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Authors: Charlaine Harris

Vivir y morir en Dallas (12 page)

BOOK: Vivir y morir en Dallas
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—¿Y bien? —inquirió Stan cuando la puerta se cerró detrás de las dos.

—Bethany cree que el portero del club puede saber algo más. Lo vio entrar en los servicios de caballeros pisando los talones de su amigo Farrell y al vampiro desconocido —lo que yo no sabía, y no pensaba preguntar a Stan, era si los vampiros solían tener sexo unos con otros. El alimento y el sexo eran cosas tan íntimamente ligadas en la vida de los vampiros que no podía imaginarme a un vampiro teniendo sexo con alguien que no fuera humano, o sea, con alguien de quien no pudiera tomar la sangre. ¿Acaso los vampiros bebían la sangre de otros de su especie en situaciones no críticas? Sabía que si la vida de un vampiro estaba en peligro (ay, ay), otro vampiro podía donarle su sangre para revivirlo, pero jamás había oído hablar de otras situaciones de intercambio sanguíneo. No me apetecía nada preguntárselo a Stan. Quizá sacaría el tema con Bill cuando estuviéramos fuera de esa casa.

—Lo que descubriste en su mente es que Farrell estaba en el bar y que fue al aseo de caballeros con otro vampiro, un joven de pelo rubio largo y muchos tatuajes —resumió Stan—. El portero fue al aseo mientras los dos estaban aún dentro.

—Correcto.

Se produjo una notable pausa mientras Stan decidía qué hacer a continuación. Aguardé encantada de no escuchar una sola palabra de su debate interno. Nada de destellos o atisbos.

Captar fogonazos de la mente de un vampiro era cuando menos extremadamente raro. Nunca había tenido una visión de los de Bill; y no supe que era posible hasta un tiempo después de ser presentada en la sociedad vampírica. Por eso su compañía suponía un gran placer para mí. Por primera vez en mi vida podía tener una relación normal con un hombre. Es cierto que no era un hombre vivo, pero no siempre se puede tener todo.

Como si supiera que había estado pensando en él, sentí que Bill posaba su mano sobre mi hombro. Le correspondí tocándosela, deseando poder levantarme y fundirme con él en un abrazo. No era una buena idea delante de Stan. Podía entrarle el hambre.

—No conocemos al vampiro que acompañó a Farrell —dijo Stan, lo que se antojaba exigua respuesta después de tanta meditación. A lo mejor pensó en darme una explicación más larga, pero decidió que no era lo suficientemente lista para entenderla. Es igual, prefiero que me subestimen a que esperen de mí lo que no puedo dar. Además, ¿qué más me daba? No obstante, archivé mi pregunta bajo los hechos que necesitaba saber.

—¿Quién era el portero del Bat's Wing?

—Un hombre llamado Re-Bar —dijo Stan. Había un toque de aversión en la forma de decirlo—. Es un «colmillero».

Entonces Re-Bar tenía el trabajo de sus sueños. Trabajar con vampiros y para vampiros y estar cerca de ellos toda la noche. Menuda suerte, para alguien fascinado por los no muertos.

—¿Qué podía hacer si un vampiro se ponía rebelde? —pregunté por pura curiosidad.

—Se encargaba sólo de los borrachos humanos. Notamos que los porteros vampiros tienden a excederse en el uso de su fuerza.

No me apetecía pensar mucho en eso.

—¿Re-Bar está aquí?

—Sólo llevará un momento —dijo Stan sin consultar a nadie en su séquito. Seguro que tenía con ellos algún tipo de conexión mental. Nunca había visto nada parecido antes, y estaba segura de que Eric no era capaz de abordar mentalmente a Bill. Debía de ser el don especial de Stan.

