Zombie Nation (15 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Ciencia ficción, #Terror

BOOK: Zombie Nation
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Tenía frío. Ya había tenido frío antes y nunca le había importado, pero ahora, desnuda, empapada de rocío, expuesta a la fría noche en la montaña, lo notaba en su esqueleto. Sentía cómo la escarcha penetraba en cada una de sus costillas, en sus rechinantes rótulas y en sus codos.

Quería regresar, pero no sabía qué podría significar. Charles estaría acurrucado con Shar en su habitación, ¿no? Aterrorizado por su culpa.

Charles tenía que saberlo. Debía de haberlo sospechado antes y ahora lo sabía.

Su olor era la peste de la muerte. La decoloración de su abdomen era el primer signo de putrefacción. Su cuerpo y su mente se estaban colapsando y ella no podía hacer nada al respecto, nadie podía hacer nada, y de todas formas, ¿por qué iban a hacerlo? Ella estaba muerta, ¡era un cadáver! Tenía que pudrirse. Su carne se hundiría y se caería a cachos, su piel se transformaría en grasientas tiras. Su cara se desharía hasta que su calavera desnuda sonriera al mundo. ¿Se sentiría mejor entonces?

Un escalofrío detrás de las orejas le hizo levantar la vista. Algo, algo vivo en las proximidades. Ella volvería el rostro, huiría de ello, fuera lo que fuese. Era grande. Cerró los ojos y lo vio, estaba a menos de cien metros. Tal vez era dos o tres veces más grande que ella, su energía era más resplandeciente que ninguna otra energía viva que ella hubiera visto.

Tenía que acercarse. Maldita sea, el hambre se había convertido en una masa sólida en su interior, un tumor en su estómago que tenía el control de sus pies. Ella quería escapar, esconderse, pero el hambre tenía otros planes. Se aproximó.

Su nariz detectó el olor de la muerte de inmediato. Era como su propio olor, sólo que más fuerte. Sus pies gritaron de dolor al tropezar con algo. Al agacharse notó el metal y la madera. Un arma, una escopeta. Levantó la vista y vio un cuerpo humano sin cabeza colgando de las ramas descoloridas de un pino. Le faltaban las extremidades inferiores y la vida, su energía era opaca e inmóvil. Tan sólo era carne muerta. El cadáver debía de ser el propietario del motel, tal vez, que había venido hasta aquí para suicidarse. No tenía forma de saberlo con seguridad.

Algo enorme se movió a su espalda y se dio la vuelta tan rápido como pudo. La energía que había visto, la resplandeciente fuente, estaba justo allí. Se presentó en la forma de un oso negro de unos ciento cincuenta kilos. Una hembra, vieja y canosa, cuyo pelaje negro azabache terminaba en pintas blancas que brillaban a la luz de las estrellas. La osa no hizo sonido alguno, no gruñó.

Era hermosa. Se irguió sobre las patas traseras; sus ojos miraban directamente a los de Nilla. Había algo allí. ¿Comprensión? ¿Reconocimiento? Imposible. Nilla era una no muerta, un ser antinatural, mientras que este majestuoso animal parecía moldeado de la misma tierra sobre la que ella estaba de pie. ¿Sería esto algún tipo de despertar espiritual?, se preguntó Nilla, ¿estaría conociendo su espíritu animal? Quizá éste era el momento en que todo cobraría sentido.

La osa pasó una pata por el estómago de Nilla, las uñas excavaron profundos surcos sin sangre en su abdomen, partiendo su tatuaje. El golpe estaba respaldado por la fuerza suficiente para matar al instante a un ciervo adulto. Derribó a Nilla y la lanzó a los pies del árbol. Al levantar la vista hasta el cadáver, Nilla comprendió al fin. La osa había estado tomando un tentempié de medianoche, el desayuno tras una larga hibernación invernal. Nilla se había entrometido entre la osa y su comida.

