Authors: David Wellington
A Caxton (que siempre había creído que estar avisado significaba estar mejor preparado) aquello le pareció muy mala idea, pero se limitó a asentir.
La hermana Margot se marchó. Caxton se dijo que tal vez debía volver a la habitación y consolar a Raleigh. Sin embargo, al final decidió que no era la persona más indicada para hacer ese trabajo, por lo que salió del oscuro edificio bajo la luz menguante del atardecer. Eran las tres y media de la tarde y el sol, que estaba ya muy bajo, proyectaba largas sombras por todo el patio cubierto de nieve. Pasó un rato yendo de un lado a otro, comprobando el estado del muro, buscando lugares por los que se pudiera colar un vampiro. Por supuesto, cualquier intruso que se empeñara en hacerlo podía saltar el muro por donde quisiera, pero se dijo que Jameson buscaría una forma más furtiva de hacerlo. El principal punto débil del muro eran dos arcos de ladrillos que había en dos extremos opuestos del terreno, a través de los cuales discurría el riachuelo. Ninguno de los dos arcos medía más de un metro de alto, pero Jameson podía colarse fácilmente por ellos.
Iba a ser imposible custodiar los dos arcos sin ayuda de nadie. Debía hacer unas cuantas llamadas.
Caxton sacó el móvil (no quería tener que enfrentarse de nuevo con la hermana Margot para utilizar el teléfono de su despacho) y no la sorprendió en absoluto comprobar que la cobertura era malísima incluso en el exterior del antiguo convento. La pantalla mostraba apenas una barra que se encendía y se apagaba. Se paseó por todo el patio buscando un punto donde hubiera mejor cobertura, pero durante un buen rato lo único que consiguió fue terminar con las botas embarradas. Tan sólo al acercarse a la puerta metálica, junto a la cual había aparcado el coche, captó una señal más potente. Inmediatamente el teléfono soltó un pitido que le indicaba que tenía un mensaje de voz.
Era de Clara:
—Hola, cariño. Espero que tengas un buen día. He pasado por jefatura hace un rato para reunirme con tus expertos en medicina forense. Ya se habían marchado, pero habían dejado un informe para que lo leyera. Hay dos cosas que me han parecido importantes. La primera, que no han conseguido una identificación positiva del siervo del vampiro, pero que están intentando reconstruir su cráneo para poder elaborar una imagen robot por ordenador. En cualquier caso, yo que tú no me haría demasiadas ilusiones. Dijeron que la imagen virtual podía llevarles aún unos días. El otro aspecto relevante es que han logrado identificar las fibras que encontraron en la ventana del baño del motel. Hay de tres tipos distintos: algodón, nailon y una poliamida aromática, eh... que se conoce por el nombre de Twaron. Espero que te sea útil.
Caxton se mordió el labio. Naturalmente, aquella información no servía para nada. Tal como le había contado a Fetlock, en aquel caso los análisis de fibras eran inútiles. Llamó a Clara para darle las gracias por su ayuda, pero le saltó directamente el contestador. Le dejó un mensaje, colgó y a continuación llamó a Fetlock.
—Tengo el lugar bajo control, por lo menos hasta donde es posible —le dijo Caxton cuando él le preguntó qué tal iba la protección de Raleigh—. Tengo unas cuantas ideas sobre cómo enfrentarme a él si aparece por aquí, aunque debo admitir que no estoy ansiosa por verlo.
—Es normal —respondió él.
—Mi mayor preocupación ahora mismo es que sé que va a ir a por Raleigh y Simón, pero no sé a quién intentará atacar primero. Puede que ahora mismo me encuentre en el lugar equivocado y que todo esto no sirva para nada.
—Lo cazará pronto.
—Sí, claro —respondió Caxton y se frotó los ojos. Necesitaba dormir. En realidad, iba falta de sueño desde que Jameson había aceptado la maldición. Desde Gettysburg. Estaba aprendiendo a vivir durmiendo unas pocas horas—. ¿Le ha llamado Glauer para organizar la búsqueda de posibles guaridas?
