Bunch es nativo de Missouri. Tiene un amplio pasado universitario; tras pronunciar el discurso de fin de curso en la escuela superior, fue premiado con una beca para la Universidad Central Estatal de Missouri, donde se especializó en inglés además de en física y ciencias sociales, y se graduó con una Licenciatura en Ciencias; recibió un Título en Humanidades en la Universidad de Washington, donde se especializó en inglés y en literatura americana. Siguió unos cursos para doctorarse en filosofía, pero poco antes de presentar su tesis los abandonó para entrar en la Writer's Workshop de la Universidad Estatal de Iowa. Allí estuvo un cierto tiempo, y finalmente la abandonó también para empezar a escribir tal como él creía que debía hacerlo. Nunca regresó a ella.
Este abandono no parece haberle perjudicado en absoluto. Ha publicado, en más de cuarenta revistas, poesía y relatos cortos de una gran variedad. La mayor parte de su obra ha sido publicada en «pequeñas» revistas o en revistas de ciencia ficción. De las primeras podemos citar, San Francisco Review, Southwest Review, New México Quarterly, Chelsea, Perspective, Génesis West, The Smith, Shenandoah, New Frontiers, Simbólica, The Fiddlehead, Epos, The Galley Sai! Review, Forum y un montón de otras. Ha publicado también en casi todos los periódicos de ciencia ficción existentes, y ha sobrevivido a muchos otros. Ha sido honrado por tres veces por Judith Merril en sus antologías Year's Best SF (La mejor ciencia ficción del año). Una recopilación de sus relatos cortos ha sido aceptada para su publicación en tapa dura este año. Sus versos han aparecido en más revistas aún que las citadas antes, y una colección de su poesía está contratada para su publicación en libro.
Bunch es posiblemente el más peligroso visionario de todos los representados aquí. Ha sido siempre así desde que inició su carrera literaria especulativa, no ha hecho simplemente un esfuerzo para esta ocasión en particular como otros de sus compañeros.
Escribe de los enigmas, de los acertijos, de las preguntas, de las fábulas, del futuro. Habla en misterios. La ventaja del lector es intentar adivinarlos.
* * *
En Moderan no nos hallamos a menudo entre guerras, pero este era un tiempo de tregua. Un par de Fortalezas en el norte habían funcionado mal —alguna avería en sus cintas transportadoras de municiones, creo—, y todos habíamos votado una suspensión de la guerra durante un día o dos para darles la posibilidad de recuperar su capacidad de tiro. No me interpreten mal… no se trataba de un asunto de consideración o fair-play ni de ningún tipo de hipocresía estilo ama-a-tu-fortaleza-vecina, como podía haber sido en los Viejos Días. Se trataba de un compromiso de puro sentido común con la realidad. Cuanto más grande y mejor es la guerra, más grandes y mejores son las posibilidades de odiar enormemente y de ganar honores. Era tan sencillo como eso.
Pero de cualquier modo estábamos entre guerras, y yo me dedicaba a algunos vagos trabajos en el exterior del onceavo, el más exterior, Muro de mi Fortaleza. Para ser completamente franco, no hacía más que permanecer sentado allí en mi sillón anatómico a la última moda, gozando del resplandeciente sol veraniego a través de la pantalla de vapor ocre de julio y diciendo a mi jefe de armas lo que tenía que hacer. Él estaba, en aquel momento, puliendo una placa honorífica que proclamaba en la Pared 11 cómo nuestro fuerte, la Fortaleza 10, era PRIMERA EN LA GUERRA, PRIMERA EN EL ODIO, Y PRIMERA EN ATEMORIZAR AL ENEMIGO.
Las cosas se estaban volviendo tediosas. Quiero decir que estaba empezando a hacerse aburrido, ese permanecer sentado por ahí entre guerras, dirigiendo el pulido de placas y dormitando al filtrado sol del verano. Para aliviar el aburrimiento, y para divertirme un poco, estaba dispuesto a levantarme y empezar a golpear a mi hombre de armas con mi ligero bastón de metal nuevo lastrado con plomo. No porque no estuviera haciendo un excelente trabajo, entiendan, sino simplemente por tener algo que hacer. Fui salvado de este proceder más bien estúpido y quizá incluso sin sentido, aunque no completamente desagradable, por un movimiento en la novena colina a mi izquierda. Ajusté rápidamente mi visión Moderan de amplio alcance a alta precisión, llevé a mis ojos mi pequeño visor pocko-scope, y capté una silueta.