Abiertos campos provisionales en Cathedral City, Winterwarm y Oceanside. En la parte de atrás de esta hoja hay un mapa para llegar a esas instalaciones. Para acceder al campo debe traer con usted: medicación personal (RECETADA), DOS mudas de ropa y UN pequeño kit de aseo. Todas las armas, objetos ilegales y aparatos de comunicación y grabación (ordenadores portátiles, PDA, MÓVILES) serán confiscados. [Fotocopia repartida en las estaciones de autobús y tren de Los Ángeles, las mayúsculas son del original, 01/04/05]

La osa no gruñó, rugió ni hizo ningún sonido a medida que se acercaba. Su pelaje se agitaba con la brisa y sus ojos brillaban con fuego mientras presionaba su hocico húmedo contra la pierna de Nilla. Debía de medir dos metros de largo y sus patas eran todo músculo. El aliento caliente subió por el muslo de Nilla. Se encogió. La osa levantó la vista hasta Nilla y jadeó durante un segundo. Se acercó más, su peso hacía que la tierra temblara y Nilla chilló mientras se alejaba rodando. Lentamente, manteniendo las manos a la vista, se puso en pie. Si se limitaba a marcharse, de espaldas para que la osa no pensara que estaba huyendo, bueno, entonces, seguramente la osa la dejaría en paz. ¿No? La osa no quería comérsela. Ella era una no muerta: carne putrefacta, llena de toxinas.

Nilla echó un vistazo al cadáver que colgaba del árbol. Oh. Los osos comen carroña, evaluó.

Sin embargo, no era comida lo que buscaba la osa, lo veía en los ojos del animal. La osa sabía qué era ella. Era la misma mirada que había visto en Lost Hills, la misma mirada que había visto en Charles hacía menos de una hora. La osa era lo suficientemente inteligente para reconocer una abominación.

Nilla se dio media vuelta e intentó correr, sus pies descalzos resbalaban sobre la roca, sus brazos subiendo y bajando mientras ella…

La osa la adelantó al galope, sin esfuerzo alguno. Sacó un hombro y embistió a Nilla, propulsándola despatarrada por una ladera de pizarra suelta. El dolor fue intenso al rebotar de una angulosa roca a otra, su piel se magulló y rasgó mientras rodaba. Cuando al fin se detuvo, sólo fue capaz de acurrucarse; su cuerpo chillaba.

La osa se acercó con pesados pasos colina abajo, una forma negra que oscurecía la mitad del cielo, directa a por ella.

No, ella no quería… morir así, sola en medio de naturaleza muerta pensó. No.

No.

La osa se detuvo a un metro escaso y olisqueó el aire. Levantó la cabeza y abrió la boca, luego se abalanzó, sus patas golpearon la roca. Habría aterrizado sobre Nilla si Nilla todavía hubiera estado allí.

Nilla era invisible. El frío la mordió con renovada fuerza, pero el dolor se esfumó. Bajó la vista hacia sus manos con los ojos cerrados y no vio nada, ni energía oscura ni nada. Miró a la osa y supo que el animal no podía percibirla en absoluto. Fuera cual fuese el poder que poseía Nilla, fuera lo que fuese esa extraña habilidad, le permitió obnubilar todos los sentidos de la osa, igual que había obnubilado la vista y los oídos de los guardias de asalto del SWAT en el hospital. Se había vuelto invisible. En lo que a la osa concernía, Nilla se había esfumado.

Estaba momentáneamente a salvo. No obstante, no estaba fuera de peligro. Nilla tenía que poner fin a esto o finalmente se quedaría sin fuerza y se volvería visible de nuevo. Tenía un plazo de tiempo que se podía contar en segundos, luego, la osa estaría sobre ella con desgarradoras uñas y feroces dientes. Nilla tenía que defenderse si quería irse.

Alargó una mano y cogió un puñado de pellejo del cuello de la osa y estrujó a través del pelaje, estrujó tan fuerte como se lo permitieron sus dedos, hundiendo las uñas en la piel flexible que había debajo. La osa hizo un ruido, un titánico y gorjeante aullido que casi sonaba como el lenguaje humano.

