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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas (11 page)

BOOK: Vivir y morir en Dallas
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Stan hizo un movimiento con la mano, apenas perceptible para mí, y en un segundo, literalmente, todos los vampiros salvo el propio Stan y Bill salieron a la cocina. No me hizo falta mirar para saber que Bill estaba apoyado contra la pared, listo para cualquier cosa. Respiré hondo. Había llegado la hora de empezar con aquella aventura.

—¿Cómo te encuentras, Bethany? —dije con voz amable.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, hundiéndose en su silla. Era una silla con ruedas y la hice rodar, apartándola de la mesa para situarla frente a la mía. Stan seguía sentado, presidiendo la mesa por detrás de mí, ligeramente escorado a la izquierda.

—Te puedo contar un montón de cosas sobre ti —dije, tratando de parecer cálida y omnisciente. Empecé a recabar pensamientos sueltos, como quien recoge manzanas de un árbol repleto de ellas—. Tenías un perro que se llamaba
Woof
cuando eras pequeña, y tu madre hace la mejor tarta de coco del mundo. Tu padre perdió mucho dinero jugando a las cartas una vez, y tuviste que empeñar tu aparato de vídeo para ayudarle y que tu madre no se diese cuenta.

Se había quedado boquiabierta. Dentro de lo que cabía, se había olvidado del peligro en el que se encontraba.

—¡Es alucinante, eres tan buena como el médium de la tele, el de los anuncios!

—Bueno, Bethany, no soy una médium —dije con un ligero exceso de aspereza—. Soy telépata, y puedo leerte los pensamientos, incluso aquellos que no sabes que tienes. Voy a hacer que te relajes primero y luego recordaremos la noche que trabajaste en el bar, no la de hoy, sino la de hace cinco días —volví a mirar a Stan, quien asintió.

—Pero ¡si no estaba pensando en la tarta de mi madre! —dijo Bethany, insistiendo en lo que más le había impactado.

Traté de reprimir un suspiro.

—No eras consciente de ello, pero sí que lo hacías. Se deslizó por tu mente cuando miraste a Isabel, la vampira más pálida, pues su tez es tan blanca como el azúcar que recubre la tarta. Y pensaste en cuánto echabas de menos a tu perro cuando caíste en lo que te echarían a ti de menos tus padres.

Supe que aquello fue un error en cuanto las palabras salieron de mi boca. Como era de esperar, la chica empezó a llorar de nuevo, recordando la situación en la que estaba inmersa.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó entre sollozos.

—Estoy aquí para ayudarte a recordar.

—Pero has dicho que no eres médium.

—Y no lo soy —¿o sí? A veces pensaba que tenía un «don» mixto, que era lo que los vampiros pensaban. Yo siempre lo había considerado más una maldición, hasta que conocí a Bill—. Los médiums pueden tocar objetos y obtener información de quienes los usaron. Algunos tienen visiones de acontecimientos pasados o futuros. Otros se pueden comunicar con los muertos. Yo soy una telépata. Puedo leer los pensamientos de algunas personas. Se supone que también puedo emitir pensamientos, pero nunca lo he intentado —ahora que había conocido a otro telépata, el intento se convertía en una emocionante posibilidad, pero puse freno a esa idea para explorarla en mi tiempo libre. Tenía que concentrarme en la tarea pendiente.

Mientras me arrodillaba frente a Bethany, tomé una serie de decisiones. La idea de «escuchar» con un propósito concreto me era en cierto modo novedosa. Me había pasado la mayor parte de la vida intentando hacer lo contrario. Ahora «escuchar» era mi trabajo, la vida de Bethany probablemente dependiera de ello; y la mía con completa seguridad.

—Escucha, Bethany, esto es lo que vamos a hacer. Vas a recordarlo todo acerca de esa noche y yo te voy a ayudar. Desde dentro de tu mente.

—¿Me va a doler?

—En absoluto.

—¿Y después?