—Sí, tengo a varias personas en ello.
Caxton cerró los ojos.
—¿Cuántas personas? ¿Saben lo peligroso que puede ser este asunto? ¿Cuántos lugares pueden examinar antes de que anochezca?
—Deje que sea yo quien se preocupe de eso. Bastantes cosas tiene ya usted entre manos.
Caxton se apartó el teléfono de la boca e intentó no gritar. Por supuesto que se preocupaba. ¡Aquél era su caso! Se le ocurrieron un puñado de respuestas, pero las reformuló todas y se limitó a decir:
—De acuerdo, muy bien. ¿Ha mandado a un agente a la Universidad de Syracuse en busca de Simón?
—Pues... sí—respondió Fetlock.
Caxton supuso lo que había sucedido por su tono de voz.
—Pero imagino que ha rechazado la protección.
«Mierda», pensó. Tendría que haberlo imaginado.
—Según me han dicho, se ha negado a abandonar su residencia actual. Dijo que estaba realizando un experimento y que no podía perderlo de vista. ¿A qué se dedica Simón? ¿Es científico o algo así?
—Es estudiante universitario. Probablemente esté preocupado por sacar un notable en geología. No es el chaval más equilibrado que he conocido en mi vida.
—He destinado tres unidades para que vigilen su piso, por turnos —dijo Fetlock, que intentó sonar optimista—. Habrá alguien las veinticuatro horas del día. Si Jameson aparece, estaremos preparados.
Caxton pensó en los policías que había enviado a proteger a Astarte.
—No, posiblemente no lo estemos. Si decide ir a por Simón esta noche, no sé qué va a suceder.
—¿Qué quiere hacer entonces, agente especial?
—No puedo estar en dos lugares al mismo tiempo —respondió Caxton—. Y ya estoy aquí. Seguiremos en contacto, marshal.
—Sí, por favor —respondió Fetlock, y colgó.
Caxton hizo un par de llamadas más para preparar la noche que se avecinaba y regresó hacia el edificio del convento. Era la hora de la cena.
La cena en el convento resultó de lo más sencilla: una ensalada de lechugas variadas, un caldo vegetal y un pan sumamente integral que Caxton mascó y mascó hasta que estuvo lo bastante blando para tragarlo. Estaba sentada en una larga mesa con veinte chicas, todas vestidas con aquella ropa holgada que las cubría del cuello a los tobillos. Al parecer, la ropa atractiva era una distracción y, por lo tanto, había que evitarla dentro del refugio. Ninguna de las chicas pronunció una sola palabra durante la cena, pero no cesaron de mirar a Caxton con ojos como platos, sin duda preguntándose qué hacía allí. Raleigh estaba sentada en el otro extremo de la mesa, pero no establecieron contacto visual en todo el rato.
En el comedor había varias ventanas altas, en forma de arco, a través de las cuales tan sólo se veía la oscuridad. Si Jameson entrara por una de ellas, si eligiera aquel momento para atacar a su hija, Caxton no podría hacer gran cosa para detenerlo. En la oscuridad, Caxton estaba en franca desventaja. Para ella, el comedor era una caverna inhóspita y en penumbra. Un vampiro, en cambio, lo vería tan iluminado como un árbol de Navidad, pues, a sus ojos, la sangre humana brillaba con luz propia incluso en la oscuridad más absoluta. Para empeorar las cosas, si Jameson atacaba, la sala estaría llena de chicas asustadas corriendo de un lado a otro. Caxton no podría disparar entre la multitud si no quería arriesgarse a pegarle un balazo a Raleigh o a otra de las internas.