Los dientes de Nilla penetraron el cuello de la osa. Veía la artería que latía allí. Podía oler la sangre. Cuando atravesó la piel, la sangre brotó y se derramó sobre ella, un flujo rojo que se la llevaba. Lo que sucedió a continuación no implicaba razonamiento alguno. Ella mordió, rasgó e hizo incisiones mientras la osa aullaba. Un trozo de carne suelto acabó en su boca y lo tragó sin esfuerzo. La piel se abrió y hundió la cara en las profundidades del cuerpo de la osa, en sus reductos ocultos. La sangre se coagulaba y se le pegaba al pelo. Le bañó los ojos, que no había cerrado, y no parpadeó. Mordió y masticó y tragó y mordió, desesperada por hacerse con la energía de la osa antes de que se agotara. La osa no podía hacerle frente, anonada por lo súbito de la situación y el dolor del ataque, sólo era capaz de aullar e intentar huir, pero ella la tenía, la tenía fuera de juego.

La vida del animal fluyó en su interior, a través de ella. Cálida como la sangre, rica y dulce como la carne de la osa, hizo que todas las células de su cuerpo se estremecieran. Era como estar ardiendo en llamas. Era como estar viva de nuevo. Allí estaba ella, vestida de blanco por la calle, contoneando las caderas bajo la luz del sol, porque sentaba tan bien estar viva, sana y ser hermosa. Casi era demasiado.

Cayó al suelo de rodillas y se recreó en ello un rato con los ojos cerrados, observando cómo se degradaba la energía dorada de la osa. Cuando abrió los ojos de nuevo, descubrió a la osa mirándola con la misma expresión de reconocimiento que tanto la había sorprendido antes. Entonces reaccionó. Su benefactor estaba sentado sobre la espalda de la osa como si planeara cabalgarla hacia el crepúsculo.

—Tú… —Su barba parecía recién arreglada y los tatuajes azules que cubrían su piel brillaban con luz propia—. ¿Quién…?

—Mael Mag Och —dijo él, señalándose el pecho con el dedo. Bajó la vista a su montura, a la expresión de su cara—. Ella te conoce. Ella sabe lo que es ser
gruaim air le acras.

O bien estaba hablando en dos lenguas a la vez o a Nilla le fallaba el oído. Sin embargo, no importaba lo que decía. No era más que ruido cuando lo que ella quería era información.

—¿Qué haces aquí? —inquirió ella.

Él la ignoró. Deslizándose por el borde peludo de la osa, puso los pies sobre la resbaladiza piedra y levantó la vista a las estrellas.

—En la luna salmón, ella despierta tras el invierno y come, y no para. Traga un río de peces si puede, a
cliath bhradan.
En verano come polillas: cuarenta mil cada día. Hay tantas que llenan el aire del bosque y vuelan directas a su boca.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Nilla. La energía vital de la osa estaba parpadeando. Sintió una punzada de culpabilidad en forma de tensión en los músculos de su estómago, pero, un momento. Músculos del estómago. Bajó la vista y vio los cuatro profundos tajos allí donde la osa la había golpeado primero.

—Sé muchas cosas. También sé algo de inglés. Antes,
chan fhaigh mi lorg air na facail!
—Sonrió tímidamente—. A veces vuelvo atrás. Te conozco. Comprendo el hambre, pero no la conozco. Hablo a los muertos, ¿entiendes? Aprendo.

Nilla frunció el ceño.

—¿Qué eres? Sé que no estás aquí de verdad. Antes creía que eras una alucinación. Pero no lo eres. Eres real.

Él la ignoró.

—Sé lo que eres. Eres una sombra, como muchas otras sombras. Aunque diferente. Veo todas las luces, como fuegos en una casa comunal, salvo… ésta, ésta desaparece. Fuego de cobertura. Luego vuelve. Reaparece. Sé que sólo puedes ser tú. A veces la ausencia de fuego es una señal mejor que el fuego, ¿verdad? Eres más fuerte, más lista que los demás. Debo utilizarte.