—Te podrás marchar.

—¿A casa?

—Claro —con unos retoques en la memoria que no me incluyeran ni a mí ni esta noche, cortesía de un vampiro.

—¿No me matarán?

—Por supuesto que no.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —atiné a sonreír.

—Vale —dijo ella, vacilante. La moví un poco para que no pudiera ver a Stan detrás de mi hombro. No tenía ni idea de qué estaría haciendo él, pero esta pobre no tenía ninguna necesidad de verle la cara pálida mientras intentaba que se relajara—. Eres guapa —dijo de repente.

—Gracias. Tú también lo eres —al menos podía serlo bajo ciertas circunstancias. Su boca era demasiado pequeña para su cara, pero ése era un rasgo que algunos hombres encontraban atractivo, pues daba la impresión de que siempre la tenía solícitamente fruncida. Contaba con una abundante melena castaña, densa y espesa, y un cuerpo delgado, de pechos pequeños. Ahora que la miraba otra mujer, a Bethany le preocupaba su ropa arrugada y el maquillaje echado a perder—. No te preocupes por tu aspecto, estás bien —dije con tranquilidad, sosteniéndole las manos—. Ahora nos vamos a coger de la mano un momento; tranquila, no quiero ligar contigo —rió nerviosa y sus dedos se relajaron más. Entonces empecé a trabajar.

Aquello era nuevo para mí. En lugar de intentar evitar mi telepatía, había tratado de desarrollarla con el apoyo de Bill. El personal humano de Fangtasia había hecho las veces de conejillos de indias. Descubrí casi por accidente que era capaz de hipnotizar a la gente en apenas un momento. No es que consiguiera dominar su voluntad ni nada parecido, pero podía penetrar en sus mentes con una escalofriante facilidad. Si, leyéndole la mente, una es capaz de averiguar qué es lo que verdaderamente tranquiliza a alguien, resulta relativamente fácil relajar a esa persona hasta un estado de trance.

—¿Qué es lo que más te gusta, Bethany? —pregunté—. ¿Recibir algún masaje de vez en cuando? O puede que te guste hacerte las uñas —miré en la mente de Bethany con delicadeza. Escogí el mejor canal para mis intenciones—. Tu peluquero favorito —dije manteniendo la voz suave y equilibrada— te está arreglando el pelo... Se llama Jerry. Lo ha cepillado una y otra vez. No queda ni un solo enredo. Lo ha saneado con mucho cuidado porque es muy denso. Le llevará mucho tiempo cortarlo, pero está deseando hacerlo porque es un cabello sano y brillante. Levanta un mechón y lo recorta... Las tijeras chasquean un poco. Un mechón de pelo cae sobre la capa de plástico y se escurre hasta el suelo. Vuelves a sentir sus dedos en tu pelo. Se mueven una y otra vez en él, toma otro poco y lo corta. A veces lo vuelve a cepillar para comprobar que está igualado. Es una sensación agradable estar sentada y dejar que alguien te arregle el pelo. No hay nadie más... —no, espera. He suscitado una ligera sensación de incomodidad—. Sólo hay unas pocas personas en la peluquería, y todas están tan ocupadas como Jerry. En ocasiones se escucha el encendido de un secador. Apenas puedes escuchar voces murmurando en el sillón de al lado. Sus dedos se deslizan por tu pelo, cogen, cortan y cepillan una y otra vez.

No sé lo que diría un hipnotizador entrenado sobre mi técnica, pero a mí al menos me funcionó esa vez. El cerebro de Bethany se encontraba en un estado de tranquila receptividad, justo a la espera de que se le diera una instrucción. Con la misma voz tranquila dije:

—Mientras trabaja en tu pelo, pasearemos por aquella noche en el trabajo. No dejará de cortar, ¿de acuerdo? Empieza preparándote para ir al bar. No te preocupes por mí. No soy más que un soplo de aire sobre tu hombro. Puede que escuches mi voz, pero procede de otra zona del salón de belleza. Ni siquiera podrás escuchar lo que digo a menos que pronuncie tu nombre —informaba a Stan al mismo tiempo que tranquilizaba a Bethany. Entonces me sumergí en la mente de la chica a mayor profundidad.