¡Cuando se acercó, vi que era una silueta, sin lugar a dudas! Inmediatamente comprendí que era una de esas piezas de movimiento…, ¿hombre?, ¿animal?, ¿vegetal andante?…, bueno, ¿qué puede uno decir de la mayoría de esas formas mutantes que vagan sin hogar por el plástico de Moderan? Cuando se detuvo ante mí, me sentí inquieto. Extrañamente, tuve una sensación de culpabilidad y de vergüenza, tan deforme y retorcido y lleno de carne por todas partes era. Oh, ¿por qué no pueden ser todos ellos duros y brillantes y metálicos, y limpios, como nosotros los amos de las Fortalezas, con un mínimo de bandas de carne manteniéndolos en forma? La manera en que nosotros los amos estamos en Moderan hace la vida tan bien ordenada y odiosa—feliz, tan brillantes y acerados somos en nuestra gloria, con nuestras escasas bandas de carne contrastando con el esplendor corporal de nuestras aleaciones de metal nuevo. Pero supongo que siempre tienen que existir formas inferiores, insectos a los que aplastar… Decidí intentar hablar, puesto que no podía simplemente quedarme allá sentado, con él mirándome.
—Estamos entre guerras aquí —dije en tono conversacional—. Dos de las poderosas Fortalezas del norte se han averiado, así que hemos decidido hacer una pausa.
Él no dijo nada. Estaba mirando a la placa honorífica en el Muro 11 y al hombre de armas puliendo las orgullosas palabras.
—Es sólo una forma de llenar el tiempo entre dos campañas —dije—. Además, me da la oportunidad de dormitar aquí en este filtrado sol de verano mientras el hombre de armas hace el trabajo. Pero resulta tedioso. Antes de que tú llegaras, estaba a punto de levantarme y empezar a golpearle con mi bastón ligero de metal nuevo lastrado con plomo, pese a que él es todo de aleación de metal nuevo y está haciendo un excelente trabajo, y probablemente ni siquiera sentiría los golpes. Sólo para tener algo que hacer, ya sabes. Como tal vez te des cuenta, un amo de Fortaleza no debe hacer ningún auténtico trabajo en Moderan. Va contra el código.
Reí un poco, pero extrañamente me sentí nervioso en mis bandas de carne y vacilante en torno a mis articulaciones. ¿Por qué me miraba de esa forma? Es más, ¿por qué deberían afectarme en absoluto las miradas de una tan insignificante muestra de vida?
¿Podía hablar él? Sí, podía. Unos blandos labios azules se abrieron y un trozo de cartilaginosa carne amarillo-rosada se agitó arriba y abajo en la húmeda cavidad de su boca que era roja como la carne en vivo. Cuando esta vulgar obra de carne y aire hubo terminado, me di cuenta de que había dicho:
—Hemos realizado un pequeño funeral para Hijo hace un momento. Hemos cavado en el plástico con nuestros pobres utensilios de fortuna y lo hemos puesto bajo la costra a tiempo. Nos hemos apresurado. Sabíamos que no podrías garantizarnos mucha tregua. He venido a darte las gracias por lo que has hecho.
Me agité un poco ante estas extrañas palabras y me giré, luego me recobré rápidamente y agité con frivolidad una mano de acero.
—Considera que ya me las has dado —dije—. Si deseas una flor de acero para decorar la tumba, toma una.
Se estremeció en todas sus partes de fláccida carne.
—He venido a darte las gracias —me dijo en lo que supuse pasaba por ser un atrevimiento de su tribu—, no para ser ridiculizado.
En sus ojos había ahora una mirada de desconcierto y duda.
Repentinamente, me di cuenta de que todo aquello era ridículo. Allí estaba yo, un hombre de Moderan entre guerras, ocupándome de mis propios asuntos, sentado en el exterior del onceavo Muro de mi Fortaleza, aguardando a que la guerra se reanudara, y de pronto un extraño montón de sentimentalismo andante cuya existencia ni siquiera conocía acude desde la novena colina de mi izquierda para darme las gracias por un funeral.
