Zombie Nation (14 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

BOOK: Zombie Nation
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—¿Disculpe?

—No, usted no está del todo en lo cierto. Usted se ha creído lo que espero que pronto sea clasificado como una leyenda urbana. Los infectados no son muertos. Han experimentado algún tipo de cambio metabólico basal, algo que deprime sus signos vitales, pero no están muertos. Tengo un equipo de Fort Derrick estudiándolo en estos momentos. Si voy a ser reasignado, quiero que ese dato conste en acta. —Comenzó a ponerse en pie.

—Siéntese. Usted está fuera del caso. —El civil se puso en pie. Arrancó uno de los Peeps de sus compañeros y lo sujetó en su mano peluda, como si estuviera meciendo a un pollito de verdad—. Pero usted no ha terminado. Me gusta usted, Bannerman. Me gusta su nombre de pila, creo que es raro, y me gusta la gente con nombres raros. —Caminó hasta colocarse detrás de Clark y lentamente, con deliberación, colocó su chuchería amarilla sobre la gorra de Clark—. También creo que usted es un friki y al presidente le encantan los frikis. Quiero que sea mi especialista.

Clark inhaló despacio y entrelazó las manos sobre el regazo.

—¿En qué puesto? —preguntó él.

—Como mi friki, acabo de decírselo. No me importa qué nombre reciba. Al presidente tampoco le importa. Puede inventarse su propia especialidad militar para esto. Puede disponer de todo lo que le haga falta, yo sellaré cualquier cosa porque lo conozco, he leído su historial tantas veces que sé que moriría, físicamente, antes de pedir un boli Bic que no fuera vital para el trabajo. ¿Qué dice, Bannerman? ¿Es usted mi friki o no?

Eso significaría depender de este civil. Significaría operar como agente libre, sin reglas, algo impensable para un soldado de carrera como Clark. También significaría que tendría carta blanca para buscar a la chica y quizá dar con la solución de la mayor crisis de salud pública desde la gripe de 1918.

Clark se inclinó hacia delante y cogió la bomba de azúcar amarilla que estaba sobre su gorra. Sin vacilar, se la puso sobre la lengua, como si estuviera comulgando, y masticó. La respuesta era sí.

Es sabido que los individuos infectados son de una naturaleza altamente peligrosa. Bajo ninguna circunstancia deben intentar, como civiles, someterlos o deshacerse de ellos. La policía está entrenada para esto. Dejémosles hacer su trabajo. [Discurso televisado del presidente de Estados Unidos, 31/03/05]

Kirsty Lang en el canal BBC World News, con aspecto severo mientras un xilófono sonaba
in crescendo:
«Los temores aumentan en América esta noche a medida que la epidemia se propaga hacia el noroeste del Pacífico. Nuestro reportero Reginald Forless está en Spokane, donde los oficiales de la ciudad y las fuerzas de seguridad…»

Un reportero, con la cabeza agachada, delante de una cola de coches, los faros iluminando sus rostros a medida que pasan a poca velocidad: «… la caótica escena a mi espalda, esta pequeña ciudad donde nadie iba nunca a ninguna parte ha sido movilizada esta noche. Los evacuados se dirigen al sur, hacia San Diego, y…»

Dos hombres de incipientes calvas, uno frente a otro, en sillas exageradamente grandes, con las corbatas desanudadas: «… no se puede ignorar lo que está diciendo el ejército, cuentan con la gente y el equipo para…»

—¡Tonterías! Lo que acabamos de ver estaba muerto.

Emeril Lagasse salió corriendo de un tramo de escaleras con los puños golpeando al aire y una toalla al hombro sobre su uniforme de chef. «Esta noche hablaremos de lomo, hablaremos de buey a la borgoñesa, y miren esta col, ¿eh? ¡Mírenlo! ¡Prepararé una ensalada de col!»

Charles se despatarró en la cama, sin la camisa, moviendo un pie a un ritmo frenético.

—No ponen una mierda —se lamentó, pero no apagó el televisor—. ¿Dónde está el porno y esas mierdas? ¿Sabes a qué me refiero?

En una esquina, Shar se acuclilló contra la pared y se puso una mano sobre la oreja. Con la otra sujetaba el auricular de un teléfono de góndola.

—¿Mamá? No puedo contactar con el tío Phil. Bueno, ¿cuántas veces lo has intentado? ¿Yo? Estoy bien, en una especie de motel…

—¡Joder, no le digas dónde estamos! —gritó Charles. Sus huesudos brazos se levantaron como palos, pero no se incorporó.

Nilla se olió una de las axilas e hizo una mueca ante el olor a podrido que descubrió allí. No era sudor precisamente. Era algo más asqueroso.

—Voy al lado —dijo ella. Salió a una noche llena de insectos que batían las alas de forma suicida contra la única luz del aparcamiento del motel. El Toyota de Charles era el único coche aparcado, los propietarios debían de haber abandonado el lugar y encendido el cartel de
COMPLETO
al marcharse. Si no hubieran estado tan perdidos, Nilla y los chavales habrían pasado de largo.