Bethany estaba mirando su apartamento. Era muy pequeño y estaba bastante arreglado. Lo compartía con otra empleada del Bat's Wing que se llamaba Desiree Dumas. Tal como Bethany la veía, Desiree Dumas tenía el mismo aspecto que su nombre inventado: una sirena diseñada por sí misma, puede que un poco pasada de kilos, puede que un poco demasiado rubia y convencida de su propio atractivo erótico.

Llevar a la camarera por aquella experiencia era como ver una película, pero de las sosas. La memoria de Bethany era demasiado buena. Pasando por alto las partes más aburridas, como cuando ella y Desiree discutieron acerca de las excelencias de dos marcas diferentes de máscara para pestañas, lo que recordaba era lo siguiente: se había preparado para ir al trabajo como siempre, y acudió acompañada de Desiree. Su compañera trabajaba en la tienda de recuerdos del Bat's Wing. Vestida con un top rojo y unas botas negras, vendía objetos de recuerdo vampíricos muy caros. Con sus colmillos artificiales posaba en fotos con turistas a cambio de buenas propinas. La delgada y tímida Bethany era una humilde camarera. Durante un año había esperado a que se le abriesen las puertas de la tienda de recuerdos, que era más tranquila. Allí no ganaría tantas propinas, pero su sueldo base sería mayor y podría sentarse cuando no estuviese tan ocupada. Pero Bethany aún no había llegado a eso. Así que le tenía bastante envidia a Desiree; algo irrelevante, pero me oí decírselo a Stan como si se tratase de una información crucial.

Jamás había profundizado tanto en la mente de otra persona. Trataba de filtrar los pensamientos innecesarios a medida que avanzaba, pero no era capaz. Al final dejé que todo emergiera. Bethany seguía completamente relajada, aún inmersa en su corte de pelo. Tenía una excelente memoria visual, y estaba igual de absorta que yo en la noche que pasó trabajando.

En sus recuerdos, Bethany servía sangre sintética sólo a cuatro vampiros: una mujer pelirroja; una hispana baja y regordeta, de ojos negros como el betún; un adolescente rubio con antiguos tatuajes y un hombre moreno de mandíbula abultada y corbata de lazo. ¡Ahí! Farrell ciertamente estaba en los recuerdos de Bethany. Tuve que reprimir mi sorpresa al reconocerlo mientras trataba de guiar a Bethany con más autoridad.

—Ese es, Bethany—susurré—. ¿Qué recuerdas de él?

—Oh, él —dijo Bethany en voz alta, sobresaltándome de tal modo que casi salté de mi silla. En sus recuerdos se volvió para mirar a Farrell, pensando en él. Se tomó dos sangres sintéticas cero positivo y le dejó una propina.

Bethany frunció el ceño mientras se concentraba en mi pregunta. Intentaba con todas sus fuerzas recordar. Empezó a unir retazos de la noche para poder alcanzar con más facilidad los fragmentos en los que salía el vampiro de pelo castaño.

—Se fue a los aseos con el rubio —dijo, y vi en su mente la imagen del rubio tatuado, el que parecía ser el más joven. Si hubiese sido una artista habría sido capaz de dibujarlo.

—Joven vampiro, puede que dieciséis años. Rubio, con tatuajes —le murmuré a Stan, quien pareció sorprenderse.

Apenas capté la sensación, pues tenía muchas cosas en las que permanecer concentrada (era como tratar de hacer juegos malabares), pero, sí, creo que sorpresa es la mejor forma de definir el gesto que reflejaba la cara de Stan. Su reacción me extrañó.

—¿Estás segura de que era un vampiro? —le pregunté a Bethany.

