesús dirigió un ataque contra el templo, y que se produjo algún tipo de sublevación poco antes de su procesamiento, ya que el popular líder bandido Barrabás y algunos de sus hombres se hallaban encarcelados en aquel momento.

Después de la muerte de Jesús, los romanos continuaron tratando de limpiar el territorio rural de Judea de "bandidos". Josefo relata que otro gran jefe bandido llamado Tolomayo fue capturado en el año 44 d.C. Poco después, apareció en el desierto una figura mesiánica llamada Teudas. Sus seguidores abandonaron sus casas y posesiones y se concentraron en masa a orillas del río Jordán. Algunos dicen que Teudas intentó separar las aguas como había realizado Josué; según otros, marchó en dirección contraria, hacia el oeste, en dirección a Jerusalén. No importa; el gobernador romano Cuspio Fado envió la caballería; decapitó a Teudas y mató a sus seguidores.

Durante la fiesta de Pascua en el año 50 d.C. un soldado romano levantó su túnica y se tiró un pedo contra la multitud de peregrinos y adoradores del templo. Josefo escribe que "los jóvenes más impulsivos y los grupos alborotadores por naturaleza de la multitud se precipitaron hacia la batalla".

Se requirió la presencia de la infantería pesada romana, lo que provocó un pánico gigantesco en el que, según Josefo, murieron pisoteadas 30.000 personas (algunos dicen que probablemente eran 3.000). El ataque de Jesús contra el templo había coincidido con la peregrinación de Pascua del año 33 d.C. Como veremos, la preocupación ante la reacción de las masas de peregrinos como las que perecieron en el pánico del año 50 d.C., hizo que las autoridades judías y romanas esperaran la caída de la noche para detener a Jesús.

En el año 52 d.C. se desarrolló algo parecido a una rebelión general bajo el liderazgo de Eleazar ben Deinaios, "un bandido revolucionario" que había permanecido en las montañas durante casi veinte años. El gobernador, Cumano, "capturó a los seguidores de Eleazar y mató a muchos más". Pero el desorden se propagó "y continuó el saqueo por todo el país y los espíritus más intrépidos se sublevaron". Intervino el Legado sirio, decapitó a dieciocho partisanos y crucificó a todos los prisioneros capturados por Cumano.

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