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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Zona zombie (5 page)

BOOK: Zona zombie
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—Mientras nuestra presencia no les ponga en peligro, no creo que tengan prisa por deshacerse de nosotros —respondió Cooper—. Sigo pensando que les podemos ser útiles. Creo que es posible que estén urdiendo planes.

5

—¿Qué ocurre?

Emma se había despertado sola en la cama. Tras un breve instante de pánico ciego había encontrado a Michael en el otro extremo de la autocaravana, sentado detrás del volante y contemplando a través del parabrisas la penumbra del hangar. Las manecillas del reloj en el salpicadero marcaban casi las cuatro. Cuando él la oyó, la miró brevemente y después volvió a fijar la vista en el exterior.

—No ocurre nada —contestó—. Sólo estaba pensando, eso es todo.

—¿En qué?

—Ya sabes, lo de siempre.

—¿Qué es lo de siempre?

—Toda esta mierda —respondió, haciendo un gesto hacia el exterior de la autocaravana. Emma se sentó a su lado. Sonaba cortante y distante, lo que no era nada habitual en él.

—¿Soy yo? ¿Te he disgustado...?

—¿Por qué supones siempre que todo tiene que ver contigo, Em? ¿Qué podrías haber hecho para hacerme enfadar?

—No lo sé. Quizá si hablas conmigo y me explicas lo que va mal, podría ayudar...

Michael se dio la vuelta para encararse con Emma y se la acercó. Ella temblaba de frío.

—No es nada que hayas hecho. Créeme, eres prácticamente lo único que no me preocupa en este preciso instante.

—Es que cuando me desperté y vi que no estabas, empecé a pensar... ya sabes lo que ocurre...

—Lo sé.

Emma guardó silencio durante un momento.

—Entonces, ¿exactamente en qué estabas pensando?

Michael hizo un gesto con la cabeza en dirección a las pesadas puertas de entrada, que separaban a los pocos afortunados del interior de las enormes masas de carne putrefacta en el exterior de la base.

—Los cadáveres.

—¿Qué les pasa?

—¿Recuerdas cuántos había ahí fuera cuando llegamos aquí?

—Miles, ¿por qué?

—Jack dijo que creía que hoy había los mismos ahí fuera, o quizá más.

—Lo sé, le estaba escuchando. ¿Y?

—Aunque llevamos semanas aquí enterrados, siguen encontrándonos.

—Sabíamos que eso iba a ocurrir...

—Lo sé, pero si son capaces de encontrarnos cuando estamos en silencio y escondidos, ¿qué demonios va a ocurrir ahora? ¿Qué es lo que va a pasar ahora que esos malditos idiotas han empezado a salir con sus armas y sus lanzallamas y Dios sabe qué más? Creo que hasta el último cadáver que se encuentre relativamente cerca va a acabar al otro lado de esas puertas, intentando entrar. Y vendrán más, y más aún. Y cuantos más haya ahí fuera, más presión sufrirá esta base simplemente para seguir en funcionamiento. Tarde o temprano tendrán que salir de nuevo a la superficie y entonces no harán más que empeorar las cosas. Es un círculo vicioso y los ineptos capullos al mando aquí ni siquiera se dan cuenta. Seguirán en él hasta que todo este jodido lugar se caiga a pedazos.

—¿Crees que va a ocurrir de verdad?

—Creo que es inevitable —respondió Michael despacio, su tono bajo y desapasionado—. Ya lo he dicho antes. Puede ocurrir mañana, pasado mañana o el día después. Puede pasar en la próxima hora o puede que no ocurra durante semanas. De lo que estoy seguro es de que al final ocurrirá.

6

¿Estás solo, Cooper?

Cooper se acercó al intercomunicador fijado en el muro al lado de la pesada puerta que separaba las cámaras de descontaminación y el resto de la base subterránea del hangar. Bien lejos del resto del grupo de supervivientes, estaba hablando con Bernard Heath cuando percibió sonidos de movimiento que procedían del interior de la zona de descontaminación. A través de un panel de observación de quince centímetros cuadrados reconoció a Jim Franks, que era el último de sus ex colegas que seguía arriesgándose a hablar con él.

—Bernard Heath está conmigo —contestó Cooper, su voz deliberadamente baja—, pero no hay problema. Bernard es de confianza.

Silencio.

—De acuerdo, colega, si tú confías en él, yo también —replicó la voz tenue e incorpórea.

Franks y Cooper se conocían y respetaban desde hacía años. El resto de los antiguos compañeros de Cooper habían recibido la orden o habían decidido cesar la comunicación con él. Ahora muchos se sentían incómodos a su alrededor y desconfiaban de él porque estaba «ahí fuera con ellos» en lugar de «aquí dentro con nosotros». Otros pensaban que siendo un verdadero superviviente nato, de alguna manera era una persona diferente del Cooper que conocían y había servido con ellos. Los pocos soldados que seguían comprometidos y leales con el ejército sencillamente temían incurrir en la ira de sus superiores si se atrevían a hablar con él. Otros se habían aislado totalmente y se habían encerrado en sí mismos, dejando de hablar con todo el mundo.