Mientras esperábamos, Bill se sentó en la silla que tenía a mi lado. Me cogió de la mano. Lo encontré muy reconfortante, y lo adoré por ello. Mantuve la mente relajada, tratando de conservar algo de energía de cara al interrogatorio venidero. Pero empezaba a albergar alguna preocupación muy seria acerca de la situación de los vampiros de Dallas. Me preocupaba el atisbo que había tenido de los clientes de bar, sobre todo el del hombre que creí reconocer.

—Oh, no —dije bruscamente, recordando de repente dónde lo había visto.

Los vampiros se pusieron en guardia.

—¿Qué, Sookie? —preguntó Bill.

Stan parecía como si lo hubiesen esculpido en hielo. Sus ojos verdaderamente emitían un brillo verdoso, no eran imaginaciones mías.

Trastabillé con mis propias palabras, que corrían más deprisa que mis pensamientos por explicar lo que se me estaba pasando por la cabeza.

—El sacerdote —le dije a Bill—. El hombre que se escabulló en el aeropuerto, el que intentó cogerme. Estuvo en el bar —la diferencia del lugar y las ropas me habían confundido mientras estuve en la mente de Bethany, pero ahora estaba segura.

—Ya veo —dijo Bill lentamente. Al parecer, Bill tiene una memoria prácticamente fotográfica, por lo que podía contar con él para que reconociera plenamente al individuo.

—Entonces no creía que fuese un sacerdote de verdad, y ahora estoy segura de que estuvo en el bar la noche que Farrell desapareció —dije—. Iba vestido con ropa normal, nada de alzacuellos y camisa negra.

Hubo una prolongada pausa.

—Pero ese hombre —dijo Stan delicadamente—, este falso sacerdote del bar, aun acompañado de dos humanos no podría haberse llevado a Farrell si él no se hubiese querido ir voluntariamente.

Me quedé mirándome a las manos, sin decir una sola palabra. No quería ser quien lo dijera en voz alta. Bill, cauto, tampoco abrió la boca.

—Bethany recordó que alguien acompañó a Farrell al aseo —dijo al fin Stan Davis, líder de los vampiros de Dallas—. Un vampiro que no me es familiar.

Asentí, manteniendo la mirada desviada.

—Luego, ese vampiro debió de ayudar en el secuestro de Farrell.

—¿Farrell es gay? —pregunté, tratando de sonar como si la pregunta hubiese salido de las paredes.

—Prefiere a los hombres, sí. ¿Crees que...?

—No creo nada —dije, negando con vehemencia para convencerle de que así era. Bill me apretó los dedos. Ay.

El silencio se hizo tenso, hasta que apareció la vampira con aspecto de adolescente acompañando al humano corpulento que yo había visto en los recuerdos de Bethany. Sin embargo, no tenía el aspecto con que Bethany lo veía. Para ella era más robusto, menos gordo; más encantador, menos desaseado. Pero estaba claro que era Re-Bar.

Enseguida reparé en que algo no iba bien con ese hombre. Seguía a la vampira como un perro faldero y sonreía a todos los presentes en la habitación. Qué raro, ¿no? Cualquier humano que sintiese el desasosiego que emanaban los vampiros estaría preocupado, por muy limpia que llevase la conciencia. Me levanté y me dirigí hacia él. Me esperó con alegre expectación.

—Hola, amigo —le dije con amabilidad, y le estreché la mano, soltándosela en cuanto la decencia me dio luz verde. Di un par de pasos hacia atrás. Me apetecía tomar un analgésico y echarme un rato.

—Bien —le dije a Stan—, es evidente que tiene un buen agujero en la cabeza.

Stan examinó el cráneo de Re-Bar con mirada escéptica.

—Explícate —dijo.

—¿Cómo le va, señor Stan? —preguntó Re-Bar. Apuesto a que nadie se había atrevido a hablarle así a Stan Davis, al menos en los últimos cinco siglos.

—Estoy bien, Re-Bar. ¿Cómo estás tú? —tuve que darle unos puntos a Stan por mantenerse tranquilo.

