Read Vacas, cerdos, guerras y brujas Online
Authors: Marvin Harris
Las ovejas y cabras fueron los primeros animales en ser domesticados en Oriente Medio, posiblemente hacia el año 9.000 a.C. Los cerdos fueron domesticados en la misma región general unos 2.000 años más tarde. Los cómputos de huesos realizados por los arqueólogos en los primeros enclaves prehistóricos de aldeas que practicaban la agricultura, muestran que el cerdo domesticado era casi siempre una parte relativamente insignificante de la fauna de la aldea, constituyendo sólo cerca del 5 por cien de los restos de animales comestibles. Esto es lo que podíamos esperar de un a criatura que necesitaba sombra y lodo, no producía leche y comía el mismo alimento que el hombre.
Como ya he indicado en el caso de la prohibición hindú de la carne de vaca, en condiciones preindustriales, todo animal que se cría principalmente por su carne es un artículo de lujo. Esta generalización vale también para los pastores preindustriales, que rara vez explotan sus rebaños para obtener principalmente carne.
Las antiguas comunidades del Oriente Medio, que combinaban la agricultura con el pastoreo, apreciaban a los animales domésticos principalmente como fuente de leche, queso, pieles, boñiga, fibras y tracción para arar. Las cabras, ovejas y ganado vacuno proporcionaban grandes cantidades de estos productos más un suplemento ocasional de carne magra. Por lo tanto, desde el principio, la carne de cerdo ha debido constituir un artículo de lujo, estimado por sus cualidades de suculencia, ternura y grasa.
Entre los años 7.000 y 2.000 a.C., la carne de cerdo se convirtió aún más en un artículo de lujo. Durante este período, la población humana de Oriente Medio se multiplicó por sesenta. Al crecimiento de la población acompañó una extensa deforestación, como consecuencia, sobre todo, del daño permanente causado por los grandes rebaño de ovejas y cabras. La sombra y el agua, las condiciones naturales adecuadas para la cría de cerdos, escasearon cada vez más; la carne de cerdo se convirtió aún más en un lujo ecológico y económico.
Como sucede con el tabú que prohíbe comer carne de vaca, cuanto mayor es la tentación, mayor es la necesidad de una prohibición divina. Generalmente se acepta esta relación como adecuada para explicar por qué los dioses están siempre tan interesados en combatir tentaciones sexuales tales como el incesto y el adulterio. Aquí lo aplico simplemente a un artículo alimenticio tentador. El oriente Medio es un lugar inadecuado para criar cerdos, pero su carne constituye un placer suculento. La gente siempre encuentra difícil resistir por sí sola a estas tentaciones. Por eso se oyó decir a Yahvé que tanto comer el cerdo como tocarlo era fuente de impureza. Se oyó repetir a Alá el mismo mensaje y por la misma razón: tratar de criar cerdos en cantidades importantes era una mala adaptación ecológica. Una producción a escala pequeña sólo aumentaría la tentación. Por consiguiente, era mejor prohibir totalmente el consumo de carne de cerdo, y centrarse en la cría de cabras, ovejas y ganado vacuno. Los cerdos eran sabrosos, pero resultaba demasiado costoso alimentarlos y refrigerarlos.
Todavía persisten muchos interrogantes, en especial por qué cada una de las otras criaturas prohibidas por la Biblia —buitres, halcones, serpientes, caracoles, mariscos, peces sin escamas, etc.— fueron objeto del mismo tabú divino. Y por qué los judíos y musulmanes que ya no viven en Oriente Medio continúan observando, aun que con grados diferentes de exactitud y celo, las antiguas leyes dietéticas. En general parece que la mayor parte de las aves y animales prohibidos encajan perfectamente en dos posibles categorías.
Algunos, como las águilas, culebras, los buitres y los halcones, ni siquiera son fuentes potencialmente significativas de alimentos. Otros como el marisco, no son evidentemente accesibles a poblaciones que combinan el pastoreo con la agricultura. Ninguna de estas categorías de criaturas tabúes plantea la cuestión que he tratado de responder: a saber, cómo explicar un tabú aparentemente extraño e inútil. Evidentemente no es nada irracional que la gente no gaste su tiempo cazando buitres para comer, o que no ande 50 millas por el desierto en busca de un plato de almejas.
Ahora es el momento adecuado para rechazar la afirmación que sostiene que todas las prácticas alimenticias sancionadas por la religión tienen explicaciones ecológicas. Los tabúes cumplen también funciones sociales, como ayudar a la gente a considerarse una comunidad distintiva. La actual observancia de reglas dietéticas entre los musulmanes y judíos que viven fuera de sus tierras de origen del Oriente Medio cumple perfectamente esta función. La cuestión que plantea esta práctica es si disminuye de algún modo significativo el bienestar práctico y mundano de judíos y musulmanes al privarles de factores nutritivos para los que no se dispone fácilmente de sustitutos. A mi entender, la respuesta es casi con seguridad negativa. Pero permitidme resistir a otra tentación: la tentación de explicarlo todo. Pienso que conoceremos mejor a los porcofóbos si volvemos a la otra mitad del enigma, es decir, a los amantes de los cerdos.