Así pues, se sintió aliviada al ver cómo, una a una, las hermanas se levantaban de la mesa y abandonaban el comedor en silencio. Dejaban los boles y los platos en una alta estantería metálica junto a la puerta y se marchaban a solas, seguramente a sus habitaciones. Cuando ya sólo quedaban unas pocas chicas, que aún se peleaban con aquel pan tan duro, Caxton dejó su bol y su plato en su sitio, y se dirigió hacia el lugar donde Raleigh continuaba sentada.
La chica estaba a solas, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada fija en la superficie rugosa de la mesa. Ya no tenía comida ante ella, sólo un vaso medio lleno de agua. Entonces Caxton se acordó de que estaba ayunando por su tío Angus, y ahora tal vez también en honor a su madre. Suponía que debía respetar la decisión de la muchacha, aunque dudaba de que un médico la apoyara. Raleigh debía de pesar poco más de cuarenta y cinco kilos, algo que ni siquiera su ropa holgada lograba ocultar. Caxton rozó el hombro de la muchacha y ésta levantó la mirada y asintió. Entonces se levantó y empezó a caminar hacia la puerta. Caxton la siguió y tan sólo se volvió cuando se dio cuenta de que Violet las seguía a una distancia prudencial.
Después de cenar, la mayoría de las chicas se reunían en un salón donde podían leer o hablar en voz baja. No había muchas más actividades permitidas, ni siquiera juegos de mesa o de cartas. Cuando Caxton preguntó por qué, Raleigh señaló a una chica llamada Kelli, que estaba sentada en el extremo opuesto de la sala, a solas y con la mirada perdida.
—Está aquí porque era adicta a las apuestas por Internet. Se ventiló todo un fondo fiduciario en apenas seis meses y luego empezó a tomar prestado dinero que no tenía forma de devolver. Si jugáramos, ni que fuera a siete y medio, le faltaría tiempo para buscar a alguien con quien apostar.
De una en una o en pequeños grupos, las chicas fueron marchándose a la cama. No serían más de las ocho cuando Raleigh anunció que estaba cansada y que también ella se iba a dormir.
Acordaron que aquella noche Caxton dormiría en el cuarto de Raleigh. Caxton estaba convencida de que la muchacha se mostraría suspicaz al enterarse de aquella nueva disposición, y sospecharía lo que sucedía. No obstante, no formuló ninguna pregunta y ni siquiera le dirigió a Caxton una mirada de extrañeza. Se limitó a aceptar la presencia constante de Caxton como un hecho más de la vida, sin discutirlo.
Violet las esperaba en el pasillo, sentada en una silla de madera tallada más grande que ella misma. La mudita se asustó al verlas salir del comedor y se apresuró para alcanzarlas.
—¿Qué le pasa a ésa? —le preguntó Caxton a Raleigh, señalando a Violet con un gesto de cabeza.
—Que bebió desatascador de desagües y...
—No, eso ya me lo contó la hermana Margot. Quiero decir, ¿le han pedido que nos vigile o algo así? Me da un poco de mal rollo, la verdad...
Raleigh se encogió de hombros.
—La hermana Margot no nos espiaría jamás. Ella no es así.
—Sí, claro —respondió Caxton, poco convencida.
—Además, Violet es inofensiva. Supongo que podría decirse que está un poco chiflada.
Eso sí se lo creyó.
—Una vez le pregunté por qué había intentado quitarse la vida —prosiguió Raleigh—. No puede hablar, desde luego, pero es muy buena haciendo mímica. Puso los ojos en blanco y soltó un dramático suspiro. Interpreté que quería decir que lo hizo porque se aburría. Una de las chicas me contó que Violet era la hija de una de las familias más ricas de Ohio. La mandaron aquí porque necesitaba descansar.
—¿Y no habría sido mejor una psicoterapia?
Raleigh sacudió la cabeza.
—Visitaba a un psicoterapeuta cuatro veces por semana cuando... cuando se autolesionó. Y, en cambio, fíjese lo feliz que es ahora.
Caxton se volvió, Violet levantó la mirada y le dedicó una sonrisa radiante, que dejó a la vista aquellas dos hileras llenas de dientes.