—¿Ha estado bien? —pregunté.
Intenté recordar cómo eran las cosas en los Viejos Días. ¿El duelo se extendía a lo largo de kilómetros? ¿Había música… mucha? ¿Flores… cubriéndolo todo?
—Sólo nosotros —dijo—. Yo y su madre. E Hijo. Fuimos aprisa. Estábamos seguros de que no podrías concedernos mucho tiempo en esta época tan ajetreada. Te damos las gracias por lo que hiciste… por la decencia.
¿Decencia? ¡Qué vieja palabra! ¿Qué podía querer significar decencia?
—¿Decencia? —dije.
—Los ritos. ¡Ya sabes! Tuvimos tiempo para una pequeña plegaria. Pedimos que se le permitiera a Hijo vivir eternamente en una mansión feliz.
—Escucha —dije, un poco cansado ya de todo aquello—. Ya no recuerdo nada de los Viejos Días lo suficiente como para discutir eso. Pero vosotros, pobres mutantes de carne, ¿enterráis a vuestros muertos y luego pedís que les sea concedido el levantarse y vivir de nuevo unas veinticinco veces más ligeros que una burbuja de aire deshumidificada? ¿No es así? ¿Pero no es eso correr un riesgo? ¿Por qué no sois un poco más juiciosos y hacéis las cosas como nosotros los amos de Moderan las hacemos? ¿Simplemente someterse a esa operación cuando sois jóvenes y vigorosos, extirpar toda esa carne que no necesitáis, «reemplazaros» todos con «repuestos» de aleación de metal nuevo, y vivir eternamente? Alimentaos con ese extracto puro de miel de introven que hemos descubierto y lo conseguiréis. Nosotros sabemos lo que tenemos y sabemos cómo vivir…
Y ahora, si me disculpas, según este informe que acaba de llegarme en este mismo momento por el Avisador, esas Fortalezas que hicieron interrumpir la guerra ya han sido reparadas. Detuvimos los disparos a causa de ellas, de modo que ahora debemos apresurarnos para recuperar el odio perdido. Creo que el fuego va a ser un poco más intenso de lo que estabas acostumbrado.
Mientras acababa de pronunciar estas palabras observé lo que parecía desconcierto y duda aletear extrañamente por sus rasgos repletos de carne.
—¿Detuviste la guerra porque… porque esas dos Fortalezas se averiaron en el norte? ¿Entonces… no lo hiciste para que pudiéramos enterrar a Hijo y tuviéramos la decencia?
Un frío pensamiento parecía haberle envuelto; dio la impresión de arrugarse y encogerse, de hacerse unos centímetros más pequeño allí delante en el plástico. Me maravillé nuevamente de los grandes sufrimientos a los que se ven expuestas esas cosas de carne con sus emociones y sus palpitaciones cardíacas. Golpeé mi pecho «reemplazado» en una especie de meditación, y di las gracias a las propicias estrellas de hierro de nuestros espléndidos cielos de satélites nuevos por mi capacidad de mantenerme tranquilo.
—Dentro de un momento abriremos nuevamente el fuego —dije—. Ahora estamos limpiando las líneas para la primera cuenta atrás y la reanudación general de las hostilidades. Como ves, intentamos empezar en buen equilibrio. Tras lo cual cada Fortaleza irá por su lado, a fin de sacarle el mejor partido a sus municiones.
Me miró durante largo rato como en busca de cualquier signo de burla. Tras un momento, dijo en un tono que supuse pasaba entre las cosas de carne por una gran tristeza y una gran resignación:
—No, supongo que realmente no te detuviste para que pudiéramos enterrar a Hijo y tener la decencia. Supongo que es cierto que las Fortalezas del norte se averiaron. Ahora comprendo que creí ver algo hermoso y cierto donde no había nada ni hermoso ni cierto.
Y así… he venido a darte las gracias por la decencia… para nada…
Yo probablemente asentí con la cabeza, ligeramente, o tal vez no lo hice, porque estaba oyendo la Voz ahora, estaba oyendo al Avisador decir que todo estaba casi listo para la Gran Ofensiva, y que todos los amos debíamos ir de nuevo a ocupar nuestras secciones en los paneles de control de las Salas de Guerra.