El amor a los cerdos es lo opuesto al oprobio divino con que cubren al cerdo musulmanes y judíos. Esta condición no se alcanza simplemente mediante un entusiasmo gustativo por la cocina de la carne de cerdo. Muchas tradiciones culinarias, incluidas la euro-americana y china, estiman la carne y manteca de los cerdos. El amor a los cerdos es otra cosa. Es un estado de comunidad total entre el hombre y el cerdo. Mientras la presencia del cerdo amenaza el status humano de los musulmanes y los judíos, en el ambiente en que reina el amor a los cerdos, la gente sólo puede ser realmente humana en compañía de ellos.
El amor a los cerdos incluye criar cerdos como miembros de la familia, dormir junto a ellos, hablarles, acariciarles y mimarles, llamarles por su nombre, conducirles con una correa a los campos, llorar por ellos cuando están enfermos o heridos, y alimentarles con bocados selectos de la mesa familiar. Pero a diferencia del amor a las vacas entre los hindúes, el amor a los cerdos incluye también el sacrificio obligatorio de cerdos y su consumo en acontecimientos especiales. A causa del sacrificio ritual y el festín sagrado, el amor a los cerdos proporciona una perspectiva más amplia de la comunión entre hombre y bestia que la existente entre el agricultor hindú y su vaca. El clímax del amor a los cerdos es la incorporación de la carne de cerdo a la carne del anfitrión humano y del espíritu del cerdo al espíritu de los antepasados.
El amor a los cerdos significa honrar al padre fallecido matando a palos la cerda predilecta ante su tumba y asándola en un horno de tierra cavado en el lugar. El amor a los cerdos significa llenar la boca del cuñado con puñados de manteca de la panza salada y fría para hacerle leal y feliz. Sobre todo, el amor a los cerdos es el gran festín de cerdos, que se celebra una o dos veces en cada generación, en el que se extermina y se devora con glotonería la mayor parte de los cerdos adultos para satisfacer el ansia de carne de cerdo de los antepasados, asegurar la salud de la comunidad y la victoria en las futuras guerras.
Roy Rappaport, profesor de la Universidad de Michigan, ha realizado un estudio detallado de la relación entre los cerdos y los maring, un remoto grupo tribal, amante de los cerdos, que habita en la Cordillera Bismarck de Nueva Guinea. Rappaport describe en su libro Pigs for the ancestor: Ritual in the Ecology or a New Guinea People, cómo el amor a los cerdos contribuye a la solución de problemas humanos básico. Dadas las circunstancias de la vida de los maring, hay escasas alternativas viables.
Cada subgrupo o clan local de los maring celebra un festival de cerdos por término medio aproximadamente una vez cada doce años. El festival entero, que incluye diversos preparativos, sacrificios en pequeña escala y el sacrificio masivo final dura alrededor de un año y se conoce en el lenguaje de los maring como un kaiko. En los primeros dos o tres meses que siguen inmediatamente a la terminación del kaiko, el clan entabla un combate armado con los clanes enemigos, lo que produce muchas bajas y la pérdida o la conquista eventuales de territorio.
El resto de los cerdos se sacrifica durante el combate; vencedores y vencidos pronto se encuentran totalmente privados de cerdos adultos con los que ganarse el favor de sus respectivos antepasados. El combate cesa bruscamente, y los beligerantes acuden a los lugares sagrados para plantar árboles pequeños llamados rumbim. Cada varón adulto del clan participa en este ritual poniendo las manos sobre el árbol joven rumbim cuando se planta en el suelo.
El mago de la guerra se dirige a los antepasados, explicando que se han quedado sin cerdos y que les agradecen estar vivos. Asegura a los antepasados que el combate ya ha finalizado y que no se reanudarán las hostilidades mientras el rumbim permanezca plantado. De ahora en adelante, los pensamientos y esfuerzos de los vivos se orientarán a la cría de cerdos; sólo cuando se ha formado una nueva piara de cerdos lo suficientemente grande para celebrar un gran kaiko y dar así las debidas gracias a los antepasados, los guerreros pensarán en arrancar el rumbim y retornar al campo de batalla.
Rappaport ha podido mostrar en su estudio detallado de un clan llamado los tsembaga que el ciclo entero —que consiste en el kaiko seguido de guerra, plantación del rumbim, tregua, cría de una nueva piara de cerdos arrancamiento del rumbim y nuevo kaiko— no es un simple psicodrama de los criadores del cerdos que se han vuelto locos. Cada parte de este ciclo se integra en un ecosistema complejo autorregulado, que ajusta con eficacia el tamaño y distribución de la población animal y humana de los tsembaga según los recursos disponibles y las oportunidades de producción.
