Mael levantó la espada y señaló y los muertos aparecieron en masa por todos los lados de la calle, repartiéndose alrededor de los márgenes del museo y Central Park. El ruido de sus pisadas sobre las baldosas era como un tambor de guerra trazando un tatuaje salvaje. Mael y las momias se intentaron en la muchedumbre y Gary los alcanzó cuando pasaron al lado de un conjunto de estatuas, tres osos forjados en bronce. Gary había visto la escultura antes, pero siempre había pensado que era algo relacionado con un cuento infantil. En ese momento parecía un tótem, el emblema de un ejército conquistador.
Para bien o para mal, Gary, yo hago lo que debo hacer. No importa lo que elijamos. Sencillamente cuenta lo que somos.
A pesar de que Mael sólo estaba a un metro de distancia, a Gary le sorprendió la súbita entrada de los pensamientos en su mente. En medio del atronador ritmo de las pisadas de los muertos en marcha, daba por sentado que las palabras serían absorbidas por el ruido.
En cambio, parecía que resonaban. Para bien o para mal: las dos caras del mismo cometido. Antes luchaba por salvar vidas, le había dicho Gary a Paul, el superviviente. Ahora las quitaba.
¿Sientes que hay otra causa a la que debas servir? ¿Qué otra cosa es importante para ti? ¿Qué podría ser más importante que el fin del mundo? El barro del parque bullía bajo los pies en movimiento de los muertos, salía despedido en grandes terrones que Gary tenía que esquivar. Llegaron a un enorme espacio abierto, sin árboles —debía de ser lo que fue el Great Lawn—, y los muertos se dispersaron, abriendo un gran círculo en el centro del grupo, la zona en la que estaban Mael y sus momias. El druida dio unas cuantas vueltas y finalmente hizo una marca en el suelo con la punta de su espada. Hizo un gesto a los muertos que lo rodeaban y ellos entraron en acción. A lo lejos, Gary oyó un estruendo y vio cómo se elevaba una columna de polvo sobre las copas de los árboles desnudos al sur. Debía de haber estallado una bomba o una tubería principal de gas o… Gary no tenía ni idea de qué podía tratarse.
—¿Qué está pasando? —preguntó Gary.
La construcción ha comenzado. Debo tener un broch
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desde donde dar las órdenes. Una fortaleza, con una sala del trono.
No fue precisamente de mucha ayuda, pero Gary no tardó en comprenderlo. La multitud se ondulaba por los márgenes, y entonces el movimiento tuvo lugar más cerca. Los muertos estaban pasando ladrillos hacia adelante, uno a uno, a mano. Había trozos de cemento pegados a los ladrillos, algunos estaban decorados con fragmentos de grafitis. Los muertos debían haber tirado abajo un edificio —eso había sido el estruendo— y a continuación pretendían utilizar los materiales de construcción obtenidos para levantar el cuartel general de Mael. Fueron dejando uno a uno los ladrillos en el suelo, los muertos los enterraban en el barro con sus manos torpes. Revoloteaban como un enjambre de hormigas alrededor del lugar donde estaba Mael, totalmente concentrados en su tarea. De acuerdo con la experiencia de Gary, aquello estaba muy por encima de las capacidades de los muertos, pero contaban con una inteligencia que los dirigía. ¿De verdad podía Mael controlarlos a todos a la vez? El poder del druida debía de ser colosal.
Dame una oportunidad, Gary. Trabaja conmigo durante un día. Tal vez te guste. Quizá te sientas en casa siendo quien realmente eres.
Se había sentido tan culpable por devorar a Ifiyah porque había intentado estar a la altura de los estándares de los vivos en lugar de los que le correspondían de acuerdo a lo que se había convertido. La euforia que había seguido a devorar a Kev había sido la cosa más natural que había experimentado.
Gary empezó a rechazarlo, pero no pudo. Ante tanto esfuerzo colectivo, por no mencionar la certeza de Mael, le parecía imposible negar lo que estaba ocurriendo.
—Un día —dijo, era lo más desafiante que podía salir de su boca—. Te daré un día y veré cómo me siento.
Mael asintió con la cabeza, con cuidado de no imprimir mucho entusiasmo sobre su cuello roto.
Shailesh nos llevó a un buen rincón donde pudimos apoyarnos contra una de las columnas de la estación. Era el mejor sitio para ver el discurso, nos dijo. Yo seguía sin tener mucha idea de qué estaba pasando. Apagaron las luces y las conversaciones a nuestro alrededor se convirtieron en un murmullo. Estábamos sentados frente a un área despejada del suelo de la estación. Teníamos sobre las cabezas una buena vista del famoso mural de Roy Lichtenstein. Mostraba una imagen de la Nueva York del futuro en colores primarios y gruesos trazos de cómic: vagones de metro alados y de propulsión pasando por delante de una ciudad de edificios en forma de aguja y puentes aéreos. En el extremo derecho, un hombre de aspecto serio con un casco con radio supervisaba los trenes con manifiesto orgullo.