—Bueno, pues genial —dijo Re-bar, agitando la cabeza con gesto de asombro—. Soy el capullo más afortunado del planeta... Discúlpeme señorita.

—Estás disculpado —tuve que forzarme a decir.

—¿Qué le han hecho, Sookie?

—Le han hecho un agujero en la cabeza —dije—. No sabría cómo explicarlo mejor. No sé cómo lo han hecho porque nunca había visto nada parecido antes, pero cada vez que miro en sus pensamientos, en sus recuerdos, siempre encuentro un enorme y feo agujero. Es como si Re-Bar necesitase que le quitasen un tumor diminuto, pero el cirujano le hubiese extirpado el bazo y el apéndice también, sólo por si las moscas. ¿Sabíais que cada vez que se elimina un recuerdo de alguien se reemplaza por otro? —hice un gesto con la mano para indicar que me dirigía a todos los vampiros—. Pues bien, alguien se ha llevado un puñado de los recuerdos de Re-Bar y no los ha sustituido por nada. Como una lobotomía —añadí inspirada. Leo mucho. Lo pasé mal en la escuela con mi pequeño problema, pero leer por mi cuenta me proporcionó los medios para escapar de mi situación. Supongo que soy autodidacta.

—Entonces, todo lo que Re-Bar pudiera saber sobre la desaparición de Farrell se ha perdido —dijo Stan.

—Sí, junto con algunos elementos de su personalidad y gran parte de sus recuerdos.

—¿Sigue siendo funcional?

—Pues sí, supongo —nunca me había topado con nada parecido, ni siquiera sabía que era posible—. Aunque no sé lo bueno que será como portero —añadí, tratando de ser honesta.

—Sufrió el daño mientras trabajaba para nosotros. Cuidaremos de él. Quizá pueda limpiar el club cuando cierre —dijo Stan. Por su voz, parecía que quería asegurarse de que me quedaba con ese detalle: los vampiros podían ser compasivos, o al menos justos.

—¡Caramba, eso sería genial! —le gritó Re-Bar a su jefe—. Gracias, señor Stan.

—Llevadlo de vuelta a su casa —dijo el señor Stan a su secuaz, quien partió de inmediato, llevándose al lobotomizado.

—¿Quién podría haberle hecho esto? —se preguntó Stan. Bill no respondió, pues no estaba allí para pensar, sino para cuidar de mí y para realizar sus propias pesquisas cuando se le requiriera. Una vampira alta y pelirroja entró en la sala. Era la que había estado en el bar la noche en que Farrell fue secuestrado.

—¿Qué recuerda de la noche en que Farrell desapareció? —le pregunté, prescindiendo del protocolo. Me respondió con un gruñido, enseñándome los colmillos alargados ante su negra lengua, enmarcados por el lápiz de labios brillante.

—Colabora —terció Stan. De repente su rostro se relajó, desapareciendo al instante todo rastro de mueca, al igual que las arrugas de un edredón al pasar la mano por encima.

—No recuerdo nada —dijo al fin. Así que la capacidad de Bill para recordar fotográficamente al detalle era un don personal—. No vi a Farrell más de uno o dos minutos.

—¿Puedes hacer con Rachel lo mismo que hiciste con la camarera? —quiso saber Stan.

—No —respondí de inmediato, puede que con un leve exceso de énfasis en la voz—. No soy capaz de leer las mentes de los vampiros. Son como libros cerrados.

—¿Puedes recordar a un rubio, uno de nosotros, que aparentaba unos dieciséis años? —preguntó Bill—. Tenía unos tatuajes antiguos y azules en brazos y torso.

—Oh, sí—dijo la pelirroja de Rachel al momento—. Creo que los tatuajes eran de tiempos de los romanos. Eran toscos pero interesantes. Me llamó la atención porque nunca le había visto venir aquí, a solicitar de Stan privilegios de caza.

Así que los vampiros que pasan por territorio ajeno tenían que firmar en el libro de visitas, por así decirlo. Lo recordaría para el futuro.