La cuestión central para poder comprender el amor a los cerdos entre los maring es la siguiente: ¿Cómo decide la gente el momento en que hay cerdos suficientes para dar gracias a los antepasados como es debido? Los mismos maring no supieron enunciar cuántos años deben transcurrir o cuántos cerdos se necesitan para celebrar un kaiko adecuado. Descartamos prácticamente la posibilidad de acuerdo sobre la base de un número fijo de animales o años, ya que los maring carecen de calendario y su lenguaje no dispone de palabras para números superiores a tres.
El kaiko de 1963 que observó Rappaport se inició cuando había 169 cerdos y unos 200 miembros en el clan de los tsembaga. El significado de estas cifras en términos de las rutinas cotidianas de trabajo y pautas de asentamiento proporciona la clave para la duración del ciclo.
La tarea de criar cerdos así como la de cultivar ñame, taro y batatas depende principalmente del trabajo de las mujeres maring. Estas transportan las crías de los cerdos junto con las criaturas humanas a los huertos. Después del destete, sus dueñas les adiestran a correr detrás de ellas como perros. A la edad de cuatro o cinco meses, los cerdos vagan sueltos por el bosque hasta que sus dueñas los conducen al anochecer para proporcionarles una ración diaria de batatas y ñames sobrantes o de calidad inferior. A medida que crecen los cerdos y aumenta su número, la mujer debe trabajar mucho más para proporcionarles su cena.
Mientras el rumbim permanecía plantado Rappaport descubrió que las mujeres tsembaga estaban sometidas a una presión considerable para aumentar la dimensión de sus huertos, plantar más batatas y ñames, y criar más cerdos con tanta rapidez como fuera posible para tener "suficientes" cerdos y poder celebrar el siguiente kaiko antes que el enemigo. El peso de los cerdos adultos, que oscila alrededor de las 135 libras, sobrepasa el de la media de los maring adultos, y a pesar de hozar durante el día a cada mujer le cuesta tanto esfuerzo alimentarles como un hombre adulto. Cuando se arrancó el rumbim en 1963, las mujeres tsembaga más ambiciosas atendían el equivalente de 6 cerdos de 135 libras cada uno, además de trabajar en el huerto para ellas y sus familias, cocinar, amamantar, transportar las criaturas de un lado para otro y manufacturar artículos domésticos como bolsas de red, delantales de cuerda y taparrabos. Rappaport calcula que sólo el cuidado de los 6 cerdos consumía más del 50 por 100 del total de energía diaria gastada por una mujer maring sana y bien alimentada.
Normalmente al aumento en la población porcina acompaña también un incremento en la población humana, en especial entre grupos que han sido los vencedores en la guerra anterior. Los cerdos y la gente han de nutrirse de los huertos instalados en zonas taladas y quemadas del bosque tropical que cubre las faldas de la Cordillera Bismarck. Como sucede con otros sistemas de horticultura similares en otras regiones tropicales, la fertilidad de los huertos maring depende del nitrógeno depositado en el suelo por las cenizas provenientes de la quema de árboles. No se pueden plantar los huertos durante más de dos o tres años consecutivos, puesto que una vez que han desaparecido los árboles, las fuertes lluvias se llevan rápidamente el nitrógeno y otros elementos nutritivos del suelo. La única solución consiste en elegir otro lugar y quemar otro segmento del bosque. Después de una década aproximadamente, los antiguos huertos se cubren de abundante vegetación secundaria de modo que se pueden volver a quemar y plantar. Son preferidos estos emplazamientos de huertos antiguos puesto que son más fáciles de desbrozar que el bosque virgen. Pero cuando aumenta la población de cerdos y hombres durante la tregua del rumbim, la maduración de los emplazamientos de los antiguos huertos se retrasa y se deben establecer nuevos huertos en las zonas vírgenes. Aunque se dispone de bosque virgen en abundancia, los nuevos emplazamientos de huertos exigen un esfuerzo extra a cada uno y reducen la tasa típica de rendimiento por cada unidad de trabajo invertida por los maring en alimentarse a si mismos y a sus cerdos.
Los hombres que se encargan de desbrozar y quemar la selva para los nuevos huertos deben trabajar mucho más a causa de la mayor espesura y altura de los árboles vírgenes. Pero son las mujeres son las que más sufren, puesto que los nuevos huertos se ubican necesariamente a una mayor distancia del centro de la aldea. No sólo tienen que plantar huertos más extensos para alimentar a sus familias y cerdos, sino que también han de emplear cada vez más tiempo caminando para ir a trabajar y consumir más energía llevando los cochinillos y bebés a los huertos y desde éstos a casa y transportando a sus hogares cargas pesadas de ñames y batatas.
Otra fuente de tensión surge del esfuerzo creciente que requiere la protección de los huertos para que no sean devorados por los cerdos adultos que andan sueltos hozando. Cada huerto debe rodearse con una fuerte empalizada que impida la entrada de los cerdos. Sin embargo, una cerda hambrienta de 150 libras es un adversario terrible. Cuando crece la piara de cerdos, éstos abren brechas en las empalizadas e invaden más a menudo los huertos. Un horticultor airado que sorprenda al cerdo infractor puede llegar a matarlo.