—¡Ya estamos! —dije, a nadie y a nada en particular—. Habrá! doble fuego ahora, y lanzamiento de cabezas de guerra durante! todo el día, hasta que recuperemos nuestro tiempo en unidades de odio.
Justo en el momento en que, haciendo un gesto a mi hombre de armas para que no olvidara el sillón anatómico, iba a volverme para irme corriendo hacia mi Sala de Guerra y reasumir la Gran Ofensiva, un sonido helado golpeó mi acero. ¿Qué era ese agudo sonido que hacía vibrar el plástico? Entonces vi. Era la pequeña cosa de carne. Había perdido el control de sus emociones, se había derrumbado, y ahora estaba sollozando y derramando auténticas lágrimas.
—Todo está bien, no te asustes —le grité mientras me volvía de nuevo y me apresuraba—. Mantente por las hondonadas, evita las colinas a partir de media ladera, y camina rápidamente. Lo conseguirás. Al principio sólo tiramos a las cimas.
Pero mientras atravesaba el Muro y ordenaba a mi hombre de armas que lo cerrara y asegurara todo, observé que el pequeño ser de carne permanecía postrado, sollozando junto al plástico. ¡No hacía ningún esfuerzo por huir y salvarse! Y repentinamente la vieja Fortaleza Vecina al este abrió fuego prematuramente, con tanta precisión que la pequeña masa de carne se vio aplastada como si fuera una torta… de hecho mucho más que una torta, mientras recibía el impacto de una mortal bomba Zump que estoy seguro era capaz de hundirlo hasta el centro de la tierra al tiempo que lo vaporizaba hasta lo más alto del cielo y a todos los vientos, y me alegré sobremanera de que el tiro hubiera quedado un poco corto y no le hubiera dado a mi complejo. Pero mientras miraba la nube de humo y la gran extensión de nada ahora, allá donde un momento antes había habido una buena cubierta de plástico, no pude evitar de alegrarme de que la guerra hubiera EMPEZADO de nuevo. En cuanto al ser de carne, ni siquiera pensé en llorarle, y nada en mi mente condujo a mi corazón a sangrar mientras corría a toda prisa hacia la Sala de Guerra para accionar mis palancas de tiro.
David R. Bunch
Desde mi pequeña habitación con la cama roja y las dos cortinas grises que cubrían las ventanas podía ver la Torre, no en el crepúsculo del recuerdo, ya que por supuesto nunca había estado allí, sino a la luz lunar del pensamiento. Y en mi pensamiento era algo glorioso, aunque sólo tuviera metro y medio de altura, con la luna brillando sobre la celda que contiene mis cadenas, y la plataforma invitadora y vacía. Una silueta alta estaba de pie en la calle, alta y erguida por un instante, a la luz lunar del pensamiento (aunque yo tengo mis buenos diez centímetros menos que una altura decente), luego se giraba y se dirigía rápidamente hacia la meta, con buenos pasos, a buena velocidad, las cadenas conducidas fácilmente sobre dos pequeños carritos con ruedas silenciosas y libres en la calzada. En una celebración de claro de luna escalábamos la Torre hasta su cima y nos sentábamos tranquilamente en la plataforma sobre la celda de metal. Las cadenas se deslizaban silenciosamente de los carritos con ruedas, penetrando en los estrechos orificios de la celda, tirando de nuestros pies tras ellas, hasta que nos sentábamos triunfantes en silencio midiendo la victoria que habíamos obtenido. No avergonzados por la pequeñez de nuestra victoria, por supuesto que nada avergonzados, sacábamos las alegres banderolas que habíamos guardado para esta hora de grandes hazañas. Hinchando los dos pequeños globos, el uno rojo, el otro de un verde brillante casi imposible, y atando uno a cada muñeca, permanecimos sentados allá, alegres y victoriosos a la luz de la luna, nuestras cadenas dentro en la celda, nuestras cabezas mirando a las estrellas, desde la Torre, pero de metro y medio de alto… Tanto peor para el claro de luna.