—¿De qué estás hablando?

—Un trabajo para ti. A
cam-borraig.
Trabajo. Propósito. ¿Quieres algo más que eso?

—¿Qué tipo de trabajo? —Ella se apartó el pelo de los ojos.

Él sonrió.

—Sé tú misma.

Ella abrió la boca para decir algo y luego la cerró de nuevo con un clic.

—Ser yo misma.

—Sé oscuridad. Sé una sombra. Primero ve al este, ven a mí. A mi cuerpo. Está en un lugar que se llama… Nueva York. Hablaremos allí. Sin embargo, no más tratos con cosas vivas. Ya basta de vivos. No son aliados. Para ti son comida.

Nilla negó, confusa.

—¿Qué? Yo… ¿qué? —Pensó en Charles y Shar, y en todos los demás que la miraban fijamente, la condenaban, la odiaban. No le gustaba adonde iban sus pensamientos (en sus dientes), así que los desdeñó—. Los necesito. No sé conducir. No me acuerdo de cómo se hace.

—Entonces ven a mí caminando.

La osa murió. No tuvo los espasmos de la muerte ni entró en convulsiones. Sencillamente se apagó, se había agotado lo que quedaba de su fuego vital. La oscuridad comenzó a llenarla de inmediato. Al parecer, no hubo transición entre la vida y la muerte, o al menos entre la vida y la no muerte. Era un cambio de estado, no de forma.

Nilla se hizo una coleta, pero no tenía nada con lo que atarla, así que se sujetó el pelo. Lo notaba menos grasiento que antes, lo cual era bastante raro. También tenía más cuerpo. Eso era raro, pero no tenía tiempo para pensarlo.

—Que le den a esto. No necesito un trabajo, tío. Lo que necesito es seguir con vida. Y si eso supone tener contacto con los vivos, no me importa en absoluto. Quieres que vaya al este sin idea de adónde voy.

—Sí —asintió él alegremente.

—Para hablar con un tipo que puede ser o no producto de mi imaginación.

—Sí.

—Y así obtengo un sentido de finalidad.

—Oh, sí —asintió él, y abrió los brazos como para abrazarla—. Comencemos. Hizo una reverencia y señaló hacia el este con un brazo. El primer pálido destello del alba estaba apareciendo por allí—. Comienza ahora.

—No. Esta noche no. —Ella giró sobre sus talones y empezó a alejarse, colina arriba, en dirección al motel. Fuera lo que fuese lo que le deparaba el futuro, empezaría con una ducha. Estaba cubierta de la sangre de la osa, densos fragmentos se habían coagulado en su piel. Se imaginaba momentos mejores para hacer una entrevista de trabajo.

Una oleada de humanidad la recorrió y su estómago se tensó. Se sintió como si se estuviera viendo desde fuera, como si viera con ojos humanos de nuevo. Una bestia desnuda cubierta de sangre caminando bajo la luz de la luna. La imagen se desvaneció rápidamente, pero dejó un frío horror que recorrió sus venas, arrebatándole lo poco bien que se sentía.

Se negó a permitirle ver lo que estaba sintiendo. Se enderezó y pensó una broma. Sí. Así era como ella respondía al miedo, con humor. Eso no se lo habían quitado.

—Cuando estemos hablando de seguro dental completo y tres semanas de vacaciones pagadas, entonces vuelve a contactar conmigo —dijo ella.

A su espalda, notó a la osa agitarse, su energía echaba humo y era oscura. La osa estaba no muerta. Nilla había propagado su maldición. No se volvió. No quería volver la vista atrás y ver su obra de arte.

—Muy bien —dijo él a su espalda—. Te daré lo que quieres, aunque es
fhasa deagh ainm a chall na chosnadh.

—¿Qué demonios significa eso?

—Eres una negociadora astuta, pero puede valer la pena. Muchacha, ven al este, a mi cuerpo, y te diré el nombre que has perdido.

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