—Se bebió la sangre —dijo ella de plano—. Era muy pálido. Me puso los pelos de punta. Sí, estoy segura.

Y se fue con Farrell a los aseos. Eso sí que me descolocó. La única razón por la que un vampiro iría a unos aseos sería para hacer el amor con un humano que estuviese dentro, beberse su sangre o hacer ambas cosas a la vez (lo cual suponía el mayor placer para ellos). Sumergiéndome de nuevo en los recuerdos de Bethany vi como servía a algunos clientes más. No reconocí a ninguno, aunque me fijé muy bien en todos. La mayoría parecían turistas inofensivos. Uno de ellos, un hombre de tez oscura y bigote frondoso, me pareció familiar, así que traté de tomar nota de sus acompañantes: un hombre alto y delgado con pelo rubio que le llegaba hasta los hombros, y una mujer rellenita con uno de los peores cortes de pelo que jamás había visto.

Tenía algunas preguntas que hacerle a Stan, pero primero quería terminar con Bethany.

—¿Volvió a salir el vampiro con aspecto de cowboy, Bethany?

—No —dijo tras una perceptible pausa—. No volví a verlo —la escruté con cuidado en busca de lagunas mentales; nunca podría reemplazar lo que se hubiera borrado, pero podía tratar de averiguar si alguien había estado jugando con su mente. No encontré nada. Ella trataba de recordar, de eso estaba segura. Podía notar sus esfuerzos por recordar otro atisbo de Farrell. Por el sentido de su esfuerzo, me di cuenta de que estaba perdiendo el control sobre los pensamientos y los recuerdos de Bethany.

—¿Qué me dices del joven rubio? El de los tatuajes.

Bethany meditó. Estaba con medio pie fuera del trance.

—Tampoco lo vi —dijo. Un nombre se deslizó por su mente.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté, manteniendo la voz muy tranquila.

—¡Nada, nada! —ahora los ojos de Bethany estaban abiertos de par en par. Se acabó el corte de pelo; la había perdido. Mi control distaba mucho de ser perfecto.

Quería proteger a alguien. Quería impedir que pasase por lo mismo que estaba pasando ella. Pero no pudo impedir que un nombre se filtrara en su pensamiento, y pude atraparlo. No llegaba a comprender por qué pensaba que aquel hombre podía saber algo más, pero así era. Sabía que de nada serviría comunicarle que había accedido a su secreto, así que le sonreí.

—Puede irse. Lo tengo todo —le dije a Stan sin volverme para mirarlo.

Me quedé con el aspecto de alivio de Bethany antes de volverme hacia Stan. Creo que él sabía que me guardaba un as en la manga y no quería que dijese nada. ¿Quién puede decir lo que se le pasa a un vampiro por la cabeza cuando es precavido? Pero estaba convencida de que Stan me había comprendido.

No dijo nada, pero apareció de inmediato otra vampira, una chica que aparentaba la edad de Bethany. Stan había elegido bien. La chica se inclinó hacia Bethany, la tomó de la mano, sonrió con los colmillos completamente replegados y dijo:

—Te llevaremos a casa, ¿de acuerdo?

—¡Oh, genial! —Bethany llevaba el alivio escrito con letras de neón en la frente—. Oh, genial —repitió, algo menos segura—. Porque me vais a llevar a casa de verdad, ¿no? Vais...

Pero la vampira había mirado a Bethany directamente a los ojos.

—No recordarás nada sobre esta noche, salvo la fiesta.

—¿Fiesta? —la voz de Bethany sonaba torpe, con apenas un atisbo de curiosidad.

—Fuiste a una fiesta —dijo la vampira mientras guiaba a Bethany fuera de la habitación—. Fuiste a una gran fiesta y allí conociste a un chico muy guapo. Has estado con él —aún seguía murmurándole cosas a Bethany cuando salieron. Esperaba que le estuviera construyendo un buen recuerdo.

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