Afortunadamente, los propietarios se habían olvidado de cerrar las puertas al irse. Todo estaba abierto de par en par a su disposición. En la tranquilidad y el silencio de una habitación vacía, Nilla se sentó sobre la cama con su colcha demasiado almidonada y miró fijamente el inútil teléfono, deseando tener a alguien a quien llamar. No tenía sentido pensar en eso, decidió, y se quitó la pequeña camiseta. Las mangas apestaban y se preguntó si podría lavarlas en el lavabo con champú. Bajó la vista, observando su piel, y descubrió una zona descolorida, verde, en su abdomen, justo encima del tatuaje. Debía de ser que la camiseta había desteñido, pensó, aunque no correspondía el color. Se puso de pie y fue al baño. Abrió el grifo de la ducha. Se quitó los pantalones anchos y vio que también su entrepierna estaba descolorida. Trató de arreglarlo con jabón, pero no cedía. Entró en la ducha y lo intentó de nuevo con la toalla del motel. Nada.

Había un espejo antivaho para afeitarse en la ducha. Se estudió el rostro. Las magulladuras bajo sus ojos se habían extendido hasta darle el aspecto de un mapache o una gótica con demasiado khol. Tenía un grano tremendo en la mejilla, pero no estaba listo para salir. Se preguntó si debía depilarse las piernas y se dio cuenta de que el vello había dejado de crecer. Eso no podía ser una buena señal.

Aún estaba inspeccionándose cuando oyó que se abría la puerta de su habitación y entraba Charles al trote. Tenía una lata de refresco en cada mano.

—Eh —dijo él—. Shar pensó que a lo mejor querías…

Se detuvo a media frase. Su cara se transformó en una especie de media sonrisa que lo hacía parecer muy, muy estúpido. La estaba mirando fijamente, pero no de la forma malévola en que la había mirado la gente de Lost Hills.

Ella bajó la vista y se dio cuenta de que había salido de la ducha para recibirlo, pero se había olvidado de vestirse. El agua chorreaba por sus codos y su barbilla y dejaba oscuras marcas en la alfombra de lana de color marfil.

¿Qué demonios? ¿Había olvidado el pudor cuando olvidó su nombre? ¿O se le estaba fundiendo el cerebro? ¿No hacía las sinapsis necesarias?

De repente se sintió muy sola y asustada.

—Creo que debería… —sonrió él—. Quiero decir que Shar no…

Estaba dando rodeos. Quería algo. La deseaba y eso significaba mucho. Significaba que todavía estaba entera y era sana y deseable. Significaba que él no veía un monstruo cuando la miraba, sino a una mujer, un ser humano lleno de vibrante vida. Ella se acercó un paso y le cogió la mano. No podía creerse lo que estaba haciendo, pero lo necesitaba tanto…

Ella guió su mano hacia su pecho y dejó que se lo cogiera. Él pellizcó su pezón de inmediato de una forma que normalmente ella hubiera encontrado más irritante que excitante, pero sencillamente no importaba. Él era humano y hombre, y si reaccionaba con ella, quizá podría volver a ser normal.

Él tragó saliva y se aproximó más a ella, como si no estuviera seguro de qué hacer a continuación. ¿Era virgen? Nilla estaba casi segura de que no. Ella habría usado cualquier truco sucio que se le hubiera ocurrido para obtener este sencillo consuelo. Atravesó el espacio que los separaba y frotó sus dedos contra la parte delantera de sus vaqueros.

Nada. No notaba nada ahí abajo, no había erección alguna. Él bajó la vista a su pecho como alguien que no comprendía lo que estaba presenciando.

—Está tan frío —dijo él, su voz sonó débil y asustada.

Ella se estremeció y ésa fue la señal que él estaba esperando. Salió corriendo de la habitación, las latas rodaron por el suelo, donde él las había dejado caer. Nilla fue hasta la puerta y la cerró, ajustándola bien y poniendo el cerrojo.

Ella quería derrumbarse, para llorar, pero ésa era una respuesta humana y su cuerpo se negaba a permitirle incluso eso. Quería cortarse en pedazos, pero no tenía nada afilado a mano. Miró los objetos de la habitación: cama, televisor, lámpara, mesita de noche, Biblia, y ninguno tenía sentido, habían sido sacados de contexto y dejados en un espacio sin significado. Era demasiado.

Abrió todos los cerrojos y se internó en la oscuridad de la noche, escaleras abajo, a través del aparcamiento. Los árboles que había allí la aceptaron sin un murmullo.

POR FAVOR, ATENCIÓN: NO SE PERMITIRÁ EL ACCESO A ESTADOS UNIDOS A CIUDADANOS EXTRANJEROS A MENOS QUE PRESENTEN LOS DOCUMENTOS MÉDICOS AUTORIZADOS Y ACTUALIZADOS. DE LO CONTRARIO PUEDEN SER ENCARCELADOS [Cartel colgado en Aduanas, Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, 01/04/05]

—Este civil reconoce el talento cuando lo ve, sí señor, eso es lo que está sucediendo —dijo Vikram, agarrando un asa de nailon mientras el Black Hawk se elevaba y alejaba del lado de la prisión.