Por debajo del mural apareció un hombre, sonriendo y saludando a la multitud. Prorrumpieron los aplausos y en alguna parte un violín comenzó a tocar
Hail to the Chief.
El hombre tenía seguramente unos sesenta años. Lucía una barba gris poco cuidada y sólo tenía algunos mechones de pelo en la cabeza. Llevaba puesto un traje gris marengo con un desgarro en una manga y una chapa identificativa que ponía «HOLA, MI NOMBRE ES
Señor Presidente
». En su solapa brillaba un pequeño pin de la bandera norteamericana.
Marisol se puso de pie en un lado de la sala e hizo un anuncio en voz alta.
—Señoras y caballeros, os presento al hombre del momento, mi amado marido y vuestro presidente, el presidente de Estados Unidos: ¡Montclair Wilson!
La multitud enloqueció. Wilson entrelazó las manos por encima de la cabeza. Destellaba como un faro.
—Gracias, gracias —gritó por encima de bramido del gentío. Cuado finalmente se tranquilizaron, se aclaró la garganta y cruzó los brazos detrás de la espalda—. Compatriotas norteamericanos —dijo—, ha sido un mes duro, pero debéis recordar que ha llegado la primavera y, con ella, la promesa de un nuevo amanecer en Norteamérica.
Cogí a Shailesh del brazo. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la vista de Wilson.
—¿Esto va en serio? —pregunté.
El hizo un gesto con la cabeza para intentar acallarme, pero después suspiró y dijo:
—Sin un liderazgo sólido, estaríamos perdidos. —Pero ¿quién es este tipo?
—Antes de la… ya sabes, era profesor de economía política en Columbia. Ahora ¿te importa si escucho? ¡Esto es importante!
Lo dejé tranquilo y me concentré otra vez en el discurso, del que nos habíamos perdido parte.
—… ha mantenido o superado todas mis promesas electorales. Me enorgullece poder decir que ahora tenemos suficiente agua caliente para que todo el mundo pueda darse una ducha caliente a la semana. Me pedisteis más tubos fluorescentes en el área de dormir y con la ayuda de Jack he traído mil puntos de luz a nuestro país envuelto en la oscuridad. También hemos añadido cinco nuevos títulos a la biblioteca, entre los que se cuenta una novela de Tom Clancy que recomiendo personalmente.
Miré a Ayaan con una mueca sarcástica, pero ella estaba tan embelesada como los demás. Ella había crecido entre demagogos y defensores del adoctrinamiento político, así que no era tan sorprendente que fuera susceptible a ese tipo de retórica. Me apoyé otra vez contra la columna y estudié el mural, sumiéndome en una ensoñación de un futuro que ya nunca llegaría a existir. Pero me enderecé otra vez cuando el presidente repasó las noticias más recientes.
—Todos hemos oído los rumores. Todo apunta a que es cierto: hay un barco en la bahía. Por lo que he sabido, un pesquero de arrastre de motor diésel reconvertido para transporte de tropas. Pero, de momento, no queremos empezar a utilizar la palabra «rescate». Sé que todos estáis cansados y aburridos y que queremos salir de aquí, pero no es de nuestro rescate de lo que voy a hablar esta noche. Nunca prometeré que seréis rescatados hasta que pueda garantizar que así sea. Yo mismo presidiré un comité para contrastar con datos nuestras posibilidades reales de rescate. Haré públicos los resultados tan pronto como esos datos estén disponibles. No obstante, puedo prometeros una cosa. Cuando seamos rescatados, todos iremos a esa nueva tierra prometida. No abandonaremos a nadie.
«Buenas noches, Norteamérica… Y que Dios os bendiga». La multitud estalló en un griterío exaltado mientras Wilson dejaba el escenario con los puños cerrados en alto y el violín comenzaba una estentórea interpretación de
It's a Grand Old Flag.
Marisol se apresuró a ocupar el puesto de su marido, aplaudiendo al son de la música. Cuando la canción acabó, llamó al violinista y lo puso a tocar las peticiones del público. Era un adolescente delgado, con un serio problema de acné, no mucho mayor que Ayaan y que llevaba puesta una camiseta que decía WEAPONIZED — GIRA MUNDIAL 2004 — AUTOPSIA. Un grupo de nü metal vagamente amenazante miraba con desdén desde el algodón desteñido. Las peticiones que le hicieron fueron sobre todo de canciones de Sinatra y Madonna, y él las tocó con sentimiento.
Era la primera música que escuchaba desde que habíamos salido de Somalia y tengo que reconocer que me conmovió, a mí, el viejo, cínico y endurecido Dekalb. Canté un par de temas, recordando mi juventud en Estados Unidos. Yo había huido de mi país natal. En el mismo instante que me contrataron en la ONU pedí trabajo de campo. Pero Norteamérica no había sido tan terrible, ¿no? En mis recuerdos, no estaba mal. Por lo que recuerdo, tuve un montón de coches que se averiaban continuamente, merodeábamos horas delante del McDonald's con la esperanza de ver pasar chicas guapas, aunque nunca sucedía, pero aquello parecía el paraíso comparado con lo que estaba ocurriendo sobre nuestras cabezas. Sin embargo, cuando el chico empezó a tocar una adaptación de la canción de Avril Lavigne
Complicated
en un solo de violín, me puse de pie sobre mis extremidades adormecidas y regresé a la parte posterior de la explanada, donde había unas mesas plegables con refrescos. Me serví un poco de ponche (Kool-Aid aguado mezclado con vodka de fabricación casera) y cogí una galleta llena de grumos de levadura.