—¿Cómo van las cosas ahí dentro? —preguntó Cooper, acercándose aún más al intercomunicador.

—No demasiado bien —contestó Franks.

—¿Por qué, qué ocurre?

Otro silencio breve, seguido de la respuesta.

—Los muchachos están asustados porque nadie sabe lo que está ocurriendo ni por qué está pasando. Y ahora sabemos que estamos solos, de manera que los malditos bufones que dirigen este lugar están empezando a pensar que están al mando de lo que queda del país y que pueden hacer lo que les venga en gana. Los muchachos están bastante impactados por lo que ocurrió en el exterior. Aquí dentro la cosa se está poniendo jodidamente tensa.

—¿Saliste?

—Esta vez no —contestó Franks—, pero tarde o temprano me llegará el turno. Tú sabes mejor que yo a lo que nos estamos enfrentando.

—Nada bueno —intervino Bernard.

—Me parece que es jodidamente horripilante. Lo de «nada bueno» se queda corto. Dios santo, aquí abajo tenemos a gente hablando de campos llenos de miles de cadáveres y...

—¿Qué está pasando? —le interrumpió Cooper, repitiendo su primera pregunta, ansioso por obtener una respuesta.

—Dios santo, Cooper, sabes lo que ocurre cuando te estás preparando para el combate. Tienes a algunos tipos que no pueden esperar a que empiece el baile para ponerse en marcha y tienes a otros que se pasan la mayor parte del tiempo llorando en sus jodidas almohadas como si fueran bebés. Lo que la mayoría de nosotros quiere es salir de este agujero, pero nos siguen diciendo que lo que hay ahí fuera es mucho peor de lo que tenemos aquí abajo... y no sé adónde vamos a ir a parar, pero tarde o temprano ocurrirá algo.

Cooper estaba preocupado por la alusión al combate que había hecho Franks. Por lo que él sabía, un combate en la situación actual significaría inevitablemente que los militares lo arriesgarían todo para no conseguir nada en absoluto.

—Me gustaría darte buenas noticias —comentó Cooper—, pero no haría más que mentirte porque no hay buenas noticias desde que empezó todo este maldito embrollo. Pero créeme, colega, estás en el mejor sitio posible. Asegúrate de estar ahí abajo todo el tiempo que puedas. Ya te lo he dicho antes, cualquier movimiento que realices aquí arriba hará que tengas cientos de cadáveres pululando a tu alrededor como moscas. Es posible que ahí abajo estés atascado, pero al menos estás vivo y no tienes que vigilar cada paso que das. Mi consejo es que bajes la cabeza y pases por esto lo mejor que puedas, porque...

—No tienen ni la más jodida idea —le interrumpió Franks, levantado la voz hasta alcanzar un volumen peligrosamente alto—. Por el amor de Dios, Cooper, no seas tan jodidamente inocente. Sabes el tipo de gente que hay aquí dentro. Están a punto de hartarse de todo esto. Yo mismo estoy a punto de hartarme.

—No tenéis más alternativa. Salid de nuevo a la superficie y...

—Intenta explicárselo a toda esta pandilla.

—En serio, Franks, sé lo que parece, pero tenéis que...

—¿Recuerdas a Carlson? —le interrumpió Franks.

—¿Keith Carlson?

—Kevin —le corrigió Franks—. ¿Lo recuerdas?

—El cocinero, ¿verdad?

—Eso es.

—¿Qué le ocurre?

—Lo encontraron en su litera ayer por la mañana. Ese maldito idiota se había cortado las venas.

—¡Madre mía! —exclamó Bernard en voz baja.

—No ha sido el primero y no será el último —añadió Cooper con rapidez, rotundo e indiferente.

—Lo sé —prosiguió Franks—, pero el problema no es lo que hizo, sino cómo librarnos de él. No son capaces de decidir qué hacer con el cuerpo. La gente está tan jodidamente paranoica aquí abajo que están hablando de quemarlo o de cortarlo en trocitos pequeñitos, por el amor de Dios. Acabo de ver a unos tipos peleándose por el cuerpo.

—Peleándose, ¿por qué?

—Porque quieren estar seguros de que está muerto. Jeavons y Coleman están montando guardia junto al cuerpo sin perderlo de vista, dispuestos a convertirlo en picadillo si se empieza a mover.

—No se va a mover —intervino Heath, su voz sonaba condescendiente sin que fuera su intención—. Probablemente, eso sólo ocurriría si el cuerpo se expusiera al aire exterior. No creo...

—Yo lo sé y tú lo sabes —le interrumpió Franks irritado—, pero intenta convencer a un par de cientos de soldados que están completamente aterrorizados y que tienen la sensación de estar arrinconados. Esta gente está entrenada para combatir, no para quedarse sentados sin hacer nada. Están hablando de tirar el cuerpo en el exterior cuando volvamos a salir.

—Tiene sentido —asintió Cooper—, pero pueden pasar semanas.

—No lo creo.

—¿Algo planeado?