—Está cubriéndose las espaldas. —De vuelta a California. Bannerman Clark odiaba volar. De Washington a Denver en otro Airbus vacío. Cambio a un helicóptero Black Hawk a Florence para recoger a Vikram, ahora oficialmente vinculado al recién nacido Action Time, para llevarlos a los dos de regreso al Aeropuerto Internacional de Denver. Luego un transporte militar, probablemente un viejo DC-10, a juzgar por la suerte de Clark, luego otro helicóptero para trasladarlos a un lugar llamado Kern County, donde era posible que alguien hubiera visto a la chica rubia de acuerdo con un aviso telefónico de la orden de búsqueda y captura.

No importaba. Ni el tiempo perdido, ni el
jet lag,
ni la comida mala, ni el aire de circuito cerrado.

—Lo busqué en Nexis cuando despegué en el aeropuerto de D. C. Es un trepa jugando a ser un joven turco a la tierna edad de cincuenta y dos años. Está intentando hacerse con un puesto en el gabinete. No quedó conmigo en el Pentágono, no pregunté el motivo, pero me lo imagino. Quiere mantenerme en los libros, pero fuera de cartel.

—Te quiere como comodín. Este hombre está haciendo juegos de manos mientras la casa está en llamas.

Clark extendió un dedo sobre su nariz. Vikram lo había cogido a la primera.

—No olvidemos que estamos hablando de civiles del Departamento de Defensa. Generales de despacho. —No necesitaba añadir más. Durante los últimos treinta años, Vikram y Clark habían recorrido el mundo al capricho de hombres de grandes ideas y planes blindados. Los soldados, e incluso países enteros, no eran más que piezas en un tablero cuando los observabas desde esas elevadas alturas.

—Soy su friki, así me llama él. Su hombre de las ideas. Alguien con experiencia en una forma recién acuñada de hacer la guerra. Después del 11-S la gente como él crearon su propio programa, porque mientras la vieja guardia estaba escupiendo y acusándose entre ellos, tratando de endosarse la culpa, los filósofos neocon estaban preparados para el nuevo paradigma. Él espera hacer lo mismo ahora.

—Está capitalizando políticamente este horror.

Clark suspiró y levantó ambas manos. Siempre era así.

—No puedo evitar pensar que detrás de todo esto hay más de lo que yo capto, pero también es cierto que nunca he comprendido la política. No cabe ninguna duda de que este tipo sí. Si podemos encontrar a esa chica y si es lo que creo que es, este hombre estará designando los puestos del gabinete, no ocupando uno.

—A menos que seamos devorados, todos, antes de eso.

—Sí, eso estropearía su estrategia. —Clark intentó reírse y descubrió que no podía.

California, brote de enfermedad contagiosa

Ésta es una notificación de la declaración presidencial de un desastre de grandes proporciones en el Estado de California (FEMA-1899-DR), fechada el 1 de abril de 2005, y de las resoluciones asociadas. [Notificación del Registro Federal FEMA/DHS, 01/04/05]

Bajo un sol naciente que parecía un burdo imitador, un tren de mercancías lleno de suministros médicos de emergencia avanzaba hacia el oeste a través de la senda abierta en la ladera de la montaña; sus oxidados vagones traqueteaban y se balanceaban sobre las vías mientras se bamboleaba por el continuo zigzag. Su silbato era un lastimero tono subsónico que parecía elevarse desde la tierra como el vapor en un día caluroso.

Tuvo que reducir la velocidad hasta ir al paso mientras remontaba la cresta. Dick estaba esperando en un saliente de rocas justo arriba. A su espalda, la Fuente lo llamaba con su amor infinito, pero él no volvió la vista atrás. Tenía una misión que no podía abandonar, una misión a lugares lejanos que ni siquiera podía soñar. En el momento exacto, la voz en su cabeza dijo «¡ahora!» y él saltó, elevando los pies en el aire para aterrizar con un estruendo metálico en el techo de un vagón de mercancías. Trató de fijar los pies lo mejor que pudo; era literalmente incapaz de sujetarse. La vibración del bamboleante tren hacía que le dolieran los dientes, pero no podía quejarse.

Ahora era un soldado. Tenía órdenes que cumplir.

«No, no creo que la gente deba asustarse. ¿Qué tipo de pregunta es ésa? Mire, sencillamente estén preparados para trasladarse. Ya hemos llevado a cabo algunas evacuaciones. Creo que es justo decir que se esperan más». [Jefe de policía de San Francisco, Heather J. Fong, en una conferencia de prensa, 01/04/05]

Nilla deambulaba por un paisaje de tonalidades color blanco hueso. La roca bajo sus pies parecía blanca, más blanca que su pálida piel. Los álamos y las secuoyas del bosque a su espalda habían dado paso a un suelo rocoso. A lo largo de la línea del horizonte lo único que veía eran unos pinos pelados, cosas retorcidas que parecían no muertas bajo la luz de las estrellas. Sus ramas se enrollaban alrededor de los troncos, como gente herida que se abraza a sí misma para consolarse o apuñalando el aire como acusando al gélido cielo. Algunos ya estaban muertos, partidos y astillados. Al parecer no se pudrían tanto como se erosionaban.

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