—Estaba con un humano, o al menos cruzó unas palabras con él —prosiguió la pelirroja. Vestía unos vaqueros y un jersey verde que me parecía de lo más caliente. Pero a los vampiros les da igual la temperatura, dicho sea literalmente. Miró a Stan, luego a Bill, que hizo un gesto con las manos para indicarle que quería conocer cualquier cosa que recordara con relación a aquello—. El humano era moreno de pelo y llevaba bigote, si mal no recuerdo —hizo un gesto con las manos y los dedos extendidos, como queriendo decir que todos se parecían.

Cuando Rachel se marchó, Bill preguntó si en la casa había algún ordenador. Stan dijo que sí, y miró a Bill con genuina curiosidad cuando éste preguntó si lo podía usar un momento, disculpándose por no contar con su portátil. Stan asintió. Bill estaba a punto de abandonar la habitación cuando titubeó y se volvió para mirarme.

—¿Estarás bien, Sookie? —preguntó.

—Claro —dije, tratando de impregnar confianza a mis palabras.

—Estará bien —dijo Stan—. Tiene que ver a más gente.

Asentí, y Bill se marchó. Sonreí a Stan, que es lo que suelo hacer cuando estoy tensa. No es una sonrisa muy alegre, pero siempre es mejor que gritar.

—¿Cuánto tiempo llevas con Bill? —preguntó Stan.

—Unos cuantos meses —cuanto menos supiera sobre nosotros, mejor.

—¿Estás contenta con él?

—Sí.

—¿Lo amas? —Stan parecía divertido.

—No es asunto suyo —dije, sonriendo de oreja a oreja—. ¿Dijo que había más gente a la que tenía que ver?

Siguiendo el mismo procedimiento que con Bethany, sostuve una variedad de manos y comprobé una aburrida cantidad de cerebros. Estaba claro que Bethany había sido la persona más observadora del bar. Los demás —otra camarera, el barman humano y un cliente asiduo, un «colmillero» que se había prestado voluntario para comparecer— abundaban en huecos, aburridos pensamientos y limitadas capacidades de memoria. Sí que averigüé que el barman había robado artículos de menaje por su cuenta y, después de que el tipo se marchara, recomendé a Stan que se buscara a otro empleado para atender la barra, o acabaría involucrado en alguna investigación policial. Stan pareció más impresionado por esto de lo que yo habría esperado. No quería que se aficionara demasiado a mis servicios.

Bill regresó cuando estaba terminando con el último empleado, y parecía contento, por lo que concluí que había tenido éxito. Últimamente Bill pasaba la mayor parte de sus horas de vigilia delante del ordenador, cosa que no me entusiasmaba.

—El vampiro del tatuaje —dijo Bill cuando Stan y yo fuimos los únicos que quedamos en la habitación— se llama Godric, aunque durante el último siglo se ha hecho llamar Godfrey. Pretende renunciar a su condición —no podía hablar por Stan, pero yo estaba impresionada. Unos minutos delante del ordenador, y Bill había hecho un excepcional trabajo de investigación.

Stan parecía atónito, e imagino que yo perpleja.

—Se ha aliado con humanos radicales. Planea suicidarse —Bill me lo dijo en voz baja, pues Stan estaba envuelto en sus pensamientos—. El tal Godfrey piensa ver amanecer. Su existencia se ha vuelto amarga.

—¿Y se va a llevar alguien más con él? —¿sería capaz Godfrey de exponer a Farrell también?

—Nos ha traicionado ante la Hermandad —dijo Stan.

«Traición» es una palabra que implica mucho melodrama, pero ni se me ocurrió sonreír cuando Stan la pronunció. Había oído hablar de la Hermandad, aunque nunca había conocido a nadie que dijera pertenecer formalmente a ella. La Hermandad del Sol era a los vampiros lo que el Ku-Klux-Klan a los afroamericanos. Y también el culto de mayor crecimiento en Estados Unidos.

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