Los supervivientes no me dirigían la palabra. Utilicé muchos trucos clásicos para entablar conversación: alabé la comida, pregunté por el tiempo, incluso me presenté directamente, pero supuse que no querían oír cuáles eran sus posibilidades de salir de allí con nosotros. Si se limitaban a observarme, podían mantener la ilusión de que yo era un pasaje gratis a la seguridad.
Bueno, tal vez lo era. El
Arawelo
seguía allí, en algún lugar. Si lográbamos llegar hasta él, había una posibilidad. Y creía que se me había ocurrido una idea para conseguirlo.
Fui a buscar a Jack y me encontré en un pasillo a solas. Más adelante, terminaba en una escalera. Oí gente allí abajo, así que fui a investigar y me encontré con Jack. Y con Marisol también. El tenía una mano metida por la goma de los pantalones de ella y la boca pegada a su cuello.
Ella me vio y por un segundo la expresión de sus ojos fue de mero desafío. «¿Por qué no?», parecía preguntar, y la verdad, no podía culparla. La muerte se cernía sobre nosotros. Y, además, no era asunto mío. Pero un segundo mis tarde, ella pareció recobrar la conciencia de quién era y apartó a Jack enfadada.
—¡Apártate de mí, gílipollas! —chilló—. ¡Sabes que estoy casada! Se alejó de nosotros a toda prisa. Observé a Jack detenidamente, preguntándome si estaría enfadado conmigo por haberlos descubierto. Sin embargo, él se volvió con parsimonia y abrió los ojos. — ¿Qué puedo hacer por ti, Dekalb? —preguntó.
Antes de que pudiera contestar, oí un chillido, tal vez un grito —los azulejos blancos de la estación hacían diabluras con la acústica—, y los dos volvimos corriendo a la explanada.
El gato había regresado. Era el gato atigrado con sarna que Shailesh había soltado como cebo para que Ayaan y yo pudiéramos entrar. Debía de haber logrado zafarse de los muertos por sus propios medios y luego había vuelto por alguna entrada lo bastante pequeña para que no requiriera vigilancia. Tenía un aspecto aturdido y muy desastrado mientras cruzaba la explanada, meneando la cola adelante y atrás, alerta.
Una chica que llevaba hierros en los dientes y unas gafas de culo de botella se agachó y se dio unas palmaditas en el regazo.
—Ven aquí, pequeño —dijo con voz de arrullo, y el gato se volvió para mirarla de frente. En un instante estuvo encima de ella, sus feroces dientes se le hundieron profundamente en los brazos al tiempo que ella trataba de protegerse. Entonces, todos vimos el orificio en el costado del gato, una herida irregular a través de la cual se le veían las costillas claramente.
Jack corrió hasta la chica mientras el resto de la muchedumbre se replegó aterrorizada, casi empujándose unos a otros en su afán de alejarse. Jack se sacó un machete de la bota y apuñaló al gato en la cabeza. Después, se volvió hacia la chica. Cogió uno de sus brazos con brusquedad y tiró de él hacia arriba. Estaba cubierto de pequeñas mordeduras, pinchazos cubiertos de sangre y saliva del gato.
—Vamos —dijo Jack. Su voz no era cruel ni amable, sólo neutra. No le quedaba nada emocional que brindarle. La condujo a uno de los muchos pasillos de la estación.
Después de eso, el ambiente en la explanada parecía sólido. Como si el lugar se hubiera llenado de SuperGlue. Cualquier rescoldo del sentimiento festivo había desaparecido, lo que al parecer fue motivo para que Marisol saltara a la palestra una vez más.
—¡Escenas de películas famosas! —gritó. Las palabras fueron pronunciadas con cierta crispación, pero atrajeron la atención general—. ¡Escenas de películas famosas! ¿A quién se le ocurre alguna?
Los supervivientes, tal vez aturdidos por el espanto, se miraron unos a otros tratando de pensar algo. Lo que fuera. Finalmente, Ayaan se puso de pie Parecía que estaba a punto de morirse de vergüenza y su dominio del inglés decayó notablemente por el pánico escénico, pero se las arregló para decir:
—¿Podemos ver la famosa escena de la señorita Sandra Bullock y el señor Keanu Reeves en
Speed?
Marisol asintió con entusiasmo e invitó a Ayaan a interpretar la escena con ella.
—¡Hay una bomba en el autobús! —gritó Ayaan, sonriendo un poco—. Señora, debo saber si puede conducir este autobús.
Así que para eso necesitaban a Marisol. Los dejé volcados en el juego y me di media vuelta para seguir a Jack.