—Este lugar es milagroso —dijo Raleigh, con los ojos ligeramente llorosos.
«Si tengo que pasar más de una noche aquí —se dijo Caxtón—, voy a empezar a rezar porque nos ataque un vampiro, aunque sólo sea para acabar con el aburrimiento.»
Habían llegado a la habitación que compartían Raleigh y Violet, cuya puerta era idéntica a las de la decena de habitaciones que daban al pasillo. Una vez dentro, resultó ser apenas un poco más grande que un armario. Había dos camastros de madera con unos colchones delgados y unas mantas aún más finas, y una pequeña estufa de carbón atornillada a la pared. No había ni ventanas ni, menos aún, espacio para una mesa o un tercera camastro. Caxton frunció el ceño al darse cuenta de que iba a tener que dormir en el suelo o en el pasillo. Sin embargo, en el pasillo hacía un frío glacial. Por lo menos la estufa la mantendría caliente durante la noche.
—Veo que no tenéis baño —dijo Caxton, intentando sonreírle a Raleigh—. ¿Hay algún lugar donde pueda lavarme antes de acostarme? ¿Y tienes un cepillo de dientes de sobra?
Hacía ya bastantes horas que no se cepillaba los dientes e imaginó que el aliento debía de olerle bastante mal. Raleigh le dio lo que necesitaba, incluida una toalla, y una pastilla de jabón orgánico. Todo iba metido dentro de una bolsita de plástico. Entonces le indicó cómo llegar al baño común, donde estaban varias chicas en diversos estados de desnudez, aseándose antes de meterse en la cama. Había tan sólo una ducha, que estaba en uso constante. Como no quería pasar varias horas esperando a que le llegara el turno, Caxton se dio una ducha de discoteca (se lavó bien la cara y se limpió las axilas dos veces con la toalla) y regresó a la habitación. Raleigh y Violet estaban ya en sus camastros, acurrucadas y con los ojos cerrados. Se habían quitado aquella ropa tan fea y llevaban un camisón de franela.
—Buenas noches —dijo Caxton, pero Raleigh no respondió. A lo mejor ya estaba dormida. Violet abrió un ojo, le dedicó un guiño, se dio la vuelta y empezó a roncar.
Caxton cerró la puerta y dejó la habitación sumida en una oscuridad casi absoluta. Tan sólo se veía un brillo anaranjado procedente de la estufa. Se sentó en el suelo, entre los dos camastros, y dejó la Beretta entre las rodillas. No tenía intención de dormir, por lo menos hasta estar segura de que Jameson no iba a atacar aquella noche. Apoyó la espalda en la pared, intentando no tocar la estufa, dispuesta a esperar.
Pero no sucedió nada.
Nada de nada. Y luego siguió sin suceder nada.
En un momento dado se dio cuenta de que tenía la barbilla sobre el pecho y la boca entreabierta, y que un hilillo de baba le caía encima de la camisa. Se incorporó de repente y se golpeó la cabeza contra la pared. ¿Se había adormilado? Y de ser así, ¿durante cuánto tiempo?
Con un acceso de pánico, echó un vistazo a su alrededor, temiendo que Jameson hubiera podido pillarla echando una cabezada. Pero no, las dos hermanas seguían tendidas en sus camastros, profundamente dormidas.
Se alisó la camisa con una mano y se levantó lentamente hasta estar de pie. Tenía la cabeza embotada aún por el sueño y notaba cómo la sangre iba regresando poco a poco a su cuerpo, a sus piernas. Una de esas noches, se dijo, iba a dormir ocho horas a pierna suelta. Pensó que le iría bien lavarse la cara con agua fresca, de modo que abrió la puerta con cuidado y salió al pasillo, en un extremo del cual había una vela solitaria dentro de un farol que ofrecía apenas la luz necesaria para encontrar el camino hasta el baño.