—Empieza a parecerlo.

—¿Qué?

—No estoy seguro, nadie habla demasiado. Sólo rumores, eso es todo.

—¿De qué tipo?

La conversación murió durante unos momentos. A través del panel de observación, Cooper contempló como Franks miraba por encima del hombro y comprobaba que podía seguir hablando con seguridad.

—Ayer empecé a escuchar algunos retazos y hoy he oído más de gente en la que confío, de manera que parece que hay algo cierto en lo que están diciendo. El problema es que aquí abajo no nos llega suficiente aire y probablemente la cosa irá a peor. Han limpiado un par de respiraderos de ventilación, pero tienen que desatascar más. No hay manera de desbloquearlos desde este lado porque se arriesgan a infectar toda la jodida base, así que la mejor opción es que salgamos de nuevo muy pronto para limpiar unos pocos más.

—Si ésa es la mejor —preguntó Bernard en voz baja, sin estar seguro de querer escuchar la respuesta—, ¿cuál es la peor opción?

Cooper lo miró, compartiendo su preocupación. Otra pausa y Franks volvió a hablar.

—Algunos de los chicos que salieron la última vez —explicó— le han dicho a los jefes que consiguieron deshacerse de cientos de esas cosas de ahí fuera.

—Lo hicieron —asintió Cooper—. El problema es que quedan cientos de miles.

—Se rumorea —continuó Franks— que están intentando organizar una salida masiva. Se dice que vamos a salir todos para hacer saltar en llamas toda la jodida multitud.

7

Se encendieron las luces. Donna saltó inmediatamente de su asiento cuando se empezaron a abrir las puertas de las cámaras de descontaminación.

—¡Oh, Dios! —exclamó ansiosa, mirando hacia Emma, Clare y Bernard, que estaban también de pie cerca de ella y que también estaban mirando cómo se abrían lentamente las puertas.

Alertados por la claridad repentina en el hangar, la mayor parte de los demás supervivientes habían empezado a dirigirse con rapidez hacia el otro lado de la enorme caverna en dirección a sus vehículos. Cuando los primeros soldados enfundados en trajes de protección empezaron a emerger de su refugio sellado, la multitud asustada de hombres, mujeres y niños corrieron de nuevo hacia el furgón policial, el camión penitenciario y la autocaravana.

Un flujo constante de soldados tomó de nuevo posición en la rampa justo delante de las puertas de entrada. De pie, al lado de la columna principal de soldados, un oficial ladraba furioso las órdenes. Como habían hecho con anterioridad, arrancaron una serie de motores y otro transporte blindado de tropas salió de entre las sombras. Esta vez el potente vehículo estaba acompañado por cuatro Jeeps y rodeado de una falange de ocho hombres con lanzallamas. Los soldados se movían con rapidez hacia la parte delantera del pequeño convoy, dispuestos para escoltar a los vehículos hacia el exterior y abrirse paso con las llamas a través de la multitud putrefacta de los muertos.

Era sábado por la tarde, a las tres en punto.

—¿Qué crees? —le preguntó Donna a Bernard. Ambos se habían detenido a medio camino del hangar y contemplaban las tropas con interés—. ¿Piensas que intentan hacer lo mismo de la otra vez?

—Eso parece —contestó Bernard, su voz baja y ligeramente temblorosa—. Lo único que quiero es que acabe todo esto. Si realmente lo van a hacer, quiero que lo hagan ahora y dejen todo este estúpido e inútil...

Sus palabras quedaron ahogadas cuando se inició el siniestro ruido metálico que señalaba la abertura de las puertas principales. Tragó saliva nervioso y se lamió los labios secos, incapaz de apartar la mirada de la entrada del búnker, demasiado asustado para seguir mirando, pero aún más aterrorizado de no hacerlo. Lentamente empezó a aparecer el mundo exterior. A causa de la pendiente de la rampa de entrada, lo primero que vio fueron las nubes: un cielo sucio, grisáceo y lluvioso se cernía sobre la escena desolada y hacía que el día pareciera tan oscuro como la noche. Y entonces empezó. El segundo inesperado de silencio y calma quedó roto por la avalancha repentina de cuerpos que empezaron a entrar en la base antes de que fueran rechazados y aniquilados por los soldados con lanzallamas. Desde esa distancia, Bernard no podía distinguir los cadáveres por separado. Sólo veía una masa sin forma en movimiento, cambiando y girando constantemente, precipitándose sobre las llamas que iban avanzando. Durante un momento de tensión aparentemente interminable, el peso y la fuerza de los cuerpos pareció que obligaba a retirarse a los soldados más adelantados, casi forzándolos a entrar de nuevo en la base antes de que pudieran afianzarse e iniciar el avance. Su fuerza y poder increíblemente superiores les permitió muy pronto penetrar con facilidad en la multitud. Brutal y unilateral, mientras se desarrollaba con rapidez la batalla, el familiar olor a quemado empezó a llenar de nuevo el cavernoso hangar, acompañado de nubes asfixiantes de humo sucio.

BOOK: Zona zombie
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